Nueve Muertes se asomó a la casa de Red Amarilla.
—Soy tu primo, Nueve Muertes. ¿Puedo hablar contigo? —llamó.
—Pasa, Jefe de Guerra.
Nueve Muertes entró y se sacudió la nieve de los mocasines. Sus ojos tardaron un instante en acostumbrarse a la penumbra. La sala olía a humo, maíz cocido, leche de castaña y tuckahoe asado hecho con maranta. Para preparar el tuckahoe las raíces tenían que asarse durante bastante tiempo para soltar los ácidos de la pulpa.
Red Amarilla se levantó con una cariñosa sonrisa.
—Bienvenido a mi casa, Jefe de Guerra. ¿Qué puedo hacer por ti?
Nueve Muertes se enjugó la nieve derretida de las cejas.
—Esperaba hablar con tu hija Cierva Veloz. ¿Está en casa?
Red Amarilla le miró con súbito recelo. Fue a decir algo, pero se lo pensó mejor.
—¿Cierva Veloz? —llamó—. ¿Puedes venir?
Al lado del fuego, al fondo de la sala, se alzó la esbelta figura de Cierva Veloz. Llevaba entre los dedos un cordel. Había estado jugando a la cuna con sus hermanos más pequeños. Era el juego que ocupaba a la mayoría de los niños cuando hacía mal tiempo.
Nueve Muertes la contempló acercarse. Su pelo oscilaba con cada paso. Llevaba un delantal de piel de ciervo decorado con dibujos de caracolas y anudado en la cadera izquierda. La capa de flecos echada al hombro dejaba al descubierto su seno derecho.
Su rostro reflejaba aprensión. Bajó los ojos y jugueteó con el cordel, como si no supiera qué hacer con él. Nueve Muertes nunca había tenido problemas con ella. La muchacha parecía evitar el mal comportamiento propio de sus compañeros.
Nueve Muertes apretó los labios mirando a Red Amarilla y ladeó la cabeza ligeramente. La mujer entendió el gesto.
—Cierva Veloz, echa un vistazo a la comida, por favor —dijo antes de marcharse.
Nueve Muertes se sentó en la alfombrilla. Ella hizo lo propio, con expresión cautelosa.
—Menuda nevada —comenzó el Jefe de Guerra—. Menos mal que logramos pescar antes de que estallara la tormenta. Ayer llenamos la canoa. Creo que tu madre recibió algo de pescado.
—Sí. Anoche mismo comimos un poco.
Él suspiró.
—¿Sabes por qué he venido?
—¿Por lo de Nudo Rojo?
—Sí, prima. Necesito que me ayudes.
Cierva Veloz no alzó la vista.
—Sé que estuviste con Nudo Rojo esa noche. Nutria Blanca me dijo que os dejó a las dos a solas.
La muchacha asintió con la cabeza.
—Dime qué hicisteis esa noche. Qué te dijo Nudo Rojo. Necesito saberlo todo, aunque no te parezca importante. Cualquier detalle podría ser de ayuda.
—Nudo Rojo ha muerto. ¿Qué más da todo lo demás?
—Yo creo que sí importa. Ya te habrás enterado de los rumores. Sabes que estuvimos a punto de ir a la guerra con Tres Mirtos. Vivimos tiempos peligrosos. Si logramos averiguar quién mató a Nudo Rojo tal vez el clan no cometa otro error.
Cierva Veloz asintió de mala gana.
—Entiendo.
—Ya sé que Nutria Blanca salió a escondidas esa noche. ¿Hiciste tú lo mismo? ¿Sabía Red Amarilla que habías salido? —La niña estaba inmóvil, con los hombros caídos. Él bajó la voz—. Lo que me digas quedará entre tú y yo. No he venido aquí para crearte problemas. Si hiciste algo malo lo solucionaremos entre nosotros, ¿de acuerdo?
Cierva Veloz contuvo el aliento. Nueve Muertes entrelazó los dedos.
—Te voy a contar lo que sé de momento. Nudo Rojo pensaba huir con Zorro Alto. Iba a encontrarse con él en el embarcadero Ostra. Desde allí se marcharían en canoa. También sé que copulaban, a pesar de que ella aún era una niña. Nudo Rojo lo hacía por voluntad propia, ¿no es así?
—Sí.
—¿Desde cuándo?
—Desde el verano pasado. ¿Te acuerdas de que Halcón Cazador invitó a los vecinos a un banquete, para que luego ayudaran a arrancar las malas hierbas de los campos? Fue entonces cuando empezaron.
