30

Nueve Muertes deseó desesperadamente tener a mano su garrote. El rostro de Trueno de Cobre se ensombreció como una tormenta de invierno. Si la reunión acababa en violencia, Nueve Muertes sólo contaba con la rápida disciplina de sus hombres para proteger a la Weroansqua y restablecer el orden.

La tensión en la casa comunal era como una fiera respirando a sus espaldas. Halcón Cazador, sacando el mentón con expresión desafiante, parecía haber bebido una amarga pócima de raíz de podofolio. Red Amarilla estaba tensa y pensativa. Sólo la Pantera y Serpiente Verde parecían tranquilos. ¿Era que estaban hechos de madera o que la edad los hacía ciegos al peligro que les acechaba?

La Pantera se frotó las manos.

—La muerte de Nudo Rojo no tuvo nada que ver con las cosas que acabamos de discutir, y que sólo sirvieron para precipitar la tragedia.

—¿Entonces por qué las has mencionado? ¿Para humillarnos? —repuso Halcón Cazador, blandiendo furiosa su bastón.

—No, Weroansqua. De hecho te estaba haciendo un favor. —El viejo miró a Trueno de Cobre con evidente disgusto—. Había que limpiar de toda culpa a las personas inocentes que, sin embargo, tenían una razón para matar a Nudo Rojo. Si no, las preguntas los acecharían el resto de su vida. Quiero que el asunto quede totalmente cerrado, para que todo el mundo pueda comenzar a poner en orden su propia vida.

Púa Negra se había cruzado de brazos con expresión aburrida.

La Pantera se quedó un momento reflexionando.

—La historia comenzó hace mucho tiempo —dijo por fin—, hace casi diez y siete otoños. En aquel tiempo Peine de Nácar estaba casada con Hueso de Monstruo, Weroance de la aldea Tres Mirtos. Pero aunque estaba casada, Peine de Nácar era…

—¿Qué era? —preguntó ella, que entraba en ese momento en la sala. Tenía el pelo húmedo por la niebla y sus ojos negros fijos en la Pantera—. ¿Pensabas hablar de mí mientras estaba todavía en la Casa de las Mujeres, Anciano?

—No tenía más remedio —respondió el viejo—. La Weroansqua decidió el momento de la reunión, aparentemente sin consultarte.

Peine de Nácar miró a su madre con una sonrisa amarga y luego se volvió hacia Púa Negra antes de sentarse. Se quitó la capa húmeda y sacudió su largo pelo oscuro por encima de sus hombros. Dedicó una fugaz sonrisa a Nueve Muertes, suficiente para que a él le hormiguearan las tripas, y miró radiante a Trueno de Cobre mientras tendía las manos hacia el fuego.

Nueve Muertes no pudo evitar fijarse en su cuerpo esbelto, pero advirtió que Púa Negra tenía el mentón tenso y no dejaba de mirarla. El Weroance tenía una expresión desesperada.

—Bueno, vamos a ver —prosiguió la Pantera—. Hace diez y siete primaveras Peine de Nácar viajó al norte, a la bahía Agua Salada. El viaje era al parecer una expedición de comercio. Así que se fue al norte y pasó un año entre los Susquehannock y los Séneca.

—Creo que te confundes, Anciano —replicó Peine de Nácar con una sonrisa coqueta—. Yo recuerdo que fueron unas tres lunas.

La Pantera suavizó su tono:

—Lo siento, Peine de Nácar, pero el otro día te traicionaste. La Ceremonia del Perro Blanco de los Andaste tiene lugar en pleno invierno, justo después del solsticio. La Ceremonia del Maíz Verde es a finales del verano. Tú viste las dos. ¿Cómo si no ibas a saber que en ambas se realiza la Danza de la Pluma?

—Me lo contaron.

—No. Necesitabas tiempo para dar a luz. —La Pantera se cruzó de brazos—. Supongo que Hueso de Monstruo habría sabido que el hijo no era suyo, sino de su hermano. Así que Púa Negra y tú os marchasteis, viajasteis al norte para que dieses a luz sin que tu marido lo supiera. ¿Y qué pasó luego? ¿No pudiste soportar separarte de tu hijo?

—¡Eso es ridículo!

Nueve Muertes advirtió la expresión horrorizada de Púa Negra. El Weroance alzó las manos, las agitó y por fin se las llevó a la cara. La Pantera alzó la vista al techo manchado de hollín.

