U
n viejo le contaba una historia a un joven. Era una historia larga y torpe, como la vida, con sus bendiciones momentáneas y su lógica burda.
—¿Qué es este lugar? —preguntó Toby—. Esta montaña.
Nigel Walmsley se recostó en una red que se adaptó a él. Iba desnudo, tenía la piel curtida. El enrejado de sus costillas daba la impresión de que el pecho le sobresalía, pero sólo se trataba de la delgadez propia de la edad.
Había llegado a aquella fase en que la vida reduce a un hombre a lo elemental. Su envoltorio: una piel que parecía papel marrón. Sus motores: músculos que formaban protuberancias sobre los huesos. Codos y rodillas nudosos, tan redondos que parecían albergar cojinetes de bolas aceitados. Huecos en hombros y caderas, un relieve bajo la tez seca y apergaminada. Ojos azules y nerviosos que chispeaban como mica en el rostro desnudo. Una mandíbula cincelada sobre un cuello raquítico. Pómulos altos y marcados como hojas sobre labios delgados y pálidos. Una sonrisa torcida y maliciosa.
—La llaman la Montaña Magnética, aunque yo tengo un nombre más personal para designarla.
—¿Eres de un planeta cercano al Centro Verdadero?
—No, soy de la Tierra.
—¿Qué? Antes dijiste que pertenecías a la Familia Brit. Yo…
—Una broma. En mi época no había Familias en el sentido en que tú usas el término. Los Brit, los británicos, eran una nación mucho más grande.
—¿Cuánto más grande? —Toby había oído mencionar la Tierra, por supuesto pero era un nombre de la remota antigüedad. Para él no significaba nada. Tal vez sólo fuera una leyenda, como el Edén y Roma.
—Dudo que todas las Familias supervivientes del Centro Galáctico sumen un décimo de lo que eran los Brit.
—¿Tantos eran?
—Es difícil calcularlo, desde luego. En el esti abundan las capas, los pliegues y las guaridas.
—¡Los Brit deben de ser poderosos!
Walmsley frunció los labios, divertido.
—Mmm. Me temo que sólo por el poder de la palabra.
Toby ignoraba cuántos supervivientes quedaban después de todas las muertes que había presenciado. Había llegado allí tras un largo viaje, huyendo de los mecs. Durante todas sus peripecias, por todas partes, los mecs habían causado estragos entre los humanos que podían encontrar. La carnicería le recordaba la retirada de la Calamidad, la caída de la Ciudadela Bishop: un paisaje de muerte constante.
Pero ahora la matanza era mucho mayor. Era inusitado que los mecs consagraran tantas energías a cazar a los insignificantes humanos. En general no les importaban; los humanos eran meras alimañas. Esta vez era evidente que estaban empeñados en cazar a Toby. Así que las muertes que dejaba a su paso le pesaban aún más. Poco a poco entendía el sentido de aquello. Era algo indecible que estaba más allá de las palabras y del consuelo.
—Mmm. —Walmsley entornó los ojos pensativo—. Habitualmente pensaba que había demasiado pocos Brit, y demasiados de los demás.
—La Familia Brit debía de ser enorme.
—Nos reproducíamos con bastante rapidez. No estábamos expuestos a la radiación que hay aquí.
—Mi padre me dijo que estábamos protegidos de la radiación.
—La ingeniería genética tiene sus límites. Las células orgánicas se destruyen fácilmente. En eso radica parte de su belleza. Les permite evolucionar con mayor rapidez.
—La mayor parte de nuestra Ciudadela estaba bajo tierra, para mayor seguridad.
—Una buena precaución, desde luego. Pero los abortos, las deformidades… —El rostro huesudo de Walmsley se contrajo con los recuerdos dolorosos.
—Sí, claro. Así es la vida.
—La vida en las inmediaciones de este agujero infernal, sí.
—¿El Comilón? —Toby había crecido viendo el Comilón, un ojo fulgurante rodeado por una frenética aureola roja y parda. Había sido tan brillante como el sol de Nieveclara—. Vivir en sus cercanías era bastante normal.
Walmsley soltó una carcajada, pero no con el graznido de viejo que Toby habría esperado.
—Créeme, hay vecindarios mejores.
—A mí Nieveclara me gustaba —dijo Toby a la defensiva.