Él frunció el entrecejo con expresión pensativa.
—Ya. ¿Te lo contó Nudo Rojo?
—No. Es que… yo los vi. Tuve miedo por ellos, y al día siguiente hablé con Nudo Rojo. A ella no le importaba nada, sólo quería estar con él. —Cierva Veloz frunció la frente, cubriendo de arrugas su tersa piel—. Se querían de verdad. Sabían que lo que hacían estaba mal, pero no podían evitarlo.
—Ya veo.
—Nudo Rojo me dijo que iban a estar juntos, que algún día Zorro Alto sería alguien importante, tal vez tanto como el Mamanatowick, y que ella estaría a su lado.
—Todo el mundo tiene derecho a soñar. Debió de ser un golpe cuando la Weroansqua la prometió al Gran Tayac.
—Nunca había visto a nadie tan hundido. Nudo Rojo me dijo que no podía negarse, siendo la nieta de Halcón Cazador, que no imaginaba nada peor que decir que no a la Weroansqua y a Peine de Nácar. No podía deshonrar a su clan. Estaba atrapada. Todo el mundo esperaba tanto de ella… Pero esa noche, después de la danza de celebración, Zorro Alto le pidió que se fugara con él. Entonces ella cambió de opinión, dijo que al fin y al cabo sólo era la hija de Peine de Nácar.
—¿Qué quería decir con eso? ¡Pues claro que es la hija de Peine de Nácar! —Nueve Muertes miraba el fuego con expresión escéptica, pensando en Nudo Rojo y en lo mucho que se parecía a su madre. De tal palo tal astilla… ¿Significaba eso que, de haber vivido, Nudo Rojo habría atormentado a un futuro Jefe de Guerra con secretos deseos prohibidos?
—Tú querías saber de Nudo Rojo… —dijo Cierva Veloz con un hilo de voz.
—Sí, perdona. ¿Qué pasó esa noche?
—Me dijo que me reuniera con ella después de la danza, así que yo volví a casa con mi madre. Toda la familia estaba durmiendo, y mi madre estaba muy cansada. Creo que se quedó dormida en cuanto se tumbó. Yo eché leña a los fuegos y me marché. Nudo Rojo me estaba esperando. Se la veía nerviosísima. Pensaba encontrarla cansada después de tanta danza y tanta ceremonia, pero estaba que daba brincos.
—¿Dónde os encontrasteis?
—Detrás de la Casa de los Muertos, donde no llegaba la luz de la hoguera.
—¿Y qué pasó entonces?
—Le pregunté por qué estaba tan nerviosa, y entonces me contó que pensaba fugarse con Zorro Alto. Se marcharía en cuanto hubiera algo de luz para ver el sendero que atraviesa el cerro. Me dijo que había quedado con Zorro Alto en el embarcadero Ostra al amanecer.
—¿Y a ti te pareció bien?
—¡No! —exclamó Cierva Veloz horrorizada—. Nudo Rojo tenía la responsabilidad de casarse con Trueno de Cobre. Cuando le comenté esto, ella escupió y sacudió las manos, como si tuviera algo asqueroso pegado a ellas. Dijo que Trueno de Cobre era más feo que un erizo y que le odiaba, que si se le ponía encima vomitaría.
—¿Tanto le disgustaba?
Cierva Veloz le miró de reojo, todavía insegura.
—Yo misma preferiría copular con una serpiente. Ese hombre pone los pelos de punta a cualquiera.
Nueve Muertes alzó una ceja en gesto de advertencia.
—Nutria Blanca me contó que cuando ella llegó estabais discutiendo. ¿Por qué discutíais?
Ella respiró hondo.
—Porque le dije a Nudo Rojo que estaba loca, que no podría salirse con la suya, que la Weroansqua te enviaría a ti y a los guerreros para atraparla y que al final terminaría siendo la esposa de Trueno de Cobre. Pero en lugar de ir a él triunfante, iría en desgracia, como prisionera. Le dije también que el clan sufriría por sus acciones, que todos tendríamos que pagar su locura.
—Prima, tienes una sabiduría nada propia de tu edad. —Nueve Muertes se frotó el cuello para aliviar la tensión. Todo aquello había sucedido por culpa de la desobediencia. Tantos problemas a causa de una niña terca. ¿Cómo había podido torcerse tanto la hija de Peine de Nácar? De todas las jóvenes del clan, Nudo Rojo tenía que haber comprendido mejor que nadie su gran responsabilidad.
