31

Las primeras luces del alba se filtraban por las grietas entre la paja. La Pantera estaba sentado junto al fuego en casa de Capullo de Rosa, con los brazos en torno a las rodillas. Los recuerdos de la terrible noche seguían dándole vueltas en la cabeza. Perla de Sol dormía en el banco tras él, respirando agitadamente. Nueve Muertes estaba sentado al otro lado del fuego, con la cabeza gacha y una profunda tristeza en la mirada.

Nutria Blanca trajinaba en torno al fuego, atendiendo a la comida… Como si alguien pudiera tener hambre.

La Pantera contemplaba el fuego, que crepitaba y chispeaba. Lo que había descubierto le había herido el alma.

—¿Ha visto alguien a Zorro Alto esta mañana?

Nueve Muertes se frotó la cara.

—No. Con la conmoción de anoche, desapareció. Tal vez, con algo de suerte haya ido a ahogarse. Es mejor que ser un paria.

—No tiene valor para eso, Jefe de Guerra. De momento estará pensando que todo el mundo tiene la culpa, menos él. —La Pantera hizo una pausa—. ¿Por qué no se casó Peine de Nácar con Púa Negra? ¿Por qué siguieron como estaban y arruinaron tantas vidas?

Nueve Muertes tiraba de las hebras de la esterilla, todavía manchada con la sangre de Perla de Sol.

—La Weroansqua no les dio permiso. Su matrimonio con Hueso de Monstruo fortalecía la alianza. Él le dio un hijo, Hueso Blanco, que murió ahogado. A su otro hijo, Somormujo, lo mató un rayo.

—¿Cómo era Hueso de Monstruo?

—Justo lo contrario que Púa Negra. Bravucón, duro. Peine de Nácar y él se peleaban como pumas. Lo cierto es que no puedo reprochar a Peine de Nácar que se volviera hacia Púa Negra. Creo que Halcón Cazador siempre esperó demasiado de ella. Peine de Nácar quería emociones, ceremonia y aventura. Como su padre, Pájaro. Me han dicho que Pájaro era el músculo y Halcón Cazador el cerebro que hizo destacar al clan Piedra Verde entre los pueblos independientes.

—¿Y Peine de Nácar no volvió a casarse?

—Sí, sí. Estuvo casada un año aquí, medio año allá. Pero siempre volvía sola. Ahora sé por qué. Quería estar cerca de Púa Negra. Si se hubiera casado con Trueno de Cobre, habría pasado lo mismo.

La Pantera parpadeó, queriendo borrar de su mente el cuerpo quemado de Púa Negra. Sentía el alma como un trapo viejo, ajada, vacía de cualquier alegría que hubiera podido sentir alguna vez.

Nueve Muertes pareció leerle la expresión.

—¿Cómo se las arreglará Zorro Alto? —preguntó—. Su único error fue enamorarse de quien no debía, y ahora está acabado para siempre. ¿Quién querría casarse con él? ¿Qué pueblo lo aceptará? Se ha acostado con su hermana. Está manchado para siempre.

—Por eso Serpiente Verde oía sollozar al fantasma de Nudo Rojo. —La Pantera se frotó la cara—. Sólo en la muerte descubrió lo que le habían hecho.

—¿Y por qué se tiró al fuego Púa Negra? ¿Cómo pudo hacerlo? —preguntó Nutria Blanca, moviendo la cabeza con perplejidad.

—Temía que le fallara el valor en el último momento —susurró la Pantera.

—¿El valor? Pero si ya nada dependía de él —observó Nueve Muertes, mirando con aire ausente una hebra de la alfombrilla.

La Pantera cerró los ojos y respiró hondo.

—Jefe de Guerra, esto no ha terminado. Púa Negra se me adelantó. Actuó antes de que yo pudiera terminar. Verás…

En ese momento se oyeron unos gritos fuera:

—¡Corred!

—¡Nos atacan!

Nueve Muertes se levantó de un brinco, recogió sus armas y salió por la puerta.

La Pantera le siguió, maldiciendo sus viejos huesos. El alba había blanqueado la bruma. Las casas destacaban como sombras fantasmas. Hombres y mujeres aparecían y desaparecían al pasar corriendo.

—¿Dónde? —gritó un hombre—. ¿Dónde están?

—¡En la puerta de la empalizada! ¡Es un nutrido grupo de guerreros!

