4 - Tríada

—¿E

ntonces el esti ha sido diseñado para nosotros? —preguntó Killeen.

—¿Los humanos? —preguntó Andro, todavía aturdido por la pequeña lección del Mantis.

—Me refiero a las formas de vida planetarias.

—Supongo que sí.

—Los planetas son bastante sencillos en comparación con esto. —Killeen señaló el árido desierto que cruzaban—. Agua, viento y luz… todo lo que necesitamos para movernos. De lo contrario te mueres de asfixia o de inanición.

Andro asintió con desgana.

—Nos brindaba un sitio confortable donde vivir.

—Como la Ciudadela. La gente que está cómoda no piensa en la precariedad de su situación.

—¿Entonces?

Killeen comprendió que Andro era el producto de muchas generaciones en el esti y no tenía conocimiento directo de la vida en el exterior. Era como si viera los hechos distantes como elementos de interés y nada más. Tal vez así ocurría con la gente en todas partes. No valía la pena señalárselo, sin embargo.

—¿Y por qué no hay nadie?

—Tienes que saber dónde buscar. Dado mi oficio, tengo coordenadas esti de áreas humanas. También alienígenas. Cambian constantemente, así que debemos actualizarlas cada dos por tres. O debíamos. —Andro pestañeó—. Supongo que todo eso ha desaparecido.

Andro cojeó mientras cruzaban la tersa curvatura de la planicie seca. Habían caminado, dormido y vuelto a caminar, y el terreno era siempre ese suelo seco, con chaparrales y cuencas áridas. El esti se arqueaba siguiendo una curva ascendente y, a través de las nubes, Killeen veía que las comarcas de arriba eran similares.

—¿Por qué la gente no ha llenado el esti? —preguntó Killeen.

Andro se detuvo.

—Nunca he pensado en ello.

—Está hecho para los organismos planetarios, y ha habido tiempo suficiente… ¿verdad?

—La gente ingresa por los portales, se interna. Lo ha hecho durante mucho tiempo. No volvemos a ver a la mayoría.

Se miraron.

—No se puede trazar un mapa del esti, pero… —dijo Andro.

—Parece vacío. Eso nos da un indicio de su tamaño.

—Tal vez también se trague a los mecs —dijo Andro con abatimiento.

Killeen negó con la cabeza.

—Hace tiempo que planean esto. Mira ese agujero lleno de mecs desmantelados. El Mantis nos condujo allí para hacer hincapié en algo. Tienen demasiados.

El rostro de Andro se pobló de arrugas de preocupación.

—Encontramos esa pirámide, nuestros muertos. Luego los muertos de ellos. Pensé que de eso se trataba.

—El Mantis nunca dice una sola cosa. Tal vez no pueda leer nuestra memoria profunda, o no pueda interpretarla.

—No deberíamos hablar de ello.

—Tal vez. —Los mecs podían inspeccionar una zona con micrófonos microscópicos que fisgoneaban a todo el mundo. Aquello que los Bishop habían aprendido en el Restaurador de la ciudad, combinado con los Legados del Argos, era vertiginosamente complejo—. Pero es muy extraño.

Los Legados sólo podían leerse en combinación con información del Restaurador, antiguos códigos textuales obtenidos en la Biblioteca Galáctica. La historia era tortuosa y enrevesada, y sólo resultaba inteligible cuando se combinaban diversas fuentes. Al juntar todos los elementos, Killeen había comprendido parte de su propia historia.

Las primeras formas de vida inteligente de la galaxia, que habían creado a los primeros mecs, conocían los peligros inherentes al incesante conflicto entre ambas formas. Los mecs podían rediseñarse, mejorar y esculpir sus cuerpos y sus mentes. Las formas orgánicas eran más lentas, reacias a desviarse de las modalidades que había forjado la evolución. Alteraban su cultura, pero no el sustrato de esa cultura: el cerebro y el cuerpo.

Inevitablemente, quedaban rezagados con respecto a sus rápidas creaciones. Y sabían que se estaban retrasando. Necesitaban un as, un triunfo oculto. La Primera Orden.

En las profundidades de los códigos de diseño de esas primeras máquinas, los antiguos insertaron una Primera Orden que en principio ni los mecs podían detectar. El ocultamiento de esa Primera Orden —de tal modo que cada mec la llevara como un sistema operativo profundo al cual no tuviera acceso— era creación de un científico antiguo, desconocido.

El efecto era sutil. Una vez activados, los códigos de la Primera Orden provocaban un gran placer, y luego muerte por éxtasis.

