C
onmocionados, abrieron la cápsula. Estaban en medio de los edificios de la granja, con las mismas porciones de huerto que antes, todo en la cima de una inestable masa de luminosa piedra de tiempo. Los rodeaba una depresión cuadrangular envuelta en vapor color limón.
Salieron y respiraron el aire frío pero sin quitarse los dermotrajes de presión.
Nikka hizo cálculos con los instrumentos de la cápsula y llegó a la conclusión de que habían atravesado el vibrante agujero de gusano, desplazándose por el esti varios millones de años-kilómetros.
—Podríamos estar a millones de kilómetros y exactamente a la misma hora en que partimos —dijo con calma—, o en la misma Vía, millones de años en el futuro.
Los agujeros de gusano no atravesaban las eras como ascensores que conectan los pisos de un edificio, pero Nigel insistía en imaginarlos así.
El suelo tembló. La placa donde estaba su propiedad se desplazó sobre la piedra de tiempo.
—¿No hay manera de averiguarlo? —preguntó aprensivamente Benjamín.
—El motor de causalidad tiene caos incorporado —respondió Nikka, aferrándose a la cápsula para sostenerse—. No podernos calcularlo mejor.
Nigel miró el cielo distante, donde humeaban y rodaban unas paredes que parecían de lava.
—¿Cuánto tiempo permaneceremos aquí?
—Eso también es caótico —dijo Nikka—. Pero poco. Al parecer, un par de horas. Recibiremos un aviso cuando se avecine el próximo tránsito.
Angelina rio, sobresaltando a los demás.
—¿Y hasta entonces podemos disfrutar del paisaje?
A pesar de su creciente inquietud, los demás rieron con ella.
Como en respuesta, los peñascos cercanos despidieron una luz sulfurosa, quejándose con lentos gruñidos. Una lámina se desprendió y un chasquido agudo los tumbó. Allí el esti era como piel que se deshacía de sus capas para que pudieran crecer otras. Acontecimientos comprimidos evolucionaban, rebosaban, morían.
Nigel había aprendido en sus días de estudiante que la masa curvaba el espacio-tiempo, pero lo inverso todavía le sorprendía: el esti condensado se comportaba como materia. Convertidos en masa, los acontecimientos se comprimían formando láminas. Sus extremos desataban energías explosivas; literalmente, el final de la historia, pues en estas detonaciones los datos estallaban convirtiéndose en fosforescente energía, su verdadero equivalente. El esti confirmaba el triunvirato definitivo de la física, uno de cuyos aspectos Einstein había captado bien: masa igual a energía igual a información.
Entraron en la casa, donde los sicarios de la presidenta les habían llevado gran cantidad de provisiones, y trataron de actuar como si fuera un regreso. Tenían hambre y comieron cosas parecidas a bistecs, pero el inminente tránsito los tenía nerviosos. Nigel salió. Supuestamente era para fumar un puro, pues los demás no aprobarían que lo encendiera dentro. No le agradaba dejar a su familia en manos de motores de causalidad, «caos intrínsecos» y otras palabras impronunciables que en definitiva trasuntaban la indiferencia del mundo ante la vida y los valores humanos. Pero no tenía opción.
—Es inevitable. Lo sabes —dijo Nikka.
Estaba junto a Nigel, quien no había oído sus pasos en medio del hueco estrépito de la piedra de tiempo en la brumosa curva de esa Vía esférica.
—Tendríamos que haber dejado que ese cadáver se pudriera, y luego tendríamos que habernos mudado —dijo él con lentitud.
—Entonces no seríamos nosotros.
—¿Qué tiene de malo cambiar los pasos del baile, aprender otra melodía?
—Estamos haciendo lo que siempre quisimos hacer. Mirar con perspectiva amplia, decías tú.
—En efecto. —Nigel suspiró—. Siempre quise ver más allá del horizonte. Pero esto…
—También el tiempo es un horizonte.