2 - Fuga

A

lgo parecido a un ejército derrotado se replegaba. La derrota era indudable, pero costaba distinguir que había sido un ejército.

Por los bosques tupidos se movían criaturas que Toby jamás había visto y que no deseaba ver de nuevo. La curiosidad tenía sus límites.

Se agazapó en las sombras. Formas angulosas se retiraban con él, pero no se fiaba de ellas. Seres extraños en su mayoría. Muy extraños.

Había escapado de la pirámide por pura suerte. Las paredes sabían que él venía y lo guiaron por el interior de la montaña. Corrió sin detenerse. No se paró a mirar las columnas que se elevaban a lo lejos, reluciendo como mica.

Bancos de datos, le dijo una pared. Parecían árboles titilantes.

Llegó a una pared de piedra que no respondía. En un rincón había una cabina diminuta, al parecer para enanos como Walmsley. Se agarró los tobillos y entró. Una voz ofendida le dijo que hiciera salir a la segunda persona. Él golpeó la pared para hacérselo entender. Cuando se le entumeció la mano de tanto golpear, la puerta jadeó «¡Vándalo!», y se cerró.

La cabina aceleró bastante tiempo; se detuvo de golpe. Salió, subió una rampa y apareció en el bosque.

Reinaba una gran confusión. Los mecs surcaban los aires del esti. Toby no veía la pirámide, pero el horizonte escabroso se parecía mucho a la distante perspectiva que ofrecía la cima de la pirámide, sólo que vista desde el otro lado. Un hombre pasó cojeando junto a Toby y cuando él le hizo una pregunta sólo respondió «¡La Mente Magnética ha muerto! ¡Muerto!», y siguió corriendo.

También Nikka, supuso. Y quizá también Walmsley.

Se había criado huyendo y las retiradas eran su especialidad. La Biblioteca Galáctica le había parecido un lugar más seguro que ningún otro, y Walmsley había permanecido vivo mucho tiempo; pero si había desaparecido así eran las cosas y no quería pensar en ello. Continuó la marcha.

Sus botas se adaptaron sin que él se lo propusiera. Para el terreno accidentado formaban empeines altos y tacones resistentes. Mientras apresuraba el paso, los tacones se adaptaban para ayudarle a mantener el equilibrio. Lo impulsaban hacia delante; Toby tenía la sensación de que lo empujaban.

Las botas también podían convertirse en armas útiles. Su borde externo se volvía afilado si lo levantaba mucho del suelo con la pierna a punto de dar una patada. Podían abollar componentes mecs.

Una cosa reluciente y delgada como una serpiente surcó el aire y viró hacia él. No tenía tiempo para lanzar una descarga de microondas ni usar las otras armas, así que saltó hacia ella, las botas por delante. Le acertó en el centro y la bota hizo el resto. El borde podía detectar el tipo de material y cortarlo, pues sus sistemas internos ya habían dado la orden en cuanto captaron su alarma. Eran mejores que el sistema nervioso humano, y más rápidos.

En la jerga de la Familia eso se llamaba «darles con el cuero», aunque nada estaba hecho con partes de animales desde que ellos recordaban y la idea habría horrorizado a cualquiera de las Familias.

Su Aspecto Isaac se negó a confirmar si los Bishop de tiempos antiguos comían animales. Toby sospechó que Isaac estaba ocultando sus propios hábitos, pero no insistió. Tenía otras cosas en mente.

La retirada no tenía sentido. Cada Vía era como una bolsa de espacio-tiempo. Al parecer los mecs habían irrumpido en esta por medio de presiones magnéticas. Con el tiempo, avanzarían matando todo lo que encontraran a su paso. Allí debía de haber defensas, pero ninguna parecía funcionar.

Ese era el problema de buscar refugio en el esti profundo, tan cerca del agujero negro. El tiempo transcurría más lentamente, lo cual era ideal para almacenar cosas. Walmsley había mencionado que la decadencia de la Biblioteca Galáctica avanzaba con más lentitud porque estaba cerca de la estasis temporal.

Eso también significaba que los mecs podían aguardar fuera, en un espacio-tiempo relativamente plano, y desarrollar pacientemente sus trucos tecnológicos. La gente del esti no podía alcanzar su ritmo. No era una cuestión de inteligencia, sino de tiempo transcurrido.

