21

La Pantera entró en la Casa de los Muertos y se sacudió la nieve de los pies. Después de unos días claros y templados, un frío viento del oeste había traído de las montañas una masa de nubes. Las temperaturas habían descendido y del cielo caían los primeros copos de nieve.

El anciano se acercó al fuego que ardía en el hogar central y sacudió la ajada manta con que se cubría. Al ver que no había nadie en la antesala se acercó a la alfombrilla divisoria y gritó hacia el pasillo:

—¡Hola! ¿Hay alguien ahí? Kwiokos, ¿puedo hablar contigo?

Relámpago acudió corriendo. Los Guardianes le vieron pasar con rostros inexpresivos.

—Anciano, ¿en qué puedo ayudarte?

—He venido a ver a Serpiente Verde. Quería hablar con él un momento acerca de Nudo Rojo. Tengo que contarle lo que hemos descubierto en el cerro donde la asesinaron.

Relámpago miró inseguro alrededor y asintió con la cabeza.

—Por aquí.

Echaron a andar por el pasillo. Relámpago ignoró a los Guardianes, pero la Pantera los saludó con un gesto al pasar, y advirtió que ellos apreciaban el hecho de que un extraño les mostrara más respeto que uno de sus sirvientes habituales.

Después de pasar por delante de los almacenes, llegaron al santuario con la estatua de Okeus y la plataforma de los antepasados del clan Piedra Verde.

Okeus le miraba ceñudo, con un brillo de malicia en los ojos. Sus collares de cobre relucían a la luz del fuego y sus miembros pintados parecían poseer la fuerza necesaria para saltar. El maíz de su mano izquierda se veía marchito y seco, pero el garrote de dos cabezas que llevaba en la derecha estaba pulido. Un pincho de cobre brillaba en el moño de su cabeza. Su boca mostraba un gesto de burla, o tal vez de humor.

—Saludos, señor oscuro —murmuró la Pantera haciendo una inclinación. A continuación se volvió hacia la silueta que yacía a la derecha del fuego.

El cuerpo de Nudo Rojo estaba boca arriba, tal como lo había visto el anciano la última vez. Pero ahora sólo quedaba el esqueleto. La piel había sido cuidadosamente arrancada de los huesos. Le habían atado las articulaciones con correas marrones endurecidas al fuego, tal como era debido. El esqueleto de Nudo Rojo sería la armazón para la reconstrucción de su cuerpo en cuanto la piel estuviera curtida. Lo rellenarían con paja, sustituyendo los músculos y las vísceras.

La Pantera se frenó en seco al ver el cráneo. El rictus irregular del cadáver le llamaba la atención, le perturbaba, como si le resultara familiar.

—Pantera… —Serpiente Verde se levantó. Estaba manipulando una gran vasija de fondo redondo—. Has vuelto.

—Sí, Kwiokos. Quería… Pero ¿qué estás haciendo aquí?

Serpiente Verde echó un vistazo a la vasija.

—Curtiendo la piel, claro. Estaba viendo que la mezcla de jugos fuera correcta. Una vez se nos estropeó el preparado. Es una cosa terrible. Aunque entonces logré secar la piel antes de que se decolorara. Pero ahora, en pleno invierno, sería imposible.

—Desde luego, sobre todo porque está nevando. —La Pantera señaló la puerta con el pulgar—. Se quedaría todo congelado.

—No tendrías que estar aquí —comentó Serpiente Verde mientras se lavaba las manos en otra vasija—. La Weroansqua nos ha prohibido ayudarte más. Al parecer la has enfurecido.

La Pantera sonrió.

—Al parecer no te lo ha contado todo.

—¿Todo? —repitió el sacerdote arrugando la frente—. ¿Qué es todo?

—Bueno, el caso es que no tuve más remedio que mencionar que ella misma se habría beneficiado de la muerte de Nudo Rojo. Y tengo mis razones. El asesino debe de pensar que todo el mundo es sospechoso, incluso la Weroansqua. ¿Cómo voy a encontrarlo, si no?

Serpiente Verde arrugó todavía más el entrecejo.

—Bueno, no sé… Lo que sí sé es que la Weroansqua estaba furiosa. ¿Así que la acusaste de asesinar a su propia nieta?

