29 - El horizonte de Cauchy

—¿T

odos comprendéis que de hecho no podemos regresar a donde estábamos? —les dijo Nikka ante la mesa pulida del comedor.

Había convocado a una reunión familiar para después de la cena, sin charla de sobremesa ni tazas de café que enturbiaran las ideas.

Todos estaban erguidos y serios.

Angelina parpadeó alarmada.

—¿No podemos?

Nikka parecía creer que era obvio.

—La cabeza de un agujero de gusano no se puede comer la cola.

—Mmm. —Nigel no lo entendía.

—Si un extremo de nuestro agujero de gusano se aproxima demasiado al otro, eso produce un efecto de mecánica cuántica. Brotan partículas de la espuma cuántica y ejercen una presión que separa ambos extremos, de modo que el bucle no puede cerrarse.

Benjamin estaba intrigado.

—¿Partículas? ¿Por qué?

Nikka tecleó diagramas que flotaban debajo de la mesa. Construcciones etéreas: intersecciones de conos de luz amarilla con planos rojos oblicuos.

—La cabeza del agujero de gusano no puede acercarse a la cola, no puede superar lo que se conoce como el horizonte de Cauchy. Si lo hace…

Un resplandor hirviente palpitó en la cabeza del gusano azul. Un chorro caliente brotó de su cola. Una tormenta de radiación desgarró ambos extremos.

En otra época Nigel habría desentrañado estas sutilezas euclidianas, pero ahora se conformaba con dejar que Nikka describiera la verdad… mejor dicho la teoría, se corrigió. Había una gran diferencia.

—Si se acercan demasiado —dijo Nikka—, podríamos volver a donde empezamos y abstenernos de empezar.

Benjamin sacudió la cabeza.

—¿Por qué alguien querría hacer eso? Nikka se echó a reír, entornando los ojos.

—A la física no le importa lo que quieres, sino lo que puedes. Si intentas crear paradojas en la causalidad, el universo pronto te pondrá en cintura.

—¿Cómo? —aventuró Nigel.

Nikka señaló intrincadas líneas de mundos, superficies oblicuas que hendían el espacio de eventos. Nigel asintió como si entendiera todo aquello, y de hecho logró comprenderlo en parte. Pero le asombraba que los burdos simplismos grabados en la mente de primates que habían aprendido a tirar piedras y luchar con garrotes en las llanas y secas planicies de África permitieran vislumbrar las distorsiones de los laberintos del esti. Arrogancia disfrazada de física… tal vez.

La lógica de Nikka era casi convincente. Casi.

Su mundo se redujo a sus elementos esenciales. Más allá de la granja el esti fluctuaba. Acontecimientos, épocas y peripecias titilaban y se disipaban.

Atrás, siempre hacia atrás.

Ahora el gusano se estaba retorciendo, siguiendo una compleja trayectoria en su gran retorno. Allí no había un concepto claro de velocidad, señaló Nikka, porque la tasa de avance por el tiempo no se podía medir contra el tiempo. La perspectiva humana no abarcaba aquello, y la severa educación de Nigel resonaba en su memoria: No se puede conocer aquello que no se puede medir.

Y todos sabían que las provisiones para preservar el cuerpo y las células cerebrales de Ito se estaban agotando. Para mantenerlo frío en la medida justa —por debajo del daño térmico, pero por encima del punto de menos 110 grados centígrados, a partir del cual surgían tensiones dañinas— se requerían energía y fluidos.

—No aguantará mucho más —dijo Angelina, ojerosa.

—¡Maldita sea! —Nigel asestó un puñetazo a la mesa del comedor, donde destellaban los informes de situación de Ito—. Tendremos que apañárnoslas.

Angelina había velado junto al tanque de Ito y estaba agotada, pero conocía esos sistemas mejor que nadie, y su lento y triste cabeceo deprimió a Nigel.

—Es inútil. Tenemos que regresar a nuestra época. Entonces podría obtener provisiones.

—Si encontramos una pausa más larga —dijo Nikka esperanzadamente—, podríamos salir a buscar

—No habría tiempo, nuestras pausas se están acortando. Y el mundo exterior es muy extraño. —Angelina desestimó la idea con un ademán de fatiga—. No confiaría en lo que encontráramos.

—La maldita fluctuación es cada vez más rápida —dijo Benjamín.

—Espero que eso signifique que estamos… —Nikka titubeó con el rigor instintivo del científico—. Que estamos, en cierto modo, acelerando en dirección a la boca del gusano.

—Yo también lo espero —susurró Angelina.