13 - Persecución

L

os mecs yacían destrozados en la costa. Algo les había arrancado grandes trozos de su epidermis de marfil.

En cada orificio había una mente astillada. El modo infalible en que cada disparo había encontrado la inteligencia operativa le hizo sonreír sin ganas.

Una dulce polvareda de tiempo flotaba sobre el río y no había ni rastro del torbellino. Ni del Natchez.

Toby siguió las huellas de botas que encontró pasada la siguiente loma. Las largas zancadas conducían tierra adentro, así que no debía luchar contra la presión del tiempo. Estaba empapado y aturdido, pero apresuró el paso.

Tierra adentro, el exuberante bosque raleaba hasta convertirse en un desierto achaparrado. Comprendió que alguien podía seguirle el rastro, así que volvió sobre sus pasos y borró las huellas de su trayecto desde el agua hasta la piedra. Eludía la vegetación cuando era posible y se deslizaba entre las matas para que los tallos se curvaran sin partirse. Esto era crucial, pues un tallo roto no se puede reparar sin cuidadosos cortes y aun así un buen lector de huellas lo notaría. No podía permitir que su entusiasmo lo llevara a la muerte. También era malo dejar tallos o ramas apuntando hacia el lugar de donde venía. Tenía que ponerlos suavemente en una posición que no lo delatara. Preparó un arbusto y un árbol cortados para que pareciera que un animal los había mordido o se había frotado contra ellos. Era más seguro ser precavido.

Tenía un dolor de cabeza que le llegaba hasta los ojos. Habían pasado muchas cosas pero no pensó en ellas. No pensó en el señor Preston ni en Stan. Sólo siguió su camino. Estaba más seco y una criatura alada y dentuda surcó el cielo, estudiándolo. Le arrojó una piedra.

Buscaba un árbol-trabuco, recordando al hombre que lo había amenazado con una de esas precarias armas. Pero una gran rama caída le sirvió como garrote una vez descortezada.

Los talones hundidos de las huellas indicaban apresuramiento. Dejó que sus sentidos lo precedieran. Su sistema sensorial fluctuaba.

Todos los habitantes de la comarca huían de sus pisadas. Los lagartos se dispersaban en la grieta de una roca. Perdices de cuatro alas revoloteaban en la sombra, esperando que las confundiera con piedras, pero en el último momento se ponían nerviosas y echaban a volar frenéticamente.

Las serpientes se escurrían, las palomas levantaban el vuelo, los conejos correteaban. Zorros, cabras y coyotes se alejaban, dejando sólo huellas y estiércol. El corazón del desierto era de arena clara, un campo cuya aridez indicaba a las claras la fragilidad de la vida. Las plantas del desierto parecían temerosas de sus vecinas y acaparaban los círculos de agua que sus tercas raíces exploraban bajo la arena. El vacío era vida.

Sintió un olor fétido y pestilente y supo al instante qué era. Lo había olido en los campos de exterminio de varias Vías.

Se guio por el olfato. Despacio, despacio. Cuando al fin miró aquel campo cóncavo sólo vio muertos despatarrados; cadáveres putrefactos, con el rostro hinchado y los labios amoratados. La mayoría estaban destripados, como si dieran a luz sus propias entrañas.

A veces los torbellinos de tiempo causaban estas mutilaciones, destrozando a personas o cosas de tiempos y lugares que nadie conocía. Un fogonazo de espacio-tiempo podía lograr en un instante lo que hacían las naves de inducción trajinando tiempo arriba. A veces esta carroña podía ser rescatada para la industria de los zoms.

Pero todos aquellos hombres tenían el mismo rostro.

Toby se volvió para refugiarse en la espesura, y allí estaba.

Los mismos rasgos angulosos, ojeroso de fatiga, un corte familiar en la mandíbula y la boca curva. Toby lo comparó con sus recuerdos, los cuales había repasado todos los días durante lo que parecía una eternidad.

—¿Quién eres? —preguntó.

—¿Qué deseas? —preguntó el otro con voz cortante.

—¿Eres real? Es decir…

Los ojos del otro no decían nada. Pero así habían sido siempre.

—Me conoces, hijo.

—¿En este lugar? Ya no sé a quién conozco.

El rostro se contrajo como si recuerdos lobunos lo devorasen por dentro.

—Los mecs enviaron copias de mí. Traté de advertirte. Antes de que los mecs atacaran la ciudad-portal, Andro me ayudó a enviar un mensaje general.

—Lo vi. Había un tal Walmsley que tenía una enorme biblioteca, una pirámide.

—¿Has estado allí? —preguntó el otro, sorprendido.

—En efecto. Los mecs la atacaron. Tuve que escapar.

—He oído hablar de Walmsley. La gente del portal (¿te acuerdas de Andro?), dice que pertenece a un pasado remoto. Me advirtió sobre él.

