L
os Walmsley visitaban rara vez el gusano porque había mucho que hacer en la huerta, en medio del dulce aroma de la inminente cosecha.
Las estaciones, por así llamarlas, iban y venían en el esti, y había que recoger la fruta cuando maduraba con el espasmódico calentamiento de la piedra de tiempo. Estaban en los campos cuando una dura estría amarilla hendió el aire y se estrelló contra el esti en el sitio donde había aparecido la mujer.
Las armas de los Antiguos respondieron. Una acerada radiación chisporroteó en la periferia del sistema sensorial de Nigel. Rara vez usaba aquella tecnología terrícola, pero en ese momento la llevaba al máximo alcance.
Movió la cabeza.
La rápida percepción de algo macizo y gris en el aire, acercándose deprisa.
Un silencio hinchándose como una burbuja.
Su familia estaba cargando un transportador de productos. La pulsación dio en el blanco antes que pudieran volverse para huir.
Un resplandor brillante los envolvió. El aire se solidificó. Una fluctuación los envolvió como una lluvia de neón alumbrada por relámpagos verdes…
… zarcillos serpenteantes…
… láminas relucientes como un fuego espectral…
Y cuando todo pasó, el terreno que los rodeaba era un yermo hostil, humeante, sulfuroso.
Las máquinas operaban en fracciones de segundo que los humanos no podían percibir. Enormes energías hendían el tiempo, pulverizándolo. La batalla entre el Mec Gris y las armas de la oficial de Interfaz había terminado. Mentes distantes la habían decidido, dirigido y analizado antisépticamente, calibrando y evaluando sus efectos.
El ataque de los mecánicos había disuelto el esti. Al dilatarse el abismo, los Walmsley habían caído por el portal del agujero de gusano, una torsión espaciotemporal lograda entre dos palpitaciones del corazón humano.