—¿Crees que podría haber ordenado que la mataran? Al fin y al cabo era una forma de evitar que el Gran Tayac entrara por matrimonio en el clan Piedra Verde. Tal vez la Weroansqua supo ver que Trueno de Cobre es una araña de sangre fría.

Serpiente Verde alzó las manos.

—La conozco desde que éramos niños. Siempre ha sido muy lista, más astuta que un lince. Sabía que algún día sería Weroansqua, y no sólo por su linaje. Siempre lo hacía todo bien, no cometía errores, como los demás. Cuando murió su tía, la vieja Weroansqua, el liderazgo recayó sobre ella, siendo la heredera del clan Piedra Verde. Por aquel entonces había gente en las aldeas independientes que se burlaban de ella. Era muy joven. Apenas acababa de salir de la Casa de las Mujeres después de su primera menstruación.

—Debió de ser difícil para ti.

—Desde luego. Pero Halcón Cazador no era como las demás. No se parecía en nada a su hija. —El sacerdote se tocó la frente con un dedo—. Era una mujer muy centrada. Su alma sabía lo que quería, dónde iba y cómo llegar. Antes de que termináramos de despellejar el cadáver de su padre, Halcón Cazador envió partidas de guerra al mando del viejo Sangre de Garza, que era el Jefe de Guerra. Las partidas hicieron correr la noticia de que Halcón Cazador estaba al mando, y luego atacaron al Mamanatowick. —Serpiente Verde sonrió pensando en el pasado—. Sí, fue increíble. Desde entonces todo el mundo tuvo muy claro que aquella niña era una auténtica Weroansqua de la cabeza a los pies. —Meneó la cabeza—. Sangre de Garza volvió con prisioneros, dos guerreros, primos del Mamanatowick. Halcón Cazador reunió a todo el mundo y se acercó a ellos. Los guerreros, muy valientes, la miraban burlones y la insultaron, le dijeron que una niña no podía matar a hombres como ellos.

La Pantera apartó la vista.

—Pero ella mandó quemarlos, ¿no es así? Los echaron al fuego en la plaza. Según dicen, no dejaban de gritar. Uno de ellos se puso en pie, pero su pelo estalló en llamas y volvió a caer chillando sobre las brasas.

—Sí, así fue. ¿Tú estuviste allí?

—No, pero me lo han contado.

La Pantera señaló a Nudo Rojo.

—¿Y ella? ¿Crees que Halcón Cazador podría haber ordenado que la mataran para impedir la alianza con Trueno de Cobre?

Serpiente Verde se mordió los labios mirando el esqueleto que yacía de cara al techo manchado de hollín.

—No —contestó por fin, moviendo la cabeza—. Halcón Cazador, siendo una mujer tan dura, se habría negado simplemente a la alianza de haberlo deseado. Podía haber ofrecido otra muchacha, tal vez de la familia de Red Amarilla, o cualquier otra mujer del clan. Y habría enviado canoas con comida y regalos para satisfacer el orgullo de Trueno de Cobre.

—¿Y no temería la venganza, el castigo por hacer caer a su clan en desgracia delante de Trueno de Cobre? No creo que a la Weroansqua le gustara la idea de decirle al Gran Tayac que Nudo Rojo se había escapado con un jovencito imberbe la víspera de su boda.

—No, Pantera, eso habría resultado fatal. Pero los niños no habrían podido escapar, de ninguna manera. Nueve Muertes habría dado con ellos en menos de un día, por mucha ventaja que le llevaran. Conociendo a Halcón Cazador, sé que habría desheredado a Nudo Rojo y se la habría dado a Trueno de Cobre como esclava antes de matarla. La Weroansqua no deja pasar la ocasión de dar una lección a sus enemigos. Y si hubiera querido matar a la niña por su desobediencia, lo habría hecho mediante una ejecución pública, no así. Ahora sólo tenemos cabos sueltos y sospechas. —Se interrumpió un momento—. La Weroansqua es demasiado lista para hacer una cosa así.

—Pero alguien lo hizo.

Serpiente Verde asintió y cruzó los brazos.

—Puede que tengas que buscar a un estúpido. Y desde luego la Weroansqua no lo es.

