Texto. La Pantera atravesaba la plaza seguido de Perla de Sol, sintiendo el frío en los huesos. La nieve caía en grandes copos, amontonándose en sus hombros y cubriendo de blanco su pelo gris.
Las casas parecían ballenas en torno a él, con sus arqueados tejados teñidos de blanco. La paja manchada de hollín en torno a los agujeros de las chimeneas parecía los orificios nasales por donde expelían columnas azules de humo.
—Tengo mis dudas acerca de esto, Anciano —dijo inquieta Perla de Sol.
—Era inevitable. Lo más sorprendente es que haya tardado tanto en convocarme.
—Pues a mí sigue sin gustarme. ¿Por qué ahora? ¿Por qué en la casa comunal de la Weroansqua?
—Porque no hay otro lugar, Perla de Sol. La reunión debe celebrarse donde pueda darse una demostración de autoridad. Teniendo en cuenta lo que hay entre nosotros, debemos encontrarnos en un lugar que al menos parezca neutral.
La Pantera se detuvo un momento a la puerta de la casa para sacudirse la nieve antes de entrar.
Un gran fuego crepitaba en el hogar. El recinto principal estaba desierto, excepto por una única persona. Las camas estaban hechas, con todas las pieles extendidas. Las cestas estaban colgadas. La Pantera sonrió sombrío, consciente de que Perla de Sol le seguía tan de cerca que casi le pisaba los talones.
Trueno de Cobre había colocado un tronco junto al fuego y lo había cubierto con finas pieles de ciervo. Estaba sentado como un Weroance, con los brazos apoyados en las rodillas. Vio entrar a la Pantera con expresión pétrea. La luz del fuego danzaba en su bruñido collar de bronce y su gorguera con forma de araña. Tal vez para hacer su apariencia más formidable, el Gran Tayac se había engrasado el pelo para que se le quedara de punta, contrastando con la parte de la cabeza que llevaba afeitada. Tenía el garrote al alcance de la mano.
—Bueno, por fin has venido, Cuervo. —Trueno de Cobre señaló las esterillas tendidas al otro lado del fuego, frente a él—. Siéntate. Tenemos que hablar.
La Pantera miró alrededor con toda tranquilidad, se quitó la manta de los hombros y sacudió la nieve que quedaba. Perla de Sol permaneció a su lado, asiendo el garrote con ambas manos. El viejo ladeó la cabeza. Se estaba tomando su tiempo.
—Gracias, Estera de Hierba, pero me quedaré de pie. Es el mal tiempo, que me afecta las articulaciones. Tiene gracia, ¿verdad? Se diría que las articulaciones deberían moverse con más facilidad con la edad, en lugar de ponerse rígidas. Casi todo tiende a estar más suelto con el tiempo y el uso.
—¡Quiero que te sientes!
—Pues me voy a quedar de pie. ¿O es que sólo querías que me siente? Porque si es así me vuelvo a casa de Capullo de Rosa para sentarme allí. No sólo no tendré que levantarme otra vez, sino que esta mañana ha preparado un desayuno magnífico. Nueve Muertes tuvo muy buena pesca ayer. El pescado estaba asado a la perfección y la suculenta carne blanca humeaba todavía cuando la arrancaba de la espina. Si me voy a sentar, quisiera picar algo.
Los ojos de Trueno de Cobre parecían llamear de rabia.
—Te advierto que ya he tenido bastante, Cuervo. No haces más que crear problemas. Sigues con tus viejos trucos. Esta gente no te conoce. No comprenden que dondequiera que vayas te dedicas a esparcir veneno para corroer todo lo que es bueno y pacífico.
—Perdona si me equivoco, Estera de Hierba, pero ¿no es una araña lo que llevas en torno al cuello? La última araña que vi mató a su presa de una picadura venenosa. Sí, yo he visto antes esa araña: la llevaba un guerrero natchez, si no recuerdo mal. De la sociedad de la Araña Nocturna, ¿no es así? ¿Es que eres uno de ellos, Estera de Hierba?