—Cuando estuve en Tres Mirtos, Polilla intentó…

—¡Polilla! —gritó Peine de Nácar—. ¡Esa mujer está loca! Viejo estúpido, no te creerías ni una palabra de lo que te dijera, ¿verdad? Hueso de Monstruo la hizo prisionera en una incursión contra el Mamanatowick. ¡Le han dado tantos golpes en la cabeza que ya no distingue la noche del día!

—Pero sabía que la casa comunal de Hueso de Monstruo ardió de abajo arriba, justo la noche antes de que Púa Negra y tú llegarais después de vuestra estancia con los Susquehannock.

—¡Las casas se queman! —exclamó Púa Negra—. Son cosas que pasan.

—Así es —replicó la Pantera señalando el techo—, pero lo normal es que las chispas incendien el agujero del humo. La casa de Hueso de Monstruo fue incendiada para que nadie pudiera escapar… Y en este caso os trajo buena fortuna. Tu hermano murió quemado, tú te convertiste en Weroance y te quedaste con tu hijo. Por eso el clan de tu esposa nunca reclamó al niño, ¿verdad? Porque Zorro Alto no era hijo suyo.

—¡Mi esposa murió al dar a luz! —chilló Púa Negra—. Lo juro por Okeus.

—No importa lo que le pasara. El caso es que nunca volvió contigo. Tal vez murió o la dejaste con los Susquehannock. Da lo mismo. Desapareció. Ya no podía revelar la verdad.

Púa Negra miró aterrado a Peine de Nácar. Ella se volvió hacia la Pantera. Le temblaban los labios. Por fin esbozó una sonrisa y asintió con la cabeza.

—Una historia muy plausible, Anciano. Ya veo que cualquiera puede unir los hechos como si hiciera un diseño con cuentas. Pero es una interpretación tuya. No tiene que ver con la realidad.

—¿Ah, no? —La Pantera observó a su cautivada audiencia. Zorro Alto miraba boquiabierto a Peine de Nácar—. Mira, dentro de un momento vamos a ver lo bien que puedo enlazar las cuentas de los hechos en su cordel. Entonces, Peine de Nácar, veremos a qué cuello se ajustan.

—¡Madre! —exclamó ella—. ¡Tienes que impedir esto! Este viejo está fuera de control.

—No. Yo creo que tenemos que escucharle.

La Pantera se volvió hacia Serpiente Verde.

—¿Tienes la amabilidad, Anciano?

El sacerdote metió la mano en la cesta que Relámpago tenía entre las rodillas y sacó un cráneo mientras cantaba para apaciguar al fantasma de la niña. La Pantera lo tomó con cuidado entre sus manos arrugadas.

—Observad —dijo, señalando las feas hendiduras en la curvatura del hueso—. El cráneo fue aplastado en dos sitios. A juzgar por la herida, Nudo Rojo se desplomaría al instante, probablemente muerta antes de caer al suelo. —Se volvió hacia Nueve Muertes—. Jefe de Guerra, ¿podrías demostrarnos cómo descargaron el golpe?

Serpiente Verde sacó de la cesta un largo garrote. Nueve Muertes lo empuñó tragando saliva. Notó la madera helada en la mano. Por fin se acercó a la Pantera y tendió el garrote alineando el extremo con el cráneo de la niña. Las dos cabezas de piedra encajaban perfectamente en los agujeros. Nueve Muertes advirtió incluso los mechones de pelo negro pegados al garrote.

—Anciano, mira el pelo. ¿Es…?

La Pantera asintió.

—Cuando el asesino dejó el garrote en la Casa de los Muertos no advirtió que se habían quedado pegados a él algunos pelos de Nudo Rojo.

—¡Podría ser el pelo de cualquiera! —protestó Púa Negra con voz ronca. No podía apartar la vista de la macabra escena.

—Pero no lo es. El Jefe de Guerra y yo estuvimos buscando el arma con todo nuestro empeño. Llegamos incluso a robar el garrote de Trueno de Cobre para compararlo con la herida. Estera de Hierba, te alegrará saber que no encajaba.

—¡Por supuesto que no!

—Pero ¿dónde estaba? —preguntó Nueve Muertes. Y de pronto lo supo. Lo había visto muchísimas veces—. ¡Por Okeus! ¡Se lo llevaron de la mismísima mano del dios! ¡Es el garrote del altar!

