E
l segundo Mec Gris, el más pequeño, descendía en la oscuridad como una presencia espectral.
Sabían que de nada servía entrar en la casa, así que observaron su aproximación. Colgaba en el cielo: una mancha oscura bajando entre deshilachados coágulos de luz.
No hubo rayos ni onda de choque.
La aprensión de los Walmsley se disipó cuando pasaron los minutos y el mec no hizo ninguna maniobra agresiva.
—Supongo que este es el que nos ayudó —murmuró Nikka.
Nigel tuvo la turbadora impresión de que los observaba tal como ellos lo observaban a él. Todos notaron un zumbido, no en los oídos sino en el cuerpo, como si largas ondas acústicas resonaran en ellos, notas profundas e inaudibles. Se remontó en el aire y se encogió, viró hacia la mancha luminosa más grande y a Nigel le vino a la mente una palabra: Radiante. De algún modo supo que era un sustantivo; así el Mec Gris pensaba en la vida de electrones y positrones que hormigueaba en esa noche del futuro remoto.
El Mec Gris desapareció súbitamente en el resplandor. Hubo un centelleo, como si hubiera chocado con la antimateria, consumiéndose. Segundos después el zumbido cesó.
Se miraron en silencio. ¿Había muerto, una vez concluida su misión? ¿Se había fusionado con su forma y su destino?
El Mec Gris les había mostrado algo, pero no sabían qué.