E
sta vez el Mantis era más grande.
Killeen había estado antes allí. En la isla de arena ondulante que flotaba imposiblemente en un mar azul.
Killeen nunca había visto una extensión de agua mayor que un estanque hediondo y moribundo. Conocía el mar sólo por su inmersión en el Mantis. La cosa lo había atrapado años antes en Nieveclara y sin dificultad había rodeado la mente de Killeen con la suya.
El osario de cráneos humanos también estaba allí, y esta vez Killeen lo atravesó, haciéndolo crujir bajo las botas.
El suelo fluctuó un instante, recobró la solidez.
Y, súbitamente, Andro lo acompañaba y ambos cruzaban la inacabable isla de arena tratando de llegar al mar. Pero Killeen deseaba subir por el flanco empinado de arcilla y Andro lo seguía jadeando. No dejaba de mover las piernas y los brazos. Una parte de él seguía en la hondonada y otra estaba allí, embargada por la certidumbre de que esta vez moriría en las garras del Mantis.
Espero que mi lección haya sido clara.
El seco cascabeleo del Mantis resonó en su mente con algo que superaba la acústica.
—No somos tan lentos como crees.
Siempre he disfrutado de vuestro humor, que se manifiesta aun en las circunstancias más difíciles.
Killeen no veía al Mantis. Los humanos rara vez lo veían. Podía estar a un brazo de distancia o desperdigado en una red del tamaño de un planeta. O ambas cosas.
Es un placer ser nuevamente el receptáculo de tus archivos.
—¿Qué es esto…? —rezongó Andro, pero Killeen le hizo callar.
Aún hundían los dedos y los pies en la arcilla, avanzando cuesta arriba. En alguna parte.
—¿Qué quieres?
Sin duda crees que sólo estoy aquí para matarte.
—No creo que hagas nada de forma tan sencilla.
Una vez más saboreo los deleites de una retórica ambigua. No obstante, soy sencillo.
—No para mí.
Conozco todos mis pensamientos. Me conozco por entero. ¿Qué puede ser más sencillo?
—Dejarnos en paz sería un buen comienzo.
No puedo. Sois la materia prima de mi trabajo como artista. Ahora bien, por desgracia la tosca supervivencia se inmiscuye aun en este ámbito protegido. Acudo a ti en busca de ayuda.
Killeen se echó a reír. Se encaramó a una grieta donde pudo agacharse para tenderle una mano a Andro.
Usas perfectamente bien tu rito de simulación de la inmortalidad.
Killeen rio de nuevo. Cualquier cosa con tal de mantener entretenido al Mantis.
Es una maravillosa adaptación a vuestra difícil situación. Como su descubridor, me siento sumamente orgulloso. Mis superiores me han felicitado.
—¿Por «descubrir» que nos reímos?
No, no. Por descubrir lo que significa. Durante ese breve instante de tartamudeo vocal vosotros vivís como nosotros. Fuera de las garras del tiempo. De la mortalidad.
—¿Qué quiere?
La aterrada voz de Andro obligó a Killeen a mirar hacia abajo mientras el hombre buscaba donde apoyar el pie. Andro sudaba y ponía los ojos en blanco. A pesar de todo, pudo escalar. Sus nudosos músculos sobresalían.
—Nos quiere a nosotros. Una porción. Aunque tal vez en esta ocasión quiere todo el pastel.
Ojalá pudiera ceñirme a mi arte. Lamentablemente, estás en lo cierto. Estoy aquí para obtener información de ti, y tal vez una última muestra.
—Carezco de nueva información.
Quiero que entiendas que comprendo tu necesidad de hablarme de esta manera. Capto las necesidades de una inteligencia dirigida centralmente, aunque no soy una de ellas. Soy un estudioso y un artista, y sé valorar las antiguas necesidades y estructuras que tú representas.
—Me represento a mí mismo, eso es todo.