—Parecía un enano encogido, nada más.

—Aquí no puedes juzgar por las apariencias.

Toby se alejó cautelosamente de los cuerpos. Este Killeen parecía real, pero también los que yacían destripados.

—¿Qué son? —preguntó Toby, señalando los cadáveres.

—Copias. Los mecs que acabo de derribar las estaban fabricando.

—¿Para enviarlas río abajo?

—Supongo. Eran guardianes, creo.

—¿De ese remolino del río?

—En efecto. Saben abrirlo y cerrarlo. —El hombre que parecía Killeen señaló con el pulgar el río donde yacían los mecs—. Aprendieron a entrar y salir de las Vías.

—Yo también sé hacerlo.

El hombre pestañeó sorprendido.

—¿Cuándo aprendiste?

—Lo deduje.

—Entonces larguémonos de aquí.

Toby no quería aparentar que postergaba las cosas y despertar suspicacias, pero todavía no estaba seguro.

—¿Dónde está Besen?

—No lo sé. Perdí el rastro de toda la Familia cuando los mecs bombardearon la ciudad-portal.

Sonaba demasiado conveniente. Podría matarle si lo cogía por sorpresa. Usaba equipo de campaña, pero sin casco.

—Mira —dijo el hombre—, pronto vendrán más mecs para reemplazar a estos.

A Toby le desagradaba la insistencia del hombre. Y este Killeen estaba demasiado ojeroso y agotado. Tal vez eso se debiera al proceso de copia, fuese cual fuese.

—No estoy tan…

Déjame hablar con él, por favor.

Era Shibo. Un fragmento se elevaba en su interior.

Por favor. En nombre de todo lo que hemos significado el uno para el otro.

Shibo hablaba con una autoridad para él desconocida. Como si hubiera estado aguardando aquel instante, reservando sus recursos.

Toby titubeó y ella logró aflorar de algún modo. Por un segundo Toby sintió lo que ella había sentido. Había logrado reinscribirse en el circuito neurológico de Toby, alojando fragmentos de sí misma en sus Aspectos a escondidas. Todo eso antes de que él decidiera extraerse el chip de la espalda.

Si permitía que ella lo dominara, ese Killeen lo vencería fácilmente. Comenzó a rastrearla en su interior. Shibo huyó. Luego su voz sonó claramente, sin temor.

Primero pregúntale si recuerda si en la Familia Knight se quitan las botas.

—¿Eh? —preguntó Toby. El hombre lo miró extrañado.

Si los Knight se dejan las botas puestas cuando están encima.

Sin saber por qué, Toby repitió la frase.

El hombre abrió y cerró la boca.

—¿Qué? ¿Quién habla?

—Shibo.

—Creía que una vez habías dicho que no lo sabías —dijo el hombre lentamente.

La astilla de Shibo habló.

Los Knight están siempre a punto para huir.

Toby lo repitió y el hombre dijo:

—Así que el que está encima tiene que quedarse con las botas puestas.

Ella respondió:

¿Por qué dices «el de encima» y no «la de encima»?

—Dijiste que tú nunca te ponías encima —respondió Killeen.

Toby estaba incómodo, pero volvió a repetir las palabras de Shibo cuando dijo:

Yo quería estar encima, ser una fresca, llevar botas.

—Y aprendiste.

Tuve un buen maestro.

El hombre sonrió.

—Me parece que ya lo habías aprendido antes de conocerme.

Nunca aprendí tus movimientos, no.

—Te felicito, de todos modos. Parece que siempre te sales con la tuya.

Toby intentó decir algo. Toda la tensión que rodeaba a Shibo —su presencia como Aspecto, el hecho de haberla extraído con herramientas toscas cuando ella se rebeló— le provocaba un nudo en la garganta.

Haría cualquier cosa con tal de conseguirlo de nuevo.

En la diminuta voz había tanta desesperación que inundó a Toby de tristeza. Graznó las palabras, repitiéndolas. El hombre abrió los ojos y Shibo le gritó a Toby:

¡Es él! ¡Es él!

—Tal vez exista una manera…

Killeen escrutó los ojos de su hijo, pero sin mirarlo.

De eso se trata.

Cuando Toby repitió estas palabras, se sorprendió al notar que las lágrimas le humedecían los labios.

—Siempre te gustó bromear sobre ello.

En realidad no bromeaba.

—No, creo que no.

Toby abrazó al hombre y supo que era Killeen. Shibo rio con ambos, de pura alegría.

Pasó un buen rato.

—Papá, papá… —No le salían las palabras.

Toby sonrió y ambos se palmearon la espalda, riendo entrecortadamente, así que tardaron un instante en registrar las tensiones que vibraban en el aire, una presencia opresiva.

El cielo se desgarró.

Una negrura cubrió las alturas como un líquido viscoso.