Y eso quería decir que la Vía estaba condenada. Desde luego era enorme, pero Toby ya veía mecs revoloteando en su altísima bóveda.

Cuando tuvo que atravesar una extensión llana, presenció una colosal batalla, toda relampagueos y resplandor. Sintió una punzada al recordar Nieveclara, donde el terreno era llano y el cielo amplio. Aquí las tierras distantes se curvaban. Lejos, sí, pero Toby sabía que estaba encerrado. Atrapado.

Antes había inventado modos de hendir el esti. Si podía abrir temporalmente un agujero, pasaría a otra Vía. En alguna parte había gente de la Familia Bishop. No la encontraría en esta Vía, eso era seguro.

Probó sus trucos, láseres, perforadores y demás. No funcionaron. La masa del esti, a veces esponjosa, a veces dura como roca, no cedía. Su Aspecto Isaac surgió en su mente.

Vale la pena señalar que esa piedra que tú crees tan sólida es, como toda la materia, un soufflé de espacio vacío y probabilidades furiosas.

—Cállate —murmuró Toby, y envió la Personalidad en miniatura a su agujero—. No eres nada más que una micropastilla, más pequeña que mis uñas.

Reconozco sin embargo que podrías encontrar un pasaje.

Cuando el Aspecto le daba consejos irritantes, a menudo se apresuraba a disculparse. ¿Quién no lo haría, cuando salir de su celda dependía totalmente de la buena voluntad de Toby?

Se internó en terreno montañoso. La lucha continuaba en la bóveda. Ahora veía las líneas de campo magnético; sus sistemas internos habían aprendido el truco en la pirámide. Eran líneas desperdigadas y enmarañadas, no las formas ordenadas de la Mente Magnética.

A veces oía un sonido semejante a tela rasgada. La piedra de tiempo fluía. Fuegos tenues iluminaban nubes rosadas como penachos volcánicos. Se disipaban lentamente. Al aire ondeaba y se contraía en torno a ellas, de modo que Toby podía atisbar con intermitencia diferentes paisajes: valles cóncavos, montañas escarpadas, abismos tenebrosos.

A veces pasaba gente por esas escenas pasajeras y en una ocasión Toby le gritó algo a una mujer que parecía estar cerca. Luego la piedra de tiempo se desplazó como si retomara su flujo natural y ella se evaporó con un grito.

Encontró a un grupo que enterraba a sus muertos. Parecían humanos. Toby no entendía ni una palabra de lo que decían. Sus placas internas tampoco reconocieron el idioma.

Allí la piedra de tiempo quemaba al tacto y refulgía con una luz infernal. El calor provocaba lasitud, pero infundía a los cuerpos muertos otro tipo de fuerza: apestaban. Toby se alejó.

Aquella gente también se alejó. Más adelante el grupo se detuvo y acampó. Cocinaron sin fuego. Toby se quedó con ellos porque le pareció más seguro, teniendo en cuenta los alienígenas que había visto. Al menos sobre la gente sabía algo.

Aquellas personas se alimentaban de los animales que podían cazar. En la retirada habían encontrado muchos. Comían trozos de carne que acompañaban con copas de aguardiente. Toby miraba atentamente, tan fascinado como asqueado.

Trató de mantenerse neutral: otras tribus, otras Familias, otros hábitos.

Había aprendido a acostumbrarse a todo. Vio que los que comían carne se cansaban al terminar. Toby sabía que uno tardaba más en digerir la carne. Los bebedores se embriagaban, se excitaban, se descontrolaban. Se volvían torpes, se tambaleaban.

Una mujer se le acercó en la oscuridad, cuando la piedra de tiempo perdió su brillo. Él estaba durmiendo profundamente. Cuando olió su perfume, un aroma que conocía bien a pesar de considerarse un niño, supo lo que ella quería. No dijeron una palabra y él lo hizo lo mejor que pudo. Se durmió cansado pero satisfecho. Por la mañana ella se había ido con el resto. Allí entre los humanos los lazos no eran duraderos.

Tras observar durante horas los peñascos, a la espera de hallar un pasaje, comprendió que gran parte de lo que había sucedido en su vida escapaba a su entendimiento. Sólo él imponía sentido a su vida, y a menudo fracasaba. Desde luego en la pirámide había fracasado.

Convivir con eso, con esa imperfección, era comprender al fin el lugar de la humanidad en un universo que no era su enemigo sino algo peor, algo indiferente e ignoto.