22

Nueve Muertes se agachó en la nieve mirando las nubes que pasaban sobre el mar hacia el este. Desde allí se veía bien la ensenada. En la superficie color pizarra las olas picadas se dirigían hacia la playa, donde se rizaban, golpeaban la tierra y morían. El Jefe de Guerra se apoyó contra un olmo de áspera corteza marcada por los años y los fuegos con que el pueblo desbrozaba los campos.

Desde allí se veía la otra orilla, con los árboles teñidos de gris por el invierno, pero su atención se centraba en el refugio de sudor y la muchacha que montaba guardia ante la puerta.

Después de que la Pantera entrase, Nueve Muertes se había quedado un rato junto a Perla de Sol y había escuchado casi toda la conversación. Cuando Peine de Nácar salió a la débil luz de la tarde, con el cuerpo desnudo y perlado de sudor, el Jefe de Guerra se retiró con cierto embarazo. Ella se recogió el pelo y fue a bañarse en el agua fría cerca del refugio.

Nueve Muertes se permitió admirarla por un brevísimo instante. Su cuerpo esbelto, sus sinuosas curvas habrían sido una bendición para cualquier mujer mucho más joven. ¿Por qué le cautivaba de aquella manera? Su cuerpo, la expresión sensual de sus ojos le atraían más que los de ninguna otra mujer. Tal vez era la gracia de su paso o la embelesada atención con que escuchaba lo que la hacía tan irresistible. A Nueve Muertes se le aceleraba el corazón cuando ella le miraba, y si sus labios sólo se entreabrían, sentía que perdía la cabeza. Ella entonces le sonreía, como adivinando sus sentimientos, y le provocaba hasta dejarlo aturdido.

Peine de Nácar salió del agua, chorreando y estremeciéndose, con los pezones erectos. Se cubrió los hombros con una manta. Sólo después de vestirse pareció advertir la mirada de Nueve Muertes y le dedicó una de aquellas fugaces sonrisas antes de echar a andar hacia la empalizada.

El Jefe de Guerra, sentado junto al olmo, tuvo que hacer un esfuerzo por apartar a Peine de Nácar de sus pensamientos y meditar sobre lo que había oído a través de la cortina del refugio de sudor.

Así que la Pantera había sido Jefe de Guerra de los jefes Serpiente. Nunca se lo habría imaginado. Las implicaciones de aquello eran inquietantes. Nueve Muertes podía enorgullecerse de ser un Jefe de Guerra responsable a las órdenes de la Weroansqua, pero según las historias de los mercaderes, las guerras de los jefes Serpiente eran muy distintas. En sus contiendas se enfrentaban tribus enteras y los guerreros se contaban por cientos. Y lo único que hacían aquellos guerreros era practicar su arte. Marchaban con el cuerpo cubierto de vistosas plumas, escudos de mimbre y flechas de fina talla. Según le habían contado, esos guerreros realizaban marchas de guerra en las que cada grupo viajaba como un apéndice del todo. ¿Y la Pantera había sido el cerebro de una organización como aquélla? Nueve Muertes se mordió el labio, pensativo, recordando las derrotas que Trueno de Cobre había infligido al Mamanatowick, Rana de Piedra y el tayac Conoy. ¿Era un cacicato de esa clase el que Trueno de Cobre estaba construyendo en sus mismas fronteras?

¿Cuál sería el destino de su pueblo si Trueno de Cobre consolidaba su territorio? Nueve Muertes no podía apartar esa idea. ¿Cómo podían sus guerreros —un puñado de cazadores y pescadores— competir con los guerreros casi míticos de los jefes Serpiente?

Abajo, en el refugio del sudor, Peine de Nácar se volvió para ayudar a salir a la Pantera. El viejo se estremeció al notar el aire frío y quedó cegado con la luz.