Necesitas —más aún, deseas— la autonomía del sentido del yo. Te admiro por ello, de veras. Pero ahora tengo poco tiempo y debo ser directo, sin sutilezas.
—No pensamos ayudarte, maldito seas —protestó Andro con voz trémula.
Yo también puedo ayudaros. Tú, Killeen, buscas a tu hijo y a tu padre. Yo también.
—¿Para qué? —preguntó Killeen con cautela.
Información. A fin de cuentas, todo es información.
—No es comestible.
Para nosotros sí, al menos en un sentido amplio. Te recuerdo que la termodinámica nos gobierna a todos.
—No sé qué diantre es eso, pero me huelo una mentira a gran distancia.
Tus antepasados conocían nuestras similitudes, aunque debo admitir que carecían de tu talento para ser directo. Debo apresurarme. Escucha. Los primates portáis datos que necesitamos para proseguir la búsqueda de una antigua obsesión. Hay relatos de la ciencia creados por las primeras formas orgánicas, las que diseñaron las formas mecánicas. Producen un gran placer a los de nuestra especie. Una alegría exquisita, legendaria. Y, según ciertos relatos, es inconmensurablemente peligrosa. Eso busco.
—¿Buscas llegar alto? ¿De eso se trata?
No es una meta trivial. Los Exaltados de mi orden la consideran una búsqueda muy meritoria. Tienen acceso a informes muy antiguos y no del todo fiables que cuentan que muchos de nuestra especie se extinguieron al entrar en contacto con esta información.
—¿Se suicidaron?
Killeen se veía y se sentía avanzando por la tosca ladera de arcilla, pero también suspendido en una bóveda negra y helada donde las palabras del Mantis llegaban con gran celeridad.
Perecieron. Sin emitir un solo grito de agonía. Algunos sospechan que experimentaron placeres que no podían soportar.
—Mmm. Conozco esa sensación. Pero todo pasa.
Entiendo. Esto es ironía, ¿verdad?
—No, sarcasmo.
¡Estos idiomas posicionales indeterminados! Son ricos en significado. Cautivador. Quisiera saborear más.
—Eres sordo a las insinuaciones, ¿verdad?
Supongo. Mis aptitudes en lenguaje serial son todavía…
—¿Tan difícil os resulta ser condescendientes?
Estrecho pero lleno de matices. Pero esta discusión sobre el arte deberá esperar. Por el momento debemos intercambiar información.
—No tengo nada que decirte.
Te recompensaré con información que necesitas. Creo que esto es lo lógico según tus arquitecturas imperativas.
Killeen se detuvo en la ladera empinada, resopló, y la parte de él que estaba suspendida continuó:
—Ignoro el paradero de Toby y Abraham.
Sin embargo, puedes contribuir a descubrirlos. Si ellos pueden ayudarnos a desentrañar este placer arcano, entonces os reuniremos a todos.
—¿En vida? ¿O en alguna de tus obras de arte?
En vida y en tiempo real, te lo aseguro.
—¿Y pretendes que te crea?
Digo toda la verdad en la medida en que es posible hacerlo con representaciones seriales tales como vuestra modalidad acústica. Además, no creo que tengas alternativa.
—¿Por qué?
Vosotros, seres mortales, valoráis vuestro yo congénito como esencial. Entiendo plenamente por qué, y lo considero algo de gran valor, una actitud estética e intelectual que nuestra especie ha olvidado, quizá lamentablemente.
—¿De modo que nos matarás a menos que coopere?
Claro que no. Pero puedo usaros de maneras que resultarán amenazadoras para tu yo.
Killeen podía imaginarse los usos que el Mantis tenía en mente. Había visto a Fanny reducida a una grotesca parodia de sí misma. Aquella conversación era extrañamente cortés y Killeen sospechaba que escondía algo.
—¿Qué quieres de mí?