La Pantera esbozó una triste sonrisa.

—Un asesinato así, Kwiokos, no es una cuestión de inteligencia. No, no has sabido interpretar la mente del asesino. Nudo Rojo no fue asesinada mediante un plan astuto.

—¿Entonces por qué?

—Dime, Serpiente Verde, ¿has visto alguna vez desesperada a la Weroansqua?

El sacerdote miró incómodo a Relámpago y Oso Rayado, que aguardaban en el umbral.

—Vosotros, cuidad del fuego de la primera sala. No quiero que se apague. Y luego comprobad que haya bastante leña. La nevada puede ser larga.

Los dos jóvenes se miraron y se marcharon de mala gana.

—¿Desesperada? —repitió el Kwiokos, blandiendo un dedo torcido—. Sí, Pantera. He visto la desesperación en sus ojos, pero sólo cuando mira a Peine de Nácar. El único temor de la Weroansqua es dejar en manos de su hija los asuntos del clan Piedra Verde.

—¿Peine de Nácar?

Serpiente Verde se sentó junto al fuego, haciendo un gesto para que la Pantera lo imitara. Sacó la pipa de su bolsa y la llenó. La Pantera llenó su propia pipa con el tabaco que le tendió el sacerdote.

Antes de empezar a fumar, ambos alzaron la pipa en ofrenda a la estatua de Okeus. Luego la encendieron con la ramita reservada a tal fin. El humo santificaba las palabras y validaba conversaciones como aquélla.

—La única decepción de la Weroansqua ha sido su hija. Peine de Nácar no ha heredado nada de la astucia y el ingenio que corre por las venas de Halcón Cazador. Es como el viento, un día sopla en una dirección y otro día en otra. Con lo centrada que es la Weroansqua, Peine de Nácar es dispersa, siempre esclava de sus pasiones y sus deseos.

—Ya veo.

—¿Sí? —Serpiente Verde exhaló una nube de humo azulado que ascendió en volutas—. Halcón Cazador es como una hoja de cuarzo afilada, corta la vida con un solo propósito. Peine de Nácar es como una nutria, jugando aquí y allá, siempre buscando nuevos juegos. Si van las dos a una ceremonia, Halcón Cazador mirará a cada uno de los participantes y juzgará el valor que tienen para ella. Peine de Nácar pensará en lo que tienen bajo los taparrabos y qué chucherías estarán dispuestos a regalarle.

La Pantera miró de reojo el esqueleto de Nudo Rojo.

—Así que Peine de Nácar ha sido siempre una decepción para su madre.

Serpiente Verde se encogió de hombros.

—Sólo en los dos últimos años ha sido capaz de mostrar una pizca de interés en el liderazgo. Creo que por fin se ha dado cuenta de que su madre se hace vieja. En el último año Peine de Nácar ha intentado asumir un poco de responsabilidad. Pero yo diría que no será una buena Weroansqua.

—Y eso te preocupa.

—Yo moriré pronto. —El sacerdote contemplaba pensativo el fuego—. El problema recaerá sobre Relámpago o quizá sobre Oso Rayado. Algunos pensábamos que tal vez Nudo Rojo se parecería más a su abuela. Pero yo vi que era más bien como su madre. Dejaba que sus deseos gobernaran su sentido común.

—La Weroansqua podría nombrar sucesora a Red Amarilla.

—Puede que lo haga. —Serpiente Verde miró el cuenco de arcilla de su pipa, manchado de tabaco—. Se dice que tal vez Peine de Nácar se case con Trueno de Cobre.

La Pantera se enderezó.

—¿Ah, sí? ¿Y la Weroansqua está de acuerdo?

El sacerdote exhaló el humo por la nariz.

—He oído que lo está pensando. Si dice que sí, habrá desaparecido una de sus razones para matar a Nudo Rojo, según tú, porque resultará que la Weroansqua sí deseaba una alianza con Trueno de Cobre y sus fieros guerreros.

—Eso si dice que sí. —La pipa de la Pantera chocó contra los pocos dientes que le quedaban—. Tal vez no quiera negarse demasiado pronto, para no ofender al Gran Tayac. Así gana tiempo para sus maniobras. —Se volvió de nuevo hacia el esqueleto—. ¿Y tú qué dices, niña? ¿Ves que algo de esto tenga sentido?

