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a onda de choque tuvo una virtud, muchacho: despejó el panorama. Al fin vimos a los Antiguos.
Los largos filamentos curvos no eran autopistas ni fuentes energéticas ni iconos religiosos. Eran inteligencias. Una forma de vida más grande que las estrellas, las nubes moleculares gigantescas y cualquier otra criatura del zoológico astrofísico de la galaxia.
Luego supe que esas formas constituían el… bien… el cuerpo de los Antiguos, aunque ese término significa muy poco. En los filamentos, las corrientes llevaban información —pensamientos— y alimentos, es decir, cargas acumuladas, inductancias y potenciales. Todo fluyendo al unísono. Como si en nuestros cuerpos los azúcares y las sinapsis fueran en cierto modo la misma cosa. Las largas y nervudas estructuras fluctuaban y llameaban, pero eso era un efecto secundario menor.
A fin de cuentas, nosotros comemos, pensamos y amamos, y el resultado, visto con infrarrojos, es un fulgor rojizo y difuso, nada más.
Sólo descubres lo que somos cuando escrutas nuestras industriosas sinapsis. O, seis órdenes de magnitud más arriba, en nuestra lenta charla.
Y no cabe duda de que somos lentos, en comparación con muchas de las cosas que suceden aquí. En la jerga local, hablamos de cincuenta bits por segundo. Necesitamos anchos de banda pequeños durante períodos largos, para emitir una sola idea.
Los Antiguos son veloces, con una anchura de banda amplia. Nosotros hablamos despacio, pero vemos bien. Nuestro cerebro está consagrado en gran medida a crear imágenes. Machacan los datos antes de que los «veamos».
Lo mismo ocurre con los Antiguos. Dudo que haya algo de lo que sean incapaces.
Yo miraba esas extrañas estrías, que ondeaban lentamente como algas en un mar de vacío, y pensé automáticamente en comunicar su existencia a la Tierra. Era lo que había hecho durante mucho tiempo: enviar informes por el túnel de nuestra estela.
Nuestro vuelo hasta el Centro Galáctico duró varios siglos, en tiempo de a bordo. Yo había transmitido un mensaje cada pocos años. La Tierra recibiría esas señales codificadas, con las grandes dilaciones que suponían los efectos relativistas. ¿Pero habría alguien escuchando?
Mirando a los Antiguos, comprendí que éramos insectos. El flujo y el reflujo de nuestras civilizaciones eran como leves ráfagas transitorias.
Dudo que haya algo que los Antiguos no puedan hacer.
Pero la pregunta es: ¿qué quieren hacer?