29

Nueve Muertes caminaba de un lado a otro furioso, dándose puñetazos en la palma de la mano.

La Pantera enjugaba la frente de Perla de Sol con un trozo de cuero mojado y Serpiente Verde cantaba acompañándose de su matraca.

Mientras sus hombres buscaban al asaltante en el pueblo, Nueve Muertes había llevado a Perla de Sol a casa de Capullo de Rosa, seguido de la Pantera, que tocaba con dedos trémulos el brazo de la niña. Relámpago había llevado la cesta, que ahora descansaba junto al fuego.

Nutria Blanca y los otros niños miraban la escena con ojos como platos. Presa que Vuela entró en la casa con rostro sombrío y movió la cabeza.

—No hemos encontrado nada, Jefe de Guerra. Estamos registrando casa por casa, pero no sé si daremos con él. La gente se ha pasado la noche entrando y saliendo.

—Alguien debe de haber visto algo.

Presa que Vuela se encogió de hombros.

—La niebla es tan densa que el asaltante podía haber pasado delante de nuestras narices. Ni siquiera el guardia de la puerta sabe si salió alguien.

—¿Dónde estaban los hombres de Púa Negra? ¿Se encontraban todos en la casa comunal?

Presa que Vuela frunció el ceño.

—No… no lo sé.

—Pues averígualo. Y el paradero de los hombres del Gran Tayac. Uno por uno. —Nueve Muertes respiró hondo—. Y mete también en la lista a Sauce.

Presa que Vuela asintió con la cabeza y se marchó.

Nueve Muertes suspiró. ¿Hasta dónde habían llegado? ¿Ahora tenían que sospechar de su propia gente? Y aún peor, ¿qué podía significar para ellos el hecho de que Sauce resultara el culpable?

El Jefe de Guerra se arrodilló junto a la Pantera para ver la herida de Perla de Sol. La flecha había penetrado por el lado izquierdo, pegándole el brazo al costado. La punta se había alojado justo debajo del esternón, donde se veía un bulto.

—¿Qué te parece? —preguntó.

—Romperemos la vara y luego cortaremos la piel del pecho para sacar la punta —contestó la Pantera.

—¿Y luego?

El viejo se encogió de hombros.

—El resto depende de los espíritus y tal vez de la bondad de Ohona. Una cataplasma sólo sirve para los agujeros. Si hay infección será difícil drenarla. —Presionó el pecho de la niña suavemente—. Ah, ha habido un poco de suerte. La punta no le ha roto ninguna costilla. Sí, la vara está fuera de las costillas. No ha tocado los pulmones.

—Nutria Blanca —llamó Nueve Muertes—, tráeme los punzones de costura de tu madre. Necesito uno grande, afilado, tal vez el de hueso de ciervo.

La niña echó a correr hacia el fondo de la casa y volvió al cabo de un momento. El punzón estaba hecho con la larga canilla de un ciervo, el hueso que comenzaba justo en las pezuñas. Habían partido la articulación inferior y afilado la espinilla, hasta convertirla en una aguja.

Con un caparazón afilado, la Pantera hendió una muesca en la flecha, justo por encima de la correa que ataba las plumas. A continuación partió la vara con un movimiento brusco.

—Tranquila, tranquila, Perla de Sol —murmuró Nueve Muertes—. Esto te va a doler más de lo que te ha dolido hasta ahora. Tenemos que sacar la flecha.

—Sí… —resolló ella—. Ya lo sé. Intentaré… ser valiente.

La Pantera sonrió.

—Eres la mujer más valiente que conozco.

Ella esbozó una débil sonrisa transida de dolor.

—Esto lo haré yo —dijo el viejo, frunciendo el entrecejo—. Tengo más práctica.

—No mucha más, me imagino. —Nueve Muertes presionó con los dedos la piel de Perla de Sol para estirarla.

La Pantera hendió la piel con el punzón y abrió la herida con el caparazón afilado. La punta de piedra de la flecha se veía cubierta de sangre.

—Bien. —Hizo una señal a Nueve Muertes—. Tira.

El Jefe de Guerra intentó dominar sus temblores. No era la primera vez que realizaba aquella tarea. Una de las terribles realidades de la guerra eran las heridas. Los peores casos eran cuando la flecha penetraba en los intestinos. Incluso si lograban sacarla, el herido moría al cabo de unos días, víctima del mal que se instalaba en las tripas perforadas. No era una buena forma de morir.