—Ha intentado hablar conmigo.

—¿Sí? ¿Cuándo?

—La mañana que murió. —El sacerdote se frotó la cara—. Su fantasma vagaba por la Casa de los Muertos. Yo estaba dormido en la primera sala y la vi pasar, en mi sueño. Creo que venía a unirse a sus antepasados. Ha estado aquí desde entonces. —Miró la plataforma de cadáveres envueltos en sus sudarios—. Ahora está ahí arriba. A veces, cuando estoy medio dormido y se me suelta el alma, la oigo. Intenta decirme algo, pero llora tanto que no distingo las palabras.

La Pantera se quedó mirando los cuerpos, deseando con todas sus fuerzas que Nudo Rojo apareciera para hablarles. Así nombraría al asesino y Perla de Sol podría volver con él a su isla.

Demasiados recuerdos. Tú tienes tus propios fantasmas de que preocuparte, Pantera. Pero, a diferencia de los de Nudo Rojo, los tuyos son malévolos.

El viejo resopló irritado y se levantó para marcharse. Pero al ver de nuevo el cráneo de Nudo Rojo a la luz oscilante de las llamas, se acercó y se inclinó sobre él.

—¿Has hecho algo con los dientes?

Serpiente Verde miraba el fuego con expresión ausente, sin duda viendo fantasmas.

—Kwiokos, ¿has hecho algo con los dientes? —repitió la Pantera un poco más alto.

—¿Qué? ¿Cómo? ¿Qué has dicho? —El sacerdote parpadeó.

—Se ve algo raro en los dientes. Mira aquí delante. El diente a la derecha de los incisivos debería ser plano, pero no es más que un muñón. ¿Lo has roto tú?

Serpiente Verde se inclinó sobre el cráneo.

—No, no está roto. Ya me di cuenta cuando limpiaba los huesos. El diente le salió así.

La Pantera percibía el olor a podredumbre que emanaba del esqueleto. Sí, era cierto que el diente no estaba roto, sino mal formado.

—Ah. Pensé que tal vez le habían dado un golpe en la boca.

—No, no. La única herida está en la cabeza. —El sacerdote ladeó la cabeza para ver la fractura del cráneo—. Tuve que sacar el cerebro con mucho cuidado, pensando que tú querrías conservar las heridas como están. Hice lo que pude para no tocarlas.

—Hiciste bien. —La Pantera se enderezó—. Yo mismo no lo habría hecho mejor. Así que tu madre se va a casar con Trueno de Cobre, ¿eh? —preguntó a la niña—. Los acontecimientos han dado un giro muy curioso.

—Así se mantendrá la alianza —señaló Serpiente Verde.

—Sí. Pero ¿una alianza con qué? —repuso el viejo, mirando fijamente las dos hendiduras en el cráneo de Nudo Rojo.

La Pantera caminaba tras Nueve Muertes, poniendo los pies sobre las huellas que el Jefe de Guerra iba dejando en la nieve. Perla de Sol les seguía un poco más atrás, atenta al terreno que se elevaba a su derecha. A la izquierda se rizaba el agua de la ensenada, fría y gris bajo las nubes. Al otro lado se veía la lejana orilla arbolada.

El aliento se helaba ante sus rostros y la nieve crujía bajo sus pies. Los únicos signos de vida eran los patos que se apiñaban en el agua. «Anciano, me han pedido que te lleve a ver a Peine de Nácar —le había dicho Nueve Muertes—. Está en el refugio de sudor. Quiere hablar contigo». «¿Ah, sí?». Aquello resultaba interesante.

Ahora se acercaban a la estructura baja junto al agua. Ya se oía el fuego encendido ante el refugio y se veía el vapor que escapaba por los agujeros del techo.

—¿Peine de Nácar? —llamó Nueve Muertes—. Traigo a la Pantera, como me pediste.

—Gracias, Jefe de Guerra —contestó ella desde dentro—. Ya puedes retirarte.

Nueve Muertes alzó una ceja y miró preocupado al Anciano.

—Buena suerte.