La Pantera se hizo a un lado para que no lo arrollaran y se apresuró hasta la plaza. Una flecha se clavó en el suelo, indicando la dirección de la que provenía. Todos estallaron en gritos.

Un grupo de guerreros se precipitó hacia la empalizada para escudriñar la niebla por las grietas. De vez en cuando alguno disparaba una flecha a una sombra.

Nueve Muertes gesticulaba frenético con su pesado arco.

—¡Quiero a mujeres y niños en fila a lo largo de la empalizada! El enemigo podría estar rodeándonos para sorprendernos por la espalda. ¡Mazorca de Piedra, encárgate tú! Que no quede ninguna zona sin vigilancia.

La Pantera miró la bruma, que comenzaba a levantarse.

—¿Quiénes son?

En ese momento apareció Trueno de Cobre a la carrera, se pegó a un poste junto a la Pantera y miró ceñudo al cielo. Los tatuajes se tensaron sobre su ceño.

—¿Quiénes sois? —gritó—. ¡Dad vuestro nombre, asquerosos cobardes!

—¡Los guerreros del Mamanatowick Serpiente de Agua! —se oyó una voz—. Yo soy Ala de Mirlo y voy a tener tu cabeza antes de que acabe el día.

—¡Pues ven por ella! ¡Ya veremos quién es más bajo al atardecer!

La Pantera suspiró.

—Tal vez pueda impedir esto.

Trueno de Cobre le miró con desdén.

—¿Tú, Cuervo? ¡Este no es tu lugar! ¿Quién te crees que hay ahí fuera? ¿Humo Blanco?

La Pantera se acercó a Nueve Muertes, que estaba alineando a sus guerreros. Una flecha se clavó con un ruido hueco en la empalizada por encima de su cabeza.

—¿Qué ha pasado hasta ahora? —preguntó el viejo.

Nueve Muertes le miró irritado.

—Anciano, no tengo tiempo para…

—¡Qué ha pasado, Jefe de Guerra! Me lo vas a decir ahora mismo… ¿O es que te has olvidado de tu última batalla en Tres Mirtos?

La irritación desapareció, sustituida por una sonrisa irónica.

—Perdona, Anciano. Uno de nuestros dos exploradores, los que aposté anoche para protegernos de un posible ataque de los hombres de Púa Negra, nos ha avisado justo a tiempo. Han venido muchos guerreros. Parece que Ala de Mirlo ha traído al grueso de sus fuerzas.

—Ven conmigo, Jefe de Guerra —dijo la Pantera, echando a andar hacia la abertura de la empalizada.

—¿Qué? ¿Estás loco? Esto no es Tres Mirtos. ¡Es Ala de Mirlo el que está ahí fuera! Si sales de la empalizada te matarán.

—Tal vez. Pero también es posible que logre impedir esta batalla. —El viejo vaciló ante la puerta—. Tus pulmones son mejores que los míos. Averigua si Cazador en el Maíz está ahí fuera.

Nueve Muertes se hizo bocina con las manos.

—¿Quién dirige el ataque? ¿Eres tú, Cazador en el Maíz?

—Cazador en el Maíz está aquí —replicó una voz apagada—. ¡Pero venimos en presencia del Mamanatowick! ¡Está aquí para contemplar personalmente la destrucción de Perla Plana!

Un enorme clamor se alzó desde los campos. Nueve Muertes dio un respingo y se apoyó contra la empalizada.

—Según suena, debe de haber decenas de decenas de hombres. Nunca nos habíamos enfrentado a tantos sin preparación.

—¿Cuánto tiempo puedes aguantar?

Nueve Muertes se frotó la cara.

—No mucho, Anciano. Si han venido con el grueso de sus fuerzas, podrán seguir atacando hasta encontrar un punto débil. Si la niebla se despeja y consiguen incendiar las casas… bueno, sólo será cuestión de tiempo.

La Pantera soltó una risita, aunque la tristeza crecía en su interior.

—Todo por el clan, ¿eh? Muy bien, Jefe de Guerra, vuelve a alzar la voz por mí. —La Pantera estaba tan nervioso que le dolía el estómago—. Dile al Mamanatowick… dile que su tío, Ocho Rocas, desea hablar con él.

Nueve Muertes le miró incrédulo. Tragó saliva y preguntó:

—¿Quién? ¿Quién has dicho?

—Ya me has oído. Ocho Rocas. Venga, díselo —ordenó la Pantera, haciendo un gesto con la mano.