—Cuervo, estás acabando con mi paciencia. Te he ordenado venir para…
—¡Ah! ¡Es que has copiado el diseño! —La Pantera dio un paso a un lado, obligando a Trueno de Cobre a volver la cabeza para no perderlo de vista—. Ya me imaginaba que no te habrías sometido voluntariamente a la iniciación. Lleva años de entrenamiento brutal. Para ser un iniciado y llevar la gorguera de la Araña Nocturna tienes que matar a ocho hombres en combate singular, uno por cada pata de la araña, y luego beber una infusión de datura para tener una visión. A los pocos que sobreviven los sangran, los tatúan y los llenan de cicatrices. Una vez que se comprometen a entrar en guerra ninguno se retira hasta que muere o mata a su enemigo. Supongo que por eso hay tan pocas Arañas Nocturnas y por eso se les honra y se les reverencia tanto.
—¡Ya basta! —gritó Trueno de Cobre poniéndose en pie. Hervía de rabia, con la cara desencajada y el mentón tenso—. La última vez que te cruzaste en mi vida juré que te mataría. Y te aseguro que lo deseaba. —Alzó el puño. Su expresión de furia retorcía los tatuajes de sus ojos—. Y luego llego aquí y te encuentro hecho un viejo decrépito, pero todavía tejiendo tus intrigas. ¡Fuego y estiércol, sanguijuela! Me das asco.
La Pantera entrelazó las manos a la espalda, mirando tranquilizador a Perla de Sol, tan tensa que casi vibraba. Las aletas de la nariz le temblaban.
—Así que te doy asco, ¿eh? Vaya, Estera de Hierba, yo por lo menos no voy por ahí con falsas pretensiones.
—Yo vine a reclamar una esposa. Y te encuentro justo defendiendo al hombre que la mató. Qué casualidad, ¿eh?
—También es casualidad que ahora la hija esté muerta y tú quieras casarte con la madre —replicó la Pantera alzando una ceja.
—Fue idea de Peine de Nácar. ¡Fue ella quien vino a mí! Esta gente desea aliarse conmigo. ¡Lo necesitan! Sin la alianza son hombres muertos. Es sólo cuestión de tiempo. Es mejor aliarse con un vencedor que ser aplastado por un conquistador. Y tú, precisamente, deberías saberlo. —Trueno de Cobre entornó los ojos—. ¿O se te ha olvidado cómo nos conocimos?
—Me acuerdo muy bien, Estera de Hierba. Fue el día en que tu madre y tú os convertisteis en mis esclavos, ¿no es así?
Trueno de Cobre rodeó el fuego y se acercó a la Pantera hasta tener su cara a un dedo de distancia. La luz del fuego danzaba en sus tatuajes y la raya negra en torno a su boca.
—He revivido ese día muchísimas veces, Cuervo. Cada vez que cierro los ojos por la noche esa pesadilla se filtra entre mis sueños. Y ahora por fin te tengo a mi alcance. ¡Como si te hubiera traído el mismísimo Okeus!
—No entiendo muy bien qué te propones con los jóvenes del pueblo. —La Pantera hizo un gesto tranquilo para que Perla de Sol se alejara, mientras con la otra mano se tocaba el mentón—. ¿Les estás vendiendo la idea de que eres una Araña Nocturna para que te sigan? Pero ¿cómo? Si ése era tu plan, ¿para qué asesinar a Nudo Rojo? Ella era la clave para acceder a los jóvenes.
—¿Asesinar a Nudo Rojo? —La acusación le pilló por sorpresa—. Yo vine a casarme con ella. ¿Por qué querría matarla?
—Es lo que acabo de preguntarte. Tú siempre has sido un hombre lógico. Piénsalo: asesinas a Nudo Rojo y haces que parezca que la mató Zorro Alto. Cunde la confusión, las viejas alianzas quedan en entredicho. Los pueblos independientes se fragmentan, se alejan unos de otros y tú los arrasas antes de que los guerreros del Mamanatowick te los quiten de las manos. Luego los unificas bajo tu protección sin tener que arriesgar tu falsa identidad de Araña Nocturna.