Ya he satisfecho la mayoría de mis necesidades a medida que se realizaba esta interacción. He asimilado tus reacciones a medida que las provocaba.
Killeen parpadeó.
—¿Para… qué?
Para realizar simulacros. Hemos empleado la instalación que denomináis Restaurador. Ya conocíamos muchos de estos métodos, pero hay matices que ha introducido vuestra especie. Una lógica biológica. La hemos aprendido. Descubrirás que aprendemos rápidamente.
Killeen se aferró a un saliente de la ladera y respiró acompasadamente mientras sus manos asían la piedra. Una oscuridad plomiza crecía en la parte de sí mismo que estaba aislada y suspendida.
—¿Para hacer copias?
De ti. Nos ayudarán a todos.
—¿A encontrar a Toby y Abraham?
Toby es el más importante. Él lleva información que consideramos relevante para la Plaga del Placer.
—¿Así la llamáis?
Nuestros escasos datos sugieren que este Trastorno del Deseo puede contagiarse como una de vuestras enfermedades. Es otro rasgo curioso que debernos investigar.
—Me parece que será mejor que lo dejes así.
Creo que entenderás que no podemos permitir que un rasgo elemental de nuestra constitución como este se nos escape. Lo sabemos todo sobre nosotros mismos, tal es la naturaleza de las inteligencias superiores. Vosotros no os conocéis a vosotros mismos. Gran parte de vuestro exótico arte y vuestra caótica creatividad surge de ello, en mi opinión. Pero debes admitir que os encontráis en una etapa primitiva y burda del desarrollo. Los sistemas sin «subconsciente» ni elementos autónomos son mucho más funcionales. Así que deben conocer todas las facetas de sí mismos para mejorar.
Killeen resopló con desprecio. Más cháchara.
No niego que yo/nosotros os hemos utilizado para nuestros propios fines.
—Aunque nosotros pensáramos de otro modo, ¿verdad?
¿Te refieres a tu fuga de Nieveclara en el Argo?
—Te hicimos trizas con el escape.
Destruisteis esa manifestación de mí, sí. Pensé que os causaría cierto placer. Y fortalecería tu posición ante tu tribu.
—Me imaginé que sería una artimaña, de todos modos.
Killeen recordaba la celebración de los Bishop después de rociar al Mantis con plasma puro. Satisfactorio, pero siempre lo había intrigado un poco.
Ese papel se reflejó en mí. Yo os había estudiado como obras de arte durante muchas generaciones. Cuando los Exaltados decidieron ensamblar los fragmentos existentes del acertijo de la Plaga, delegaron en mí el estímulo de vuestra fuga. El Argo se habría autodestruido si hubiéramos intentado leer los Legados. Aún más difícil habría sido desplazar el Argo hasta aquí, hasta el esti, y traer también los conocimientos de las miriapodia.
El ascenso estaba agotando a Andro y a Killeen no le gustaba la expresión desquiciada que veía en su rostro sudoroso. Andro estaba acostumbrado a las ciudades y los mecs las habían destruido en minutos. Tardaría en resignarse. Esa era la diferencia entre una vida nómada y una vida totalmente sedentaria entre edificios y pertenencias donde se cultivaban los gordos hábitos de la mente. Killeen llegó al borde del barranco y rodó sobre la planicie, jadeando.
—¿Todos forman parte de ello? Parece complicado.
La historia lo es. Las miriapodia eran —tal como predijeron los Exaltados— esenciales para que vosotros llegarais a este lugar. Ellas no son portadoras de la Tríada, pero constituyen una útil forma orgánica mixta. Algunos de nosotros creemos que las miriapodia pueden recapitular una modalidad transitoria de vida que dio origen a nuestro phylum, un puente entre nosotros y vosotros. En todo caso, ya han cumplido su misión esencial para nosotros y serán eliminadas, pues ahora consumen recursos.
—Parece que la competencia es dura.