Nueve Muertes volvió a hacerse bocina.

—¡Mamanatowick! ¡Escúchame! Tu tío Ocho Rocas desea hablar contigo.

Se produjo un largo silencio. Luego una voz desdeñosa se alzó entre la niebla:

—¡Ocho Rocas murió hace mucho tiempo! ¡Vete al infierno, gusano asqueroso!

—Pues si estoy muerto, ¿por qué no está mi cadáver en tu Casa de los Muertos? —replicó la Pantera—. No puedes responder, ¿eh? ¡Porque todavía estoy viviendo en él, idiota!

—¿Quién habla? —Un hombre se había adelantado y se perfilaba como una sombra en la niebla.

—¡Ahora me llaman la Pantera!

—¡El brujo! —El rumor fue recorriendo el grupo de guerreros.

—¡Llamadme brujo si queréis! ¡Pero soy el mismo hombre que dio a la madre de Serpiente de Agua su primera pieza de cobre! —El viejo ladeó la cabeza. Se oía un rumor de conversación en ambos bandos.

—¡Adelántate! —respondieron por fin—. Si dices la verdad nadie te hará daño.

La Pantera dio dos pasos antes de que Nueve Muertes le alcanzara.

—¿Qué haces, Jefe de Guerra? Vuelve antes de que alguien, buscando la gloria, te atraviese de un flechazo.

—No voy a dejar que vayas solo, Anciano. Perla de Sol no está aquí, y si pasa algo me necesitarás para cubrirte las espaldas.

—Pero si las cosas se tuercen te necesitarán a ti para coordinar y dirigir la defensa. Y es una cosa que no se hace muy bien cuando está uno tirado en el suelo con el cráneo abierto.

—Tal vez, después de anoche, no tenga muchas razones para vivir.

—¡No seas idiota! Tienes a Nutria Blanca y a los otros niños del clan Piedra Verde. —Pero al ver que Nueve Muertes seguía a su lado, el viejo cedió—: Está bien. Haremos esta locura los dos juntos.

—Por supuesto —masculló Nueve Muertes—. De hecho hasta ahora nos ha ido bastante bien, ¿no crees?

La Pantera sonrió, con el primer atisbo de esperanza en el pecho.

—Pase lo que pase, Jefe de Guerra, quiero que sepas que aprecio mucho tu amistad.

—Y yo la tuya, Anciano.

La Pantera cuadró los hombros y siguió caminando con renovado orgullo, a pesar del temblor de sus piernas. Después de todas las pruebas que había afrontado en su vida, su alma oscilaba al borde de la disolución al enfrentarse a su familia. Habían pasado tantos otoños… ¿Qué pensarían del cobarde que tan innoblemente había huido? ¿Se atrevería a mirarlos a los ojos?

Mientras avanzaban por el campo los guerreros iban apareciendo en la niebla como si se materializaran de la nada.

La Pantera tropezó en un matorral y Nueve Muertes tendió la mano para sostenerlo. Aquel contacto logró equilibrar algo más que el cuerpo del viejo.

—¿Estás bien?

La Pantera tenía la boca seca como hojas muertas.

—Sí, gracias, Jefe de Guerra.

Un guerrero se acercó con cautela. Llevaba un mirlo disecado atado a la cabeza afeitada.

—¿Nueve Muertes? Sí, eres tú. No podías ser otro: más bajo que una mujer y el doble de idiota.

—La inteligencia nunca ha sido tu fuerte, Ala de Mirlo. Ahora déjate de charlas estúpidas y lleva al Anciano ante el Mamanatowick. Tienen cosas importantes que discutir.

—¿Como la destrucción de Perla Plana y de todos sus habitantes?

—¡Cuida tu lengua, guerrero —exclamó la Pantera—, o acabarás con la cabeza en una estaca!

Ala de Mirlo dio un respingo al oír aquel tono de autoridad.

—Por aquí. —De pronto vaciló—. Nueve Muertes, deja tus armas.

—Nueve Muertes lleva sus armas —dijo la Pantera—, como debería hacer cualquier escolta de un Anciano del clan Fuego del Cielo. Y si me desobedeces una vez más, vas a perder algo más que la cabeza.

Ala de Mirlo se mordió el labio, indeciso, arrugó la frente y por fin echó a andar a paso ligero.

