P
reguntaron qué eran los cuerpos. Ciertos funcionarios pusieron mala cara, pero obedecieron a la presidenta, y ese día los llevaron a una bóveda fresca e iluminada.
Los Walmsley se miraron consternados al comprender que los cadáveres del esti se conservaban allí como volúmenes en una especie de biblioteca. Muchas veces la familia había discutido y lamentado su manejo del cadáver de la mujer, que había precipitado su exilio. Allí, la rara aparición de un cadáver del esti era saludada con interés y también con un cierto espanto, pues invariablemente los cadáveres venían del futuro del esti.
La euforia de Nigel por la negociación se esfumó cuando miró el pálido y demacrado cadáver de un hombre maduro que mantenían en suspensión. Una masa de diminutos lectores magnéticos le coronaba la cabeza. Podían «leerlo» muy bien, les comentó un técnico.
—El análisis isotópico muestra que proviene de uno coma tres millones de años tiempo arriba.
—¿De qué murió? —preguntó Nikka, siempre interesada en lo técnico.
—Quemaduras de radiación.
—¿Algún recuerdo?
El joven parpadeó.
—Algunos. Falta la memoria reciente, desde luego.
Recuerdos, en verdad. Imágenes fragmentarias. El mismo cielo brumoso que se registraba en la línea de los 0,511 millones de electronvoltios. Sólo que más desarrollado, con estructuras intrincadas zigzagueando en un cielo moteado color rubí.
Más: un paisaje lúgubre jalonado por monumentos cuadrangulares. Entre ellos se arrastraban cosas de tres ruedas que no parecían vehículos sino criaturas vivientes.
—O mecs —dijo Nigel.
—¿Quién era? —preguntó Nikka pensativa.
—No podemos entenderlo. No tiene las marcas de personalidad que conocemos. Sólo puedo desentrañar imágenes. No sabemos qué significan estas imágenes.
—¿Por qué no?
—Organización cerebral diferente. Órganos internos alterados. Es de otra especie. Angelina se quedó pasmada.
—¡Pero tiene nuestro aspecto!
El joven pálido se encogió de hombros.
—Se puede manipular el interior, pero se mantiene la misma apariencia externa. De lo contrario, la gente se pondría nerviosa.
—¿Por eso no podéis obtener mucho de sus mentes? —insistió Angelina.
—Por eso y por las diferencias culturales. Este sujeto no veía el mundo como nosotros lo vemos. Se nota en su modo de almacenar los recuerdos.
A Nigel todo aquello le resultaba deprimente. Más cuerpos, pero todavía nadie, ni siquiera los pedantes pálidos, entendían el porqué.
Cuando iban a firmar el trato, se presentó la presidenta en persona.
—Entraréis en territorio dominado por los mecs, ¿sabéis? —dijo sombríamente.
Nigel sospechó que se estaba arrepintiendo del trato. O tal vez su ego podía más que ella. No era infrecuente, pensó.
—¿Estás segura?
—No recibimos mecs muertos por los vors del esti. Sólo humanos.
—¿Estás segura? —repitió Nikka.
—Prestamos mucha atención. Los Antiguos se aseguran de ello. —La presidenta resopló con frustración.
—¿Por qué? —insistió Nigel.
—Las viejas preguntas. Las teníais aun en vuestros tiempos, ¿verdad? —Una mirada especulativa, y luego recitó como de memoria—: Primero, quieren saber qué desean los mecs del futuro lejano. Muchos mecs fueron al futuro usando vors.
—¿Para llevar información hacia delante? —preguntó Nikka.
—Tal vez. Los Antiguos quieren averiguar por qué.
—¿Y detenerlos? —preguntó Nigel.
—Supongo que sí. O al menos para comprenderlo.
—Como nosotros —dijo Nikka.
La presidenta no veía ningún provecho en semejante temeridad.
—¿Por qué? El esti ya resulta bastante problemático con sólo estar posados en él.
—Curiosidad carnívora —dijo Nigel.
La presidenta resopló.
—Ese razonamiento es pueril. Si vieras las cosas que hago sólo para mantener el equilibrio de nuestra…
—¿Sí? —preguntó Angelina. Nigel se alegró de que hablara, pues hasta entonces parecía intimidada por el lugar—. ¿Por qué inclináis vuestra ciudad?
—Vaya, porque es hermoso —dijo la presidenta—. Sólo a unos bárbaros se les ocurriría preguntarlo.