Cierva Veloz se encogió de hombros.
—Ella me dijo que yo era una niña estúpida, que nunca entendería el camino de la grandeza. Y luego añadió algo que no tenía sentido.
—¿Qué fue?
Cierva Veloz arrugó la frente, como si quisiera recordar las palabras correctas.
—Me dijo: «Ella puede cubrir sus huellas con ceniza si quiere. Pero este error ha puesto su vida en sus propias manos».
—¿Y eso qué significa?
Cierva Veloz meneó la cabeza.
—No lo sé. He estado pensándolo. «Ella» podría ser la Weroansqua. Nudo Rojo no dijo «voy a tomar mi vida en mis propias manos». Eso querría decir que hablaba de ella misma.
—¿Y las cenizas?
—No lo sé. ¿Se te ocurre algo? ¿Tú has quemado algo por orden de la Weroansqua?
—No. Vaya, nada fuera de lo común. Hemos quemado casas en nuestras incursiones, pero no por orden expresa.
—¿Existe algún ritual de los adultos que yo ignore? A lo mejor alguna ceremonia en la que se cubran las huellas con ceniza, o tal vez algo en el Huskanaw.
—No. —Nueve Muertes reflexionó un minuto—. «Ella puede cubrir sus huellas con ceniza si quiere. Pero este error ha puesto su vida en sus propias manos». No tiene ningún sentido.
—No. Ya te he dicho que yo tampoco lo entiendo. Pero Nudo Rojo lo dijo muy seria.
—Te creo, prima. ¿Qué pasó luego?
—Le supliqué por última vez que no se escapara. Le hablé otra vez de su deber, pero ella no me dejó seguir. —Cierva Veloz miraba las vasijas humeantes con expresión ausente, como si reviviera aquella noche—. Tenía una expresión muy herida, tío. Como si no pudiera creerse que yo le estuviera diciendo aquello. «Pensaba que te alegrarías por mí», me dijo. «Pero supongo que te he juzgado mal, como he hecho con tantos otros». —Se frotó la boca con el dorso de la mano—. Yo dije que quería que fuera feliz, pero que todos teníamos nuestras obligaciones y que ella, perteneciendo a la familia de la Weroansqua, tenía más responsabilidades que el resto de nosotros.
—Eso es cierto. Todo tiene un precio, prima, sobre todo la autoridad.
—Nudo Rojo me dijo que podría hablarme largo y tendido de la responsabilidad en la familia de la Weroansqua, pero que no quería quitarme las ilusiones. Luego se echó a reír, como burlándose de mí. «¡Me das pena!», me dijo. «Anda, sigue siendo una esclava el resto de tu vida». Entonces apareció Nutria Blanca, que no dijo nada y al punto se marchó. Debió de oír el tono de Nudo Rojo.
—¿Y luego se fue Nudo Rojo?
Cierva Veloz tragó saliva.
—No. Entonces dijo: «Ahí va otra idiota. Que se case ella con ese monstruo. O tú misma». Y me pidió que le prometiera una cosa.
—¿Qué?
—Que no le dijera a nadie que se había marchado, que ya lo descubrirían ellos mismos. —Se enrolló el cordel en el puño, tan tenso que le tiraba la piel—. Yo asentí y me fui. Pero a medio camino de casa me detuve. No podía dejarla marchar. Quise volver para decirle que se lo contaría todo a la Weroansqua. Tenía que hacer cualquier cosa para detenerla.
Nueve Muertes advirtió su tono reservado.
—¿Entonces por qué no se lo dijiste a nadie? Tenías que haber acudido a mí.
—Primero se lo habría dicho a mi madre para que ella os lo contara a ti o a la Weroansqua. —La muchacha alzó la vista con expresión angustiada—. Nudo Rojo me habría odiado el resto de su vida. Pero yo no podía permitir que se marchara, que hiciera caer al clan en desgracia. Todos tendríamos que pagar por ello. No estaba bien hacerle eso al clan Piedra Verde, a su madre y a la Weroansqua. —Cierva Veloz tomó aliento—. Pero no tuve que hacer nada. Pensé que el hombre y la mujer lo contarían.
—¿A quién te refieres? ¿Es que viste a alguien?
Ella asintió.
—Pasé por detrás de la Casa de los Muertos, pensando que alcanzaría a Nudo Rojo mientras iba a buscar sus cosas. No me oyeron llegar. Estaban en las sombras, justo detrás de la esquina donde habíamos estado nosotras. Los vi recortados contra la luz del fuego que se reflejaba en la empalizada. Estaban discutiendo en susurros.