—¡Abajo! —gritó Killeen.

No tiene sentido, pensó Toby. Se agazapó. Lo que estaba arriba descendía deprisa. Devoraba la Vía. Los bordes se plegaban como las páginas de un libro, pero aquella cosa consumía el esti mismo.

No pude impedir que los Supremos permitieran esto.

Supo al instante que era el Mantis. Su manifestación era diferente, teñida con corrientes de emoción y conocimientos que él no podía detectar.

Miró a su alrededor y percibió al Mantis como un burbujeo en el aire. Killeen se había preparado para abrir fuego, pero era evidente que sus armas no servirían de nada.

Una punzada de dolor. Una cosa alada se elevó de su brazo derecho. Un zumbido metálico y afanoso que se alejaba.

He tomado una muestra de ti. El tuyo es el último ADN que necesitamos.

—Vi una copia de Abraham, papá. Los mecs deben de necesitar su ADN y su mente también.

—¡Maldita sea! —gritó Killeen. Pero sabía que no tenía contra qué disparar.

Soy el más bajo de mi Orden que puede hablar con vosotros, los primates. Los Exaltados no pueden ocupar un espacio conceptual tan estrecho. Me han otorgado facultades especiales para esta tarea suprema. Pero otras lógicas prevalecen también. La Vía está a punto de desgarrarse en el abrazo del Comilón. No puedo salvaros, pero he venido para cosechar el material genético más joven.

—Hijo, pensé que me ayudaría a encontrarte, así que…

—Permitiste que te ayudara a llegar aquí.

Soplaban vientos gruñones. Se desprendían hojas de las ramas.

—No me dio muchas opciones —dijo Killeen con amargura.

—Lo sé.

Toby cogió el brazo de su padre. Intercambiaron un callado mensaje mientras se agazapaban, cubriéndose bajo una ráfaga violenta que gritaba en la negrura.

Siempre te he seguido con benevolencia, Killeen. Tenía la esperanza de cosecharos a todos, una vez cumplidas mis obligaciones para con los Exaltados. Entonces podríamos estar juntos.

—¡Te arrancaremos las entrañas! —replicó Killeen. Toby admiró la valiente respuesta de su padre, aunque por supuesto era inútil.

Tal consumación es el destino más grande al cual podéis aspirar.

Killeen disparó un rayo contra un fulgor que rozaba el aire. No era el Mantis, no, pero su padre no era de los que escuchan dócilmente.

Además has contribuido a que tu especie alcanzara su destino. Cuando se lea esta muestra, junto con tus códigos, Killeen, y los de tu padre… quizá podamos hablar entonces.

—¿Hablar? —gritó Toby en medio del aullido del viento—. Moriremos aquí.

Me temo que no puedo intervenir para rescataros. El esti se está destruyendo. Debo partir.

—¡Tú puedes sacarnos de aquí! —bramó Toby.

No puedo perder tiempo y energía abriendo un portal. Mi tarea central, impostergable, consiste en salvar esta manifestación de mí mismo para llevar la muestra de Toby a los Supremos.

Voraces lenguas negras lamían el cielo.

—¡Salva a Toby! —exclamó Killeen—. No sabes si necesitarás algo más de él. Déjame a mí, llévate a…

Pero el Mantis se había ido.

Las primeras detonaciones llegaron como tambores batientes, arrasando árboles y tumbando a los hombres.

Toby rodó aturdido. Escrutó el cielo y vio adonde conducía la negrura. Nudos pulverizados y anaranjados huían de ella, hacia atrás y hacia abajo. Fragmentos de la Vía. Desgarrados, incandescentes.

Lejos, hacia dentro. Hacia el punto de consumación final del Comilón, la singularidad envuelta en su retorcida geometría. El esti se estaba derramando en el agujero negro. La trampa de la curvatura había vencido al fin. Los arrastraría hacia ella, la tumba definitiva.

Al principio vio el remolino de polvo por el rabillo del ojo. Estaba tratando de concentrarse en las voraces tinieblas del cielo, a pesar de los bofetones del viento. Una rama le golpeó una pierna y le produjo un corte. Killeen trató de decir algo, agitando los brazos. La turbulencia abrumaba sus sistemas de comunicaciones.

Arbustos, hierba, nubes marrones de tierra, todo le golpeaba.

La cosa brumosa que estaba junto a él no se movía.

La miró de frente y la cosa dijo:

—Me abriré.

Trató de adoptar la forma de un hombre pero era imposible con aquel vendaval. Estaba formado de motas diminutas que conservaban una tosca forma a pesar del viento.

Le oyó decir claramente:

No creas que te hemos abandonado. Esperamos que vivas para ayudar.

Había recibido antes aquel mensaje. Lo había salvado sin que él supiera por qué.

El esti se esfumó. Cayeron.