—Ah sí. Recuerdo que dimos un buen mundo a las familias cuyos apellidos eran nombres de piezas de ajedrez.
—¿Disteis? ¿Quiénes?
—Soy un poco mayor de lo que crees.
—Pero no podrías…
—Podría y debo. He estirado las cosas, desde luego. Tuve que hacerlo. Terminé en el fondo de este empinado gradiente gravitatorio, a lo largo de la elástica línea temporal…
—¿El qué?
—Lo lamento. Es un antiguo modo de hablar. Quiero decir que aquí el esti es un punto estable. Estamos en una Vía inferior donde el tiempo avanza muy despacio.
—¿Despacio? —Aquello explicaba por qué Toby tenía problemas con su reloj interno. Cuando estaba cerca de la nave Argo sus sistemas se retrasaban respecto a los de la nave, si se internaba en la ciudad. Nunca había averiguado la causa. Lo estudió reflexivamente. Vio el paso del reloj por el rabillo del ojo izquierdo y parpadeó. Indicaba 14:27:33—. ¿En relación a qué?
—Buena observación. Medido respecto al espacio-tiempo plano del exterior, lejos del agujero negro.
—Conque este lugar es una especie de almacén de tiempo.
—En efecto. Yo mismo me he almacenado aquí, podríamos decir. Y hay otras cosas, muchas otras, en esta profundidad del esti.
—¿Cuándo lo hiciste?
Toby trataba de situar a aquel viejo reseco en el panteón de las leyendas de la Familia Bishop, pero la idea resultaba ridícula. Los próceres, hombres y mujeres, que habían fundado las Familias en el comienzo de la Agachada eran sabios y previsores. Mejores que ninguno de los que vivían hoy, era evidente. Y, desde luego, iban vestidos.
—Antes de la Agachada. Mucho antes. Pasé mucho tiempo en Vías alejadas, profundas, dejando que el tiempo transcurriese fuera.
—¿Así que no hacías nada?
—Si preguntas si salía en ocasiones, sí. Fui a los primeros Candeleros. En mi última excursión, a varios mundos.
Toby resopló con desdén.
—¿Esperas que me trague eso?
Sus Aspectos trataban de pasarle información adicional, pero él ya estaba bastante confundido.
Walmsley bostezó, pero no con la expresión de ofendido que Toby esperaba de un embustero experto.
—Poco importa que no me creas.
Toby tuvo una repentina sospecha.
—¿Estuviste en los Tiempos de Gloria?
—Así los llaman, sí. Pero no fueron tan gloriosos.
—Entonces mandábamos aquí, ¿verdad? —Así decían muchas historias que databan de tiempos de la Ciudadela Bishop. La humanidad triunfante. Después la caída, la Agachada, y después algo peor.
—Pamplinas. Ratas en la pared, aun entonces. Sólo que una clase superior de rata.
—Mi abuelo decía…
—Recuerda que las leyendas son obras de ficción.
—Pero debemos haber sido grandes, realmente grandes, para construir los Candeleros.
—Somos ratas listas, lo reconozco.
Sin disimular su incredulidad, Toby preguntó:
—¿Tú ayudaste a construirlos? Es decir, visité uno… tenía trampas. Una ruina, claro, pero hermosa, grande y…
—El trabajo más pesado fue obra de otros, gente de la Tierra.
Toby resopló incrédulo. Walmsley enarcó las cejas.
—¿Crees que te tomo el pelo?
—¿Qué significa eso?
—Que me estoy quedando contigo.
Toby frunció el ceño, tocándose el pelo.
—Que estoy bromeando —aclaró Nigel.
—Ah. Pero… la Tierra es una leyenda.
—Es cierto. Pero algunas leyendas todavía tienen peso. Estas leyendas fueron de la segunda oleada, en realidad, y nosotros pertenecíamos a la primera. Una condenada flota de naves estatocolectoras, mejores que la nave mec que habíamos capturado. Ratas inteligentes.
Toby cabeceó lentamente. ¿Por qué iba a mentirle aquel vejestorio?
Conque los terrícolas habían construido los Candeleros. Quizá los terrícolas no fueran un mito, después de todo. Quizás estuvieran al mando en los Tiempos de Gloria. Pero, por supuesto, ninguno debía ser como ese enano arrugado.