Killeen estaba tratando de encontrar una escapatoria y lo único que se le ocurría era lograr que el Mantis siguiera hablando.
No es preciso que haya engaños entre nosotros. Sabes que tú seguirás el camino de toda carne. Aun así, como ya te he ofrecido, puedes ser endiosado en mi/nuestro arte. Es el destino más elevado que podéis anhelar los vertebrados soñadores.
—Creo que podemos lograr algo mejor. Y al menos sería nuestro logro. Pero no lo entenderías.
Andro temblaba de agotamiento y no podía trepar el último tramo de la cuesta. Killeen rodó a la izquierda y le cogió la mano. Andro se aferró del borde y aspiró el aire, el rostro rojo, los ojos en blanco.
Como coleccionista y artista, es mi deseo tomar muestras de Abraham y Toby y grabarlos a ambos. Es la Tríada que los Exaltados han podido sacar de los datos arcaicos desperdigados. Hay una intersección entre la Plaga del Placer y las líneas genéticas de vuestro primitivo phylum. Ya tengo tu registro genético como parte de mi investigación para la escultura Fanny. Luego intenté…
—¿Me tienes a mi? —protestó airadamente Killeen.
Su Aspecto Arthur le presentó una imagen de dos hélices entrelazadas e inició un tedioso sermón sobre los genes, pero Killeen lo obligó a callar.
Registré el Argo buscando restos de piel, caspa humana, pero no pude confirmar que nada perteneciera a Toby. Y no pudimos encontrar a tu padre en vuestra Ciudadela.
Killeen miró rápidamente a su alrededor. No había nada en la planicie árida. La curvatura del esti se prolongaba, borrosa a lo lejos. No había escapatoria.
—Yo tampoco pude hallarle. Supuse que estaba en uno de los edificios derrumbados.
Excavamos infructuosamente. No tenemos ningún método fiable para extraer el ADN y saber si era de Abraham. Pero la Mente Magnética llevaba señales de él que procedían de alguna parte de este lugar.
—¿Cómo se os escabulló, si sois tan absolutamente poderosos?
Hay otras fuerzas jugando esta partida… por usar una imagen que vuestro phylum utilizaría.
—Me alegra oírlo.
¿Esa cosa entendía el sarcasmo?
Algo concentró en la ciudadela de los Bishop una densidad energética que excedía nuestras aptitudes. Transportó a Abraham, aparentemente intacto.
—Buen truco.
Killeen ayudó a Andro a incorporarse. El hombre miró a lo lejos con los ojos desorbitados y murmuró algo. Killeen siguió su mirada y detectó una estructura resplandeciente. Líneas intrincadas y rectas titilando con inquieta energía.
Andro parecía estar bien. Sus sistemas, aunque inestables, se mantenían en mejor estado que los de Killeen. Señaló.
Allí había algo. Rápido. Espasmódico. Era más una transparencia móvil que una estructura. Algunas de sus partes se disipaban un instante y regresaban, y él no entendía cómo.
Andro tenía un arma escondida en el codo. Killeen ni siquiera la había reconocido como tal. Lanzó algo contra la forma que estaba en el horizonte. Killeen lo percibió como un relámpago en su sistema sensorial. Andro se sentó repentinamente. Sin un sonido, pateó el suelo con las botas. Parecía que estuviera bailando y hubiera cometido el error de acostarse primero. Su rostro no denotaba preocupación. Unía las manos como si rezara. Sus piernas seguían tamborileando frenéticamente. Cubierto de sudor, respiraba pesadamente, con rostro impasible. Se puso a parpadear con rapidez.
Se detuvo. Relajó brazos y piernas. Soltó un largo suspiro y cerró los ojos.
Killeen notó que el Mantis se alejaba, pues su sistema sensorial se vació de colores y recobró la calma. No se movió hasta que la presencia se marchó y Andro empezó a hablar. Estuvo hablando un buen rato, y nada de lo que decía tenía sentido.