1 - A favor de los primates

N

igel Walmsley sabía que el pájaro llegaría. Pero al menos podía consagrar unos instantes a sí mismo. Tal vez fueran los últimos.

Había huido a aquella bolsa de esti porque el tiempo circulaba de otro modo. Lo usaba para descansar y reinventarse.

El ataque contra la Biblioteca había sido una sorpresa, pero en su larga vida había tenido muchas sorpresas. No sabía si encontraría el almacenamiento magnético de su Nikka, pero también esto le había sucedido antes.

Había escapado a duras penas, creía que ayudado por los Supremos. Todo eran jirones de memoria.

Sabía que en esa manifestación debía tener mayor sentido del yo y eso requería tiempo. Pero los Bishop y otros se estaban moviendo deprisa. Así que fue allí. Un lugar aislado donde descansar antes de regresar a la partida. Se aproximaba el último acto.

Había comida suficiente para la reunión, al menos durante algún tiempo. Un pájaro se manifestó en las cercanías y le dijo que con los flujos de tiempo esperados en las Vías de interés él podía permanecer allí una temporada. Lo necesitarían más tarde. No preguntó para qué porque sabía que no tenía sentido preguntar.

Recorrió la angosta y bulbosa Vía. Siguió métodos que había aprendido hacía mucho tiempo en el suroeste de los Estados Unidos, cuando se entrenaba en la NASA y pasaba fines de semana solitarios vagando por los secos cañones de Nuevo México y Arizona.

Au revoir, États-Unis. En alguna parte de la turbulenta galaxia, los Estados Unidos de América eran una ruina, muros desmoronados en una planicie. Ni siquiera eso. Pero en Nigel el eco de ese nombre aún perduraba.

Siguió las cuencas corriente arriba. Estudió grietas umbrías bajo las paredes de los cañones. El suelo arenoso era el testimonio de la verdadera edad del esti: suficiente para hornear materia prima galáctica hasta formar estratos y reducirla nuevamente a polvo. Los animales habían dejado desechos —buscaban refugio, al menos tanto como los humanos— y las ratas almacenaban sus preciosas baratijas. Los humanos eran como otras especies indolentes y errabundas. Habían dejado desechos mientras remoloneaban, y la basura era un auténtico archivo de las celebraciones pasadas. Astillas, trozos, fragmentos de metal y vidrio y materiales desconocidos, todo mezclado. La distorsión del tiempo impedía saber cuántos siglos de intervalo relativo hacía que estaban allí, pero aun así la basura le infundía una rara seguridad.

Pasaba gente, incluso por allí. Habían oído decir que había problemas en otra parte, pero como los mecs no habían llegado a sus remotas Vías desestimaban los comentarios como si fueran meras habladurías. Aun así, todos sabían que los viajes eran esclarecedores.

Algunos eran comerciantes y otros viajaban sin tener en mente un destino específico. El esti ofrecía al viajero la garantía de que siempre llegaría a un determinado lugar a tiempo y también estaban acostumbrados a eso. No los mejoraba mucho pero al menos los hacía más interesantes.

—Cielos, nos ha costado llegar aquí. ¿Cuándo os decidiréis a mejorar esto?

—Cuando yo me marche —dijo Nigel sin inmutarse.

—¿Qué clase de mejora? Yo sugeriría…

—La mejora que tenía en mente era mi partida.

—Ja, ja. Bien, ¿hay un punto de flujo mejor más adelante?

—No lo creo. La mejor salida es el lugar por donde entrasteis.

—Veríamos el mismo paisaje dos veces.

—Tiene mejor aspecto cuando te vas.

—¿No estamos un poco lejos, en coordenadas esti, de la Vía Majumbdahr?

—¿Cuál es?

—Ahí donde tienen esa ciudad tan bonita.

—No sé cómo medir a qué distancia está, pero sospecho que nunca está demasiado lejos.

—Bien, yo prefiero las ciudades a este desierto sin caminos.

—La falta de caminos es su mayor atractivo.

—Con más agua se parecería más al lugar de donde venimos.

Nigel sonrió.

—¿De qué serviría visitar un lugar similar al que ya conocéis?

—De todos modos, aquí no hay nadie con quien hablar.

—Yo suelo hablar conmigo mismo.

Una risa turbada de los viajeros.

—Debes de sentirte muy solo —comentó uno.

—Tengo buena compañía.

—¿Dónde está?

Nigel se señaló la cabeza.

—Aquí dentro.

—Ah. ¿Y hay algún peligro por aquí?

—Vosotros.

—¡Nosotros no somos peligrosos! No mataríamos ni una mosca.

—Tendré que preguntárselo a las moscas.

—¿Sabes?, me gustaría vivir aquí a solas, como tú.

—No puedes.

—¿Por qué no?

—Si vienes, yo estaré aquí y no estarás solo. Y tampoco yo.

—Bien, quise decir casi a solas.

—Eso es como estar casi encinta.

—Te lo tomas todo muy literalmente.

—No todo. Más aún, ahora ya casi nada.

Seguían de largo a toda velocidad, y él se sentía mucho mejor viéndolos de espaldas que de frente. Uno de los tópicos más extendidos en la Tierra era que todas las personas son básicamente iguales. En la medida en que eso era verdad en cierto sentido, también era inútil, porque nunca se sabía si se parecían por su maldad, su bondad o algo intermedio. En todo caso, la diversidad era más interesante que la similitud.

Pero a fin de cuentas, pensaba Nigel con cierta indiferencia, ¿cómo podía perder la fe en una especie que poseía un rasgo tan entrañable? Uno podía decirles lo que quisiera y nunca se lo tomaban en serio ni se ofendían, siempre que fuese la estricta verdad. Nunca la reconocían.