Pensando en esto, el Jefe de Guerra tiró del mango de la flecha mientras la Pantera sacaba la punta de piedra con un solo movimiento. Perla de Sol sufrió una sacudida y aferró con fuerza la esterilla en que yacía.

—Ya está. —El viejo se enjugó el sudor de la frente y presionó con firmeza el pecho de la muchacha—. Jefe de Guerra, hazle masaje en el brazo. Tenemos que hacer salir la sangre de la herida. Si la drenamos bien, el mal no podrá aferrarse tanto a ella.

—¿Y si rompemos la gran arteria?

—Puesto que la flecha no la ha roto, yo diría que el drenaje tampoco la romperá.

Nueve Muertes le apretó el brazo con suavidad. La sangre oscura comenzaba a encharcarse junto a Perla de Sol. Por fin se detuvo cuando la sangre que corría se tornó de un color más vivo.

—Muy bien. Ahora hay que presionar en los agujeros. A ver si podemos detener la hemorragia —indicó la Pantera.

En ese momento Serpiente Verde se acercó a Nueve Muertes y comenzó a sacudir su matraca mientras entonaba su «canto de advertencia», para informar a cualquier espíritu maligno de que Perla de Sol estaba bajo su protección. Su suave voz pareció tranquilizar a la muchacha, que ahora respiraba de forma más regular. Tenía los ojos cerrados y los labios entreabiertos.

—¿Y ahora qué? —preguntó Nueve Muertes.

—Necesitaré hojas de hierba mora para hacer un bálsamo, y hojas de cacto frescas, si es que hay por aquí cerca, y pimienta de agua para hacer una cataplasma que detenga la hemorragia.

—Tenemos esas hierbas, pero las hojas de cacto están secas. Las traen de las dunas.

Serpiente Verde hizo un gesto a Relámpago, y el fornido sacerdote se marchó precipitadamente. En sus prisas casi tropezó con Halcón Cazador, que en ese momento entraba en la casa con piernas inseguras.

—¿Qué ha pasado? —preguntó, mirando a Perla de Sol.

La Pantera alzó la vista.

—La niña me ha salvado, Weroansqua. Eso —añadió, señalando la flecha ensangrentada— iba dirigido a mí. Querían impedir que hablara esta noche. Por lo visto alguien se ha hundido en la desesperación, una vez más.

La anciana se aferró a su bastón y cerró los ojos con la cabeza gacha.

—Entonces deberíamos oír la verdad, brujo.

La Pantera miró a Perla de Sol.

—No soy un brujo, Weroansqua. Si lo fuera, habría enviado esta flecha de vuelta a la persona que la disparó.

—¿De quién es la flecha? —preguntó Serpiente Verde—. ¿Alguien reconoce esas marcas?

Nueve Muertes asintió.

—Sí. Es de Sauce.

—¡Pues traedle ante mí! —exclamó Halcón Cazador—. ¡A ver qué tiene que decir!

—Mis hombres lo están buscando —replicó Nueve Muertes—. Pero si él es el culpable, tal vez no sea buena idea anunciarlo abiertamente —advirtió, haciendo un gesto en dirección a la casa comunal.

Halcón Cazador comprendió al instante.

Fuera se oían ruidos, maldiciones y gruñidos. Por fin metieron a Sauce en la casa a empujones y lo arrojaron sin ceremonias sobre las alfombrillas. Presa que Vuela y Muchos Perros entraron tras él.

En cuanto Sauce se puso en pie, con el taparrabo medio arrancado y la cresta de pelo aplastada, los dos guerreros lo sujetaron por los hombros.

—¿Qué significa esto? —preguntó el joven, agitándose. Su piel engrasada resbalaba en las manos de los dos hombres. La parte izquierda de la cara se le estaba hinchando. Ya casi no podía abrir el ojo. Presa que Vuela no había sido muy delicado con él.

Halcón Cazador le inspeccionó como si fuera un pedazo de carne. Por fin se fijó en la cabeza afeitada con una cresta parecida a la de Trueno de Cobre.

Nueve Muertes leyó su expresión: «Por fin vamos a llegar al fondo de todo esto». Nadie se atrevía a contrariar a la Weroansqua cuando tenía aquella mirada.

—Esa flecha —comenzó Halcón Cazador, señalándola con el bastón—. ¿Es tuya?

Sauce miró la flecha ensangrentada. Parecía perplejo.