—Así es —contestó la Pantera con tristeza, metiendo una mano en la bolsa que llevaba al cinto—. Pero por si queda alguna duda, vamos a dejar las cosas claras. Este trocito de madera se astilló por el impacto del golpe. El Jefe de Guerra, Perla de Sol y yo lo encontramos el día que inspeccionábamos el lugar de la muerte de Nudo Rojo. Advertiréis que encaja a la perfección. —Pegó el trozo triangular al garrote, allí donde se unían la piedra y la madera.

—Así que has encontrado el garrote que mató a Nudo Rojo —apuntó Halcón Cazador—. Pero cualquiera pudo entrar en el templo aquella noche para robarlo.

La Pantera sostenía el cráneo como si fuera un huevo precioso.

—Así es, Weroansqua. Al principio, como ya te dije, no podía averiguar la razón del asesinato de Nudo Rojo. Casi todos los presentes en este recinto podían haber deseado su muerte, pero para matarla hacía falta estar muy desesperado. Sauce estaba desesperado, es verdad, pero habría empleado su propio garrote, y además cuando mataron a la niña él estaba conspirando con Trueno de Cobre. Zorro Alto también podía haber deseado su muerte, pero Nutria Blanca y Cierva Veloz me dijeron que Nudo Rojo iba a escaparse con él, de modo que el muchacho no tenía razón para asesinarla.

—¡Un momento! —exclamó Nueve Muertes—. ¿Y el collar de Zorro Alto? Nudo Rojo lo tenía en la mano.

La Pantera hizo un gesto a Serpiente Verde, que sacó el collar de la cesta. Zorro Alto se quedó sin aliento al verlo.

—¿Zorro Alto? —La Pantera sostuvo el collar ante el joven—. ¿Te importaría explicar cómo llegó esto al cadáver de Nudo Rojo?

—Se-se lo puse yo en la mano, Anciano. Esa mañana, cuando la encontré muerta… Estaba fría, llena de sangre. No pude… —Alzó la cabeza con expresión herida—. ¡Yo la quería! ¿No lo entiendes? ¡Habría dado la vida por ella! Nos íbamos a marchar juntos, íbamos a ser felices para siempre. Y entonces me la encontré así, muerta, ensangrentada… Yo… no sé, me quité el collar y se lo puse en la mano. ¿No lo entiendes? Quería que tuviera algo mío, que supiera que seguía queriéndola, que siempre la querría. —Bajó la vista al suelo—. Siempre, siempre.

La Pantera le alzó la cara con el dedo. El muchacho tenía las mejillas surcadas de lágrimas.

—Ella lo sabe, Zorro Alto. Y tu collar descansará con sus huesos, te lo prometo.

El joven sonrió aliviado mientras la Pantera devolvía el collar a Serpiente Verde. Luego el Anciano vaciló un momento, mirando fijamente la boca del muchacho.

—Ahora todo está claro —susurró. Se quedó pensativo y por fin prosiguió—: Bueno, volvamos a la noche de la Danza. Imaginaos que estáis allí. Nudo Rojo y Zorro Alto se encuentran fuera de la empalizada después de la Danza. Ella le cuenta lo mucho que detesta a Trueno de Cobre y él le sugiere huir juntos. Nudo Rojo accede. Quedan en reunirse al amanecer en el embarcadero Ostra, lo cual le da a Zorro Alto el tiempo justo para ir en canoa. Cuando Nudo Rojo vuelve al pueblo, Cierva Veloz intenta convencerla de que no cometa esa locura, ¿no es así?

Cierva Veloz asintió con la cabeza gacha para evitar las miradas furiosas de su tía y su madre.

—¡No estarás sugiriendo que la mató una de las niñas! —exclamó Trueno de Cobre, echándose a reír y dándose una palmada en las rodillas.

—No. —La Pantera respiró hondo—. Detrás de la esquina de la Casa de los Muertos, entre las sombras, un hombre y una mujer estaban copulando. Oyeron toda la conversación, y se quedaron tan preocupados que discutieron cuando las niñas se marcharon. Tan acalorados estaban que el hombre olvidó su manta. El viejo Sinsonte la encontró al día siguiente —concluyó, haciendo un gesto con la cabeza a Serpiente Verde.

El sacerdote sacó la manta de la cesta y la desplegó para mostrar el distintivo diseño de cuentas. El ciervo parecía danzar a la luz del fuego.