—Ajá. Conque la tecnología de los Candeleros es terrícola.
—Policultural, en realidad: mec, terrícola, muchas cosas mezcladas.
—¿Mezcladas por quién? —insistió Toby con escepticismo.
—Por nosotros. Los humanos. Los terrícolas que llegaron en la segunda oleada todavía eran, supongo, de nuestra misma raza. Pero… —Una extraña melancolía surcó el rostro de Nigel—. Diferentes. Mucho… mejores.
—¿Mejores en tecnología?
—Más que eso. Ante todo, eran más que imponentes. Obraban verdaderos milagros, manejando esa enorme cantidad de equipo que habían capturado con el transcurso de los siglos. Es decir, otros lo hacían. Yo me cansé de la tecnología hace tiempo.
Toby sorbió.
—Para los Bishop, conocer trucos tecnológicos es como respirar.
—Sin duda, en los planetas. Los «terrícolas», como tú los llamas, eran importantes, los de la segunda oleada. Mi esposa Nikka siempre decía que nuestros problemas eran abrumadores… y los terrícolas nos trajeron soluciones abrumadoras.
Toby no estaba acostumbrado a que alguien bromeara con tanta seriedad. Cuando los Bishop bromeaban, se reían a carcajadas.
—Conque eres Brit —dijo a regañadientes. No quería que un vejete se burlara de él, pero algo le inducía a creer que Walmsley decía la verdad, tal vez el hecho de que a Walmsley no parecía importarle que él le creyera.
—La segunda ola multiplicó nuestro número… aunque por supuesto los mecs se encargaban de reducirlo.
—¿Ya entonces?
—Por siempre jamás. Hubo algunas treguas de colaboración mutua, pero a lo sumo nos toleraban. Durante algún tiempo pudimos movernos con bastante libertad cerca del Centro Verdadero. Ellos nos liquidaban cuando nos veían. En ocasiones recibíamos ayuda de los Antiguos. Caprichosa, pero crucial.
—¿Antiguos?
—Una forma de inteligencia que descendía de la arcilla.
—¿Arcilla? ¿Del lodo?
—Almacenaje de energía electrostática en lechos de arcilla con soluciones salinas… de las viejas costas marinas, supongo.
Toby sintió fastidio.
—Puedo creer que seas de la Tierra… ¿pero arcilla viviente? Pensarás que…
—Fueron los primeros en llegar. Echa un vistazo.
Un diagrama tridimensional titiló en el sistema sensorial de Toby. Lo seccionó para leerlo en dos dimensiones, con lo cual reducía los matices a un solo diagrama.
—¿Complejidad?
—Los especialistas lo denominan «complejidad estructural». Las arcillas construían estructuras complejas que podían replicarse. Cosechaban corrientes piezoeléctricas, impulsadas por las presiones de los cristales. Más adelante permitieron que las algas capturasen la luz del sol. Explotaban la energía como labradores.
Toby no sabía cómo encarar todo eso.
—¿Conque los Antiguos son vida nacida de la mugre?
—Combinada con estructuras magnéticas, sí. Es difícil describir esas antiguas nupcias. Hace mucho tiempo, desde luego.
Toby miró las inmensas eras representadas por sencillas líneas, seres biológicos después de las arcillas, intersectándose con el «reino magnético», y luego líneas desconcertantes con la etiqueta «biología terrícola». No sabía nada de «memes» y «kenes». Por el eje temporal dedujo que aquello había comenzado hacía más de doce mil millones de años, cuando se inició —¿qué?— todo el universo.
Aturdido por las implicaciones de aquel diagrama tan simple, no se aventuró en las otras dimensiones que expandían esa sencilla representación bidimensional a lo largo de ejes de «aptitud», «profundidad estructural», «complejidad reticular» y otros términos que ni siquiera podía leer. Mejor volver a algo sencillo.
—Entonces… ¿cómo llegaste aquí, ante todo?
—Robando una nave. Un crucero rápido mec.
Toby nunca había oído mencionar que alguien hubiera realizado semejante hazaña. Para los Bishop ya había sido bastante difícil utilizar una vieja nave humana, el Argo.
—¿La robaste? ¿Y viniste tan campante hasta el Centro Verdadero?
—Mmm, no exactamente —dijo Walmsley con la mirada perdida—. Verás, sucedió así.