—¿Mía?

—Las marcas que tiene son las tuyas —apuntó Nueve Muertes.

Sauce parpadeó. El miedo se reflejaba en sus ojos.

—Sí, creo que sí. Pero ¿qué hace aquí? ¿Qué es lo que pasa?

—Acabamos de arrancarle esa flecha a Perla de Sol —dijo Halcón Cazador, alzando un poco la cabeza como si le desafiara a negarlo.

Sauce pareció hundirse entre los brazos de los guerreros.

—No, Weroansqua. No he sido yo. Pongo a Okeus por testigo.

—¿Entonces cómo…?

—¡No lo sé! —El muchacho palideció—. ¡Juro que no he sido yo! Me dejé las flechas en casa de mi primo. Yo estaba en la Gran Casa, vigilando a los hombres de Tres Mirtos. ¡Hice lo que me ordenó el Gran Tayac! ¡Preguntad a cualquiera de los que estaban allí!

—¿Y dónde te encontramos? —preguntó Presa que Vuela, sacudiéndole como un perro a una serpiente—. ¡Enfrente de la casa comunal!

—¡Acababa de salir con los otros! —Se le habían quedado las piernas tan flojas que casi colgaba de los guerreros que lo sostenían—. ¡Preguntádselo a ellos!

—Yo le creo —terció Nueve Muertes—. Casi todo el mundo estaba esta noche en la casa comunal. Pero dime, Sauce, ¿hubo alguien que estuviera contigo todo el tiempo? ¿Puede alguien estar seguro de que no te marchaste el tiempo suficiente para recuperar tus armas y atacarnos?

—Pues… ¡Sí, sí! ¡Cangrejo! ¡Preguntadle a Cangrejo! Estuvo sentado a mi lado todo el tiempo.

Nueve Muertes vaciló.

—Cangrejo es un buen hombre y un buen guerrero, Weroansqua. Si Cangrejo lo asegura, entonces Sauce es inocente. —Hizo una pausa—. Muchos Perros, ve a preguntar a Cangrejo.

El hombre soltó a Sauce de mala gana y se marchó, justo cuando Oso Rayado entraba en la casa con varios sacos de cuero pintado que entregó a la Pantera. El viejo rebuscó entre las medicinas y encontró rápidamente lo que buscaba. Puso un poco de grasa en un cuenco y preparó un ungüento a base de hojas machacadas de hierba mora.

—Perla de Sol, te voy a frotar esto en las sienes para mitigar el dolor y que duermas mejor.

—Gracias —susurró ella.

Aplicó la pasta con una caña aplastada. Luego untó una mezcla de pimienta de agua con grasa en las hojas de cactos y las ató sobre las heridas, con cuidado de que los vendajes no estuvieran muy apretados. Por fin se incorporó con un suspiro.

—¿Se recuperará? —preguntó Halcón Cazador.

El viejo se encogió de hombros con expresión solemne.

—Todavía no podemos saberlo, Weroansqua. De momento lo único que te puedo decir es que he hecho todo lo posible. Si la herida se infecta, intentaré drenarla.

—¿Por qué no quemamos la piel? —sugirió Serpiente Verde.

—Con una herida de flecha como ésta no es recomendable. —La Pantera se frotó las manos encallecidas para limpiarse la sangre seca—. La quemadura sella la herida y los venenos y los males no pueden escapar.

Muchos Perros entró en ese momento con rostro sombrío.

—Cangrejo dice que Sauce estuvo sentado a su lado en el momento en que disparaban a Perla de Sol.

Nueve Muertes miró ceñudo a Sauce.

—Muy bien, cazador, puedes irte. Pero no…

—Todavía no, Jefe de Guerra. —Halcón Cazador parecía en ese momento una auténtica ave de presa—. Sauce, has dicho que estabas en la casa comunal por órdenes del Gran Tayac, ¿no es así? Te había dicho que vigilaras a los hombres de Tres Mirtos.

Sauce asintió, tan aliviado como para olvidar toda cautela.

—Sí, Weroansqua. Me dijo que…

—¡Se acabó! —exclamó ella—. Recoge tus cosas y márchate del pueblo. Aquí no hay sitio para ti. Yo soy la Weroansqua y estás bajo mi autoridad, no bajo la del Gran Tayac. Así que ya puedes salir de mi pueblo. ¡Esta misma noche! Y te advierto que si alguno de mis hombres vuelve a verte en mi territorio, tendrán órdenes de matarte como la rata que eres.