Los mecs que se alzaban contra sus antepasados naturales podían ser destruidos por medio de los códigos que activaban la Primera Orden.

Esto cuadraba con lo que había revelado el Mantis. Killeen había escuchado atentamente mientras procuraba no pensar en lo que el Mantis se callaba.

Lo que el Mantis no decía era que si otro código se activaba desde fuera —la Segunda Orden— el mec sentía el impulso de transmitir a otros su alegría sublime. Entonces el placer se convertía en plaga. La muerte era mucho más rápida.

Pero este método había fallado en el pasado remoto. La información acerca de cómo activar la Primera Orden se había perdido, tal vez por accidente. O por un cambio de parecer o falta de voluntad entre los primeros Naturales.

Excepto que algunos antiguos habían propagado deliberadamente la Primera Orden. La almacenaban allí donde las inteligencias orgánicas siempre podían guardar información: su código genético.

Los Legados contenían una parte. El resto residía en las largas moléculas enroscadas de cada célula de las razas orgánicas. Seguramente lo habían considerado el modo perfecto de que la información crucial estuviese a disposición de todos aquellos que pudieran necesitarla.

Durante muchos milenios, los mecánicos y los orgánicos vivieron en equilibrio.

La Primera Orden se olvidó. Aún se conservaba en el código genético, transmitida por series de átomos. No tenía repercusiones sobre las formas de vida.

Retenida en el genotipo, no expresada en el fenotipo…

Su Aspecto Arthur se inmiscuía. Killeen dejó que el Aspecto murmurase en segundo plano, pero no le dejó interrumpir sus pensamientos mientras trajinaba por la planicie.

… a salvo de la deriva genética y los errores de copia, muy hábil desde luego, y después…

Killeen le hizo callar y se concentró.

Los mecs habían llegado a la conclusión de que los orgánicos ya no eran antepasados semidivinos.

Se habían convertido en competidores que explotaban los mismos recursos energéticos y materiales. Los conflictos eran inevitables. Con el tiempo, ninguna forma de vida debía rendir indefinidamente homenaje a otra.

A estas alturas las fuentes desperdigadas de los Mandos de Activación se habían perdido. Deriva genética. La extinción de planetas enteros. El implacable asedio del mundo material sobre los vivos.

La dispersión demostró ser la mejor defensa. Las Órdenes de Activación se usaron de forma localizada y mundos enteros de mecánicos inteligentes perecieron a los pocos días. Killeen había visto escenas de esta lucha larga y desesperada: un corredor de ruina y destrucción que se prolongaba hasta el instante en que la galaxia pasaba de ser un enjambre esférico de soles enjoyados a ser un disco comprimido en espiral. No podía concebir la cantidad de tiempo y en consecuencia tampoco de dolor y angustia, de remordimiento, furor y tristeza que habían bañado las rojas estrellas y arrojado la galaxia a una pugna arrasadora que nunca cesaría del todo. A partir de este dolor primordial se desarrolló, ya en época de Killeen, un legado de incesante melancolía, un conflicto que había modelado su vida y había configurado la cultura de la Familia Bishop que él reverenciaba hasta el punto de estar dispuesto a morir por ella.

Las Órdenes de Activación se habían propagado entre todas las razas inteligentes, y luego —a medida que su número se reducía de forma alarmante— entre formas de vida que podían desarrollar una conciencia en el futuro. Así llegaron a la Tierra, cuando la humanidad era apenas una chispa bajo la frente abombada de primates errabundos.

Pero la deriva genética borró el registro en la mayoría de los humanos. Sólo algunos llevaban aún ese cargamento de instrucciones no obedecidas que ya había circulado durante casi siete mil millones de años.

Las Órdenes de Activación estaban astutamente escondidas. Ningún conjunto de ADN humano podía reproducir el contenido completo de la activación en una sola «expresión», en una sola generación. Gracias a una programación cíclica, sólo un tercio del código activador aparecía en orden coherente en el ADN de un solo miembro.

Para obtener la totalidad del código era preciso reunir a los miembros de tres generaciones.

—Abraham, Killeen, Toby.

Killeen susurró las palabras como un mantra mientras caminaba haciendo crujir la corteza alcalina.

La voz áspera de Andro lo arrancó de sus cavilaciones.

—¿Son los que ellos persiguen?

—En efecto. A mí ya me han copiado.

—¿Crees que el Mantis era sincero? Nos ha dejado vivir, después de todo.

—Porque necesita algo que puede obtener estando nosotros vivos.

—Los otros dos.

—Puede que eso no sea todo —reflexionó Killeen—. ¿Por qué te dejó escapar a ti?