—¡Viejo idiota! ¡Con el matrimonio bastaba! ¿Por qué lograr mediante la guerra lo que puedo conseguir con un matrimonio? Pensar que yo la maté… es… ¡es una locura! Estás todavía más loco de lo que pensaba.
—¿Entonces quién la mató? No te creerás esa patraña de que fueron los guerreros de Ala de Mirlo, ¿verdad? Dejarla intacta no es su estilo. Yo los conozco bien. Por lo menos se habrían llevado la cabeza para ofrecérsela a Cazador en el Maíz, que a su vez la habría enviado, con la debida ceremonia, a Serpiente de Agua.
—¡La mató Zorro Alto! —Trueno de Cobre retrocedió y se puso a caminar en torno al fuego a grandes zancadas—. ¿Quién, si no?
—A mí se me ocurren varios nombres. Sauce, por ejemplo. Podría haberlo hecho por ti. Él quería a Nudo Rojo y, mira por dónde, ella acabó siendo tu prometida. Un amante despechado sería justo la persona que necesitarías. La desesperación nos impulsa a hacer cosas que a primera vista no tienen sentido.
—¿Sauce? —El Gran Tayac se frenó en seco con expresión de perplejidad—. Pero si…
—Me dijo que habría hecho cualquier cosa para obtener su amor. Incluso pensó en matar a Zorro Alto, o al menos en revelar que Nudo Rojo permitía que calentara dentro de ella su flecha favorita. Pero Sauce tenía miedo de que Nudo Rojo le odiara por ello. Tú fuiste como una piedra arrojada inesperadamente en su estanque.
Trueno de Cobre frunció el entrecejo, confuso. Miró a la Pantera como reclamando una explicación, y por fin una sonrisa asomó a sus labios.
—Hay cosas que no cambian nunca, ¿eh, comadreja? Siempre echando tu estiércol en el agua de los demás, para ver cuánto puedes remover antes de que se den cuenta de que se están bebiendo tu mierda. ¡Pero si hasta has tenido la desfachatez de acusar a la Weroansqua!
—Bueno, si no fuiste tú, ¿por qué no ella? Tenía tantos motivos como cualquier otro. Tal vez averiguó por fin que eres una vil serpiente, Estera de Hierba. Si Nudo Rojo moría, ella evitaba perder su territorio bajo tu creciente cacicato. Sé que no lo creerás, pero hay gente que haría cualquier cosa para mantenerse apartada de tus sucias intrigas.
Trueno de Cobre no respondió. Abría y cerraba las manos y su boca se redujo a una fina línea.
—Así que ya ves, la mierda que hay en el agua no es la mía. Pero al removerla, el inocente puede descubrir quién ha contaminado la vasija.
El Gran Tayac miró furioso a la Pantera al otro lado del fuego.
—Ya he aguantado todo lo que puedo aguantar.
—Lo dudo —replicó el viejo ladeando la cabeza—. El hecho de que siga aquí en pie me dice justo lo contrario. Tú eres la persona que más desea matarme en este mundo. Me culpas de la muerte de tu padre y de la esclavitud de tu madre. Que yo siga respirando indica una debilidad de tu parte. No, Estera de Hierba, no creo que los pueblos independientes te necesiten tanto como tú a ellos. Si no, ¿por qué te quedas aquí?
—Te lo advierto, viejo…
La Pantera se acercó a inspeccionar las cestas que colgaban de la pared. Algunas estaban trenzadas con cedro, otras con sauce o con ramas finas de zumaque. La mayoría contenía nueces y otros frutos secos ablandándose en bolsas de cuero.
—¿Sabes? Tal vez me haya equivocado. —Se volvió hacia Trueno de Cobre con expresión pensativa—. Tal vez seas más listo de lo que pensaba. Por fin lo has comprendido, ¿verdad?
—¿Qué tengo que comprender?
