19

Halcón Cazador miró al cielo entre las ramas desnudas de un mirto. Odiaba las mañanas como aquélla. La bruma helada le hendía la piel y el frío empapaba sus huesos como empapa la lluvia una tela vieja. Y una vez que tenía el frío en los huesos, parecía imposible entrar en calor, por muchas horas que pasara junto al fuego.

Sobre el tejado de su casa pendían nubes bajas como buitres sobre un ciervo muerto. Estaban tan cerca que un guerrero podría haber disparado flechazos en sus vientres. Halcón Cazador no necesitaba ver la nube blanca de su aliento condensado para saber que el invierno había caído con todo su peso sobre la tierra.

La vieja flexionó sus dedos doloridos y miró en torno a la aldea. La gente realizaba sus tareas matutinas. Algunos habían salido a aliviarse al otro lado de la empalizada. Las niñas iban por agua a la ensenada, aprovechando que la marea estaba baja. Un grupo de muchachos somnolientos se acercaba a la puerta, sin duda en busca de leña. El viejo roble hendido por el rayo sería objeto de una nueva rapiña.

Halcón Cazador respiró hondo, sintiendo el aire helado en la nariz y la garganta. Le dolían las caderas, las rodillas y los tobillos. Era cosa del invierno, que castigaba todas sus articulaciones. Las friegas de cicuta y las infusiones de raíz de grana machacada y asada ya no servían de gran ayuda. Tal vez llamaría más tarde a Serpiente Verde para que realizara en el refugio de sudor una cura de vapor de cedro, cardo y zumaque enano.

Pero de momento se dirigió a la Casa de los Muertos para ofrecer tabaco y maíz a Okeus y sus antepasados. Sumida en sus pensamientos, tardó un momento en reconocer al anciano de pelo cano que entraba por la empalizada, seguido como siempre de Perla de Sol.

Halcón Cazador apretó los labios y se acercó a ellos. La Pantera se detuvo y sonrió.

—Saludos, Weroansqua. —Llevaba sobre los hombros su vieja manta de tela. Unas perneras de piel de mapache cubrían sus piernas y sus mocasines—. Una mañana estupenda, ¿no crees?

La anciana resopló.

—¿Estupenda? Me duelen las piernas, los dedos, los pies. Cuanto más frío hace, peor me encuentro.

La Pantera enarcó las cejas.

—Ah. Supongo que habrás hecho las curas habituales, ¿no?

—Las habituales y otras. El viejo Serpiente Verde dice que me va a untar el cuerpo con aceite de esturión y me hará sudar hasta que se me derrita la piel.

—¿Aceite de esturión? Vaya, ése es un remedio nuevo.

—La verdad es que ya ha intentado todo lo demás. Relámpago le dijo a Presa que Vuela, que a su vez le dijo a Camina por el Sendero, que le dijo a Red Amarilla, que me dijo a mí, que Serpiente Verde había comentado que nunca había visto un esturión con la enfermedad de las articulaciones. —Halcón Cazador le miró con gesto pícaro—. ¿Tú cómo interpretarías eso, viejo brujo?

La Pantera bufó, disgustado por el apelativo.

—Yo creo que se ha quedado sin remedios y no se atreve a decírtelo.

—Sí, eso creo yo también.

La Pantera observó las articulaciones hinchadas de sus dedos.

—Quiero que pruebes una cosa. Envía a alguien a recoger sauce y haz una infusión con la corteza, una vez seca y machacada. Te ayudará de momento. Sabe fatal, pero da buenos resultados para mitigar el dolor. El sauce tiene un Poder muy fuerte. Pero no bebas mucho, si no quieres que te afecte al estómago.

—Ya, siempre el estómago. —Halcón Cazador se frotó el vientre—. Ese es otro problema.

—Tal vez pueda ayudarte.

—¿Dónde has aprendido tanto de sanación? ¿De los jefes Serpiente, al otro lado de las montañas?

—Sí, de ellos y de otra gente. —La Pantera ladeó la cabeza—. Y tú pareces muy bien informada de mis andanzas. Supongo que el Jefe de Guerra te mantiene al día.

—Pues lo más curioso es que no me habla de ti con la libertad habitual. La verdad es que creo que le caes bien, y eso que Nueve Muertes nunca ha sido de los que confían en nadie. Me hace sospechar que es cierto que viajas de noche.