La Pantera tuvo que apoyarse en Nueve Muertes. Le costaba caminar en aquel terreno irregular. El grupo de guerreros se iba cerrando en torno a ellos, impidiendo cualquier retirada.

—¿Sigues pensando que esto es una buena idea? —murmuró Nueve Muertes.

—Mejor que la alternativa.

—Primero incesto y ahora esto. ¡Okeus nos ha condenado!

—¡Guano de gaviota! Lo que pasa es que éstos han llegado en el momento más inoportuno.

—Está en juego el destino de mi clan y yo tengo por compañero a un hereje.

La Pantera alzó una ceja.

—Si quieres me voy…

Nueve Muertes sonrió con resignación.

El Mamanatowick estaba sentado en un tocón renegrido. Las canas relucían en su largo pelo. Con el mentón apoyado en la mano miró con aire inquisitivo a la Pantera en cuanto se acercó con Nueve Muertes.

—Saludos, sobrino —saludó el viejo—. Ya veo que has llegado lejos. Te pareces a tu padre. Tu madre estaría orgullosa.

—¿Y yo tengo que creerme que tú eres Ocho Rocas? ¿El misterioso Ocho Rocas que desapareció de repente hace tanto tiempo? Yo sólo veo a un viejo decrépito. ¿Tengo que creer que el brujo al que llaman la Pantera es mi tío?

—Yo no desaparecí. Me marché. —La Pantera se cruzó de brazos—. Tenía mis razones.

—¿Cuáles?

—Son asunto mío.

Serpiente de Agua miró a Ala de Mirlo.

—Adelante. Ataca el pueblo y mátalos a todos. Empezando por estos dos.

—¡Espera! —La Pantera respiró hondo—. Muy bien, Serpiente de Agua. Me marché por una mujer. Se llamaba… Otoño Cálido.

—Era mi tía.

—Si eres el hijo de Agalla Azul, así es. Otoño Cálido estaba prometida a mi hermano Fuego Blanco.

—¿Qué me estás diciendo? —exclamó Serpiente de Agua con expresión disgustada.

—Te estoy diciendo que Otoño Cálido estaba prometida a mi hermano, y yo estaba enamorado de ella. Te estoy diciendo que no podía soportar la idea de que se fuera con él. Despreciaba a Fuego Blanco. Era un monstruo mimado, ya desde niño. ¡Y mi madre le prometió a él mi preciosa Otoño Cálido!

Serpiente de Agua se inclinó, escudriñando el rostro de la Pantera.

—Tú eras el primogénito. Habrías sido Mamanatowick. ¿Renunciaste a todo eso por una mujer? ¿Y esperas que yo me lo crea?

—Puedes creer lo que quieras, sobrino. Yo era muy joven y la amaba con toda mi alma. Ella me suplicó que huyéramos juntos, que me la llevara lejos, pero yo había aprendido muy bien mis lecciones. Todo por el clan: deber, honor, responsabilidad.

Mi cuerpo y mi alma pertenecían al clan Fuego del Cielo. En lugar de deshonrar a mi clan huyendo con Otoño Cálido, la prometida de mi hermano, sólo me deshonré a mí mismo. Vi cómo se casaba con él, vi cómo le tomaba de la mano y danzaba con él… Y en ese momento supe que no podría soportar vivir junto a ellos. —La Pantera movió la cabeza—. Nunca me he permitido amar a otra mujer.

—¡Bendito Okeus! —susurró Nueve Muertes.

—Por favor. —El viejo alzó la mano—. Si quieres bendecir a alguien, que sea a Ohona.

Serpiente de Agua se había quedado pensativo.

—La desaparición de Ocho Rocas era un gran misterio. Algunas cosas cobran sentido ahora.

La Pantera apenas podía respirar. Era como si le estrujaran el pecho.

—Aquella noche fue insoportable. Sólo podía pensar que él la estaba montando. Quería haberme aplastado los sesos, pero en lugar de eso me marché del pueblo y me dirigí al oeste. No podía soportar deshonrarla más.

—Así que te has dedicado a vagar por ahí, como un harapiento mercader. ¿Por qué no volviste a casa? Parece que has desperdiciado tu vida.

—Sí, sobrino, he desperdiciado gran parte de ella. —La Pantera se encogió de hombros—. Pero al final llegué a casa. Y cuando todo esto termine me retiraré a mi isla y viviré el resto de mi vida como me plazca.

