22 - Futuros lejanos

M

ucho más tarde, tendido y magullado en una grieta de piedra de tiempo, Nigel recordaría una época lejana en que había sido posible el contacto entre la humanidad y el desconcertante zoológico de los artefactos mecs. Se había vendado el brazo izquierdo roto y esperaba que lo venciera el sueño. Evocaba el pasado porque no le hacía bien pensar en el posible paradero de su familia. Cuando pudiera caminar de nuevo iría a mirar. Eso era todo.

En esa época algunos mecs habían convencido a los miembros de la tripulación de Nigel de que la existencia de las criaturas mecánicas era mejor y más duradera que la frágil vida de las criaturas orgánicas. Así que voluntariamente algunas formas inferiores del Mec Gris habían «incorporado» —como decían ellos— a varios amigos suyos. «Elevación», lo llamaban.

El proceso era indoloro. Como mecs, sus amigos se convirtieron en aparatosas cajas montadas sobre estructuras esqueléticas. Rara vez se desplazaban por el paisaje, y cuando Nigel intentaba hablarles de sus vidas parecían distraídos, como si mantuvieran una conversación telefónica mientras miraban algo interesante por televisión. Lo que decían era insulso, pero un poco escalofriante.

Tardó varios años en regresar a la Vía donde aquello había ocurrido. Se instaló detrás de algunas rocas, a buena distancia del lugar donde a veces se reunían las formas inferiores del Mec Gris. Las que habían «elevado» a sus amigos.

Aquellas criaturas tenían sensores precisos y Nigel no podía acercarse demasiado. Una de las subformas apareció y Nigel estuvo seguro de su identidad por sus señales electromagnéticas, sus siseos y clamores espectrales. Le disparó a las ruedas. Con un arma cuya física no comprendía del todo abrió tres agujeros en la estructura principal. El mec calló, y sus zumbidos electromagnéticos se apagaron. Una cosa pequeña bajó de él y trató de alejarse, y Nigel le disparó ocho veces con gran satisfacción. Luego supo que las otras subformas habían sido reincorporadas al Mec Gris y tenía que contentarse con esta.

Soñaba con aquello mientras el brazo le palpitaba de dolor y el corazón le pesaba en el pecho.

Llovía torrencialmente en la oscuridad cerrada. La vegetación se mecía en los violentos vientos. Un relámpago brincó en el cielo. Nigel vio sus ramificaciones amarillas y verdes allá donde el esti se plegaba sobre sí mismo en una encrespada geometría.

No había indicios del Mec Gris.

No, Mecs Grises, se corrigió. Ese había sido un gran error.

Dos Mecs Grises habían aparecido en la Vía. Cenicientos y aparatosos, se dirigían hacia los edificios. Recordó la imagen: Benjamin, Nikka y él buscando los segmentos del dispositivo de tránsito. Ito y Angelina dándose a la fuga.

Allí el tiempo estaba totalmente distorsionado, lo había aceptado hacía tiempo, pero la vieja pregunta seguía sin respuesta. ¿Podía haber actuado de otro modo?