—Que no puedes formar un cacicato como los que tanto admirabas entre los jefes Serpiente. Has adivinado que no puedes mantener una clase guerrera, que tus hombres tienen que cazar y pescar. No puedes producir bastante comida para mantenerlos. El suelo no es tan fértil en estas tierras montañosas y de estrechas marismas. Necesitas aliados, igual que los pueblos independientes. Sí, es verdad que has echado a los guerreros del Mamanatowick y a los conoy de Rana de Piedra, pero ahora comprendes que al final te agotarán. Como la arena que frota la esteatita, con el tiempo te hollarán, agotarán tus fuerzas.
—¡Nadie puede resistirse a mis guerreros!
—Tal vez no cuando se agrupan para atacar. Pero el enemigo vuelve una y otra vez, sangrándote poco a poco. Es como matar mosquitos a garrotazos. Si pudieras juntarlos todos, los aplastarías. Pero sólo puedes sacudir el garrote en medio del enjambre mientras ellos te sangran hasta dejarte seco. —La Pantera sacudió la cabeza—. Mi pobre Estera de Hierba, todavía eres un niño arrogante con sueños de grandeza pero no tienes forma de hacerlos realidad.
El Gran Tayac le miró furioso, con las venas del cuello hinchadas.
—¡Fuera de aquí, Cuervo! —Pareció ahogarse con sus propias palabras—. ¡Fuera de mi vista!
—Como desees, Estera de Hierba, pero…
—¡Y no vuelvas a llamarme así! ¿Me has oído?
—Los nombres son transitorios —replicó el anciano encogiéndose de hombros—. Ése es tan bueno como cualquier otro. —Hizo una pausa para ponerse la manta sobre los hombros—. Pero como iba diciendo, yo echaría un vistazo a ese Sauce. Creo que no es de fiar. Vamos, Perla de Sol, a ver si el pescado todavía está caliente. Es curioso, pero a pesar de la compañía, creo que me ha vuelto a entrar hambre.
La Pantera miró atrás. Trueno de Cobre tenía la cara enrojecida y desencajada.
—Anciano —susurró Perla de Sol en cuanto salieron—, ¿por qué haces esas cosas?
—¿Qué cosas?
—Enfurecerle así. ¡Estaba dispuesto a matarte!
—Trueno de Cobre está dispuesto a matarme desde que supo de mi llegada al pueblo. Es algo que tenemos entre él y yo hace mucho tiempo. No se trata de si quiere matarme o no, sino de cuándo. Hoy, por ejemplo, yo estaba totalmente a salvo.
—¿A salvo? —Ella apresuró el paso para ponerse a su altura—. ¡Si no tenía más que alargar la mano para romperte el cuello!
—Ya, pero si lo hubiera hecho habría significado la ruina para él.
—No lo entiendo.
—Eso es porque no conoces a la Weroansqua. —Se desvió a un lado y siguió caminando, seguido de Perla de Sol—. No pensarás que iba a dejarlo a solas conmigo, ¿verdad? De ninguna forma, jovencita. Todo había sido cuidadosamente planeado. Trueno de Cobre le dijo a Halcón Cazador que iba a ponerme en mi lugar, para demostrar su autoridad. Esperaba que yo metiera la pata, que dijera algo que me condenara como brujo, que admitiera que estaba creando problemas. Estera de Hierba nunca fue muy listo para estas cosas, y tampoco lo es más ahora que se hace llamar Trueno de Cobre.
Perla de Sol abrió la boca, pero no dijo nada.
—La Weroansqua lo ha hecho muy bien, ¿no crees? —comentó la Pantera, parpadeando porque la nieve le caía en los ojos.
—¿Ah, sí?
—Desde luego. Halcón Cazador no es tonta. Ha estado allí todo el rato, escondida detrás de la alfombrilla divisoria, oyendo toda la conversación. Por eso Trueno de Cobre no podía matarme, porque parecería que intentaba hacerme callar, y eso habría reforzado la posición de Halcón Cazador, que habría utilizado esa prueba como un garrote contra él.
Perla de Sol respiró hondo y tosió. Se había tragado un copo de nieve.
—Te dedicas a juegos muy peligrosos, Anciano.
—Ya, pero soy muy viejo para vivir con cuidado.
La Pantera siguió caminando. Ya se veía comiendo pescado caliente.