P
or doquier había vestigios de estragos causados por los mecs. Ciudades calcinadas, paisajes devastados, caravanas de fugitivos diezmadas por las incursiones.
Una vez, mientras buscaban información y comida, un mec sorprendió a Nigel y Angelina en campo abierto. Era del tipo reptante y le causó quemaduras graves a Angelina antes que Nigel lograra destruirle la mente principal. Cuando vio cuánto sufría Angelina, le suministró un sedante y, mientras esperaba a que surtiera efecto, arrancó con furia el brazo del mec y lo usó para abollar su caparazón, descargando su furia. Luego transportó a hombros a Angelina; logró llegar a la granja a duras penas. Veló durante días mientras ella se recobraba, los ojos vidriosos de fiebre.
Vista por el prisma del esti, pensó Nigel mientras cuidaba a su hija, la vida era una larga marcha, una incesante columna de almas sufridoras avanzando en las tinieblas. Encerrada en su propia época, la gente ignoraba adonde iba. Pero en cada sociedad que encontraban se hablaba mucho y los necios fingían saber más de lo que decían. También había siempre risas alegres, y alguien pasando la botella.
Pero de cuando en cuando algunos tropezaban, caían y eran abandonados. Los muertos.
Deslizándose tiempo arriba, a veces tiempo abajo, asomando la cabeza cuando lo ordenaba el caos del gusano, Nigel veía retazos reveladores de esa larga marcha.
Sociedades enteras se sumaban al fin a los individuos muertos. Para ellas la marcha cesaba en ese momento. Algunas duraban un poco más, tendidas en el suelo duro, envueltas en niebla, y Nigel tenía tiempo para ver el desfile que se alejaba, llevándose sus luces, su música y sus bromas.
Para nosotros, los abandonados están en alguna parte, anclados en un paisaje turbio que ya estamos olvidando.
Recordaba a otros que habían quedado atrás, hacía años. Con un suspiro, un gruñido de agonía o un parpadeo febril, abandonaban la marcha humana. Ya no participaban en las últimas bromas ni apreciaban el sabor de una botella de vino, ni escuchaban los rumores más recientes. La marcha lo entristecía. Recordaba amigos perdidos hacía tiempo, anhelaba contarles todo lo que sucedía, compartir con ellos una risa o una mentira.
Mientras leía sus últimos índices, a hurtadillas para que Nikka no los viera, pensó: Bien, viejo achacoso y meditabundo, lo cierto es que sabes que tu posición de estar por encima del tiempo es precaria. Que la duración es tu única virtud por encima de los demás, y que es artificial. Que un día tropezarás, caerás y el lodo te devorará también. Tal vez sería mejor si no tuvieras ese pasmado momento de mirar las cabezas que se alejan, los rostros que se apañan de ti. Tal vez sería mejor si no oyeras esa última carcajada hueca festejando una broma que jamás conocerás, la áurea luz de los faroles alumbrándolos a ellos y no a ti. Y les sucederá a todos los que has conocido y conocerás.
No lograba acostumbrarse a esto.