3 - El zom

L

a gran nave blanca apareció de repente, brillante, pulcra y angulosa. Hendía el río dirigiéndose hacia ellos, rizando el agua como un escudo espumoso, despidiendo una lluvia de metal líquido y gris.

Era una nave de tres cubiertas con barandas color jengibre y una cabina para el piloto en la más alta. Grandes y gruesos discos dominaban cada flanco, zumbando con la desaceleración. Sólo estos discos de inducción, que tenían que arrojar sus líneas de campo a las honduras del río e impulsar el gran barco, se habían salvado del eterno hábito de la ornamentación. Caracoleaban rizos en cada puntal, todas las columnas estaban coronadas de volutas, el puente de navegación estaba adornado con esculturas de ángeles, en los pescantes, los botalones y los topes había yelmos rechonchos y dorados.

Había pasajeros apoyados en las barandas. Mientras el barco reducía la velocidad, la espuma saltaba en el aire y las olas chocaban contra el muelle de piedra. Sonó un silbato y los peones de cubierta arrojaron maromas.

Stan cogió una y la sujetó con pericia a un amarradero.

—¡Vamos!

De pronto habían surgido multitudes, como condensándose a partir de la humedad del muelle y del embarcadero. Un gentío rodeó la nave de inducción. Cajas y fardos descendieron por los cables de las grúas. Se aproximaron carretas para recogerlas y Toby se encontró en medio de una cuadrilla de zoms que cogía los bultos. La muchedumbre gritaba, saludaba y regateaba con el furor de un vórtice.

Los zoms seguían perezosamente las órdenes de Stan, abriendo la boca mientras trajinaban, la saliva cayéndoles sobre el pecho. Eran cadáveres resucitados recientemente, y todavía fuertes, aunque cada vez más atontados. En general los zoms eran varones, porque se los escogía para tareas manuales. Pero una mujer alta trabajaba junto a Toby, y entre una carga y otra le apoyaba una mano en la pierna, sin rodeos, y luego le agarró los testículos con los dedos.

Toby se zafó, asqueado por el tufo de aquella mujer. Le dio una fuerte bofetada. Los zoms tenían hambre de vida. Sabían que se marchitarían, y que al cabo de unos meses quedarían reducidos a un aturdimiento estólido. La corpulenta mujer sacudió la cabeza, lo miró con lascivia y le palpó el trasero. Él se alejó temblando.

Y tropezó con un andrajoso zom que se volvió torpemente y murmuró:

—Toby, Toby.

El asombrado Toby le estudió los ojos turbios y la boca floja. Una piel apergaminada se extendía sobre los abruptos promontorios de aquel rostro demacrado. Le recordaba a alguien. ¿Un débil eco en los pómulos? ¿La nariz afilada?

—Toby… soy… tu padre…

—¡No! —exclamó Toby.

—Toby… vine aquí…

El zom quiso tocarle el hombro. Estaba en la última etapa de su segunda vida, y su misteriosa energía se iba disipando.

—¡Tú no eres mi padre! ¡Lárgate!

El zom lo miró boquiabierto, parpadeó, estiró la mano.

—¡No!

Toby empujó al zom con fuerza y lo tumbó. El zom no intentó sujetarse y aterrizó despatarrado. Permaneció inerte, la mirada perdida.

—¿Te está molestando? —preguntó Stan.

—Es que me irritan, eso es todo.

—Los fabrican en Ciudad Resurrección, por lo que he oído.

—¿Dónde queda eso?

—En otra Vía. Hacen copias con materia prima fresca.

—¿De gente muerta?

—No necesariamente. Consigues una copia de la mente, cultivas una plantilla, las combinas… y abracadabra, tienes mano de obra barata a granel.

Toby estudió aquel rostro de mandíbula floja y decidió que el zom no podía ser su padre. El falso Abraham lo había engañado por un momento, pero no esta cosa. No había ninguna semejanza, ahora que lo miraba con atención. ¿O sí?

—Déjalo —dijo Stan—. Tenemos trabajo que hacer.

Toby no lograba discernir si era una copia del Restaurador —supuso que Stan se refería a eso al hablar de Ciudad Resurrección— o si era el verdadero Killeen, envejecido en el esti.

Decidió olvidar el asunto. Trataría al zom como una copia, como la de su abuelo en el hospital de campaña. Tomó esta decisión y no pensó más en ello. Ni siquiera pensó que unos años antes no habría podido actuar así.

Toby ayudó a completar la descarga sin mirar ni una sola vez aquella mole. Las damas eludían cuidadosamente al zom, y un peatón lo pateó sin provocar la menor reacción.

Toby tenía la frente perlada de sudor y al principio no vio los mecs.

—¡Atención! —gritó alguien.

Toby miró hacia arriba y vio un hocico elegante que se dirigía hacia él. Lo seguían otros dos. Se inclinaron en el aire y la onda de choque sacudió la dársena. La gente corrió hacia todas partes pero Toby se quedó donde estaba, observando la nave plateada que trepaba en el aire. Revoloteaban sin propósito aparente, sobrevolando la costa.

—Observadores —dijo Stan—. Ya han estado aquí.

—¿Esos mismos? —preguntó Toby.

—La última vez eran más pequeños.

Una nave se deslizaba con más lentitud, inspeccionando el poblado. Toby no se movió. Los mecs podían detectar el funcionamiento de los servos. Stan lo miró atónito y se ocultó detrás de unos fardos de hierba pegajosa.

Estaban regresando. Sonaron llamadas en los receptores de Toby.

—¡Los Bishop! —susurró.

Distinguió a Cermo, Jocelyn, y a otros. Conque los mecs habían obtenido los códigos de la Familia. Apagó sus placas internas, para que no emitieran una señal automática de respuesta.

Pasaron por encima de él. El momento transcurrió con penosa lentitud y por un instante temió que se detuvieran justo sobre su cabeza. Luego se dirigieron hacia el río y Toby recobró el aliento.

En ese momento alguien disparó contra los mecs. Era un arma bastante sofisticada, pues no dejaba ninguna estela. Tal vez utilizara una franja del espectro electromagnético que los Bishop no podían detectar. Los mecs sí. El disparo procedía de un punto situado río abajo y los mecs se dirigieron hacia allí. No les había causado ningún daño visible. Los tres dispararon al unísono. Alguien gritó. Los mecs se alejaron y los gritos cesaron. El que había muerto había actuado tontamente. A Toby ni se le había pasado por la cabeza ayudar contra mecs de semejante calibre. Algo había aprendido en su infancia.

—También han hecho esto antes —dijo Stan. Salió de detrás del fardo y se portó como si no hubiera estado allí.

—¿Le dieron a alguien?

—No que yo sepa.

—¿Adónde se fueron después?

—Como estos… —Stan señaló a los tres mecs que aceleraban—. Tiempo abajo.

—¿Siempre?

—Seguro. Supongo que persiguen a alguien.

Y también tratan de absorber a los Bishop, pensó Toby. Tal vez a él. O quizá significara que había otros Bishop en las cercanías.

Iban río abajo. Quizá significara que a él no le convenía ir en esa dirección.

Cuando los mecs se perdieron de vista, todos continuaron como si nada hubiera ocurrido. La faena fue rápida y agotadora, pues la nave de inducción ya estaba cargando pasajeros. Una muchedumbre, paquetes, feliz confusión. Cuando Toby regresó de un almacén cercano adonde habían llevado la mercancía, sólo unas ondas en el río lodoso indicaban que la nave había atracado allí.