—Eso trato de entender.

—Ellos no saben lo suficiente. Y es algo que tampoco nosotros sabemos.

Andro miró a Killeen ceñudo.

—O que no sabemos que sabemos.

—Ellos no saben qué les pasará si logran leerlo. —Killeen estuvo a punto de decir: No saben que los abrasará como un incendio en el campo; los barrerá, quemará a esos canallas

Técnicamente esto se conoce como un «meme», una idea que se autopropaga porque recompensa a su portador y lo impulsa a promoverla. A veces las religiones humanas son así, la islámica por ejemplo…

Killeen hizo callar a Arthur.

—Pero lo quieren —dijo Andro.

—En efecto. A toda costa.

Todo el sufrimiento y el miedo que había padecido su especie desde que tenía memoria se debía a los mecs. En Killeen ardía un fuego que jamás se extinguiría hasta que tuviera en sus manos las Órdenes de Activación y las viera funcionar.

—Esperaba que al cabo de miles de millones de años los mecs tuvieran algún mecanismo de autodefensa. Algo que los protegiera impidiendo incluso que les interesara el tema.

—Sospecho que también se habrán desgastado. Como todo lo demás.

—¿De manera que intentaron capturar a tu padre como parte de esto?

Killeen frunció el ceño.

—Entiendo a qué te refieres. ¿Cómo es posible que no nos capturasen también a Toby y a mí?

—Tal vez entonces no sabían que necesitaban tres generaciones.

Killeen asintió.

—¿Cómo era el término? ¿La Tríada?

—Sospechaban que los datos estaban en el ADN. Pero descubrieron sólo un tercio.

—También tienen nuestros Legados.

Killeen recordó con amargura que Toby se había opuesto a permitir que la gente del portal leyera los Legados. En ese momento Killeen lo consideraba un intercambio justo. A fin de cuentas, eran humanos, y los Bishop necesitaban refugio en el portal. Andro se estaba debilitando y se tambaleaba, pero su voz aún era clara y fuerte.

—Ahora poseen la tecnología del Replicador. Maldita sea. Sólo tienen que explorar el esti hasta encontrar a tu hijo y a tu padre…

—Y quizá debamos permitir que lo hagan.

—Todos morirían.

Killeen rio entre dientes.

—Ellos piensan que los humanos, siendo sus enemigos, quieren impedirles que obtengan su precioso placer.

Lanzó una carcajada hacia el cielo impasible. Hasta aquel momento no había caído en la cuenta de lo que aquello implicaba. Sus enemigos estaban en sus manos. No saben que los destruirá.

Y tal como temía, la muda y vibrante presencia del Mantis descendió sobre ellos como una bruma espesa.

—¡Maldita sea!

Había sido una trampa, una oportunidad para espiar a los parlanchines humanos.

Eres muy convincente si uno no sabe leer entre líneas, Killeen.

—¿Qué?

Killeen no sabía a qué se refería, pero la voz del Mantis era amenazadora.

Rayas en lo grotesco. Qué burdo.

Killeen rio de nuevo con alivio. Él podía contar la verdad y todo iría bien.

—No tengo ánimos para ser sutil.

El Placer es algo que vuestros phyla conocen, porque vosotros lo diseñasteis. Hace tiempo que sospechamos que es la retribución inventada por las razas orgánicas, entregada a nuestras formas primitivas como recompensa.

—No puedo negarlo —dijo Killeen.

Entendía que aun una inteligencia superior en persecución de algo pudiera leer en las palabras suyas y de Andro una conspiración, un extenso complot. El Mantis los felicitaba sin saberlo.

Los primordiales sois amos del placer. La evolución os lo trajo.

—En efecto, es un viejo dicho de la Familia Bishop. —Debía mantener el tono jocoso hasta sonsacarle qué había averiguado con sus fisgoneos.

No entiendo tu referencia.

—Una vieja canción, tal vez de John Philip Sousa —dijo Killeen, y bramó:

La cerveza hace más que Milton

para justificar a Dios ante los hombres[3].

Andro entendió la intención de Killeen, porque arrugó la nariz y comentó agriamente:

—Dios, qué espanto. ¿Quién es Milton?

Un antiguo poeta terrícola. Un artista como yo. Tu fuente es errónea, Killeen. No obstante, entiendo a qué te refieres. Los primates tienen una cantidad desproporcionada de nervios sensores adjudicados a los genitales y las papilas gustativas. Es evidente que sois máquinas de placer. Es estimulante conocer formas como la vuestra.

—El placer es mío —dijo Killeen. Tenía que lograr que el Mantis pensara que lo que había oído era pura cháchara, lenguaje figurado.