Nueve Muertes se levantó sintiendo punzadas en las rodillas y los tobillos y se acercó a la orilla, donde la Pantera se estaba mojando. El Jefe de Guerra le miró con ceño. La piel ajada le colgaba, enrojecida por el calor. Sus músculos eran sólo un recuerdo de su antigua fuerza. Se veían varias cicatrices blanquecinas. Hasta los testículos parecían colgar exhaustos bajo el vello púbico. ¿De verdad ese hombre había sido uno de aquellos jefes de guerra?

—Hacía años que no sudaba así —dijo la Pantera, frotándose con la manta—. Creo que es hora de tomar una infusión caliente.

Nueve Muertes señaló el pueblo mientras el viejo se ponía la camisa y el taparrabo. Perla de Sol se colocó tras él.

Nueve Muertes echó a andar sumido en sus pensamientos, pero de pronto vio que la Pantera le miraba como si pudiera penetrar en todas sus defensas y leerle la mente.

—¿Sí, Jefe de Guerra?

—No he podido evitar oír la conversación.

—Ya me lo esperaba. Ha debido de ser el calor, que me ha hecho perder el control.

—¿De verdad servías a un jefe Serpiente? Humo Blanco, ¿no? Hasta yo he oído hablar de él.

—Eso fue hace mucho tiempo.

—También te oí decir que Trueno de Cobre intentaba ser como los jefes Serpiente. Por eso se hizo los tatuajes.

—Mucha gente quiere ser lo que no es. Creo que Trueno de Cobre es así desde pequeño. —La Pantera vaciló—. ¿Me has oído contar cómo lo capturé? Un niño es una criatura muy curiosa, fuerte y resistente, pero a la vez muy frágil. Estera de Hierba era así.

—No lo entiendo.

El viejo sonrió.

—Cuando maté a su padre y capturé a Trueno de Cobre y a su madre, mis guerreros y yo destruimos todo su mundo. De los despojos él tuvo que crear un mundo nuevo, un mundo que pudiera comprender.

—Eso no tiene sentido, Anciano —dijo Perla de Sol—. Trueno de Cobre debería odiar al jefe Serpiente que lo hizo prisionero. Eso es lo que yo sentiría.

—Sí, Estera de Hierba le odiaba, pero también le admiraba. Ponte en su lugar, Perla de Sol. Tienes que ver las cosas a través de sus ojos. ¿Te lo imaginas?

—Creo que sí, Anciano.

—Bien. Hay gente que no puede —afirmó la Pantera mirando de reojo a Nueve Muertes—. Por mucho que los Kwiokos digan que pueden sacarle a un niño el alma del cuerpo y ahuyentarla con sus matracas, la verdad es que un hombre que dice que no recuerda su infancia está mintiendo, o le han dado un buen golpe en la cabeza.

Nueve Muertes hizo una mueca. Sabía que después del Ennegrecimiento, ningún hombre hablaría conscientemente de nada de lo sucedido en su infancia. La Pantera estaba desafiando otra de las reglas de su pueblo.

—¿Es que para ti no hay nada sagrado, Anciano? —preguntó.

—Muchas cosas, Jefe de Guerra. Pero no los rituales de los hombres. —El viejo suspiró—. A ver, ¿qué tenemos? Un muchacho cuyo mundo ha sido destruido. Su padre ha muerto, y el muchacho nunca se lo perdonará.

—¿Por qué? —preguntó Perla de Sol—. Su padre no pudo evitar que lo mataran en la batalla.

—¿Y tú crees que un niño entiende eso? El padre de Estera de Hierba era un mercader muy influyente. No tenía por qué unirse a la batalla. El niño adoraba a su padre, pensaba que era invencible y lo cierto es que no pudo perdonarle el hecho de que no cumpliera con sus expectativas. Es propio de un niño pensar así, sobre todo si lo convierten en esclavo junto con su madre, a la que también adora. Debe haber un culpable.

—Así que el niño dirige toda su rabia hacia su padre —concluyó Nueve Muertes, meneando la cabeza.