—¿Sabes quiénes eran?
Cierva Veloz negó con la cabeza.
—Eran como sombras contra la luz, y yo estaba muy lejos. La Casa de los Muertos es muy larga, y yo me encontraba en la otra esquina.
—Pero sabes que eran un hombre y una mujer, ¿no?
La muchacha sonrió.
—Estaban desnudos cuando se levantaron. Intentaban vestirse a toda prisa, como si los hubieran sorprendido.
—¿Dijeron algo?
—Nada que yo pudiera entender pero estaban discutiendo. Se notaba por sus gestos y susurros. Además, el hombre la agarró del brazo como si quisiera detenerla. Ella se zafó de un tirón y debió de decirle algo terrible, porque él dio un respingo y se quedó quieto, con la misma postura que tienen los prisioneros cuando los guerreros los traen al pueblo. Parecía derrotado.
Nueve Muertes entornó los ojos y se tiró de la oreja.
—¿Crees que habían oído la discusión que tuviste con Nudo Rojo?
Cierva Veloz asintió con expresión culpable.
—Por eso no le dije nada a mi madre. La mujer se vistió y le dio una patada a las mantas, como si estuviera furiosa. Tenía una postura muy decidida, con un pie adelantado y los puños apretados, como desafiante. Luego se marchó. Yo pensé que iría a ver a la Weroansqua para contarle lo de Nudo Rojo. De esa manera yo no tendría que romper mi promesa y Nudo Rojo no me odiaría por traicionarla.
—¿Y el hombre?
—Se quedó allí, con la cabeza gacha. —Cierva Veloz respiró hondo—. Entonces me fui. Ya casi había amanecido y no quería que me vieran. —La muchacha bajó la vista.
¿Un hombre y una mujer amándose detrás de la Casa de los Muertos? ¿Quiénes eran?
—Cierva Veloz, ¿cómo iban peinados? ¿Llevaba el hombre el pelo como los guerreros del Gran Tayac?
—No. Iba peinado como los nuestros.
—¿Y si…? ¿Tú crees que podría haber sido Sauce?
—¿Sauce? —preguntó ella, sorprendida.
—¿Podría haber sido él?
Cierva Veloz reflexionó un momento y luego alzó las manos.
—No lo sé. Estaba muy oscuro. Yo sólo vi la sombra de un hombre desnudo. Ni siquiera le vi vestirse, así que no sé si su ropa tenía algún rasgo distintivo.
Nueve Muertes se quedó mirando el vapor que se alzaba de las vasijas al fuego. Sauce tenía que estar de guardia aquella noche, y Nutria Blanca creyó verlo salir con Trueno de Cobre. Tal vez Sauce estaba efectivamente en la puerta. Al ver al Gran Tayac lo escoltó más allá de la empalizada, quizá para orinar, y luego dejó su puesto para encontrarse con la mujer.
—Es culpa mía —susurró Cierva Veloz—. Si yo hubiera avisado de lo que pasaba, Nudo Rojo estaría viva.
—Prima, cuando tenemos que tomar una decisión, todos hacemos lo que creemos correcto. Sólo después averiguamos si acertamos o no. Tal vez si hubieras acudido a tu madre Nudo Rojo estaría viva y casada con Trueno de Cobre. Tal vez Sauce le habría contado a la Weroansqua que Zorro Alto copulaba con ella y yo habría tenido que matarle. ¿Quién sabe? Todos hacemos lo que consideramos correcto, pero el resultado de toda decisión es una incógnita.
Al ver que la niña no decía nada, Nueve Muertes señaló las vasijas.
—Anda, echa un vistazo a la comida, que si no tu madre te va a matar. Me has ayudado mucho.
Cierva Veloz se puso a remover el guiso y tocó con un palo el tuckahoe para ver si ya estaba hecho.
La pareja que copulaba en la oscuridad debió de oír a Cierva Veloz y Nudo Rojo, pero ¿habría conducido aquello al asesinato de la niña? El pueblo estaba entonces lleno de invitados venidos para celebrar que Nudo Rojo se había convertido en mujer. A veces algunas parejas se unían en esas circunstancias, copulaban y luego se iban cada uno por su lado.
Cierva Veloz le miraba nerviosa mientras echaba agua en una vasija.
—¿Por qué se quedaron? —preguntó su tío.
—¿Cómo?
Nueve Muertes alzó una ceja.
