20 - Generaciones

C

ontinuaron su viaje, deslizándose entre láminas de esti, tironeados por el flujo energético del gusano. Nikka preparó un sensor óptico en el exterior de la cápsula y vieron el instante del tránsito, aunque con enorme lentitud. Una aureola transparente y ondulante cubría la granja.

Aunque, simplificando, un agujero de gusano era como un tubo que atravesara los pisos de un edificio, siendo cada piso un espacio-tiempo —una aguja reluciente atravesando la tela de ébano del esti—, el gusano en realidad era tridimensional.

En la fracción de segundo en que lo atravesaban, el gusano era un resplandor esférico y titilante. Se hinchaba, los engullía, se encogía hasta reducirse a un punto que se disipaba en una lluvia brillante y dorada y en torsiones que les revolvían el estómago. Nigel tenía la sensación de estar trepando por sus propias vértebras.

Observaron el esti que se extendía más allá de su pequeña zona, a veces sólo unos cuantos minutos antes de cambiar nuevamente. Los paisajes fluctuaban más allá de su finca. Presenciaron épocas sin presencia humana visible, otras con ciudades atestadas que se erguían sobre una trémula piedra de tiempo, otras sin atmósfera —de modo que sus dermotrajes se cerraban automáticamente en cuanto salían— y otras con gases acres y virulentos en vez de aire. Algunas pausas duraban lo suficiente para permitirles salir.

A través de todo esto Nigel y Nikka alcanzaron un nuevo equilibrio, una dulzona y triste comprensión extraída de los cronopaisajes que habían atravesado. Se producían innumerables incidentes, ora pequeños y reveladores, ora grandes y peligrosos y al fin insignificantes, y todos apuntaban hacia el sufrimiento y la alegría de la humanidad.

Observaron tribus ricas en espíritu e intelecto. Soldados que bebían con avidez y comían con no disimulada gula, aunque sabían que al día siguiente entablarían batallas que diezmarían sus filas. Eruditos, encorvados por sus peregrinaciones y asolados por la pobreza, pero satisfechos con los estudios a que habían consagrado la vida. Niños jugando entre las ruinas ennegrecidas de sus hogares. Padres regocijándose en sus hijos aun mientras la calamidad se abatía sobre ellos. En ciudades que se volvían más extrañas a medida que avanzaban en su tránsito, la gente cantaba canciones lentas y tristes en las calles aun mientras las fuerzas mecs se agrupaban en la Vía, y la muchedumbre se reunía para ver magos que realizaban trucos y contaban chistes viejos que todos festejaban con risas estentóreas. Entre los pocos y aturdidos supervivientes de otros ataques, en otros paisajes distorsionados, los Walmsley encontraron personas estoicas que hallaban nuevos amores, nuevos amigos, y comenzaban de nuevo. Las generaciones se fundían y llegaban otras, y sólo unos cuantos lograban permanecer tanto tiempo como Nikka y Nigel, y en todo ello una luz frágil, valiente y humana hendía las sombras circundantes.

El viejo non sequitur de que las especies degeneraban a lo largo de su existencia no encontraba aquí ninguna demostración. La humanidad hervía de actividad. Las sociedades progresaban y decaían obstinadamente indiferentes a los fracasos anteriores.

Del inevitable fin, y las inevitables preguntas, reflexionó Nigel, nadie se salva: Jesús gimió de desesperación mientras se aproximaba a tientas a la eternidad. Nigel no sabía cómo interpretar esa tozudez humana. Nikka no se hacía tantas preguntas, y se enorgullecía de su especie.