—Es el mejor objetivo, puesto que está muerto y no puede defenderse ante su hijo. —La Pantera miró a Perla de Sol—. Y naturalmente Estera de Hierba me odiaba a mí y a mi jefe Humo Blanco. Pero como habíamos vencido, tampoco podía odiarnos demasiado. Al fin y al cabo, lo que Trueno de Cobre desea hoy en día es vencer.

—También te oí hablar de sus tatuajes. Si tanto odiaba a los jefes Serpiente, ¿por qué intenta parecerse a ellos? Y si quería parecerse a ellos, ¿por qué volver al río Pez y la bahía Agua Salada?

—Contéstame una cosa, Jefe de Guerra: ¿qué pensarías si te dijera que quiero ser el próximo Weroance en la aldea Perla Plana?

—Pensaría que estás loco. Es imposible, y tú lo sabes.

—Desde luego.

—No eres del clan Piedra Verde —le recordó Perla de Sol.

—Exacto, y Estera de Hierba no pertenecía a ninguno de los clanes líderes entre los jefes Serpiente. Sería siempre un extraño.

—Por eso vino al pueblo de su madre, en el río Pez —musitó Nueve Muertes—, para encontrar su lugar.

—Y ahora quiere formar un cacicato en la bahía Agua Salada igual que los que conoció en el Guerrero Negro o el río Serpiente o el Padre Agua —replicó la Pantera, dando una patada a la nieve.

—¿Tú crees que podrá?

El viejo se encogió de hombros.

—Yo diría que la respuesta a esa pregunta la tenéis vosotros, el Mamanatowick y el tayac Rana de Piedra.

Nueve Muertes aferró con fuerza su garrote.

—También dijiste que todo lo que Trueno de Cobre pudiera decir contra ti es posiblemente verdad.

La Pantera le miró a los ojos.

—Una vez te dije que lo más difícil de compartir es la honestidad, Jefe de Guerra. No he olvidado que hice un pacto contigo. Le dije todo eso a Peine de Nácar por una buena razón: quiero que sepa qué clase de hombre soy.

—¿Por qué?

El viejo se encogió de hombros.

—Lo sabrás a su debido tiempo. Todavía no estoy preparado, y ni siquiera sé muy bien por qué. Es un presentimiento. Algo me dice que será lo más adecuado en el momento preciso.

Pero volviendo a lo de antes. Sí, maté, asesiné, envenené y eliminé por otros métodos a mis enemigos. Por desgracia para nosotros, aquí y ahora, Trueno de Cobre sabía o por lo menos sospechaba de aquellos terribles asesinatos.

—Pero era parte de tu deber como Jefe de Guerra, ¿no? —preguntó Nueve Muertes.

La Pantera resopló irritado, frotándose los brazos para entrar en calor.

—A algunos los maté por orden de mi jefe. A otros porque les temía o no me gustaban, o porque quería castigarlos por alguna falta. —Su mirada se endureció—. La cuestión es que los maté. Y sí, a veces se puede matar por deber, y entonces está bien. Pero casi todos murieron, algunos de forma espantosa, simplemente porque yo quise.

Perla de Sol palideció. La Pantera se volvió hacia ella.

—Tranquila, niña. Ninguno murió por brujería. Maté a mis víctimas deliberadamente, con armas, veneno o por asfixia. Ninguno fue hechizado ni perdió el alma mediante brujería. Te doy mi palabra.

—Gracias, Anciano —susurró ella.

Nueve Muertes tragó saliva.

—También le dijiste a Peine de Nácar que habías tenido un sueño, que el Primer Hombre acudió a ti.

La Pantera hizo una mueca.

—Sí —contestó con voz más suave—. Eso también es verdad. ¿Me oíste decir que para encontrarlo todo hay que perderlo todo? Lo decía en serio, Jefe de Guerra. Es la lección más importante que puedo enseñar —añadió con una sonrisa nostálgica—. Pero casi nadie comprende su importancia.

El viejo pidió silencio con un gesto y siguió caminando por la nieve hacia la empalizada.

