En el momento en que Peter iba a apretar el gatillo, Patrick se le adelantó. La niña dio un brinco y se incorporó. Su padre, con la cara empapada en lágrimas, escondió rápidamente la pequeña pistola.
―¿Ya han llegado, papi? ―preguntó ella.
―¿Quiénes, hija?
―Los hombres ―repuso, con un tono muy natural―, los hombres del comunicador inter… interespecial o algo así, los que decían que aguantásemos, que pronto estarían aquí…
―¿De qué hablas, Ketty? ―preguntó Peter sintiendo cómo el corazón se le encogía en el pecho.
―Papi, de los hombres que hablaban por allí ―dijo ella impaciente, levantándose y agarrando a su padre de la mano.
Lo condujo a la mesa donde descansaba la foto de fin de curso del 89. Allí parpadeaba una luz roja. La radio de policía.
―Quería hablar con Peggy y con Gustavo, y Patrick me dijo que se podría si lo intentaba mucho. Pero me respondieron ellos.
Peter miraba estupefacto la radio. Agarró el micrófono y pulsó el botón para comunicar.
―¿Oiga, oiga? ―dijo―. ¿Hay alguien ahí?
Silencio.
―¿Me escuchan? ―preguntó Peter, desesperado. La niña no podía haberse inventado la historia de los hombres de la radio.
―Aquí Patrulla del Centro de Defensa de Villa Salvación, estamos intentando averiguar las coordenadas de emisión ―contestó una voz varonil que le resultó vagamente conocida.
―¿David? ¿David Stratham? ―preguntó Peter doblemente sorprendido.
―Cielo santo, ¿eres tú, Peter? ¿Pero cómo diablos…? ―Se oyó ruido de fondo, alguien daba órdenes.
―¡Sí, sí, claro que soy yo!, David. Escucha, no puedo hablar mucho, estamos en problemas. ¿Dónde estáis?
―Estamos cruzando el puente de Joshua Chamberlain. ¿Qué ocurre ahí? No entendíamos muy bien a la niña, y nuestro experto en telecomunicaciones estaba intentando averiguar la procedencia de la señal…
―¡Joder, tenéis que venir rápidamente, estamos en casa de Patrick Sthendall! ―exclamó―. ¡Estamos siendo atacados por una jauría de putos zombis o algo así, ya casi no podemos continuar!
―¡Cielo santo! ―repitió de nuevo el veterinario―. ¡Aguantad, pronto estaremos allí, por la santísima trinidad!
Peter, escuchadas estas últimas palabras, dejó caer el micrófono y corrió hacia la puerta del sótano. Cuando llegó al salón, no había rastro de Patrick por ningún lado.