I
ntentó una y otra vez salir de la Vía. Ruidos rechinantes y ecos sordos retumbaban en la bóveda celeste, y supo que los mecs no andaban lejos. Su sistema sensorial estaba en buenas condiciones porque se lo habían reparado en la estación de campaña. Detectó llamadas distantes de ayuda y siguió su camino sabiendo que no podía hacer nada.
Llegó a un río y vio que conducía a un desfiladero. Encontró unos árboles de una especie que desconocía, los taló y construyó con ellos una balsa. Zarpó en ella. Tal vez los mecs no lo detectaran tan bien en el agua, y siempre podía tratar de ocultarse bajo la superficie. Era una esperanza débil pero se aferró a ella.
Entre la bruma vio confusamente gente de piel blanca y arrugada cuyas carnes fláccidas colgaban de músculos gruesos. Tenían en el rostro ampollas coronadas por un vello negro. Toby sintió repugnancia, pero no por la gente, que ya no estaba allí cuando volvió a mirar.
Sintió un retortijón en el estómago. Se arqueó, vomitó. Gotas de bilis colgaban cerca de él como lunas.
Así supo que estaba cayendo. O que no había gravedad en aquel sitio, lo cual era más o menos lo mismo, según Quath.
Por todas partes se erguían abruptos peñascos de piedra de tiempo que irradiaban un calor furioso. El agua se convertía en vapor.
Recobró el peso. Lo golpeó una corriente fría y rápida. Gritó desesperadamente, no de miedo, sino en un frágil gesto humano contra la acuciante extrañeza. Sonaron ecos. Pares de ecos, uno metálico y otro que retumbaba tan fuerte que la última parte de su llamada encontró la primera parte al regresar, ahuecada.
Volvió a perder peso.
Vapor. Silencio. Gritó y no pudo oírse. El aire algodonoso lo arrebataba todo sin devolver nada.
Había una tenue concatenación en el pensamiento, notó, que comenzaba con ver algo perceptible, que a su vez le hacía ver algo que no era manifiesto, lo cual finalmente le hacía ver algo que ni siquiera era visible, si lo hacía bien. Así fue como sintió y vio dónde estaba. Un fulgor enmarcado le indicaba que él y un río emergían del suelo.
¿Una nueva Vía del esti? Oyó voces al salir de aquel río encajonado. Eran diferentes de las melodías burbujeantes del río rutilante que lo aguardaba. Contra un peñasco curvo el río se internaba en rumorosas profundidades, volviéndose sobre sí mismo para decir las cosas de nuevo, asegurándose de haberse comprendido a sí mismo.
Toby no podía respirar. No quería hacerlo. El río brillante, grácil y parlanchín, excesivamente amistoso, lamía ambas orillas con espuma blanca para que ninguna de las dos se sintiera descuidada.
El agua se convirtió en gelatina y luego en un vidrio líquido de lentitud inconmensurable. Toby tamborileó sobre él. Un panel se desprendió y se hizo trizas. En su impacto florecieron y gritaron astillas de momentos muertos. Estallaron en gotas diminutas. Cayeron ruidosamente al suelo. Se elevaron en llamas moribundas.
Toby las pisó y entró en una nueva Vía.
Una humedad crepitante le azotó el cabello. Su náusea se convirtió en acidez estomacal. Las sensaciones le raspaban la piel. El río que había sido una especie de aire congelado brotó de sus pulmones.
Durmió un buen rato y, cuando despertó, trató de deducir cómo había sobrevivido.
Los acontecimientos tenían una fuerza motivadora que chocaba con otros acontecimientos, todos fuera de la imaginación o la comprensión humanas. Para atravesar esas épocas, cuando las causas parecían precipitarse sobre él desde gran altura, aprendió a permanecer firme, a mantener el equilibrio mientras el rápido curso de lo inimaginable se deslizaba junto a él. Él seguía momento a momento, guiado por la imposibilidad. Un pie adelante, luego otro, cauto y aprensivo.
Sucedieron cosas y notó que sucedían, pero fuera de ese dato abrumador no tenía contacto con ellas, ninguna pista sobre su causa o su sentido. Tal vez no tuvieran ninguno. Tal vez allí no tenían sentido esas ideas. A fin de cuentas, eran conceptos humanos. Aunque en aquel lugar había humanos, no les pertenecía.
El esti no se correspondía con el modo primate de ver el mundo, eso seguro. Los que atravesaban aquellos acontecimientos cegadores, pensó, realizaban una travesía inimaginable, pero dentro del marco de la experiencia. La concreción de lo increíble. No podían comprender qué les había sucedido.
Tal vez la única cosa parecida a aquello fuera la muerte, la muerte definitiva, la última cosa que se experimentaba y nunca se comprendía.