Te aseguro que la fuente de los mayores placeres y la mayor gloria es la Muerte. Es nuestra alma.
Clara y luminosa.
Sí, ya sé que toda la vida os han enseñado que el alma es un ser misterioso, oculto en un rincón de la mente, pero es mentira.
La Muerte es alma.
Todo el que esté vivo de verdad lo sabe, porque siente en todo momento la Muerte mirando por sus ojos, vigilando, recordándole, haciéndole disfrutar cada aliento.
Los amaneceres son hermosos porque la Muerte conoce los atardeceres. La primavera es gloriosa porque la Muerte conoce el invierno.
¿Por qué entonces muy pocos vemos al asesino que llevamos dentro?
Los terrores del mundo no están en el exterior. Pertenecen a la Muerte.
El oscuro abismo que siempre está a punto de devorarnos pertenece a la Muerte.
La Muerte deambula en el vacío con pasos silenciosos. Sus gritos son mudos, su dolor infinito.
Todos la vemos en uno u otro momento.
Su sombra camina de puntillas en nuestro interior, y tenemos miedo.
Sabemos que las sombras no pueden existir sin la luz.
Las sombras viven en la luz.
Yo te aseguro, amigo, que la Muerte es nuestra alma clara y luminosa.
Y el alma arroja una sombra.
Siempre está ahí. Oscura. Aterradoramente viva.
Mira a través de nuestros ojos. Se mueve cuando nos movemos. Toca a nuestros seres queridos.
… Debemos estar vigilantes.