—Si eres Ocho Rocas, volverás conmigo. Volverás con tu clan y tu familia.

—No, sobrino. Tomé mi decisión hace mucho tiempo. De no haber querido impedir este ataque, habría muerto como he vivido: solo y desconocido. La única razón que tengo para desvelar mi identidad ante ti es la de impedir que destruyas el pueblo de Perla Plana. Soy un Anciano del clan Fuego del Cielo…

—El único Anciano del clan Fuego del Cielo. Los demás han muerto.

—Muy bien. Pues como el único Anciano, quiero que detengas el ataque.

*Serpiente de Agua señaló el pueblo, ya visible entre la niebla.

—¡El usurpador que se hace llamar Gran Tayac está allí! He esperado mucho este momento. Puedo solucionar dos problemas de un solo golpe.

La Pantera se irguió.

—Pues antes tendrás que matarme. Aquí mismo.

—¿Por qué haces esto? —gritó Serpiente de Agua, poniéndose en pie—. ¿Qué significa para ti esta gente?

—Tengo amigos en el pueblo. Una es una joven llamada Perla de Sol. Todavía no es una mujer, pero quiero que tenga la oportunidad de serlo, y no como esclava tuya. Otra se llama Nutria Blanca. Me gustaría que llegara a ser una mujer como su madre.

—¿Y a causa de un capricho tuyo yo tengo que renunciar a un ataque con el que he soñado durante diez otoños? ¿Y todo por un par de niñas? —Serpiente de Agua alzó los brazos con gesto incrédulo.

—Después de lo que he visto en mi vida, no se me ocurre una razón mejor. Toma tu decisión, Mamanatowick: aléjate de Perla Plana o mata al Anciano de tu clan.

Serpiente de Agua reflexionó un momento.

—Tiene que haber otra solución. Podría ordenar a mis guerreros que te sujetaran hasta que…

—No, Mamanatowick —terció Nueve Muertes, dando un paso adelante—. Si das esa orden te mataré. Soy Nueve Muertes, Jefe de Guerra de Perla Plana. He venido a escoltar al Anciano. Estoy aquí para protegerlo de sus enemigos.

Ala de Mirlo colocó de inmediato una flecha en su arco, pero Serpiente de Agua lo detuvo con un gesto.

—Anciano, tu escolta es un hombre valiente, digno de su posición y su rango. Por ese servicio, Nueve Muertes, dejaré que vivas.

—Vas a permitir mucho más que eso —gruñó la Pantera—. Jefe de Guerra, dame tu garrote. Si es necesario lucharé contra Serpiente de Agua por el derecho a gobernar el clan Fuego del Cielo.

Serpiente de Agua se quedó boquiabierto.

—¿Llegarías a desafiarme?

—Es mi derecho, según la ley del clan. —La Pantera tomó el garrote de Nueve Muertes—. Podría exigir una reunión del clan para discutir mi petición del cargo de Mamanatowick. Soy el hijo primogénito de Gaviota Blanca, padre de Esquirla de Piedra. —El viejo sonrió con malicia—. O también puedes suspender el ataque y yo me olvidaré de que te he visto.

Serpiente de Agua arqueó una ceja.

—Pero ¿y Trueno de Cobre? ¿Crees que voy a dejar marchar también a ese advenedizo? Llevamos seis días de marcha. Me estoy perdiendo la Ceremonia del Solsticio. No pienso volver a casa con las manos vacías.

—No; me llevarás a mí y discutiremos tu derecho a ser Mamanatowick. O bien llevarás de vuelta mi cadáver y tendrás que explicar por qué mataste a un Anciano del clan. Es lo único que te ofrezco. Decide, aquí y ahora.

—Esto no me gusta nada. —Serpiente de Agua se paseaba de un lado a otro. Consideró sus opciones, pero ninguna le parecía aceptable.

—No, ya me lo imagino. Pero yo conozco la ley del clan, sobrino. Conozco mis derechos tan bien como tú. Sabes quién soy, ¿verdad?

Serpiente de Agua tragó saliva, indeciso entre el deseo de aniquilar a sus enemigos y las leyes del clan.

—Tal vez —terció Nueve Muertes— podríais volver a casa con la barriga llena. Como miembro del clan Piedra Verde te ofrezco la hospitalidad de mi pueblo. —El Jefe de Guerra miró alrededor—. Has traído muchos guerreros. El festín podría acabar con las provisiones de la Weroansqua, pero si hiciéramos un trato… Por ejemplo, de que no se realizara ningún ataque durante los dos próximos otoños… Entonces estoy seguro de que los pueblos independientes podrían recuperarse.