Perla de Sol vaciló y miró inquisitiva a Nueve Muertes. El Jefe de Guerra arrugó la frente y se encogió de hombros. Si Perla de Sol no comprendía, no podía esperarse que Nueve Muertes comprendiera.

—Lo más curioso es que todavía confío en él —susurró al oído a Perla de Sol—. No sé por qué.

—Creo que es porque la Pantera ha visto a través de los ojos de Okeus. Y lo que ha visto ha hecho estallar relámpagos en su alma.

Media Luna, cuñado de Nueve Muertes, le esperaba dentro de la empalizada.

—Debe de tratarse de algún asunto familiar —dijo el Jefe de Guerra—. ¿Por qué no vais vosotros dos a calentaros? Capullo de Rosa os preparará una infusión.

La Pantera asintió agradecido, estremeciéndose de frío, y echó a andar por la plaza. Perla de Sol caminaba a su lado, atenta a cualquier señal de peligro.

—¿Has tenido un día ocupado? —preguntó Media Luna. Sobrepasaba a Nueve Muertes en dos cabezas de altura. Era de miembros musculosos y sus hombros, aunque algo caídos, daban sensación de resistencia más que de fuerza bruta. Tenía el labio inferior algo salido y, junto con su nariz redonda y los ojos siempre entrecerrados, le conferían una expresión de perplejidad que impulsaba a la gente a subestimarlo en una primera impresión.

Nueve Muertes tocó el mango de su garrote, sujeto a su taparrabo.

—Mucho. Esta mañana temprano tuve que hacer varios recados para la Weroansqua. Luego llevé unas cestas de maíz a tía Viento en las Hojas. Ahora se niega a vivir dentro de la empalizada, porque dice que el aire pierde espíritu. Vete a saber qué quiere decir. Supongo que cree que el aire se gasta, habiendo aquí tanta gente respirando.

—¿Y él? —preguntó Media Luna refiriéndose a la Pantera.

Era curioso que nadie reconociera la existencia de Perla de Sol, pensó Nueve Muertes, como si, siendo la sierva de un brujo, se hubiera hecho invisible.

—Lo he acompañado a una reunión con Peine de Nácar, que quería hablar con él.

—¿De qué? —Media Luna se cruzó de brazos, mirando inquieto al Anciano, que en ese momento pasaba junto a uno de los postes Guardianes junto a la Casa de los Muertos.

—No lo sé —mintió el Jefe de Guerra—. Yo no ando fisgando en los asuntos de la Weroansqua.

—¡Los asuntos de la Weroansqua! —exclamó Media Luna con una mueca—. Así que no era una reunión de cortesía.

—No lo sé, hermano. Peine de Nácar quería hablar con la Pantera en privado. Yo sirvo a mi clan como tú sirves al tuyo. Dime, ¿qué puedo hacer por ti?

—Ve a ver a tu esposa. —Media Luna se rascó la oreja—. ¿Cuánto tiempo hace que no vas? ¿Una semana, dos? Estrella Blanca comienza a pensar que se ha quedado viuda. Ahora te pasas la vida en casa de tu hermana.

—El asesinato de Nudo Rojo ha perturbado muchas cosas. Es un asunto del clan. Luego realizamos la incursión a Tres Mirtos. Ya sabes cómo fue.

—Sí. Espero que no tengamos que enfrentarnos nunca más a un jaleo semejante. Nunca debimos hacer esa incursión. Fue un error, desde el principio. Menos mal que ese viejo nos salvó…

Nueve Muertes sonrió. Media Luna y él habían sido guerreros y compañeros mucho antes de quedar emparentados por su matrimonio. De hecho, de no haber sido tan buenos amigos, Nueve Muertes no se habría casado con Estrella Blanca. Era viuda y seis años mayor que él. Examinando el cadáver de su esposo descubrieron que parte de los intestinos se había descolgado hasta el escroto. Allí se había partido y la podredumbre lo había invadido. Estrella Blanca tenía que haberse casado con un hombre de más prestigio, no con un joven desconocido del clan Piedra Verde. En aquel tiempo Nueve Muertes era muy joven, y ni siquiera se había ganado su nombre en aquella atrevida incursión a la aldea del Weroance del Mamanatowick, el pueblo de Mattaponi. Pero gracias a la influencia de Media Luna, y a que él procedía del clan Piedra Verde, se dispuso el matrimonio. Nueve Muertes se casó con la mujer más bella de la aldea, con excepción, claro, de Peine de Nácar. Pero en aquellos días su prima todavía estaba casada con Hueso de Monstruo y vivía en Tres Mirtos.