Púa Negra se levantó de un brinco, pálido.

—¡Tú has robado esa manta! —Entonces se volvió para señalar a Halcón Cazador—. ¡Esto es cosa tuya, vieja bruja! ¡No pienso tolerarlo!

—¡Ya basta! —gritó Trueno de Cobre, sujetando a Púa Negra por detrás.

Se debatieron unos instantes, a punto de perder el equilibrio. Púa Negra habría tenido una oportunidad de no ser por su brazo herido. Al final, Trueno de Cobre lo arrastró hasta el banco. Zorro Alto se apartó de un salto mientras el Gran Tayac inmovilizaba a su padre. Púa Negra se resistió en vano. Tenía el mentón salpicado de saliva.

—Peine de Nácar me dijo que todo se hacía por el clan —prosiguió la Pantera con voz queda—. Y así es. Todo se hace por el clan. —Hizo una pausa y añadió—: Y hay que pagar los errores.

Peine de Nácar parecía no poder enfocar la vista. Tenía el mentón caído y la boca abierta, con expresión incrédula.

La Pantera alzó el cráneo de Nudo Rojo y tocó con la uña su diente deforme.

—Todos podéis ver que Nudo Rojo tenía un diente mal formado. Exactamente como el tuyo, Púa Negra. Y, lamento decirlo, exactamente como el de Zorro Alto. Tus dos hijos tienen el mismo diente malformado, Weroance. Lo heredaron de ti.

Por un instante Púa Negra y Peine de Nácar se miraron horrorizados. En sus ojos se reflejaba el amor, junto con el dolor y la resignación. Él sonrió, como para tranquilizarla. Luego miró a su hijo y tendió la mano hacia él.

Zorro Alto movía la boca en silencio, intentando asimilar lo que había oído. Se apartó de la mano de su padre tragando saliva, empezando a comprender aquel horror.

Púa Negra se enderezó.

—Fui yo —dijo—. Es culpa mía. Yo maté a la niña. Sí, la pareja de la que hablabais éramos Peine de Nácar y yo. Hacíamos el amor, como siempre lo hemos hecho. Oímos la conversación de las niñas. Yo dije que iba a impedir aquello y Peine de Nácar me conminó a esperar. Me aseguró que hablaría con Nudo Rojo e impediría que cometiera aquella locura.

—¿Entonces fue cuando discutisteis? —preguntó la Pantera.

—Sí. Ella se apartó de mí. —Púa Negra parecía haber recuperado la compostura.

—¡No! —exclamó Peine de Nácar, apretando los puños. Quiso adelantarse, pero Halcón Cazador le dio un golpe en el hombro con el bastón. Peine de Nácar se detuvo como alcanzada por un rayo, mirando a Púa Negra con ojos vidriosos.

Zorro Alto emitía unos extraños sonidos, como si se ahogara.

—Peine de Nácar no encontró a la niña —prosiguió Púa Negra—. Estaba frenética, así que tomé una decisión. Fui a la Casa de los Muertos, sabiendo que el dios tendría un arma. Luego subí corriendo al cerro y llegué justo a tiempo de detener a Nudo Rojo. —Cerró los ojos y las lágrimas corrieron por sus mejillas—. No quería matarla, pero ella no me escuchaba. No me creyó cuando le expliqué que Zorro Alto era su hermano. Se echó a reír y… no sé, algo explotó en mi interior y entonces alcé el garrote y…

—¿Padre? —Zorro Alto manoteaba como si quisiera agarrar algo que sólo él veía—. Nudo Rojo es… es…

—Ahora todo tiene sentido —comentó la Pantera con tristeza—. Motivo y desesperación actuando juntos para provocar un asesinato: tanto Zorro Alto como Nudo Rojo salieron del vientre de Peine de Nácar, ambos de la semilla de Púa Negra. —El viejo alzó la cara con expresión herida—. Weroansqua, Zorro Alto y Nudo Rojo eran del clan Piedra Verde.

—¡Incesto! —exclamó Halcón Cazador—. ¡Incesto!

—¡No! —chilló Zorro Alto, hundido—. ¡Yo no he hecho nada! ¡No!

Al otro lado de la esterilla divisoria estalló un rumor de voces. Halcón Cazador se había quedado de piedra. Peine de Nácar, paralizada, miraba fijamente a Púa Negra.