—Si oyeron ruidos mientras estaban juntos, ¿por qué no se fueron a un sitio más apartado?
—¿O por qué no nos pidieron que nos marcháramos? —replicó ella—. Habría sido lo más correcto.
En ese momento Red Amarilla se asomó a la puerta y miró suspicaz a Nueve Muertes, como si llevara demasiado tiempo allí.
—Bueno, tengo que irme. Gracias por tu ayuda, Cierva Veloz.
La muchacha vaciló un instante.
—¿Voy a tener problemas? —preguntó.
—Sólo contigo misma. —Nueve Muertes se levantó—. Tú eres la que debe decidir si obraste bien.
Cierva Veloz apretó los labios.
—Ya lo sé.
Nueve Muertes sonrió.
—Si te acuerdas de algo más, ven a contármelo. Podría ser muy importante.
El Jefe de Guerra saludó a Red Amarilla con un gesto de la cabeza y se marchó.
La Pantera, sentado frente a Nueve Muertes, fumaba encantado su pipa. Tenía la tripa llena y en el plato las raspas peladas de un gran róbalo.
El fuego calentaba la casa de Capullo de Rosa en aquella fría noche de invierno. El cielo se había despejado, haciendo bajar la temperatura. Al fondo de la casa, Nutria Blanca y sus hermanos jugaban entre risas. El juego consistía en apostar cáscaras de nuez y tirar al suelo un manojo de ochenta y una cañas cortas, que rebotaban y se diseminaban. El objetivo era recoger lo más deprisa posible siete u once cañas. El ganador se quedaba con las apuestas.
Capullo de Rosa se inclinó sobre una de las camas y sacó de debajo una azada. Reunió luego un omóplato de ciervo, un trozo de cordel y un diente de tiburón. Los colocó en el suelo y se sentó frente a Nueve Muertes y la Pantera. Con el diente de tiburón comenzó a serrar el caparazón incrustado en el extremo del mango de la azada.
—Se acerca el solsticio —comentó— y es hora de arreglar las herramientas. Si no, dentro de tres lunas me arrepentiré. —Señaló el caparazón romo, de borde desportillado—. Esto ya no corta ni el aire, y mucho menos el suelo.
En ese momento entró Perla de Sol con una manta sobre los hombros.
—Qué frío. —Se sentó junto a la Pantera y tendió las manos hacia el fuego—. Pero si faltan por lo menos tres lunas para preparar los campos —comentó al ver a la mujer con la azada.
—Sí, a Capullo de Rosa no le gusta dejar las cosas para el último momento —observó la Pantera mientras ella cortaba el fuerte cordel que unía las partes de la azada. El viejo dio una calada a la pipa y tiró la raspa del pescado a los perros que aguardaban con paciencia detrás de él. Luego les ofreció el plato de madera para que lo lamieran.
Nueve Muertes alzó la vista.
—Parece que esta vida te va, Anciano. Tu estómago ya no es la cueva desolada que era cuando llegaste.
La Pantera sonrió.
—Debo admitir que tu casa me agrada mucho. Pero no me gustaría acostumbrarme demasiado, porque será muy difícil partir.
Capullo de Rosa le miró divertida.
—Bueno, esto no puede ser tan entretenido como sentarte a solas en ese islote tuyo. ¿No echas de menos tus cuervos y tus gaviotas?
La Pantera sonrió, consciente de la agradable calidez que sentía en el alma. La amistad era como una droga, uno siempre quería más.
—Aunque estoy encantado aquí, contigo y con tu comida, me marcharé en cuanto concluya este asunto.
—Eso si Trueno de Cobre no te mata antes —le recordó Perla de Sol—. De verdad, Anciano, a veces me pones los nervios de punta.
Nueve Muertes alzó la cabeza.
—¿Trueno de Cobre ha amenazado con matarte?
—Ya os he dicho que es algo que hay entre nosotros hace mucho tiempo.
Capullo de Rosa cortó el último cordel, liberando el caparazón del mango.
—Decidme, ¿qué habéis conseguido? ¿Estáis más cerca de descubrir al asesino de Nudo Rojo? En el pueblo no hay más que rumores. A mí ya me incomoda hasta cruzar la plaza, porque no hacen más que preguntarme cosas.
—¿Y tú qué les dices, hermana? —quiso saber Nueve Muertes.
—Que si tienen que enterarse de algo, ya se enterarán por la Weroansqua. —La mujer colocó el omóplato contra el mango para ver cómo encajarían mejor.