—Te digo una cosa, amigo. Yo no me fío mucho de la Pantera. —Media Luna cruzó los brazos—. Puede que nos salvara en Tres Mirtos, pero la gente está muy nerviosa. ¿Qué hace aquí? ¿Qué busca, hermano?

—Si te lo dijera no me creerías.

—Venga ya. No sólo soy tu cuñado, sino también un viejo amigo.

Nueve Muertes le miró con expresión cómplice.

—Está aquí por Perla de Sol.

—¿Qué?

—Ya te he dicho que no te lo ibas a creer.

Media Luna pareció decepcionado.

—Está bien, esta noche tengo que ir a casa con Estrella Blanca. Dile que iré, aunque llegaré tarde. —Nueve Muertes vaciló un momento—. A menos que surja de pronto algún problema que me lo impida.

—¿Un problema como cuál? ¿Que tu hermana eche de su casa al brujo? No te atrevas a meterlo en casa de tu esposa. Estrella Blanca te quiere, pero no permitirá que sus hijos sufran la influencia de gente como la Pantera. Ya es bastante que hagas pasar por eso a los hijos de tu hermana.

—No te preocupes, ni siquiera a mí se me ocurriría llevarlo a casa de Estrella Blanca.

Media Luna dio una patada a una piedra.

—¿Qué pasa, hermano? —preguntó el Jefe de Guerra—. Habla. Hace tiempo que tú y yo no tenemos secretos.

—Es mi sobrino Conejo. —Media Luna se refería al hijo de Nueve Muertes—. Se le ha metido en la cabeza que quiere marcharse para unirse a los guerreros del Gran Tayac. Se ve que corre el rumor de que Peine de Nácar se va a casar con Trueno de Cobre. De ser así habría una alianza. Conejo quiere viajar río arriba para luchar por el Gran Tayac.

—Dile que no.

Media Luna suspiró.

—Ya se lo he dicho, y Estrella Blanca también. Pero no hay manera. Ha llegado casi a ponerse insolente. Hasta tiene una expresión de desafío en los ojos. Es tu hijo, Nueve Muertes, y es tan cabezota como tú. Cuando se lo dije se quedó de lo más satisfecho. Entonces pensé que tal vez si tú hablabas con él…

Nueve Muertes apretó los labios y asintió.

—Está bien, amigo. Si crees que servirá de algo… Pero no tengo derecho a prohibirle nada. Lo que haga Conejo es asunto de tu clan.

—Sí, lo sé. Pero a ti te admira más que a nadie. A pesar de que lo has mimado demasiado y lo has convertido en un monstruo incorregible, sigue pensando que eres el hombre más importante del mundo. O por lo menos eso pensaba hasta que apareció el Gran Tayac. Ahora quiere hacerse los mismos tatuajes cuando pase el Ennegrecimiento. ¡Como si los diseños del clan Caracola de Sol no fueran bastante buenos!

Nueve Muertes se echó a reír.

—Hablaré con él. Dile que si no quiere escuchar a su tío, le daré una azotaina, aunque sea sangre de mi sangre. Y luego te cambiaré a Conejo por Nutria Blanca.

—Ah, no, de eso nada. —Media Luna alzó los brazos—. Tu semilla no engendra más que niños en el vientre de Estrella Blanca. ¡Nada de hijas, por suerte!

—La niñas no son tan malas.

—¿No? ¿Quién lo dice?