La Pantera hizo una seña con la cabeza a Perla de Sol, que se colocó, también con expresión inquieta, junto al refugio.

Por fin el viejo entró. Al principio se quedó casi sin respiración en aquel calor bochornoso, ahogado con el vapor. Una vez se cerró de nuevo la cortina de la puerta, quedó a ciegas, después del resplandor de la nieve. Una mano tocó la suya.

—Ven, Anciano, siéntate a mi lado. —Peine de Nácar le llevó hasta una alfombrilla.

La Pantera se quitó jadeando la manta de los hombros.

—Perdona —resolló—. Hacía mucho tiempo que no entraba en un refugio de sudor. Me va a costar un poco acostumbrarme.

—Yo vengo a menudo. Me ayuda a pensar. ¿No quieres desnudarte? Te vas a cocer. O peor aún, enfermarás cuando vuelvas a salir al frío.

La Pantera se quitó la camisa con un gruñido y a continuación se despojó del taparrabo. Peine de Nácar sacó la ropa fuera.

—Cuentan las historias que al principio la Primera Mujer vivía en un lugar cargado de vapor, porque el vapor limpia el alma y renueva el cuerpo —comentó la Pantera, frotándose los brazos—. Se dice que uno nunca se renueva del todo si no suda en el vapor y se lava con agua fría.

—¿Tú crees que es verdad eso de la Primera Mujer?

—A veces.

—Yo sí lo creo —afirmó Peine de Nácar—. Creo que por eso me conservo joven y sana. Dime, Anciano, ¿me consideras una mujer atractiva?

La Pantera se echó a reír.

—A mi edad pienso que todas las mujeres son atractivas. Pero eso es lo único que puedo hacer… pensar.

Peine de Nácar se rio también, pero brevemente. La Pantera tardó un momento en recuperar el aliento. El calor le hormigueaba en la piel y ya comenzaba a notarlo en las articulaciones. El sudor le perlaba las pobladas cejas.

—Me has mandado llamar —dijo por fin—. Puesto que hace tiempo desaparecieron los encantos de mi cuerpo, supongo que tendrías otro asunto en mente.

Ahora casi podía verla, una vaga silueta en la oscuridad, entre las nubes de vapor. Parecía tener la cabeza gacha.

—¿Has descubierto quién es el asesino de mi hija?

—No. Lo curioso es que todo el mundo parecía tener una razón para matarla. Se ve que tu hija despertó muchas pasiones. Me han dicho que tú quisiste declarar la guerra al Mamanatowick la mañana que Nudo Rojo murió.

—Estaba furiosa, Anciano, desesperada. Tenía que hacer algo, devolver el golpe. Ala de Mirlo estaba allí, y pensé que era el asesino. —Se interrumpió un momento—. ¿Tú qué habrías pensado si se tratara de tu hija? Todavía no estoy segura de que no fuera él. El hecho de que no la violaran podría haber sido una añagaza.

—Parece que intentas convencerte, Peine de Nácar. ¿Por qué?

Ella se encogió de hombros.

—Las cosas serían más fáciles, ¿no te parece?

—¿Sí? —La Pantera esperó a que ella respondiera a su propia pregunta—. ¿Por qué?

—Porque… bueno, porque así no tendríamos que enfrentarnos a la verdad. —Se la notaba inquieta—. Me gustaría poder comenzar otra vez, fingir que nada de esto ha ocurrido y dar a todos una segunda oportunidad de hacer las cosas bien.

—¿Dar al asesino otra oportunidad? —preguntó él arrugando la frente—. ¿Qué te hace pensar que la querría? El asesino de Nudo Rojo cometió un acto de desesperación, Peine de Nácar. Por eso la mató. La niña estaba haciendo algo o sabía algo que impulsó a alguien a matarla.

La mujer contuvo el aliento y dejó caer los hombros. Un momento más tarde él oyó sus sollozos y tendió la mano hacia ella.

—Vamos, vamos. El dolor, como todo, se cura con el tiempo.

—Lo… lo siento. Es que llevo mucho tiempo intentando mostrar la dignidad que todo el mundo espera de mí. Lo que acabas de decir es…

La Pantera resopló casi con desdén.

