S
e arrastró por una cuesta lodosa con la esperanza de no destacar contra el fondo térmico. El aire era espeso y húmedo y eso le ayudaría. Quizá.
Killeen pensó una vez más que se había pasado la vida huyendo de ciudades destruidas.
Retirándose de las ruinas quemadas y arrasadas de la Ciudadela, sí, lo recordaba claramente. Ese día parecía encontrarse en el fondo de un corredor de ruina y destrucción que se prolongaba más de lo que duraba la vida de un hombre. Evocó nombres de lugares favoritos donde había jugado cuando niño y aprendido como hombre.
La avenida, el Mercado Verde, el Reposo de las Tres Damas. De ellos sólo quedaban los dientes irregulares de paredes rotas que silbaban en el viento frío.
Esta vez no era diferente. Los mecs habían destrozado la ciudad portal tal como una costurera arrancaría los brazos de un vestido: de un modo profesional, rápido y certero.
«¡Cermo!», transmitió.
Ninguna respuesta. Aunque quizá lo más inteligente fuera no responder.
Los mecs que entraron por el portal no se parecían a los que Killeen había visto antes; podían hacer muchas cosas mortíferas. Killeen ignoraba cómo habían apagado los circuitos de los Bishop. Todo se desbocó y alguien parloteaba en todas las bandas, presa del pánico. Un relámpago se condensó en el aire, rápido como un jadeo, y ese Bishop murió.
Killeen se ocultó bajo unas ramas. Allí los árboles no se parecían a los que había en Nieveclara. Se inclinaban hacia la brillante piedra de tiempo. Cuando una zona se oscurecía, los árboles giraban hacia otro retazo radiante. Se desplazaban como sabias criaturas de muchas manos, abriendo las palmas al resplandor.
Killeen avanzó agazapado por una loma baja. Desde allí pudo echar un vistazo al vasto complejo por donde los Bishop habían ingresado en el esti.
Trepó por un borde rocoso. Durante sus largos años de fuga había aprendido a no exponerse a la detección siempre que pudiera esperar a que el enemigo se alejara. Pero tenía que encontrar a su gente. Nadie más podría reunir a la Familia. Jocelyn y Cermo eran buenos suboficiales pero se pasarían el tiempo tratando de encontrarlo. Asomó la cabeza por encima del borde, se tocó dos veces el incisivo derecho y se agachó. Eso congeló la imagen en su retina; así tendría tiempo para estudiarla.
El complejo del portal era la mayor construcción que había visto, aparte de las ruinas de un Candelero. Su intrincado funcionamiento había deslumbrado a los Bishop, pero los mecs lo hicieron trizas en cuanto irrumpieron allí. Ahora las restantes matrices hexagonales se estaban derritiendo. La enorme losa burbujeaba y resbalaba exhalando un vapor pardo.
Killeen observó la imagen fija pero no vio señales de los Bishop. Luego oyó un ruido.
Rodó hacia la izquierda y envió una señal inquisitiva.
—¡Ah! —Un grito agudo.
Proyectó una antena de rayos hacia el grito y vio que era Andro.
—¡Maldita sea! ¡Eso duele!
—Tienes suerte de estar vivo. Podría haberte disparado.
—¿Eso ha sido una pregunta? Me podrías haber destruido las placas.
—Eres demasiado blando —dijo Killeen, oteando el terreno. Aproximarse por detrás de los humanos que se acercaban era un viejo truco de los mecs—. Menos circuitos para que nos rastreen los mecs.
Killeen miró al hombre flaco. Andro iba prácticamente desnudo y no tenía mejoras visibles.
—Tampoco tienes armas, por lo que parece.
—Soy un hombre de leyes, no un combatiente.
—Trata de usar tus leyes aquí. O de recaudar impuestos.
—Tus disparos tampoco han servido de mucho.
Volvían a la discusión de siempre, notó Killeen distraídamente. Porque no podían hablar sin rodeos de lo que acababa de suceder.
—¿Has visto a mi gente?
—Eso creí.
—¿Heridos?
—En fuga. Sois demasiado corpulentos. Sois un buen blanco.
—No he notado que a tu gente le fuera tan bien. Andro cabeceó.
—No sé dónde encontrar a mi mujer. Mi hijo se marchó a Thermograd hace dos días, así que supongo que está a salvo.
—¿Es un portal? ¿Cómo tu ciudad?
Andro pestañeó.
—Ah, entiendo.
Killeen asomó la cabeza por encima del borde una vez más y observó sombrío el resultado. La ciudad se había derretido. Andro era un hombrecillo irritante pero no tenía sentido decir lo obvio. Era probable que los mecs atacaran todos los portales del esti que pudieran encontrar. Eran sistemáticos. Cuando habían decidido destruir la Ciudadela Bishop atacaron también a las demás Familias. Thermograd no sería diferente.