Nueve Muertes sacudió la cabeza, que le daba vueltas. ¡Incesto! ¡El más espantoso de los crímenes!

—¿Qué… qué voy a hacer contigo? —preguntó por fin Halcón Cazador en cuanto se recuperó un poco del golpe—. ¿Qué voy a hacer contigo y con tu hijo mal nacido?

Púa Negra respiró hondo con todos los músculos tensos, como preparándose para la escena final. Miró suplicante a Peine de Nácar y dijo con calma:

—Mi hijo es inocente. Él no sabía nada. Yo maté a tu nieta, Weroansqua. Para salvar a mi hijo, me ofrezco en lugar de Nudo Rojo. —Se volvió hacia sus guerreros, que se apiñaban en el umbral—. ¡Vosotros! ¡Atrás! Estoy haciendo esto por mi propia voluntad. ¡No debe haber ninguna venganza por parte de Tres Mirtos!

—¡No! —exclamó Peine de Nácar con voz ahogada—. ¿Qué estás haciendo? ¿Por qué…?

—¡Yo la maté! —insistió Púa Negra—. Acepto la responsabilidad, Peine de Nácar. No podía permitir que copularan, que se casaran en incesto. ¡Tenía que detenerlos!

—¡Lleváoslo! —ordenó Halcón Cazador—. Encended la hoguera en la plaza. ¡Rompedle los brazos y las piernas y quemadlo!

Zorro Alto hundió la cara entre las manos y sollozó.

—¡Yo no lo sabía! ¡Me mintió! ¡Mintió a su propio hijo! ¡No es culpa mía!

—Ya decidiré más tarde qué hacer contigo —gruñó la Weroansqua.

Nueve Muertes hizo un gesto a Presa que Vuela, que se apresuró a agarrar a Púa Negra. Trueno de Cobre se negó a soltarlo, de modo que entre los dos lo sacaron de la casa. La multitud se apartaba, dejándoles un pasillo.

—¡Un momento! —El grito de la Pantera se oyó por encima del caos.

—¡Guerreros! —exclamó Púa Negra—. ¡No hagáis nada! ¡Mantened la calma! ¡Soy culpable y tengo que pagar mi culpa!

¡Sangre y estiércol! ¡Incesto! La mera idea le encogía el estómago. Nueve Muertes siguió a Presa que Vuela. Él sería quien rompiera los miembros de Púa Negra. Era responsabilidad del Jefe de Guerra.

El honor y el deber para con el clan no exigían menos de él. Si no por justicia, lo haría por Nudo Rojo, por una mujer de su clan que había sido asesinada.

—¡Espera, Jefe de Guerra! —llamó la Pantera—. Tengo que hablar contigo un momento. Esto no es…

—¡Ahora no, Anciano! ¡Por favor! —¿Acaso no sabía el viejo que aquello era ya bastante difícil sin que encima le distrajeran? Nueve Muertes se deshizo bruscamente de sus recuerdos: imágenes de Púa Negra y él en el sendero de la guerra, comiendo juntos, bromeando; las cacerías compartidas, las noches en la bahía, con un fuego en el centro de la canoa y las lanzas en la mano, atrapando a los peces que subían a la luz del fuego—. ¿Cómo se han torcido tanto las cosas, Púa Negra? —masculló Nueve Muertes entre dientes. Tenía un nudo en el estómago. ¡Incesto! Un delito que los dioses aborrecían y que casi había manchado al clan Piedra Verde, casi había corrompido a su propia familia. Pero ¿un asesinato? No podía creer que Púa Negra hubiera matado a la niña. ¿Acaso no encontró otro camino?

Pero, tal como la Pantera ha intentado explicarte, la gente siempre te sorprende con su lado más oscuro. Púa Negra casi se jactaba de su espantosa hazaña. Y, tal como contaban las historias de la Creación, el hombre descendía de Okeus. Tenía el mal clavado en el alma.

La Pantera le tiraba del brazo por detrás.

—Jefe de Guerra, tengo que decirte…

—¡Déjame en paz, Anciano! ¡Ya hablaremos más tarde! —Se sacudió la mano de la Pantera y en cuanto salió a la oscuridad lo perdió entre la apretada multitud.