—Vamos a ver, ¿qué sabemos hasta ahora? —Nueve Muertes vació su pipa y la rellenó con hojas frescas que tenía en un cuenco a su lado—. Zorro Alto pidió a Nudo Rojo que huyera con él. Habían sido amantes por lo menos seis lunas. Ella accedió a reunirse con él en el embarcadero Ostra. Pero no podía marcharse sin más, tenía que decírselo a Cierva Veloz. Al mismo tiempo, Nutria Blanca vio a Trueno de Cobre y a Sauce mantener una conversación furtiva y luego salir juntos de la empalizada. Cierva Veloz suplicó a Nudo Rojo que no se marchara, pero ella estaba decidida. La discusión subió tanto de tono que Nutria Blanca se fue sin querer tomar parte en ella. Cierva Veloz por fin quiso volver a su casa, pero cambió de opinión e intentó alcanzar a Nudo Rojo. Entonces descubrió a un hombre y una mujer en las sombras. Por lo visto estaban haciendo el amor y se vieron interrumpidos por las voces de las chicas. Lo habían oído todo. —Encendió la pipa—. No sabemos quiénes eran esos dos. Él intentó retener a la mujer, pero ella se soltó de un tirón. Discutieron acaloradamente, hasta que la mujer dio una patada a las mantas, se vistió y se marchó. No sabemos qué hizo el hombre.
—Mientras tanto —dijo la Pantera—. Sauce no estaba en la puerta. No le volvieron a ver hasta media mañana, cuando Zorro Alto apareció corriendo por el sendero. Sauce le siguió y «descubrió» el cadáver de Nudo Rojo. Nutria Blanca, a su vez, vio a Trueno de Cobre entrar a la empalizada por la mañana temprano. ¿Dónde estuvo todo ese tiempo?
—Y la Weroansqua no estaba presente en el desayuno esa mañana —terció Capullo de Rosa—. ¿Dónde estaba?
La Pantera levantó una ceja.
—Sí, ¿dónde?
—Yo no entiendo por qué querría matar a su nieta.
—¿Tal vez era su madre quien la quería muerta?
—¿Peine de Nácar? —exclamó Nueve Muertes con cara de disgusto—. No, no me lo puedo creer. ¿Por qué querría matar a su propia hija? O mejor, ¿cómo podría matar a su propia hija? Desde luego no sería para casarse con Trueno de Cobre.
—Dímelo tú, Jefe de Guerra. Peine de Nácar quería casarse con él desde el principio, ¿no? ¿Tanto ansia tener autoridad?
—No, Anciano. Es verdad que tal vez se deje llevar de sus pasiones, pero esto no tiene sentido. Si quería a Trueno de Cobre podía haberse casado con él en cualquier momento. Habría sido todo un alivio para Nudo Rojo. Yo ya lo había pensado, pero no creo que exista ninguna razón por la que Peine de Nácar quisiera matar a la niña. Al principio se podía sospechar que tal vez quisiera impedir la alianza con los pueblos de río arriba, pero ahora prácticamente se ha ofrecido para salvar esa alianza.
—¿Y por vergüenza? —sugirió la Pantera—. Tal vez no podía soportar la idea de que su hija huyera, dejando en evidencia a su pueblo.
Nueve Muertes arqueó una ceja.
—Créeme, Anciano, Peine de Nácar no es de las que se abstienen de una pequeña indiscreción sexual de vez en cuando. De hecho hasta se habría alegrado en secreto de que su hija tuviera la sangre fría de intentarlo.
—Sí, lo imagino. Le va la aventura, ¿eh?
Nueve Muertes bajó la cabeza, consciente de que Capullo de Rosa le miraba con dureza.
—Una madre tiene que estar muy desesperada y muy decidida para matar a su propia hija. Fueran cuales fuesen sus indiscreciones, Peine de Nácar tenía muchas formas tanto de evitar como de tener a Trueno de Cobre. Y en cualquier caso no tenía ninguna razón para matar a Nudo Rojo.
—¿Y la Weroansqua? —sugirió la Pantera—. ¿Tal vez estaba tan desesperada que no atinaba a ver otra salida?
—Me cuesta creerlo. De todas maneras, no podemos olvidarnos de Ala de Mirlo y sus hombres —señaló Nueve Muertes—. ¿Fue casualidad que aparecieran justo en ese momento?
La Pantera se encogió de hombros.
—Es demasiado pronto para saberlo. Tal vez estaban en connivencia con Trueno de Cobre.