—Pero, Weroansqua, ¿dónde voy a…?

—¡No me importa! Tal vez el Gran Tayac te acepte entre los suyos, ¿no? ¡Ahora largo de aquí! —La vieja le apuntó con su bastón de sasafrás—. Fuera, si no quieres que te rompa los brazos y las piernas y te tire al fuego.

—Weroansqua, el Gran Tayac…

—¡Es la única razón por la que vas a sobrevivir, muchacho! ¡De no ser por él estarías ardiendo en media mano de tiempo!

Sauce cuadró los hombros y se dirigió hacia la puerta, aunque las rodillas le temblaban.

Nueve Muertes se rascó la sangre seca que tenía en torno a las uñas.

—Me alegro de que nos hayamos librado de él.

Halcón Cazador resopló disgustada.

—De todas formas no cazaba muy bien. —Luego se volvió hacia Nueve Muertes con una mirada de pedernal—. Pero él no es el único cuya lealtad ha quedado en duda.

Nueve Muertes sintió un escalofrío. Se puso en pie para enfrentarse a su furiosa mirada.

—Si no estás satisfecha conmigo, Weroansqua, puedes despedirme en cualquier momento.

Antes de que la anciana pudiera decir nada, la Pantera se interpuso.

—Ya basta. Las pasiones nos hacen decir palabras amargas que en realidad no pensamos. —Se levantó dolorido, sintiendo las articulaciones rígidas—. Venid, creo que habrá que terminar con esto de una vez. —Miró a Perla de Sol con expresión de pesar—. Suponiendo que esta vez pueda llegar a la casa comunal, por fin sabremos la verdad.

Nueve Muertes miró a la Weroansqua a los ojos. Ella bajó la vista y echó a andar hacia la puerta gruñendo entre dientes.

La Pantera se cruzó de brazos sentado en el banco que rodeaba el recinto interior de la Weroansqua, el corazón del clan Piedra Verde. La sala estaba atestada y hacía bastante calor a pesar de la niebla fría del exterior. El gran fuego crepitaba y lanzaba chispas hacia las vigas de las que colgaban las cestas.

—Supongo que hemos llegado al punto final —dijo Nueve Muertes, que no había abierto la boca desde la última conversación con la Weroansqua.

—Así es, Jefe de Guerra. —La Pantera unió las manos, consciente de que todavía estaban manchadas con la sangre de Perla de Sol. La mitad de su alma se había quedado con ella.

Tanta sangre, y toda derramada por jóvenes.

Junto a Nueve Muertes estaba sentado Serpiente Verde y luego Relámpago con su cesta. Oso Rayado se encontraba de pie, al fondo del recinto. Presa que Vuela aguardaba nervioso junto a la puerta, con el garrote en la mano.

En el banco de enfrente estaba Púa Negra con la cabeza gacha. Zorro Alto, a su lado, tenía una expresión ansiosa, casi demencial. No era de extrañar: su vida estaba en juego. A continuación se sentaba Trueno de Cobre, que escudriñaba cada uno de los rostros como un lobo siguiendo un rastro de sangre.

Halcón Cazador miró furiosa a todos desde su tocón envuelto en pieles, al fondo del recinto. A su derecha, el lugar de Peine de Nácar seguía vacío, aguardando su retorno de la Casa de las Mujeres. A su izquierda estaba Red Amarilla, inexpresiva. Al lado de ésta, Cierva Veloz, evidentemente inquieta, intentaba encontrar algo que hacer con las manos, y terminó retorciéndose el bajo de su manto de piel.

Al otro lado de la alfombrilla divisoria, en la sala principal, la gente se apiñaba para escuchar. No era de extrañar que cualquiera hubiera podido robar la flecha de Sauce. Todo el pueblo estaba en la casa comunal, esperando enterarse de la verdad sobre el asesinato de Nudo Rojo. El edificio casi se estremecía con el rumor de voces. De hecho la Pantera notaba las paredes temblar, aguantando el peso y los empujones de la multitud.

Halcón Cazador alzó por fin el bastón de sasafrás.

—¡Silencio! ¡Quiero silencio!

Nueve Muertes se puso en pie.

—¡La Weroansqua ha pedido silencio! —bramó.

El fragor se convirtió en una súbita quietud. Nueve Muertes miró alrededor con aire satisfecho y se sentó.