Trueno de Cobre y Presa que Vuela arrastraban a Púa Negra por la plaza. En torno a ellos la niebla se movía como si estuviera viva, agitándose con el aliento del dios oscuro. Los Guardianes observaban ominosos, sus rostros oscurecidos por la bruma y la noche.

Qué deprisa sucedió todo. La gente pareció materializarse de la nada para echar troncos, ramas y hojarasca a la pira ceremonial.

Nueve Muertes aguardaba ansioso junto a Presa que Vuela, que, junto con Trueno de Cobre, seguía sujetando a Púa Negra. El Weroance parecía hundido. Alguien apareció con un cuenco de cerámica lleno de ascuas encendidas que echó sobre la pira. Otros se animaron a arrojar carbones de sus fuegos en la pirámide de leña.

—Okeus, ayúdame —susurró Púa Negra mientras las llamas convertían la niebla en un halo de luz amarilla.

Presa que Vuela también parecía enfermo, asqueado de tener que tocar a un ser tan vil como Púa Negra. Tenía los ojos vidriosos y el mentón tenso.

Trueno de Cobre sonreía. La maldad relumbraba en sus ojos voraces.

Mazorca de Piedra se acercó a Nueve Muertes para ofrecerle su viejo garrote. Aquella madera tan familiar parecía fuera de lugar para la terrible tarea de esa noche.

El Jefe de Guerra lo alzó con las dos manos, aferrando con fuerza el mango forrado de cuero. ¡No quiero hacer esto! Pero era su deber, como había sucedido otras veces. Trueno de Cobre y Presa que Vuela sostendrían a Púa Negra, o lo tirarían al suelo. Entonces él atacaría, blandiendo el garrote. Luego oiría y notaría el golpe. Sus propios huesos se estremecerían.

Púa Negra era mi amigo… mi amigo… A pesar de haber oído su confesión, una parte de él se negaba a creerla, en pugna con el creciente horror que le helaba la sangre. ¡Incesto! ¡Zorro Alto había yacido con Nudo Rojo! Era mejor echar al fuego al joven, limpiar todo aquel espanto en ese mismo momento. Nueve Muertes hizo acopio de valor, consciente de que el fuego ardía y una nube de chispas se alzaba en el aire.

—¡Jefe de Guerra! —gritó ansioso la Pantera, atravesando la plaza—. ¡Tienes que escucharme!

Nueve Muertes respiró hondo y se volvió hacia él.

—Date prisa, ya tengo bastante…

En ese momento Peine de Nácar se acercó. Tenía el pelo enredado y una mirada frenética de animal atrapado. Se abrió paso a codazos hasta arrojarse contra Presa que Vuela.

—¡No! —gritó—. ¡No! ¡No fue él! ¡Púa Negra no lo hizo!

Mientras ella atacaba a Presa que Vuela, Púa Negra se zafó de sus manos, lanzó un puñetazo al rostro de Trueno de Cobre y escapó.

Antes de que Nueve Muertes pudiera reaccionar, el Weroance gritó:

—¡Yo la maté! ¡Yo pagaré por ello!

Miró por última vez a Peine de Nácar y se lanzó a la hoguera.

Nueve Muertes dio un paso en un involuntario intento de salvar a Púa Negra. El fuego le quemó el brazo tendido.

Púa Negra profirió un espantoso alarido, todo lo que sus pulmones lograron antes de llenarse de fuego. El Weroance dio una patada y se retorció mientras su pelo estallaba en llamas. La piel se quemó, llena de ampollas. De la hoguera subía un humo negro.

Nueve Muertes retrocedió y vio a Peine de Nácar arrastrarse a gatas hacia el infierno y con una expresión de horror tender una mano hacia la figura ennegrecida. El Jefe de Guerra se agachó bajo el calor y tiró de ella. Peine de Nácar se debatió un momento, pero luego quedó yerta y se dejó arrastrar hasta un lugar seguro. Nueve Muertes la estrechó contra su pecho. Ella sollozaba como una niña. Por fin, sin dejar de abrazarla, el Jefe de Guerra miró a la Pantera y preguntó con voz débil:

—Anciano, ¿qué querías decirme?

La Pantera movió los labios con tristeza, como si quisiera decir algo. Miró el cuerpo negro que se deslizaba entre los carbones de la hoguera y luego se volvió hacia Nueve Muertes y Peine de Nácar.

Movió la cabeza, se giró y se alejó despacio, con los hombros hundidos. La multitud se apartó para dejarle paso.