K
illeen se quedó boquiabierto. Su padre cantaba una canción que él conocía, un hermoso pasaje de la música más sagrada para los Bishop. La habían tocado juntos en las largas marchas, conocían su letra de memoria. Se llenó los pulmones y también se puso a cantar, entonando aquel supremo pasaje. El arte musical, el más elevado de todos.
Cuatro humanos, una miriapodia y el vibrante Mantis. Ninguno se movía.
Todos parecían transfigurados por las antiguas cadencias, las frases de ritmo marcado, las notas veloces que se amontonaban hasta que parecían a punto de derrumbarse caóticamente. Pero el arte musical prolongaba sus briosas energías y franqueaban airosamente brechas imposibles.
Entiendo la relación. Los sitios no utilizados del ADN de los Bishop… he ahí la clave. Las notas de esta pieza, dispuestas armónicamente, nos dan la solución. Transmitiré esto a los Exaltados.
—Buen chico —dijo Killeen con alivio.
Abraham seguía cantando.
«¿ADN?», preguntó Toby por el comunicador.
«Nuestro código genético —envió el viejo enano—. La información que indica cómo construir un ser humano está inscrita en una molécula. En dos hélices, mejor dicho, entrelazadas. Allí se alojan las instrucciones para la creación de proteínas (trozos de materia orgánica esenciales para nosotros) como abalorios a lo largo de esas hélices…».
Un chillido repentino, agudo y múltiple irrumpió en el sistema sensorial de todos. El Mantis estaba difundiendo la información.
Toby frunció el ceño.
«¿Cómo construiríamos Códigos de Activación encima del material reproductivo…?».
El enano Walmsley agitó las manos con impaciencia.
«Nuestro código genético determina cómo funcionan nuestras células. Pero esa información ocupa sólo un diez por ciento del espacio del ADN. El resto sobra. Se reproduce en cada individuo, pero no representa ninguna diferencia en nosotros. Todas las formas de vida tienen un código con espacios libres. Por eso, hace mucho tiempo, los Naturales empezaron a preservar los Códigos de Activación en ese espacio inservible…».
Killeen creía entenderlo.
«¿Nunca lo sabríamos? ¿Porque nunca se manifestaría en el hijo de nadie?».
Toby se miró la mano maravillado.
«¿Ha estado allí siempre? ¿Dentro de nosotros?».
«Los mecs podían leer nuestro ADN —comentó Walmsley—, pero son buenos técnicos. Sabían que ese espacio era inservible, así que no le prestaron atención».
«¿Cómo es posible que no haya cambiado? —preguntó Killeen—. Quiero decir, los ojos de Toby no tienen el mismo color que los míos, ni los de Verónica, su madre».
Walmsley sonrió, arrugando el rostro.
«Los códigos eran repetidos una y otra vez, por si surgía una mutación, un cambio, que estropeara una versión. Todavía había muchos duplicados».
«Parece un modo muy raro de guardar algo —dijo Killeen. Abraham seguía cantando y el sonido le recordaba su infancia, cuando Abraham cantaba esa misma aria bajo la ducha—. Yo lo pondría en un monumento o lo sepultaría. Lo mantendría a buen recaudo…».
Walmsley sonrió.
«¿Cómo ese Taj Mahal que yo había construido en vuestro mundo?».
Killeen pestañeó. Recordaba haber abandonado ese lugar y haber mirado atrás y visto unas grandes iniciales en uno de sus lados: NW. ¡Diantre!
«Logramos dominar un ejército de mecs durante un rato, y decidimos divertirnos un poco…».
«¿Y quién estaba sepultado allí?», preguntó Toby.
Una sombra de dolor cruzó ese rostro marchito.
«Nadie importante. Lo que importa es cuánto crees que durará ese montón de piedras».
Killeen se encogió de hombros. Los lugares permanentes no eran su especialidad.
«Unos cuantos miles de años, a lo sumo. —Walmsley sonrió—. Nada dura en el Centro Galáctico. Las estrellas chocan cada cien mil años, destrozando sus planetas. Tuvimos que crear Nieveclara partiendo de cero. Cuánto trabajo. Y no durará».
«Pero guardarlo dentro de nosotros…», dijo Toby.
«Parece arriesgado, ¿verdad? Por eso los Naturales redujeron el riesgo haciendo que los datos resultaran inteligibles sólo si uno juntaba las versiones de tres generaciones consecutivas. Buen trabajo. De cualquier modo, no es posible entender a los humanos a partir de una sola generación. La continuidad es esencial». Abraham llegó al final del aria y sonrió.
—Apuesto a que no lo sospechabas, ¿verdad?
Killeen sacudió la cabeza maravillado.
—¿Y por qué nunca me lo dijiste?
—Demasiado peligroso. Los mecs avanzaban. Me imaginé que estarías en campaña, con probabilidades de ser capturado, interrogado. Yo era un viejo, me quedé en la Ciudadela. Pensé que era más seguro.
Killeen abrazó a su padre y recordó la Calamidad. Las torres reducidas a escombros. Las paredes del hogar que había compartido con Verónica y Toby, dientes afilados entre las llamas.
—¿Cómo escapaste?
—Vino el pájaro…
Un violento crujido rechinó en el sistema sensorial de Killeen.
Todos se arquearon, apagaron los sistemas. Los cerros circundantes temblaban. Deformados. Despedazados en chorros de mica rodante.
—El Mantis…
Killeen se había preguntado cómo escaparían y ahora veía que todo el entorno era una ilusión. Estaban en un terreno desnudo y calcinado, un reciente campo de batalla.
Una silueta se movía dando tumbos. Enviaba notas desesperadas, frágiles tartamudeos de datos.
Algo… el placer… es espantoso… y magnífico… pero devora… carcome…
—Funciona deprisa —dijo Killeen. Se incorporó cautelosamente.
Estaban en una vasta bolsa del esti. Rugosas montañas se erguían a lo lejos contra nubes sombrías coronadas de amarillo.
—Creo que la plaga del placer se manifestará de diversas maneras en los muchos niveles de mecs. Este tiene defensas. Es peligroso.
Killeen se sintió presa de una vieja cólera.
—Esta vez hemos vencido.
—Yo me andaría con cuidado —dijo Walmsley—. Debo deciros muchas cosas y no hay mucho tiempo…
—¿Papá? —preguntó Killeen.
—Estoy bastante achacoso.
Pero Toby, Quath y Cermo enviaron su asentimiento. Killeen sentía un vertiginoso cosquilleo de entusiasmo.
—Ahora necesito hablar con los Órdenes Superiores —dijo Walmsley—. Este es un gran acontecimiento. Las Órdenes de Activación se propagarán por las Vías.
—¡Quédate aquí, entonces! —dijo Killeen.
‹Ellos llevan nombres verdaderos›, le dijo Quath a Walmsley.
Walmsley rio.
—Es verdad. Toby es To Be, «ser». Y Killeen es Killing, «matando».
Killeen resopló con desdén
—Tienes que ser lo que puedes ser.
La forma tambaleante lo llamó. Se puso transparente pero aun así Killeen llegó a ver su contorno en el sistema sensorial. Su perfil se encogía.
—Se está esfumando.
—Que se vaya —dijo Toby.
—No. Vamos.