P
odían huir en el espacio-tiempo, pero la biología los perseguía. Todos tuvieron una recaída en la plaga mec, bastante moderada pero suficientemente molesta.
Ito se recobró el primero. Cuando anunció que saldría en busca de provisiones, en la pausa que acababan de iniciar, nadie pudo oponer más que una débil resistencia. Según los índices de probabilidad, faltaban días para el próximo tránsito.
—¡Probablemente! ¡Sólo probablemente! —protestó su madre débilmente.
—Pero es más que probable que nos muramos de hambre —replicó Ito. Y se fue.
Pasaron ese tiempo en medio de la fiebre y la preocupación. Pero todos estaban mejor cuando regresó Ito, cargado y con una herida en la pierna.
El ver a su hijo mayor entrando por la puerta fue para Nigel como si el sol saliera después de una noche oscura y sofocante. Mientras ayudaba a Ito a guardar la verdura y la fruta, notó un cambio en su hijo. Esa noche captó la diferencia durante la cena. Ito hablaba con más soltura, el rostro libre de las tensiones de la adolescencia tardía que Nigel recordaba.
Como muchos hombres y mujeres impulsados a la acción por un espíritu inquieto, Ito no tenía interés en la noción de aventura. Pero sabía que los relatos de aventuras fascinaban a la gente y narró con todo detalle episodios que él consideraba ordinarios:
—el mec serpentino que se le había adherido a la pierna y del cual no podía deshacerse (como descubrió aullando de furia) salvo cuando le cantaba;
—ciudades oblicuas de sorprendente belleza o asombrosa fealdad;
—alienígenas a granel, que lo trataban con suprema indiferencia, mientras que él los encontraba fascinantes;
—la decapitación de una mujer por haber cometido actos innombrables con un mec (lo cual era tan aterrador como desconcertante, pues nadie podía explicar la motivación del mec, mientras que la de la mujer parecía encontrarse dentro de la gama conocida de las perversiones humanas);
—una religión mec que adoraba exclusivamente a los animales, atribuyéndoles una sabiduría natural;
—un castillo a través de cuyas paredes de vidrio los viandantes podían ver a los moradores viviendo bajo escrutinio constante, sin ocultar ni siquiera los actos más íntimos;
—una cascada que ascendía y formaba hielo en la cumbre, construyendo una reluciente montaña azulada.
Nigel comprendió, mientras iban a acostarse, que su hijo había efectuado su propio tránsito, un tránsito del que pocos hablan y que la mayoría no reconoce sino años después.