—¿Y tú con quién crees que vas a vivir cuando te hagas viejo y enviudes? ¿Crees que la mujer que se case con Conejo te va a dar asilo cuando se te caigan los dientes? —Nueve Muertes se golpeó el pecho con un puño—. Yo, sin embargo, puedo disfrutar de la hospitalidad de Nutria Blanca hasta que se harte y luego irme con Corteza Fina. Y cuando ella acabe por echarme, siempre puedo ir con Pequeña Caracola. Si sigo vivo cuando se canse de darme de comer, me quedará Arroz de Mar. ¿Ves los beneficios de tener cuatro sobrinas? Siempre tienes un sitio donde vivir.

—Entonces, cuando sea viejo, te maldeciré por no darle hijas a Estrella Blanca y, puesto que es culpa tuya, me iré a vivir contigo y tus sobrinas.

—¡Hecho! —Nueve Muertes estrechó la mano de su amigo y los dos se echaron a reír.

Se quedaron contemplando lo que pasaba en la plaza, felices con su bien establecida amistad. La gente iba de un lado a otro realizando sus tareas.

Nudo Rojo se volvería desde la empalizada para mirar la plaza. Nueve Muertes miró la puerta. Sí, se detendría allí, justo a la sombra del poste, para mirar atrás. ¿Qué vería?

—¿Qué pasa? —preguntó Media Luna.

—¿Qué vería Nudo Rojo aquella mañana? Salió por la puerta de la empalizada. Estuvo justo aquí. ¿Qué vería al mirar atrás? Si pudiera ver con sus ojos… ¿Habría alguien aquí? ¿La verían salir?

—El hombre que la mató, tal vez. —Media Luna se encogió de hombros—. No lo sé. Nunca lo sabremos. Los muertos están muertos, hermano. Lo que saben muere con ellos.

—Supongo.

—Conejo se quiere cortar el pelo como el Gran Tayac. —Media Luna hizo una mueca—. Quiere cortárselo por los lados. Todavía es un niño. Ya le he dicho que cuando pase el Huskanaw podrá hacer todas las tonterías que quiera, pero mientras viva en nuestra casa tendrá que seguir las reglas del clan Caracola de Sol. ¿Es mucho pedir?

—No es más que un niño.

—Desde luego se nota que es hijo tuyo. Menuda energía. Y soy yo quien tiene que convertirlo en un ser humano, no en una comadreja salvaje.

—Las comadrejas son grandes cazadoras. Nunca tendrías que preocuparte de que pasara hambre.

—Las comadrejas son fieras salvajes y sedientas de sangre.

—Está bien, hablaré con él. Pero no olvides que no tiene por qué hacerme caso. Yo sólo soy su padre.

—Ya lo sé, pero creo que te escuchará. —Media Luna le dio una palmada en el hombro—. Tu esposa te agradecerá que no llegues tarde esta noche. Creo que te ha cocinado algo especial.

—Gracias. Estaré allí.

Media Luna se alejó por fin hacia su casa. Era cierto que tenía un poco abandonada a Estrella Blanca, pensó Nueve Muertes, pero las necesidades del clan y la familia tenían prioridad. Su esposa lo sabía. Siempre había comprendido que él tenía un deber. Sí, podía considerarse afortunado. Se habían querido desde la primera noche que pasaron juntos.

Las cosas podían resultar mucho peores.

Nueve Muertes pensó en Nudo Rojo y Trueno de Cobre. ¿Qué habría sentido aquella niña al ser prometida de pronto a un hombre como el Gran Tayac?

Mientras iba reflexionando sobre las pequeñas pistas que había descubierto con la Pantera, una voz susurraba en su alma: Se le ha metido en la cabeza que quiere marcharse para unirse a los guerreros del Gran Tayac… y hacerse los mismos tatuajes. ¡Como si los diseños del clan Caracola de Sol no fueran bastante buenos!

¿Habría en esto una clave para resolver el misterio de la muerte de Nudo Rojo, o no sería más que otro callejón sin salida que le dejaría igual que al principio?

