P
oco antes de que las formas sombrías los alcanzaran, él había gritado «¡Transductores!», refiriéndose a las cuñas piramidales que transformaban las reservas de energía eléctrica en pulsaciones gravitatorias.
—¿Contra cuál? —gritó Nikka en medio del viento rugiente que levantaban los Mecs Grises.
Nigel miró a un Mec Gris y al otro. Nikka apoyó la muñeca en la consola, activó la interfaz.
¿Cuál? ¿Ambos? Dos moles aceradas sin medios visibles de vuelo. Girando sobre un eje invisible en un cielo que rasgaban al pasar.
No actuaban juntos. Cada uno respondía a las maniobras del otro.
Uno era más grande y se aproximaba deprisa. Fue el que eligió Nigel.
—¡Allá!
Nikka apuntó y disparó los transductores con un movimiento rápido. El suelo tembló con la descarga de energía acústica y todos cayeron. El Mec Gris líder tembló, pero continuó.
Ito y Angelina no llegaron a la casa. El Mec Gris líder lanzó un rayo que los rodeó como un manto de blancura vibrante. Ambos se estremecieron y cayeron.
Los bordes del rayo mataron al instante los sistemas electrónicos del cuerpo de Nigel. Apenas se había puesto de pie cuando el estertor agónico de sus sistemas lo tumbó de nuevo.
Sus defensas, casi superadas, vacilaban al borde de la extinción.
Miró, pensando que era lo último que vería. Aturdido, vio el espectáculo de dos Mecs Grises batallando entre sí en el cielo color zafiro. Los rayos se refractaban en el aire agitado. Una onda de choque lo golpeó, sacudiéndole el cuerpo.
Trató de aferrarse a la conciencia, pero lo envolvió una helada negrura.