—Sí, y yo ofrezco algo más —dijo la Pantera, devolviendo el garrote a Nueve Muertes—. Te ofrezco el retorno de otro de tus parientes. Ahora se la conoce como Polilla, pero para ti era Palo Dulce.

—¿La hermana de Otoño Cálido? Era la segunda esposa de Fuego Blanco. —Serpiente de Agua intentaba calibrar las implicaciones de todo aquello—. ¿Y accedería a ello la Weroansqua?

—Estará encantada de acoger y alimentar a tus hombres. Y Polilla es esclava de un hombre que me debe un favor. A ver, no habéis matado todavía a nadie, ¿verdad?

—Sólo a un explorador en el bosque. El otro escapó y avisó de nuestra llegada. —Serpiente de Agua ladeó la cabeza—. Tal vez se podría hacer algún regalo al clan del guerrero muerto, ¿no?

—Podría arreglarse —convino Nueve Muertes.

—Pero sólo durante dos otoños —insistió el Mamanatowick—. Y yo mismo me encargaré del advenedizo.

—Eso queda entre tú y él —replicó la Pantera con tono amistoso—. Sin embargo, creo que también él estaría dispuesto a llegar a algún acuerdo.

Serpiente de Agua esbozó una sonrisa torcida.

—No durará, y lo sabes. Al final estos pueblos serán míos.

—Tal vez —respondió la Pantera—, pero de momento sirven a un propósito. Lo que pierdes en autoridad lo ganas por otro lado: estas aldeas hacen de parachoques con los Conoy de Rana de Piedra. Un Mamanatowick sabio tiene en cuenta estas cosas.

—¿Tú crees que soy sabio?

—Está en la sangre, sobrino.

Era la primera noche del solsticio. Perla de Sol yacía en casa de Capullo de Rosa. El dolor laceraba su cuerpo empapado en sudor y la fiebre aturdía sus sentidos. Su largo pelo cubría el lecho como un reluciente halo negro. Apenas tenía fuerzas para contemplar las sombras que danzaban en las paredes. El fuego principal se había rebajado hasta convertirse en una oscilante llama. La casa estaba en absoluto silencio, pero en el exterior se oían cantos, palmas y el jadeo de los danzarines en la plaza.

La muchacha había oído hablar de la muerte de Púa Negra. Ella había vivido en la aldea del Weroance y sabía que era un hombre bueno y justo, a pesar de cómo la había tratado aquel día en la plaza. ¿Qué haría sin él el pueblo de Tres Mirtos?

¡Zorro Alto cometió incesto con Nudo Rojo!

Cerró los ojos horrorizada y acarició con los dedos la suave piel de ciervo que cubría su pecho. Hacía tanto tiempo que deseaba a Zorro Alto, que anhelaba verlo… Pero ahora ya no sabía lo que sentía. Si el joven tenía dos dedos de frente, se habría marchado de pura vergüenza de Perla Plana antes de que la Weroansqua convocara un consejo para sentenciar su muerte. Pero le habría gustado que por lo menos hubiera ido a despedirse de ella, que le hubiera hecho llegar un mensaje, que hubiera tenido algún gesto.

Yo lo arriesgué todo por ti, Zorro Alto.

De todas formas, rezaba por que hubiera huido. Se lo imaginaba enfrentándose con valentía al mundo, haciéndose un lugar en alguna tierra lejana.

¿Haría lo mismo que la Pantera? ¿Buscaría alguna isla perdida para tratar con sus demonios? Yo podría ir con él para ayudarle a superar esta terrible tragedia. Perla de Sol no tenía miedo. No había sido culpa de Zorro Alto. Él no sabía nada.

Le dolía respirar y tiritaba de frío. Para olvidarse del dolor miró las cestas y los sacos tejidos que colgaban de las vigas. Se veían tallos secos de judías y varias calabazas, así como algunos frutos secos. La casa estaba impregnada del olor dulce del pan de arroz silvestre y la infusión de escaramujo que había tomado para desayunar. Junto a ella todavía quedaba una calabaza llena, pero no tenía sed. No tenía ganas de hacer nada. Apenas podía mantener los ojos abiertos.