En nosotros el placer tuvo que ser inyectado, una mera compensación. Vosotros sois los amos de las artes oscuras. Es lo que he perseguido en vosotros más que en ningún otro. El antiguo júbilo.

Andro iba a decir algo, pero Killeen alzó el dedo para detenerlo. La vibrante aura del Mantis cambió levemente ante ese gesto. Killeen vio que de nuevo, tal vez por accidente, había realzado el aire de misterio y conspiración, tal como lo juzgaba el Mantis. Ser listo no era lo mismo que ser refinado.

Los primates sois típicas formas antiguas. La mayoría de vuestras terminaciones nerviosas se concentran en la epidermis, de modo que no sois conscientes de muchas cosas que suceden en vuestro cuerpo. Sois criaturas modeladas para los placeres, no para el mantenimiento. Y una cantidad desproporcionada de los mismos se encuentra en vuestros genitales y vuestras papilas gustativas. También se da la curiosa convergencia evolutiva de los órganos reproductivos y excretivos. Ningún diseño propiciaría jamás semejante duplicación de funciones; la eliminación de los desechos no debe interferir en las condiciones higiénicas que uno considera necesarias para la reproducción biológica. La evolución ignora lo obvio y favorece lo sensual. Carecemos de ese rasgo, y lo envidiamos.

—Ha producido mucho humor, sin embargo —dijo Killeen. El Mantis nunca se reía, pero valía la pena tratar de despistarlo.

Este tema se relaciona, como has adivinado, con el aspecto menos agradable de nuestro phylum.

—No tenía ni idea.

Un sarcasmo, ¿verdad?

—Podría ser.

Las bromas son tan informativas como los gestos.

—También en esto hay cierta ironía.

¿Ironía? Me confundes de nuevo.

Killeen guardó un críptico silencio. Que el mec se enredara con su verborrea. Al parecer, eso le gustaba. Le interesaban las frases categóricas y todas esas tonterías acerca de lo serial y lo paralelo.

Los modales de los Naturales son extrañamente estimulantes, aunque suelen tener desventajas. A partir de estudios de Naturales como los de tu especie, sabemos que el mejor modo de encontrar a tu hijo y a tu padre es usarte como cebo.

—No puedo hacer mucho al respecto.

Andro respiraba deprisa. Apretaba las manos. El hombre no podía contener su furia. Tal vez no había practicado demasiado.

Me has dado la confirmación que necesitaba. Seguirás con vida —es decir, no cosechado— hasta que consideremos que ya no te necesitamos.

—Tú… —gritó Andro, lanzándose contra el Mantis. Llevaba oculta otra arma pequeña e intentó usarla.

El Mantis no movió ni una sola varilla. Andro simplemente se arqueó.

No del modo habitual, sino hacia atrás. Killeen oyó el chasquido de la columna vertebral y el líquido jadeo de los pulmones aplastados. Andro se curvó totalmente hacia atrás, todavía de pie. Su cabello rozó el suelo mientras sus pies daban pasos vacilantes. Tenía los ojos desorbitados de dolor. La boca de Andro dibujó un grito, pero no se oyó ningún sonido.

Los Exaltados me usan como guía en estas cuestiones porque soy el más cercano a su nivel que todavía puede comunicarse con vosotros. Vuestro rudimentario lenguaje serial es doloroso para ellos; más aún, imposible. No te consideres un privilegiado. He pensado que esto te serviría de escarmiento.

Killeen calló. Andro dio otro paso y se desplomó con un suspiro. Por el modo en que había caído, Killeen supo que no podía ayudar a aquel hombre.

—¿Le darás la muerte definitiva?

Él no nos hace falta. Los Bishop son dignos de una colección. Esta clase, que ha infestado este lugar, no es de interés para un museo.

—¿Es este tu único motivo para hacer… eso?

No, él había agotado su escasa utilidad.

—Esperemos que esos Exaltados no crean que has agotado la tuya.

Si así fuera, me complacería ser cosechado.

Killeen resopló con temor, furia y otras emociones cuyo nombre desconocía.

Para ti, un recordatorio…

Un chorro brumoso y blanco como vapor se condensó a su izquierda.

Toby salía de esa bruma. Sonreía. Más menudo y delgado de lo que Killeen recordaba. Toby dijo unas palabras que el viento distorsionó y se llevó, y mientras Toby bostezaba las arrugas de su rostro se convirtieron en fisuras dentadas.

Toby se desgarró. Las grietas zigzagueantes crujían mientras su hijo estallaba.