—Muy bien —comenzó Halcón Cazador, dando unos golpecitos en el suelo con el bastón—. Como ya sabéis, mi nieta Nudo Rojo fue asesinada hace menos de diez días. En ese entonces pensamos que el culpable era Zorro Alto.

Miró al joven guerrero, que tragó saliva e intentó hundirse en la pared.

—Tal vez fue un error, pero el caso es que enviamos a nuestros guerreros para que lo atraparan. —La Weroansqua se volvió hacia Púa Negra—. Por esto pido disculpas al Weroance y al pueblo de Tres Mirtos. Pero nos habían dicho que Zorro Alto podía ser el asesino. Es fácil perder la cabeza cuando matan a alguien de la familia.

—Lo entiendo —contestó Púa Negra con una cálida sonrisa.

La Pantera estiró el cuello y se lo quedó mirando sin disimular su interés. La sonrisa de Púa Negra se desvaneció.

—También sucedió que el hombre conocido como la Pantera llegó y evitó el enfrentamiento —prosiguió Halcón Cazador—. Luego se ofreció para averiguar quién mató a mi nieta. Deseando evitar las hostilidades con nuestros buenos amigos y especialmente con nuestros propios parientes, el Weroance y yo decidimos darle una oportunidad. Ahora nos hemos reunido aquí para saber qué ha descubierto. —Miró a la Pantera con los ojos entornados, como desafiándole.

El viejo se levantó y se acercó al fuego. Las llamas arrojaban su sombra contra la pared como si fuera un monstruo saltarín.

—Weroansqua, creo que todo quedará claro esta noche. Pero primero quisiera contar los hechos tal como yo los entiendo.

—Te advierto que no tengo mucha paciencia, Anciano —replicó ella con expresión hostil.

—En este caso me temo que deberás tenerla. —La Pantera juntó las manos—. El asesinato de Nudo Rojo no fue una simple cuestión de tomar una vida. Si fuera eso, podríamos pensar en la guerra, la venganza o el castigo. No, este caso es distinto, porque Nudo Rojo no fue asesinada en una incursión o por venganza. Su muerte fue un acto de desesperación. —Sonrió con amargura mirando a Halcón Cazador—. Y ahí, Weroansqua, es donde está la diferencia crucial.

El recinto estaba en completo silencio. El único sonido era el crepitar del fuego.

—¿Cómo puede llegar alguien a estar tan desesperado? —prosiguió la Pantera, alzando una ceja—. La joven Nudo Rojo estaba enamorada de Zorro Alto. Tan enamorada que se saltó todas las reglas de la familia y el clan y se apareó con el joven.

Presa que Vuela dio un respingo y se volvió ceñudo hacia Zorro Alto.

La Pantera miró un momento a Halcón Cazador, interesado al ver que ella no reaccionaba, no por la acusación en sí (puesto que la había oído cuando él se había enfrentado a Trueno de Cobre), sino al ver que se declaraba ante testigos. Así que al parecer la Weroansqua lo sabía o por lo menos lo sospechaba.

—El clan lo es todo —citó la Pantera—. Y el clan Piedra Verde tenía problemas. Trueno de Cobre había unido los pueblos de río arriba, controlando el comercio. El Mamanatowick había comenzado a presionar más a los pueblos independientes. El equilibrio se había roto.

Trueno de Cobre se echó a reír y se cruzó de brazos con expresión de suficiencia.

—Ah, Estera de Hierba —le advirtió la Pantera—, yo en tu lugar no estaría tan seguro de mí mismo. —Se volvió hacia Halcón Cazador—. Pensabas que habías conseguido tus propósitos, ¿no, Weroansqua? Nudo Rojo se estaba convirtiendo en un problema, seguía los pasos de su madre. ¿Qué mejor forma de librarte de la vergüenza que podría ocasionarte…?

—¡Yo no maté a la niña! —exclamó Halcón Cazador con fuego en los ojos.

—Yo no he dicho que la mataras —replicó la Pantera con aplomo.

—Pero tú…

—Iba a decir que qué mejor forma de librarte de la vergüenza que podría ocasionarte Nudo Rojo, que casarla con Trueno de Cobre. Era un golpe maestro, propio de tu astucia de zorro. Así pensabas provocar al Mamanatowick para que actuara. Trueno de Cobre te daba miedo, ¿verdad? Era un nuevo líder dinámico rompiendo el viejo equilibrio, y justo más arriba de los pueblos independientes. Pero había una forma de eliminar la amenaza, ¿no es así?