La Pantera estaba tomando una infusión de escaramujo cuando entró Nueve Muertes con expresión absorta. Se quitó la capa y dejó su garrote antes de sentarse a la derecha del anciano y tender las manos hacia el fuego.

—Pareces preocupado. ¿Todavía piensas que soy un brujo, o te inquieta que envenene a la Weroansqua para ocupar su lugar cuando se caiga muerta?

—¿Eh? No, por lo menos de momento.

—Entonces tal vez cuando pase el momento.

—¿Qué?

—Que cuando pase el momento te preocupará la posibilidad de que envenene a la Weroansqua para ocupar…

—Ya, ya; te he oído. —Nueve Muertes alzó una ceja—. ¿De qué estamos hablando?

La Pantera bebió un sorbo de la infusión.

—¿Por qué estás tan distraído? Imaginaba que seguías pensando en lo que oíste esta tarde. Ahora sabes que soy una serpiente maligna de corazón negro.

El Jefe de Guerra sacudió la cabeza.

—No… Bueno, supongo que algo tiene que ver —contestó, mientras se servía un poco de infusión metiendo una calabaza vacía en la vasija de cerámica que humeaba en el fuego—. Acabo de hablar con mi hijo. Se llama Conejo.

—Un buen nombre.

—Le queda un año para el Huskanaw. Pero ha estado escuchando a Trueno de Cobre. Se ve que el Gran Tayac ha pasado mucho tiempo con los niños.

—¿Ah, sí? —La Pantera miró su infusión—. No sabía que le interesara la juventud.

—Pues parece que sí. —Nueve Muertes bebió un sorbo y dio un respingo al quemarse la lengua y los labios—. Les ha dicho que cuando se hagan hombres está más que dispuesto a admitirlos entre sus guerreros, que al fin y al cabo todos los clanes tienen algún miembro en las aldeas de río arriba. Y lo que es más, les ofrece riqueza, ventajas y ascensos. Tierras para quien las quiera. Por lo que dice Conejo, se ve que Trueno de Cobre ya ha regalado la mitad del territorio del Mamanatowick.

—Ya veo. —La Pantera se tocaba pensativo la floja papada—. Seguro que se le ha olvidado mencionárselo a Serpiente de Agua.

Nueve Muertes atizó el fuego con un palo humeante.

—Casi todos los chicos están dispuestos a cortarse el pelo como él, y no con nuestro corte tradicional, sino con el lado derecho afeitado y el izquierdo recogido. Trueno de Cobre les ha dicho que los jefes Serpiente se lo cortan así para que no pueda soltárseles durante la batalla.

—Algo de verdad hay en eso —murmuró el viejo—. Pero los guerreros de los jefes Serpiente se pasan el día entero entrenándose. No se dedican a cazar y pescar, a menos que sea por puro placer. Lo único que hacen es entrenarse para la batalla.

Nueve Muertes le miró a los ojos.

—Es justamente lo que Trueno de Cobre les ha dicho. Ha prometido que si los chicos se van con él serán sólo guerreros y vivirán como tales. Tendrán todas sus necesidades cubiertas.

La Pantera dejó su calabaza de infusión y entrelazó los dedos.

—Vaya, vaya. Nuestro pequeño Estera de Hierba es muy ambicioso. Pero ¿cómo cree que va a mantener a ese ejército?

—¿Cómo?

—Los jefes Serpiente tienen muchos guerreros, es verdad, pero sólo uno de cada diez decenas es un guerrero profesional. Recuerda que tienen que mantenerlo. Le dan casa, esposa, comida, ropa y adornos. Y para eso se necesitan casi tres decenas de granjeros y artesanos.

—¿Entonces por qué no tener diez guerreros de cada diez decenas? —preguntó Nueve Muertes—. Así contarían con un ejército todavía mayor.