—La verdad, el hecho de que no mostraras ningún dolor comenzaba a preocuparme. Es muy raro que una madre que pierde a su hija no llore, no se tire del pelo, no se ponga histérica.

—Pero es muy distinto si eres la hija de la Weroansqua —replicó ella con voz débil—. Esos arrebatos están bien para otras, no para el orgullo del clan Piedra Verde.

—Dime, ¿crees que tu madre habría podido ordenar matar a Nudo Rojo?

Ella no alzó la cabeza.

—No —respondió al cabo de un largo momento.

—¿Por qué no? Seguramente sabía que el matrimonio con Trueno de Cobre era muy peligroso.

—¿Peligroso? —Se movió y le miró fijamente en la penumbra—. Tú no lo entiendes, ¿verdad? Estamos perdiendo, Anciano. Poco a poco el Mamanatowick estrecha su control en las fronteras del sur. Rana de Piedra y sus incursiones con los conoy empiezan a pasar factura. Ya no podemos prescindir de ningún guerrero para enviar expediciones de castigo. Al crecer la fuerza del Gran Tayac río arriba se ha roto el equilibrio.

—Okeus creó el mundo de forma que cambia constantemente. Además, creo que si decides seguir adelante y casarte con Trueno de Cobre, tendrás ocasiones de sobra de vivir peligrosamente. Te arrepentirás de tu decisión muy pronto.

—Siempre he vivido peligrosamente, Anciano. —Peine de Nácar enderezó la espalda y apoyó los brazos en las rodillas—. He pagado muy caros mis errores. A veces me pregunto cómo he podido hacer las cosas que he hecho, pero entonces me digo que soy la hija de la Weroansqua y hago lo que tengo que hacer. El precio ha sido mucho más alto de lo que imaginas.

—¿Y ahora quieres añadir otro error a esa larga lista? —La Pantera se interrumpió un instante—. Trueno de Cobre no se diferencia en nada del Mamanatowick. En todo caso es todavía más ambicioso que los otros jefes. Ha visto a los jefes Serpiente y quiere ser como ellos.

—¿Qué pasó entre vosotros? —preguntó Peine de Nácar pensativa.

—Hace muchos años maté a su padre y capturé a Trueno de Cobre (por entonces se llamaba Estera de Hierba) y a su madre. Su padre era mercader y tuvo la mala suerte de aparecer en un mal momento. Se encontraba comerciando en la aldea que yo ataqué por orden de mi jefe. —Se encogió de hombros—. Si no se hubiera metido, lo habría dejado marchar, pero el hombre se creyó en la obligación de apoyar al jefe del pueblo, un tal Acecha en la Noche. El padre de Trueno de Cobre se unió a la lucha. Mató a mi lugarteniente y yo lo maté a él. Después de la batalla reclamé para mí a Trueno de Cobre y a su madre, que volvieron a mi casa como esclavos.

—¿Y cómo llegó hasta aquí?

—Lo más probable es que huyera. Estoy seguro de que no le apetece mucho que corra la voz de que una vez fue un esclavo. —Suspiró—. Aquel lejano día te habría hecho un favor cortándole la cabeza, en lugar de quedármelo para que acarrease agua y leña.

—¿Por eso te odia?

—Y no me extraña. Yo arruiné su vida.

—¿Y su madre?

—Satisfizo mis necesidades un tiempo. Cuando me marché ella pasó a otro amo, y no sé qué le sucedería después. Supongo que murió. Provenía de las aldeas de río arriba. El mercader se enamoró de ella en uno de sus viajes. La mujer se fue con él, a través de las montañas, para comerciar en los grandes ríos. Estaba acostumbrada a que la trataran bien y nunca se adaptó a la esclavitud. Estera de Hierba era muy joven, y por tanto más flexible. Pero las palizas, el vivir como un animal, crearon algo amargo en su alma, le convirtieron en lo que es hoy.

Ella se inclinó para verter más agua sobre las rocas calientes.

—¿Y sus tatuajes? ¿Tienen algún significado?

—Son las marcas de los jefes Serpiente. Trueno de Cobre quiere convertirse en el mismo hombre que tanto odió de niño.

