La carta llegó cuatro días después. Era concisa y directa:
Estimado señor Ferguson:
Mi investigación ha revelado que hay actividad espiritual no resuelta en su complejo. Mi recomendación es que el proyecto de la Bahía Thunder sea abandonado de inmediato.
David Livingstone
Ferguson dejó caer la carta sobre el escritorio y sepultó el rostro entre las manos. Maldición. No era el mejor momento para recibir semejante noticia. Sólo quedaban ocho semanas hasta el primero de julio y, al no haber un informe positivo de Livingstone, habría problemas financieros. Se negaba de plano a que sus contratistas trabajaran a crédito. Una cosa es hacer negocios con un apretón de manos y nada más con los amigos; otra, con inversores extranjeros.
Era demasiado tarde para salir a buscar otro chamán, y aunque lo encontrara, ¿quién garantizaba que no diría lo mismo que David? Tomó el teléfono y marcó el número de éste. Tendría que apretarle un poco, hacerle entender que debía escribir otra carta en la que dijera que era igualmente probable que no hubiese espíritu alguno.
David respondió.
—Oye, David. ¿Qué es esta carta?
—Mi informe.
—Pero no dice nada.
—Dice lo suficiente.
—No puedo decirles a los inversores que el proyecto se cancela sólo porque un chamán lo recomienda.
—Creí que para eso me habías contratado —respondió David con una risa sarcástica.
—No, te contraté para resolver problemas; para expulsar espíritus.
Se produjo un largo silencio.
Al fin, David habló:
—Imposible.
Ferguson comenzaba a exasperarse un poco. No le caía bien la gente que respondía siempre con un «no». El mundo de la construcción está lleno de ellos. ¿Puedo construir sobre esta tierra? No. ¿Puedo hacerlo por tal suma? No. Y, ¿sabes una cosa? Cuando se lo piensan, la verdadera respuesta siempre es «sí». El «no» es la contestación automática, nada más.
—¿Cuál es el problema? —insistió Ferguson—. ¿Qué pasa en realidad? ¿Quieres más dinero? Vamos, David. Dime cuál es el problema.
—¿Cuál es el problema? ¡Tú estabas allí! —dijo David en tono de incredulidad.
Ferguson no contestó nada.
—¡Lo viste! ¡Viste lo que me ocurrió!
Una vez más, Ferguson no respondió.
—Caray —David rio—. Te lo explicaré con toda claridad. Esa aldea fue construida sobre tierra ajena. Y por eso se convirtió en pueblo fantasma. Ahí hay espíritus. Espíritus muy poderosos. Y no quieren que les construyan un centro turístico sobre sus cabezas. ¿Quieres que escriba eso en el informe para tus inversores?
Ferguson gimió. Todo eran problemas con este proyecto. Ahora se veía obligado a lidiar con un médico brujo con ínfulas.
—Tiene que haber un modo de obligarlos a marcharse.
—No se van a marchar. Márchate tú. ¿Quieres saber lo que opino? Que hay que desmantelar todas las edificaciones y trasladarlas un par de kilómetros costa abajo. De ese modo, estarías bastante a salvo, a no ser que alguien se perdiera en el bosque.
—Eso es una locura.
—¿Me lo dices a mí? Jamás me había topado con algo así.
—Pero eres chamán. ¿No puedes hacer un hechizo o algo por el estilo?
—¿Un hechizo? Ferguson, sólo pude salir de allí porque ellos me lo permitieron.
Ferguson volvió a gemir. Maldita sea. No se esperaba ese obstáculo. Limpia el lugar y sigamos adelante. ¿Cómo iba a ser aquel asunto un problema grave?
—Me dijiste que no lo hacías sólo para quedar bien con la población local —espetó David.
—Y así es.
—Entonces ¿por qué lo haces?
Ferguson dudó de si debía responder o no. Decidió hacerlo.
—Los inversores lo pidieron.
—De modo que no crees en espíritus y nunca creíste.
Ferguson no respondió. Se acogió a la Quinta Enmienda.
—Mira, Ferguson —prosiguió David—. Me pagaste por dar mi opinión de experto. Aquí la tienes: cierra el lugar hoy mismo y márchate. Si abres el centro turístico, pasará algo malo. Caray, en realidad ya sucedió algo malo, pero no tiene nada que ver contigo.
—¿Qué ocurrió? —preguntó Ferguson.
David no respondió. No era asunto de Ferguson.
—¿Cómo pretendes que te crea si no me lo dices?
David se lo pensó. Educar es la forma de terminar con la ignorancia. Que su desgracia al menos sirviera para advertir a otros.
—Mi esposa tuvo un aborto esta mañana —dijo—. El embarazo estaba muy avanzado, fue lo que se llama un aborto espontáneo.
Ferguson no supo qué decir.
—Lo lamento, pero no entiendo qué tiene que ver…
—Tómalo como un presagio, Ferguson.
Bueno, todo había terminado. Ferguson estaba bien jodido. Veía su vida evaporarse ante sus ojos. Era un trabajo de los que aparecen sólo una vez en la vida. Su último trabajo. Iba a supervisar la construcción, dedicar otros dos años a actuar como gerente de operaciones, después se retiraba. Representaba más dinero del que nunca hubiese ganado en toda su vida. Se había comprado una fueraborda nueva, depositado una parte del dinero en uno de esos fondos de pensiones, iba a tomar un préstamo para arreglar su casa. Y vaya si se lo merecía. A veces, uno acepta trabajos de mierda a sabiendas de que lo son, porque calcula que al final del camino terminarán por compensarlo. Bueno, parece que éste era el final del camino. Había llegado el momento de la compensación. Había vivido toda una vida de penurias y comida enlatada. Quería una vida agradable. Merecía una vida agradable. Vacaciones en México. Una cama que no estuviese hundida. Una cocina digna de su esposa. Todos los demás tienen mucho dinero. Y ahora que a Ferguson se le presentaba la ocasión de hacerse con un poco para sí, querían quitárselo. No era justo.
A la mierda con los tlingit. De todos modos, estaban casi extinguidos. Y a la mierda con los japoneses. Habían ganado todo su dinero estafando a estadounidenses. A la mierda con todos. El aborto de la mujer de Livingstone no tenía nada que ver con Bahía Thunder. Volvió a mirar la carta de Livingstone. Actividad espiritual no resuelta. A la mierda con eso. La carta tenía membrete y firma de Livingstone. Ferguson no vaciló. Un poco de cortar y pegar. Un poco de magia Xerox. Una vez que pasase por la máquina de fax, nadie lo notaría. Él escribiría la nueva carta.
Estimado John:
Me alegra informarte de que el complejo Bahía Thunder goza de la mejor salud espiritual. Mi investigación no reveló nada anormal. Tienes mi bendición para seguir adelante tan deprisa como te parezca. No veo la hora de que el complejo abra, y así pueda ir a disfrutar de la naturaleza con lujo y confort. ¡Buena suerte!
«Estos son momentos desesperados, John Ferguson, —se dijo—. Exigen medidas decisivas».