—Ya, pero entonces ¿quién quedaría para tallar las puntas de flecha, fabricar vasijas, atender a los rituales, observar los movimientos celestes, organizar a los trabajadores, supervisar la siembra y la cosecha, construir canoas, erigir túmulos, cortar los árboles y reparar las casas? La guerra no es más que una parte muy pequeña de un gran cacicato. Los sacerdotes, artesanos, mercaderes, tejedores y todos los demás deben realizar su tarea, y muchos de éstos también deben ser mantenidos por otros.

—Entonces Trueno de Cobre no podrá hacer las cosas como quiere. Por lo menos de momento.

La Pantera se encogió de hombros.

—No creo que pueda nunca. Las tierras de la bahía Agua Salada no son como las grandes planicies de los ríos del interior. Sus campos de maíz parecen interminables. Aquí la tierra está surcada de cerros y pendientes. El suelo fértil suele encontrarse en parcelas pequeñas y de poca profundidad, y se agosta fácilmente. Las tierras más bajas son pantanosas y se inundan a menudo. No, aquí tenemos que trabajar mucho para conseguir comida. Los jefes Serpiente cuentan con masas de gente que cultiva para ellos. No tienen que depender de la voluble naturaleza de los peces, los ciervos, los frutos secos o el marisco. Para ellos el maíz es vida, y pueden cultivar todo el que quieran.

—Entonces no hay por qué tener en cuenta las historias del Gran Tayac…

—No lo sé. —La Pantera arrugó la frente mirando su calabaza—. Oye, esto quedaría precioso si lo pintaras. Tal vez el dibujo de un ciervo.

—Lo pensaré. De momento lo que más me preocupa es que Conejo quiera convertirse en guerrero del Gran Tayac. —Hundió el palo en el fuego y contempló las llamas que quemaban la punta—. Trueno de Cobre está intentando repetir lo que él vivió de niño, ¿no es así? Intenta impresionar a los pequeños para que quieran ser como él.

—Eso pienso. —La Pantera miró a Capullo de Rosa, que trajinaba en torno al fuego de cocinar—. ¿Crees que hará otra vez puré de calabaza? El de anoche estaba delicioso. Podría haber comido hasta reventar.

—Y casi lo hiciste.

La Pantera suspiró.

—Creo que llegados a este punto ya hemos planteado todas las preguntas de rigor y obtenido las respuestas de rigor. Mucha gente tenía motivos para asesinar a tu prima. Zorro Alto para dejar claras sus pretensiones sobre una muchacha que le estaba prohibida por la edad. Sauce por despecho al haber sido rechazado. Halcón Cazador porque la muerte de Nudo Rojo le permitía salir de una relación peligrosa con una araña. Trueno de Cobre… bueno, es como un rayo, no se sabe cuándo va a caer. Pero si cae será por muchas razones.

—¿Y los guerreros del Mamanatowick? Ala de Mirlo había venido para impedir el matrimonio.

La Pantera entornó los ojos.

—No lo sé. Tal vez, Jefe de Guerra. Pero lo cierto es que tengo buen olfato, y si hubiera participado en el asesinato yo lo sabría.

—Para ti es fácil decirlo, Anciano. Yo llevo demasiado tiempo cerca de él. —Nueve Muertes miró a su hermana, que en ese momento terminaba de dar los últimos toques a la cena—. Esta noche voy a casa con mi esposa. Te dejo en las capaces manos de Capullo de Rosa. Dudo que sea tan hábil como tú en los usos arcanos de las plantas, pero creo que ha superado su impulso de envenenarte.

La Pantera alzó una mano.

—Desde luego. Creo que hasta le caigo bien y todo. No te preocupes. Puedes dejarme aquí con la conciencia tranquila. A diferencia de mucha gente de hoy día, que no tiene modales, yo respeto la hospitalidad de mis anfitriones y no me atrevería a meterme en las pieles de tu hermana a menos que ella insistiera.

Nueve Muertes se frenó en seco a medio levantarse, sobresaltado. La Pantera le miró inexpresivo, conteniendo la sonrisa que le asomaba a los labios.