La envidia, como la mordedura de una víbora, transmite el más mortal de los venenos.

—Trueno de Cobre dice que envenenabas a tus enemigos, que se te daba muy bien hacer que tus rivales desaparecieran.

La Pantera respiró hondo.

—Tú me has dicho que has cometido muchos errores en la vida. Yo también cometí errores de joven y, como tú, he pagado por ellos. —Lanzó una áspera carcajada—. Todo lo que Trueno de Cobre te diga de mí… Bueno, si no es verdad debería serlo.

—Así que eras un Jefe de Guerra con mucha influencia. ¿Qué hiciste? ¿Coquetear con la esposa del jefe Serpiente? ¿Cómo es que un temido Jefe de Guerra terminó como hechicero en una isla de la bahía Agua Salada?

Él cerró los ojos, viéndose como había sido, alto, fuerte, con ropas de vivos colores y el cuerpo cargado de relucientes collares de cobre. Desde su casa, en el túmulo del lado occidental de la plaza, veía el río Guerrero Negro más allá de las casas en los campos de maíz. Sus muchos esclavos se arrodillaban a sus pies con la cabeza gacha. Llevaba el pelo adornado con plumas azules, amarillas y naranja, sujetas con horquillas de cobre. Allí al pie de su montículo, se alzaba una pirámide de la altura de un hombre, formada de cabezas humanas que se pudrían al sol. Todavía, tantos años después, percibía su hedor, oía el zumbido de las moscas.

La Pantera se enjugó el sudor de la cara mirando al pasado, viendo aquella sala oscura. La luz de la luna entraba por la pequeña ventana. En el bosque se oía el ulular de los búhos y se olía el agua y el barro del Guerrero Negro.

—Tuve un sueño. El Primer Hombre, Soñador del Lobo, acudió a mí y me dijo: «¿Quién eres, Cuervo? ¿En qué te has convertido?». Yo le respondí: «Soy el poderoso Cuervo, Jefe de Guerra del famoso Humo Blanco, señor de los Tres Ríos. Ante mí tiembla el mundo entero, porque soy el brazo derecho de mi señor». «Estás contaminado», me dijo Soñador del Lobo. «Naciste bajo el signo del Lobo y has sido pervertido por el Cuervo. Mira en tu interior, gran hombre, y dime lo que ves». —La Pantera se humedeció los labios, con la vista fija en la oscuridad—. Y eso hice, tan arrogante y cabezota como era. ¿Qué tenía que temer? Miré en mi interior… y vi en qué me había convertido. —Se removió, como queriendo disipar unos recuerdos peligrosos—. Esa noche discutí con mi jefe y perdí la cabeza. Más tarde me marché sin decir nada a nadie. Simplemente salí del pueblo, atravesé los campos y me interné en el bosque. No miré atrás. Hambriento, sucio, solo, viajé hacia el norte siguiendo el río Guerrero Negro hasta la cresta de las montañas y luego hacia el norte. Así bajé hasta mi tierra natal. Llegué a casa solo, en silencio, derrotado.

Se produjo un silencio. Peine de Nácar aguardó pacientemente.

—Eso es todo. —Sonrió sombrío mirando las nubes de vapor—. Fui a mi isla para encontrarme a mí mismo.

—¿Y lo conseguiste?

El viejo movió los dedos. El calor había aliviado la rigidez de la edad.

—Sí, y casi me muero de miedo.

Peine de Nácar se removió, incómoda.

—¿Entonces por qué estás aquí?

—Por la inocencia.

—No entiendo.

—No espero que lo entiendas. Uno no puede encontrarse hasta que se ha perdido. Para ver, primero hay que estar ciego. Para buscar el bien uno debe convertirse en la maldad. Para adquirir una gran riqueza hay que buscar la pobreza. Para ser libre de verdad primero hay que ser esclavo.

—Eso no tiene sentido.

—Más del que puedas imaginar. —La miró de reojo—. ¿Y tú, Peine de Nácar? ¿Has mirado en lo más hondo de tu alma?

—Por supuesto —respondió ella. Su miedo era palpable.

—Eres una mentirosa. Claro que en el fondo todos lo somos.

—Ya lo sé. Pero a veces decir la verdad duele demasiado.