—¿Cómo? —Halcón Cazador le miró irritada.

La Pantera se volvió hacia Trueno de Cobre.

—Con una alianza mediante matrimonio entre el clan Piedra Verde y Trueno de Cobre, el Mamanatowick se vería obligado a lanzarse con todas sus fuerzas contra los pueblos de río arriba. Allí era donde yacía la amenaza. Mientras el Mamanatowick se enfrentara a Trueno de Cobre, los pueblos independientes estarían a salvo. Lo más lógico sería pensar que Serpiente de Agua aplastaría a Trueno de Cobre en un par de otoños. Y luego, cuando tú te enfrentaras a él, las fuerzas de Serpiente de Agua habrían quedado debilitadas, dándote así todavía más tiempo.

—Sí, tiene sentido —terció Nueve Muertes—. Pero matar a Nudo Rojo no serviría a los propósitos de la Weroansqua, ¿no es así?

La Pantera meneó la cabeza.

—Yo no creo que Halcón Cazador mandara matar a la niña. —El viejo se volvió hacia Trueno de Cobre, que ahora miraba inquieto y ceñudo a la Weroansqua—. Han jugado contigo y con el Mamanatowick como si fuerais peces en un cordel, Estera de Hierba. El auténtico miedo de la Weroansqua era que tú trataras con Serpiente de Agua, que comerciaras con él en lugar de luchar. Esa reestructuración de poder habría terminado por estrangular a los pueblos independientes. Halcón Cazador comprendió desde el principio que tú no podías construir un cacicato como el que soñabas. Las aldeas de río arriba no tienen recursos para eso. Lo que la preocupaba era tu reacción cuando te dieras cuenta de la verdad.

Trueno de Cobre entrecerró los ojos hasta convertirlos en dos rendijas.

—¿Y el truco con Peine de Nácar? ¿Has jugado conmigo, Weroansqua?

La Pantera respondió por Halcón Cazador:

—Nudo Rojo había muerto. Los planes de la Weroansqua estaban en peligro. Habría casado contigo a cualquiera para crear una alianza que resultara inaceptable para el Mamanatowick.

Halcón Cazador se puso tensa.

—¡No pienso seguir escuchando! ¡Jefe de Guerra, aprésalo!

—¿Dónde estabas aquella mañana, Weroansqua? —preguntó la Pantera—. La gente dice que estuviste ausente durante todo el desayuno. ¿Por qué? ¿Qué hacías en un momento tan crítico?

Nueve Muertes flexionó las manos sin dejar de mirar a Halcón Cazador.

—Yo preferiría oír lo que tenga que decir, Weroansqua. Creo que es un asunto del clan.

—Muy bien, si tú no estás dispuesto… Presa que Vuela, quiero que…

—¡No! —Red Amarilla se puso en pie furiosa—. Estoy de acuerdo con mi primo. Tenemos que oír esto, por el clan Piedra Verde. Todavía no sabemos quién mató a Nudo Rojo. —Miró a Halcón Cazador—. Has dicho que tú no la mataste.

—¡Y no fui yo! —chilló la Weroansqua—. ¡Tú deberías saberlo! Esa mañana estaba contigo. ¡Intentando decidir qué hacer con él! —añadió, señalando con el bastón a Trueno de Cobre.

—¿Mandaste que la mataran? —preguntó Red Amarilla con expresión desconfiada.

—¡No! —La anciana parecía horrorizada—. ¿Acaso crees que soy un monstruo?

La Pantera puso la mano en el hombro de Red Amarilla.

La Weroansqua no mató a su nieta.

—¿Tú lo sabes?

—Estoy bastante seguro. —El viejo miró de reojo a Halcón Cazador—. Si lo hubiera hecho no habría enviado al Jefe de Guerra en busca de Zorro Alto, sino que le habría mandado seguir a Ala de Mirlo y atacar el pueblo Estaca Blanca. Habría necesitado un culpable, y Cazador en el Maíz habría sido perfecto.

Púa Negra ladeó la cabeza.

—¿Entonces de verdad creyó que Zorro Alto mató a la niña?

La Pantera asintió.