—No lo sé. ¿Cabe la posibilidad? Ala de Mirlo dijo que Cazador en el Maíz le había enviado con la orden de expresar su disgusto por el matrimonio de Nudo Rojo con el Gran Tayac. Tal vez era una estratagema.
La Pantera se rascó la oreja.
—No lo sé con seguridad, pero creo que no. Trueno de Cobre desea desesperadamente la alianza con los pueblos independientes. Cuando Nudo Rojo murió, el Gran Tayac se quedó a ver qué pasaba, dispuesto a aprovechar cualquier oportunidad. Es listo, pero no demasiado. Más que manipular a los demás, lo que hace es aprovechar al vuelo cualquier cosa para ponerla a su favor.
—¿Entonces por qué permitió que la Weroansqua me enviara a atacar Tres Mirtos? Aquello casi acabó en desastre —dijo Nueve Muertes, mirando la brasa de su pipa.
—¿Y si hubierais triunfado? Tú no esperabas que Mazorca de Piedra traicionara tus planes. De no haber sido por él, bien podrías haber hecho prisionero al muchacho. Conociendo a Trueno de Cobre, estoy seguro de que entonces habría suplicado por la vida de Zorro Alto. ¿Qué mejor forma de quedar bien ante los pueblos independientes? Nudo Rojo no le importaba nada una vez muerta, pero siendo parte agraviada podía haber exigido un acuerdo y suavizar así la tensión entre Perla Plana y Tres Mirtos. Halcón Cazador le estaría eternamente agradecida y entre los dos habrían buscado alguna mujer casadera dentro del clan.
—Así que ahora se queda con Peine de Nácar y estará una generación más cerca del control de Perla Plana—: Terció Nueve Muertes.
—Así es. No sólo estará aliado por su matrimonio, sino que su posición será casi igual a la de la Weroansqua. Al fin y al cabo habría resuelto un problema que podía haber resultado en desastre. —La Pantera soltó una risita—. Creo que a estas alturas Trueno de Cobre conoce la situación de Perla Plana mejor que tú. Tenéis entre vosotros a una astuta araña que tiene acceso a vuestros secretos mejor guardados.
—¿Cómo puede ser?
—Por Sauce. Trueno de Cobre sabe ver la parte más débil de la vasija y por ahí empieza a desportillarla. Sauce no sólo no tenía afectos, sino que además estaba furioso.
—Un momento —le interrumpió Perla de Sol—. Sauce quería a Nudo Rojo y odiaba a Zorro Alto por aparearse con ella.
¿Por qué iba a ayudar a Trueno de Cobre? ¡Si precisamente el Gran Tayac estaba prometido a la mujer que Sauce amaba!
—Yo no descartaría la posibilidad de que Trueno de Cobre hubiera prometido a Sauce que al final tendría a Nudo Rojo. —La Pantera sonrió con expresión recelosa—. Recuerda que ahora anda diciendo a los jóvenes que cuando expulse al Mamanatowick tendrá nuevos territorios. Si Trueno de Cobre quería ganarse el apoyo de Sauce (lo cual no es seguro, lo admito), podía haberle prometido convertirlo en Weroance. Los grandes jefes suelen ofrecer a los Weroances una o dos esposas como muestra de su apoyo y para cimentar una alianza. Tú conoces a Sauce mejor que yo, Perla de Sol, ¿qué habría dicho ante la oferta de ser Weroance y tener a Nudo Rojo?
Perla de Sol hizo una mueca.
—¡Habría estado encantado! Pero ¿es posible que Trueno de Cobre le ofreciera eso? ¿Y su alianza con el clan Piedra Verde?
—No, la oferta no sería inmediata. —La Pantera miró su pipa, que se había apagado—. Al fin y al cabo Trueno de Cobre querría primero tener varios hijos con Nudo Rojo. Luego obtendría por lo menos una segunda esposa Piedra Verde y probablemente una del clan Estrella y otra del clan Sanguinaria, para reforzar su control sobre los pueblos independientes.
—Habría que ver si aguantaría a Sauce tanto tiempo. —Nueve Muertes movió la cabeza, disgustado—. Dependería de lo útil que el joven le fuera a largo plazo, ¿no?
—Desde luego.
—Bueno, eso da al traste con mi idea de que Sauce podía haber sido el hombre que oyó la conversación entre Nudo Rojo y Cierva Veloz.
La Pantera vació su pipa con una ramita.