—¿Madre? —murmuró con un sollozo en la garganta—. Madre, te echo de menos.

Había soñado que su madre estaba con ella, que la cuidaba con manos frescas y voz cariñosa. Los olores familiares de su casa la confortaron: maíz asado, humo de madera, los pétalos secos de rosa que su madre mezclaba con agua caliente para lavarle el pelo…

Una lágrima surcó su rostro. Su madre debía de preguntarse por ella, seguramente estaría muy preocupada. Por primera vez desde su marcha Perla de Sol deseó volver a su casa y ponerse en manos de su familia, esperando que tuvieran clemencia. Si tenía paciencia y suplicaba, la tía Hebra de Hoja la perdonaría.

Pero… pero no podía volver a su casa. La Pantera había mantenido su parte del trato, y ella le debía su vida.

Los párpados le pesaban como piedras. Pestañeó e intentó concentrarse en la puerta de la casa, visible más allá de sus pies. Durante un rato le pareció flotar sobre las cálidas pieles, subir hacia el techo con su agujero para el humo…

Entonces las sombras junto a la puerta se movieron furtivas y apareció una figura vacilante que miró inquieta en derredor. Al ver que Perla de Sol estaba sola, entró con los hombros hundidos, como esperando un golpe en cualquier instante. Ella pensó que se trataba de otra ilusión provocada por la fiebre, hasta que la silueta habló:

—¿Perla de Sol?

—¡Zorro Alto! Pensé que te habías ido.

—Sí, me marché. Salí entre la niebla y me escondí en el bosque. Pero ahora que es de noche he venido a verte. Tengo que hablar contigo.

Se cubría con una manta clara y se le veía pálido. Tenía los ojos hundidos, las ojeras muy marcadas. El pelo le caía suelto sobre los hombros. Se arrodilló junto a ella y le tomó la mano. Ella se dejó llevar por aquella sensación.

—La aldea está llena de guerreros del Mamanatowick. Todo el mundo está en la Danza. Con la manta encima de la cabeza nadie me ha reconocido. Tenía que verte. Quiero pedirte que vengas conmigo, Perla de Sol. Ahora te necesito más que nunca. —Sorbió por la nariz y se la limpió con la manga—. ¡Estoy tan solo! ¡Todo el mundo me ha traicionado!

—Tienes que marcharte, Zorro Alto, como hizo la Pantera. Busca un lugar donde nadie te conozca.

—¿Irme? ¡Pero yo no sabía que Nudo Rojo era mi hermana! ¡No es culpa mía! ¡Fue mi padre! Ese gusano mentiroso lo hizo adrede. ¡Ha arruinado mi vida!

—No, Zorro Alto, por favor… Ahora tienes que ser valiente. Tienes que…

—¡No me estás escuchando! ¡No has oído ni una palabra!

—Zorro Alto…

—Te necesito, Perla de Sol. Todos los demás me han vuelto la espalda. Tengo miedo. ¿No lo ves? Simplemente por estar aquí alguien podría matarme. ¡Me echan la culpa de lo sucedido!

—Zorro Alto, debes enfrentarte…

—Huye conmigo, por favor. ¡Te lo suplico!

Ella cerró los ojos. Le parecía que el alma se le escapaba, que Zorro Alto la absorbía como una sanguijuela chupa la sangre.

—Perla de Sol, si no me ayudas no… no sé qué voy a hacer.

Ella no dijo nada, temerosa por él. ¿Qué había dicho la Pantera? Que era un cobarde.

Él le apretó la mano.

—La Pantera te ha estado vigilando como una cerda a su primera cría. Es la primera oportunidad que he tenido de verte. He venido para llevarte conmigo. Ahora mismo.

—No puedo ir, Zorro Alto. Estoy herida. Debes tener valor para irte tú solo.

El joven estrechó la mano de Perla de Sol contra su mejilla.

—Pero yo no quiero marcharme. ¡Yo no he hecho nada malo! Mi padre mató a Nudo Rojo. ¡Todo es por su culpa! Yo sabía que en el fondo era un asesino. Me daba náuseas ver cómo se comportaba en la batalla. ¿Recuerdas el brillo que tenía en los ojos? ¡Disfrutaba matando!

—No, no. Zorro Alto, no…

De pronto él bajó la mano y sacó algo de su manta. Parecía un hueso roto y renegrido.