El pájaro llegó cuando él descansaba. —No creas que nos hemos olvidado de ti— gorjeó desde una rama.

Nigel miró el brillo de las alas. A veces la luz atravesaba el ave y la ilusión se hacía evidente. Se manifestaban de esta manera para llamarle la atención. Él sabía que no era necesario, pero agradecía que se tomaran la molestia.

—Necesito pasar más tiempo aquí.

—No hay. Has vivido demasiado en esta distorsión.

—Yo mismo estoy bastante distorsionado.

El ave jamás respondía a la agudeza, el sarcasmo, la ironía o sus otros recursos habituales. Nigel se preguntó si esa búlleme masa de partículas hablaba realmente en nombre de una inteligencia superior. ¿Acaso el humor no era esencial?

—Aciago rumbo han seguido ciertos menesteres.

¿Creían que hablando así lo hacían en su idioma? Tal vez hubieran leído algo de Shakespeare.

—¿No había poesía isabelina en la Biblioteca? —Que el pajarraco se las apañara con aquella asociación de ideas.

—No hay tiempo para entretenimientos.

—¿Te refieres a la conversación?

—Los mecánicos tienen la información genética que necesitan.

Sintió una punzada de tristeza. Durante milenios había presenciado la saga de la Familia Bishop y muchas otras desde refugios como aquel.

—¿Los portadores han muerto?

—Seguramente. Estaban en una Vía que los mecánicos abrieron.

—¿Para entrar?

Era algo rutinario. Costoso, dadas las defensas del esti, pero los mecánicos podían aplicar su poder en los puntos adecuados y salirse con la suya. Lo habían hecho antes.

—Para destruirla.

—¡Caramba!

—Descifraron la estructura de coordenadas.

—¿Cómo?

—Un mapa puntual de coordenadas cuánticas en un multiconjunto doblemente infinito.

—Entiendo. —El ave lo trataba con paternalismo, pero Nigel estaba acostumbrado—. Impusieron una identidad de las coordenadas al primer multiconjunto…

—Y pasaron al segundo.

—El esti se abrió.

—Sólo en algunos centenares de Vías.

—Sólo.

El ave no captó el sarcasmo.

—Escogieron Vías donde había una probabilidad elevada de que uno o más de los portadores genéticos estuvieran presentes.

—¿Cuántos muertos? —Una pregunta inútil, pero instintiva.

—No lo sabemos con certeza, pero superan los cinco millones de primates. La cantidad de especies es aún más grande.

—¿Más de cinco millones de especies?

—Somos vastos.

—Entonces los Códigos de Éxtasis están fuera.

—Pronto se propagarán. Para evitar la catástrofe debemos reunir toda la ayuda posible.

—Yo no sirvo de mucho.

—Has sido eficiente en el pasado.

—Mmm.

Había visto los códigos originales, conocidos en épocas más recientes como Órdenes de Activación. Porciones de ellas habían terminado en la Biblioteca Galáctica. Para tener una copia de seguridad, los antiguos Naturales las habían almacenado genéticamente, ese había sido el propósito, a decir verdad, de la expedición Natural a la Tierra, mucho tiempo atrás. La nave náufraga del cráter de Marginis, conservada en el vacío de la luna terrícola y que él había ayudado a explorar, había sido una baja más en la lucha entre los mecs y los Naturales, un jalón en una vasta historia previa al surgimiento de la humanidad.

Recordó melancólicamente que allí había conocido a Nikka. Atraídos por aquel sombrío misterio, habían descubierto una profunda afinidad entre ambos.

Apartó los recuerdos. Algunos persistían, a pesar de sus esfuerzos.

—Es un poco difícil saber a quién salvar en todo esto.

—Los mecs están trabajando en el Gran Problema.

—Mmm. Lo he visto.

Recordó su larga expedición al trémulo final del tiempo, usando el gusano. Sus hijos Benjamín, Ito y Angelina se habían internado en las Vías, persiguiendo apasionadamente su propio destino. De cuando en cuando Nigel usaba los recursos de la Biblioteca para localizarlos. Celebraban grandes reuniones, prometían mantenerse en contacto, y cada uno proseguía su camino.

—¿En qué estás pensando?

—No te impacientes.

—Los mecánicos perecerán.

—¿Y? Los primates ya están pereciendo.

—No podemos tomar partido en el sentido en que puede hacerlo una especie específica.

El ave se movió en la rama que parecía, aferrar con sus afiladas garras. Alarmante, tal vez, si no hubieran tenido una décima de milímetro de profundidad.

—¿Vosotros no sois una especie?

—Pertenecemos a un phylum para el cual dichas subsecciones no tienen sentido. Las especies son una categoría humana.

—No entiendo.

—Por eso estás en tu phylum.

—Ah. ¿Acabas de insultarme?

—¿Alguna vez has insultado a una hormiga?

—Ahora sé que me has insultado.

—No podemos tomar partido por los primates, te lo recuerdo.

—¿Entonces crees que estoy demasiado atrapado en conductas específicas de mi especie?

—Debes venir.

El ave correteó de un lado para otro sobre la rama, imitando la nerviosa conducta de una paloma que aguarda una migaja. Buena imitación. Estaban mejorando con las señales no verbales.

Nigel suspiró. ¿Cuántas veces había corrido para colaborar en la crisis del momento? No lo sabía, no podía saberlo. Con el tiempo, aun los recuerdos intensos se desechan si no son esenciales. Y muchas cosas que él había hecho con el correr de los milenios representaban muy poco.

Envejezco, envejezco, llevaré los pantalones arremangados.

Los Bishop eran otra historia.

—Iré a buscar mis botas.