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oby había escuchado y mirado, pero ya era demasiado para él.
En las paredes centelleaban imágenes, escenas de asombrosa profundidad y alcance. Naves colosales e intrincadas, una hirviente turbulencia en el disco de acreción, paisajes con perspectivas sesgadas, geometrías tan extrañas que el ojo no podía organizarías. La voz de Walmsley invocaba las imágenes, activadas por un programa en la despojada habitación.
Para Toby, la tecnología significaba detalles, controles, sistemas complejos. Allí sólo había paredes lisas y la habitación respondía a todas las necesidades de Walmsley, aunque él no hablara. La comida y la bebida salían del suelo. Sonaba música a lo lejos, y Walmsley ladeaba la cabeza para escuchar.
—Mira —dijo Toby—, estoy tratando de conjugar esto con la historia de la Familia Bishop.
—Lo sé. Tu Familia surgió de la Agachada. Fue entonces cuando la gente de fuera, los terrícolas, comprendieron que no podían contener más a los mecs. Abandonaron sus ciudades.
—¿Los Candeleros?
—Exacto, es uno de los nombres tribales para designarlos. Lugares maravillosos. Yo, por desgracia, fui testigo de su decadencia.
—¿Y los Bishop fueron a Nieveclara?
—¿Así es como…? —Walmsley pareció escuchar una voz lejana, asintió—. Sí, así lo llamáis vosotros. J-tres-seis-cuatro, según el índice. Me temo que el índice no es muy romántico para estas cosas.
—¿Y nosotros vivimos aquí durante…?
—Muchos siglos. Los mecs no se molestaban entonces con los planetas. En aquellos tiempos cosechaban flujos de plasma. Cuando llegaron a explotar y masticar planetas, se toparon con otra especie orgánica. Eran grandes bichos.
—¡Quath! Las miriapodia.
—Criaturas impresionantes. Son antologías tecnobiológicas, semiartificiales, tal como sucedió con los terrícolas. Los Antiguos dicen que todavía les falta algo que tenemos los humanos, pero no sé de qué se trata.
Toby sintió euforia al descubrir algo que él sabía en esta historia. Quath… ¿dónde estaría?
—Las miriapodia han causado problemas a los mecs. Pero no tanto como para detener sus grandes obras.
—Nosotros nos aliamos con las miriapodia después de algunas escaramuzas. Una de ellas está conmigo. Estaba, mejor dicho.
Walmsley asintió.
—Táctica mec estándar. Os usaron para distraer a los insectos.
—¿Qué? Nos topamos con ellas por accidente. Nuestra Familia había escapado de Nieveclara y…
—Los mecs os dejaron escapar.
—Claro que no. Luchamos…
—Somos alimañas para ellos —dijo pacientemente Walmsley.
—Y juntos, nosotros y la especie de Quath, castigamos a los mecs en ese planeta, cerca de la estrella de Abraham. Yo estaba allí, y lo sé.
—Por supuesto. Los grandes bichos tenían anillos cósmicos, ¿verdad?
—Sí.
—Temibles como herramientas o como armas. Pero los mecs están manejando todo esto, por razones que no entiendo. Una facción quería que los Bishop llegaran aquí, a la Guarida. Quieren algo de vosotros, pero no sé qué es. Otra facción preferiría que os liquidaran a todos. Se está jugando una extraña partida.
Toby lo miró con irritación.
—Has pasado mucho tiempo aquí. ¿Por qué no lo has averiguado?
—Es difícil obtener datos, y son intrincados cuando los obtienes. La mayoría de los naipes no están sobre la mesa… si es que la hay. Y, bien, lo cierto es que mi familia y yo…
—¿La Familia Brit?
—No, no. En mis tiempos llamábamos familia a los parientes más cercanos. Familia Brit era sólo una expresión, una manera de hablar.
—¿Tenías una familia tan pequeña? ¿Por qué?
Walmsley revolvió los ojos en un gesto histriónico.
—Prefiero explicar la ciencia antes que la cultura. Digamos que Nikka y yo intentábamos realizar un experimento. Queríamos unir tres generaciones, por razones genéticas. Salió mal, pues la mayor parte de la humanidad ya se había apartado genéticamente de…
—¿Genética? No entiendo…
—Me estoy adelantando. Verás, mi familia y yo… sólo un puñado de nosotros, no el condenado Reino Unido, ¿entiendes? Bien, nosotros habíamos descubierto algunas rarezas científicas. Déjame mostrarte cómo era.
—Y esos terrícolas…
—Deja que te lo cuente a mi manera.