—El asesinato de Nudo Rojo tomó a Halcón Cazador por sorpresa. Ella sabía que no habían sido los hombres de Cazador en el Maíz, porque el cuerpo habría sido profanado. De modo que el mayor sospechoso era Zorro Alto. Y, perdóname Weroansqua, pero lo único que no toleras es una afrenta personal o un insulto al honor de tu clan.

Ella asintió con un gruñido.

—¿Entonces quién mató a la niña? —preguntó Nueve Muertes, mirando a Trueno de Cobre.

—¡Yo no! —exclamó el Gran Tayac alzando las manos—. ¿Por qué querría yo matarla?

—Por celos —replicó Nueve Muertes—. No podías resistir que se fugara con un muchacho. Tu honor exigía que el insulto se pagara con sangre.

Trueno de Cobre sonrió con ironía.

—A mí no me hubiera importado que copulara con un perro. Lo único que necesitaba de ella era una alianza y un hijo, nada más. —Entonces ladeó la cabeza hacia la Weroansqua—. Yo también sé jugar.

—Lo siento, Estera de Hierba. Tu mejor espía ha sido desterrado —dijo la Pantera—. Han echado a Sauce de la aldea esta misma tarde. De hecho, yo diría que tu alianza se ha evaporado delante de tus narices. Esta gente no es la misma que conociste entre los jefes Serpiente. Aquí no existe esa disciplina. Aquí no se les educa para creer, obedecer y someterse.

—La gente cambia —afirmó Trueno de Cobre con un puño en la cadera.

—¿Ah, sí? —La Pantera señaló a Red Amarilla y Nueve Muertes—. Acabas de ver a dos primos declarar que esto es un asunto del clan, desafiando así a su gobernante. ¿En qué circunstancias habría permitido Humo Blanco un desafío a su autoridad? ¡Ni siquiera a su propio hijo se lo habría tolerado!

Trueno de Cobre apretó los labios.

—Y aún más —prosiguió la Pantera—, ¿dónde están todos los guerreros que traías? Han vuelto a casa. ¿Por qué? Porque tenían que pescar y cazar. A diferencia de los jefes Serpiente, tú no puedes mantener a tus guerreros. Los máximos que podías permitirte tener aquí eran diez.

El viejo se acercó al Gran Tayac.

—La verdad es que te aliarías con cualquiera que te lo propusiera. Has intentado organizar un ejército, y lo has entrenado bien. Pudiste barrer a los hombres de Serpiente de Agua y a los Conoy de Rana de Piedra, pero luego tus fuerzas de elite se desvanecieron. Tus guerreros querían cazar o tal vez les preocupaban los Monacans, al oeste, o los Susquehannock, al norte. No pudiste retenerlos a pesar de todos tus tatuajes, tu gorguera robada o ese garrote que te llevaste de la casa de trofeos de Humo Blanco.

Trueno de Cobre se puso en pie con presteza.

—Ya estoy harto de ti, Cuervo.

—Por eso intentabas convencer a los guerreros de Perla Plana de que se unieran a tu causa. —La Pantera entrelazó las manos a la espalda—. Buscabas hombres jóvenes que se comprometieran a ser guerreros profesionales. El problema es que sólo pudiste encontrar a descontentos como Sauce, y con esa clase de gente no se puede formar un grupo de guerreros de elite, ¿eh?

—Te lo advierto… —Trueno de Cobre se adelantó un paso, pero Nueve Muertes se interpuso entre ellos.

—Calma, Gran Tayac —dijo la Pantera—. Por muchas ganas que tenga de culparte de la muerte de Nudo Rojo, lo cierto es que necesitabas esa alianza. Cuando la niña murió seguro que estabas desesperado por que se presentara otra oportunidad. Por tus acciones esta noche, yo diría que la Weroansqua ha encontrado algo que puede funcionar.

—Mis asuntos con el Gran Tayac no son cosa tuya —masculló Halcón Cazador.

La Pantera se encogió de hombros.

—Como quieras.

Trueno de Cobre apretó los puños con rabia.

—No haces más que crear problemas, Cuervo. ¿Vas a ir al grano o piensas hacernos perder toda la noche?

El viejo esbozó una gélida sonrisa.

—Siempre has sido impaciente, demasiado impaciente hasta para averiguar con qué familia has estado a punto de casarte. Pues te digo una cosa: no te va a gustar saberlo, y todavía menos puesto que seré yo quien te informe.

—Mira, viejo —siseó Halcón Cazador—, ¡o vas al grano de una vez o te quemo en la hoguera!