—En marcha. Debo encontrar a mi Familia.
Andro quiso echar un vistazo más allá del borde, pero Killeen lo agarró para detenerle.
—No vale la pena.
—Quiero echar una última ojeada.
—Yo tengo escudo. Tú no.
—Tu tecnología es una tontería en comparación con la de ellos.
—Seguro. Pero sólo los niños corren riesgos innecesarios. Si te ve un mec…
Andro se zafó y trepó por la cuesta. Echó una rápida ojeada y Killeen lo soltó en vez de arrastrarlo. Cuando el hombre regresó, su expresión le indicó a Killeen que ahora estaría bien. Andro pertenecía a otro pueblo, pero sabía cuándo largarse y dejar ciertas cosas atrás.
—En marcha —dijo Andro.
—El movimiento llamará la atención.
—Dudo que eso suponga una diferencia para esta especie.
—¿Sabes mucho sobre ellos?
—Tenemos algunas estimaciones de inteligencia. Datos externos por la línea temporal. Estamos más arriba en el gradiente del esti, así que estamos más cerca de sus avances tecnológicos.
Killeen sabía que el Argo había ingresado en el esti siguiendo un curso sinuoso por la Negrura Lejana, el nombre que daban los lugareños a la región que giraba en torno a la gorda cintura del Comilón. Y en las ciudades-portal el tiempo era más lento que en el exterior, según el espacio-tiempo «plano». Los lugares que se hallaban más adentro en el esti eran aún más lentos, aunque «adentro» no era la palabra adecuada, por algún motivo geométrico que él no alcanzaba a comprender. «Vecinos» se aproximaba más a la verdad.
Killeen se detuvo para inspeccionar su arma.
—¿Puedes olerlos?
—A veces. La mayoría de los mecs se internaron más en el esti después de bombardearnos con esa viscosidad.
—Vi cómo alcanzaba a algunas personas. —Se habían convertido en un líquido sulfuroso mientras él miraba sin hacer nada—. Sólo un par de gotas.
Killeen terminó su repaso y se preguntó qué hacer con aquel hombre. Había ordenado a todos los Bishop que se pusieran equipo de campaña en cuanto Andro le contó que estaban recibiendo emisiones mecs desde la Negrura Lejana que había más allá del portal. Dados los efectos de dilatación temporal, fue la única advertencia que recibieron. Aunque por cálculos físicos los mecs tendrían que penetrar siguiendo una trayectoria tortuosa en la ergosfera del Comilón, aquel complicado descenso se reducía a sólo una hora de tiempo esti local.
Killeen era capitán de los Bishop, pero por una costumbre secular cargaba con el equipo igual que los demás. Llevaba sobre la espalda el sistema de registro topográfico que había usado en Nieveclara. Según la tradición de la Familia, el portador de los registros era el primero en caer. Los mecs cazadores —lanceros, halcones, cascabeles, merodeadores, culebras— hacían rebotar sus graves voces ululantes en el registro topográfico. Luego lo rastreaban y arrojaban cuchillos electromagnéticos.
—Estos mecs son diferentes —reflexionó Killeen.
—Una nueva especie —asintió Andro.
Killeen sintonizó sus tobilleras. Como casi todo el equipo de los Bishop, estaban hechas de mecmetal flexible. Desde hacía generaciones los artesanos Bishop dependían de la mectecnología. Él había pensado en mejorar su equipo en la ciudad-portal, pero ahora se alegraba de no haber comprado los cascos de doble protección ni aquellos guardacaderas.
—Deberías tener un equipo mejor —dijo Andro, estudiándolo.
—Ir demasiado cargado es un derroche en el campo. La velocidad es la mejor defensa.
—No somos muy veloces, aquí sentados.
—Opinas demasiado, para ser un comandante de escritorio.
—He visto a muchos tíos de la Agachada ir y venir.
—Los Bishop somos diferentes.
Andro adoptó una expresión grave y sombría.
—Eso aprendimos en el Replicador. Esos Legados vuestros… quién lo habría adivinado.
—No acabo de entenderte —dijo Killeen con precaución. Quería ver si le sonsacaba algo. El hombrecillo apenas le llegaba al cinturón. Tal vez su talla bastara para intimidarlo.
Andro sonrió sin ánimos.
—Vamos, no te oculto nada.
—Tenemos que hallar a Toby y Abraham.
—La «Tríada». ¿Esa era la expresión? Imagínate, poner un mensaje a tal profundidad que no pueda expresarse abiertamente en una sola copia del código. Habría pensado que el genotipo…
Killeen ya no pudo entender la jerga de aquel hombre. La información biológica era tan abrumadora que lo mareaba. Le bastaba con entender que la gente llevaba la información genética en hélices dobles; no necesitaba asociar a ese dato montones de palabras sin sentido.
Imágenes. Así pensaba Killeen. Las palabras sólo eran maneras de engañar a la gente.