4 - Carroña

T

oby miró la pradera donde el calor hacía vibrar el aire. Había aprendido mucho y sólo lo había pagado con una pequeña herida en el costado y algunos cortes. Una ganga.

Ahora sabía que si alguien recibía una herida en las nalgas o la parte carnosa del muslo, o la pantorrilla, podía hablar con toda claridad. Incluso se aproximaba a otros heridos y demostraba verdadera preocupación por ellos, o por el semblante desconsolado de quienes se reunían a su alrededor.

Pero si alguien recibía un impacto fuerte, se alejaban. Un disparo en el vientre, un hueso roto, la pérdida del control de los brazos, el cuello y la cabeza —heridas comunes provocadas por los mecs—, y los heridos se aferraban el cuerpo, clavando los ojos en espacios que los demás no podían ver.

Los depredadores mecs volantes eran los peores. Toby tardó un rato en entender qué hacían esas formas pequeñas a lo lejos.

Primero vio una cuña triangular blanquinegra que volaba a ras del suelo. Se posó sobre la pierna de un caído y trepó hasta su cara. Dos triángulos ladeados se movían sobre un eje común. Paneles que recogían luz negra erizados de sensores blancos, cubiertos de enlaces nudosos.

Toby creyó que era simple curiosidad, pero luego el mec ladeó la cabeza, la apoyó en la frente del hombre y Toby supo qué hacía. Durante unas horas, antes de que el hombre se pudriera, su yo sería extraído mediante un rayo.

El pájaro nervudo se movió sobre la cara muerta. Sus paneles se deslizaban sobre la frente, buscando, leyendo.

El cuerpo se sacudió una vez más cuando el lector tocó un centro motor activo. Luego se quedó tieso; la personalidad del hombre se desplazó en un torrente hacia la cosa que tenía posada en la cara.

Toby le disparó una ondulante lengua de infrarrojos. El rayo frio los panales solares desprotegidos. El triángulo negro se puso marrón. El carroñero dio dos pasos tambaleantes y cayó de costado.

Toby se acercó cautelosamente. Separó al mec del cadáver y pisoteó los sensores. Era una criatura reluciente e intrincada, una maravilla de determinación comprimida, ahora manchada y abollada. Emitió un chasquido cuando Toby le hundió el talón en la espina dorsal.

Lo que el mec había succionado de aquel hombre ya estaba perdido, tanto para los humanos como para los mecs. Pero al menos ese hombre que se enfriaba en el lodo no resucitaría como un juguete grotesco.

Al cabo de una hora, Toby vio una silueta rectangular planeando en lo alto. Descendía lentamente. Toby la siguió. Había oído una serie de detonaciones desde un risco distante. La había rodeado, escudándose tras los árboles retorcidos, pero sentía tanto odio por los carroñeros que no quería dejar escapar a este.

Era más grande, con un flaco cogote de cables que controlaban una cabeza con paneles de búsqueda. Aleteaba tranquilamente en el cielo, sin arriesgarse. Toby se acercó y oyó otra detonación. La criatura metálica giró en el aire y bajó como una tromba.

Esta vez la víctima era una mujer y no estaba muerta, pero había perdido el control de ambas piernas. La criatura se posó.

Miró a su alrededor con rápidos ojos de cristal y caminó hacia la mujer.

Se abalanzó sobre ella antes de que Toby pudiera impedirlo. Él miraba desde la arboleda y quería dispararle, pero temía lastimar o matar a la mujer.

La cosa se posó sobre la cabeza de su víctima, que debía tener el cuello lesionado porque no se volvió para mirarla. Toby notó que el sistema sensorial de ella oponía resistencia, pero no sirvió de nada. La mujer puso los ojos en blanco: pánico, temor o desvarío. Encontró entonces un modo de moverse y rodó para alejarse de las láminas movedizas.

Quizá trataba de protegerse la cara. Toby nunca lo sabría porque mientras ella se alejaba de bruces, agitando los brazos en vano, el mec disparó una descarga.

Toby nunca había visto nada semejante en su sistema sensorial: una lanzada roja. Sobrecargó hasta tal punto sus sensores que se cerraron con un chasquido. Una palpitación hirviente y la mujer quedó inerte.

El mec se posó sobre su pecho y movió la cabeza de aquí para allá, como si verificara su labor. Tarea cumplida.

Toby tuvo que esperar a que su sistema sensorial se recobrara para usar de nuevo las armas. El reloj inferior de su ojo marcaba los segundos.

El mec comenzó a elevarse con un zumbido de aceleración y entonces Toby atacó, lamentando su tardanza. Esta vez acertó en el panel de control, agrisado por el esfuerzo. El mec aleteó y cayó al suelo.

Toby se aproximó al cuerpo de la mujer. Su aspecto apacible era una ilusión, pero no obstante confortó a Toby. Le sangraban ambos oídos, manchándole el cabello castaño ondulado. Al cabo de un rato, la sangre parecía fango rojizo y seco.