—Mira, lo saqué de las cenizas, para acordarme siempre de lo que me hizo. Y de lo que se hizo a sí mismo. —Un suave sollozo escapó de su garganta—. Estoy mancillado para siempre, Perla de Sol, por su culpa. ¡Él permitió que yo cometiera incesto! Deberías verlo. La gente ni siquiera me mira. ¡A mí! Me consideran una espantosa enfermedad. ¡Al final alguien me matará! ¡Lo sé!

Ella hizo un esfuerzo por mover el pulgar para acariciarle la mejilla.

—Mírame.

Zorro Alto alzó la cabeza y ella vio odio en sus ojos. El corazón le dio un brinco. Luego sintió en todo el cuerpo un hormigueo.

—Tu padre… —La muchacha intentó respirar sin dar un respingo de dolor—. Tu padre era un buen hombre, Zorro Alto. No… no le odies.

Él sollozó y estrechó el hueso contra su corazón. Lloraba como un niño, balanceándose.

—¡Ven conmigo, Perla de Sol! Tú y yo juntos les daremos una lección. Sí, a todos los que nos han hecho daño. ¡Nos las pagarán! Sí, eso es. ¡Les haremos sufrir hasta que nos pidan clemencia a gritos!

Ella le contemplaba cansada, como buscando algo. Algún resto de fuerza o, tal vez, de amor por ella. Se encontraba tan débil…

Zorro Alto se movió y se enjugó las lágrimas con el borde de su manta. Estaba sentado con las piernas cruzadas junto a ella.

—Perla de Sol…

Ella suspiró dolorida. Hacía menos de un cuarto de luna se habría entregado a él sin dudarlo, se habría propuesto cuidarle. Pero ahora, viéndolo allí, apretando aquel hueso quemado en el puño…

—Vete, Zorro Alto. Vete, por favor.

—No, escucha. Voy a ser un hombre muy peligroso. Todo el mundo me tendrá miedo. —Esbozó una sonrisa. La desesperación brillaba en sus ojos—. Si crees que tienen miedo de la Pantera, ¡ya verás cuando yo me vengue de ellos! Todos desearán no haber…

En ese momento el viejo entró en silencio. Su pelo gris relumbraba a la luz del fuego.

—¿Qué haces aquí, muchacho? Perla de Sol necesita descansar. ¿La estás molestando?

Antes de que Zorro Alto pudiera contestar, ella se adelantó:

—Sí, Anciano, me está molestando. —Dejó caer la cabeza a un lado y cerró los ojos.

—Tal vez debería avisar de que estás aquí, niño —dijo la Pantera con tono amenazador—. La Weroansqua no sabía dónde te habías metido.

Zorro Alto se levantó y se precipitó hacia la puerta. La Pantera se arrodilló para tapar bien a Perla de Sol.

—No creo que se atreva a volver.

—¿Qué le pasará?

El viejo suspiró.

—Será un joven muy desgraciado. Ningún clan le ofrecerá cobijo. Tendrá que irse muy lejos, dejar atrás todo lo que conoce, hasta llegar a algún sitio donde no le haya precedido su reputación.

—No fue culpa suya.

La Pantera resopló.

—¿Ah, no? Copuló con una niña. Le pidió que huyera con él sabiendo que estaba prometida con otro. Pero ni siquiera tiene mala conciencia, ¿no es así? Debería aborrecer lo que hizo, pero no. Si sobrevive se convencerá de que siempre tuvo razón. Después de un par de años se jactará ante sí mismo de haber poseído a Nudo Rojo unos cuantos meses.

Perla de Sol no se había sentido nunca tan cansada.

—Sí —susurró—, ya lo sé.

—Duerme, Perla de Sol. Aquí no hay nada que requiera tu atención. Además, tienes que recuperarte bien para poder ir a casa.

—¿A la isla?

—No. —Le apartó de la cara el pelo húmedo. Ella abrió los ojos y le vio sonreír—. Te voy a llevar a tu casa. Y una vez allí creo que tendré una conversación con esa tía tuya tan irritante. Te libero de tu promesa. En cuanto te recuperes volverás a ser libre.

—Pero… pero tú me necesitas.

—Sí, es verdad. Más de lo que imaginas. Pero estaré a salvo en mi isla. Me alegrará mucho, sin embargo, que vengas a verme de vez en cuando. A lo mejor me podrías traer calabaza.

Ella intentó sonreír, pero apenas logró mover los labios antes de quedarse dormida.