—Pero explica qué hacían Sauce y Trueno de Cobre cuando Nutria Blanca los vio salir por la noche y volver por la mañana. Durante los días de danzas y banquetes Trueno de Cobre buscaría a un solitario, alguien que pareciera descontento. El Gran Tayac no pasa muchas cosas por alto. Sabe juzgar muy bien a la gente. Yo creo que midió a Sauce de la cabeza a los pies, que supo leer incluso el deseo en sus ojos cuando el cazador miraba a Nudo Rojo.
—¿Qué te hizo sospechar de Sauce? —preguntó Perla de Sol.
La Pantera se alzó de hombros.
—Su actitud la primera vez que hablé con él, y el hecho de que se cortara el pelo para parecerse a Trueno de Cobre. Está tan cegado con el Gran Tayac que no ve nada más. —El Anciano vaciló—. Es evidente que sabe o sospecha algo muy inquietante para el clan Piedra Verde. ¿Hay algo que queráis decirme, antes de que lo averigüe por mí mismo?
Nueve Muertes frunció el entrecejo.
—No hay nada más allá de los habituales escándalos familiares. No somos nada especial. De vez en cuando algún hombre pega a su esposa por haber cometido algún desliz. Hace algún tiempo la Weroansqua me pidió que ejecutara a un ladronzuelo sin importancia. Le rompimos las piernas y lo arrojamos al fuego. El año pasado el viejo Palo Verde empezó a entrometerse demasiado en los asuntos de su hija y tuvimos que llevárnoslo al bosque para mantener una pequeña charla. Desde entonces se comporta, pero igual lo vigilamos de cerca. Lo único que podría destruir al clan Piedra Verde sería una acusación de incesto. —Nueve Muertes miró hacia el fondo de la casa, donde los niños jugaban a las cañas—. Tengo una sobrina que se escapa de casa de vez en cuando, pero ya me he encargado de eso.
Capullo de Rosa tenía la cabeza gacha, con el pelo en torno a la cara, concentrada en el cordel con que ataba el omóplato del ciervo al mango de la azada.
Perla de Sol movía los dedos ansiosamente en el regazo.
A pesar de la sinceridad que se leía en los ojos de Nueve Muertes, la Pantera advirtió la tensión entre los demás. ¿Estaban ocultando algo? En ese caso el Jefe de Guerra parecía ignorarlo. ¿O es que por fin te está mintiendo? Y en ese caso, ¿por qué? El viejo suspiró. Bueno, todo a su debido tiempo.
—Pero nada de eso resuelve el misterio de la muerte de Nudo Rojo. La mataron en el camino del embarcadero Ostra con un garrote de dos cabezas.
—¿Quiénes quedan entonces como sospechosos? —preguntó Perla de Sol, como aliviada de que cambiaran de tema—. Ya hemos eliminado a Sauce. Suponiendo, claro está, que tengas razón e hiciera un trato con Trueno de Cobre, porque en ese caso, después de recibir la oferta del Gran Tayac, no tendría motivo alguno para matarla.
—Está Zorro Alto —dijo Nueve Muertes—. Sigue siendo quien tuvo más razones, medios y oportunidades. Tal vez Nudo Rojo cambió de opinión en el último momento. Tal vez los argumentos de Cierva Veloz la hicieron sentir culpable.
—Y tal vez la mató Trueno de Cobre, después de todo —replicó Perla de Sol, enderezándose de pronto.
—¿Cómo? —preguntó la Pantera—. Estamos casi seguros de que Trueno de Cobre había ofrecido a Nudo Rojo como cebo a Sauce.
—Trueno de Cobre estaba ahí fuera, ¿recuerdas, Anciano? Tal vez la vio marchar, la siguió y adivinó que pensaba huir. Tú lo conoces mejor que nadie, has visto la rabia en sus ojos. Su alianza con el clan Piedra Verde huía con un jovenzuelo. Su trato con Sauce se iba al traste. Era una bofetada a su orgullo y su virilidad. ¿Cómo crees que reaccionaría?
La Pantera miró el fuego con aire ausente.
—Debo de estar haciéndome viejo para haber pasado por alto algo así. ¡Por todos los murciélagos! Trueno de Cobre la seguiría para ver qué tramaba, y cuando adivinara lo que se disponía a hacer se pondría hecho una furia. En ese estado habría sido capaz de matarla sin pensárselo dos veces.
—Y —terció Nueve Muertes— su garrote tiene en un extremo una piedra y una púa de cobre justo debajo. Habría dejado dos marcas en el cráneo de Nudo Rojo.