Esta vez la Pantera sonrió, divertido.

—Nueve Muertes es un buen hombre, Weroansqua. Yo lo utilizaría con sabiduría.

Halcón Cazador señaló a Perla de Sol, que no parecía prestarles ninguna atención.

—Tu compañera tampoco parece confiar en nadie. No tendrá nada que ver con las amenazas de Sauce, ¿no?

—¿Quién te ha dicho que Sauce me ha amenazado?

—Bueno, él mismo andaba jactándose de que si no le dejabas en paz, cualquier día te asaría en su hoguera. Lo más curioso es que en ese momento Trueno de Cobre, que estaba con nosotros, parecía más entretenido con Sauce que con Peine de Nácar.

—Ya. ¿Y Peine de Nácar? ¿Se entretiene con Trueno de Cobre?

—Están hablando —respondió evasiva Halcón Cazador. Le parecía curioso que la Pantera despreciara de aquel modo las amenazas de Sauce.

—Ya veo. —El anciano frunció el entrecejo—. ¿Y al clan Piedra Verde le parece una buena idea este matrimonio?

—Lo que piense el clan Piedra Verde no es asunto tuyo, Pantera. He estado haciendo ciertas averiguaciones. Nadie sabe nada de ti, ni quién eres ni de dónde vienes. Es como si hubieras salido de la nada.

—¿Has estado buscando plumas de búho en mi cama?

—¿Debería?

La Pantera se echó a reír.

—No, pero sé que has enviado a Oso Rayado a mirar en casa de Nueve Muertes varias veces las últimas dos noches. ¿Ha informado de que yo estaba entre mis mantas?

—Así es. —Halcón Cazador gruñó. Le irritaba que el joven sacerdote hubiera sido tan torpe. No debía haber dejado que le descubrieran.

El viejo pareció disimular una sonrisa.

—Pues dile que la próxima vez se asome por el agujero que hay en la cara sur del refugio. Allí es donde van las niñas para cotillear con sus amigas cuando Capullo de Rosa las tiene castigadas. El perro de Nueve Muertes duerme junto a la puerta, y gruñe cada vez que Oso Rayado se acerca.

—No me extraña que le caigas bien a Nueve Muertes. Tienes un sentido del humor tan retorcido como él. ¿Has averiguado ya quién asesinó a mi nieta?

—No.

—Pero ¿tienes algún sospechoso?

—Por supuesto, igual que tú.

—Ayer hablaste con Sauce. ¿Crees que fue él?

—Tal vez. —La Pantera miró de reojo hacia la casa del cazador, una destartalada cabaña justo detrás de la casa de las mujeres—. Tú le viste el día que trajeron el cadáver de Nudo Rojo. Dime, ¿qué aspecto tenía?

Halcón Cazador recordó aquel día y volvió a ver la sombría procesión que se acercaba por los campos, con el cuerpo de Nudo Rojo colgado de un poste. Sí, Sauce venía detrás…

—Era el último de la hilera. —Hasta entonces no lo había pensado.

—¿Y eso es importante?

—Para Sauce sí. Normalmente habría ido delante de todos, golpeándose el pecho y dando espectáculo.

—Sí, creo que es de ésos. ¿Y durante la ceremonia, cuando Nudo Rojo se convirtió en mujer? ¿Hizo algo extraño?

Halcón Cazador se llevó los dedos a los labios. Sí, recordaba haberle visto, ¿no? ¿Dónde fue? Algo raro le había llamado la atención, pero…

—Pues sí, ahora que lo pienso. Si no lo hubieras mencionado no le habría dado ninguna importancia.

—Dime, ¿qué hizo?

—La verdad es que no me acuerdo. Estaba… estaba… ¡Excremento de murciélago! Ya me acordaré. Estas cosas siempre vuelven a la cabeza. Lo que pasa es que en aquel momento no le di importancia.

—¿Tenía algo que ver con Nudo Rojo, o tal vez con Zorro Alto?

—No, de eso estoy segura. Lo que sí puedo decirte es que aquella noche vi juntos a Zorro Alto y Nudo Rojo, justo antes de que ella realizara la última danza. En aquel momento pensé que era normal, que la niña tenía derecho a despedirse de sus amigos.

—¿Qué otros amigos tenía? ¿Sauce?

Halcón Cazador vaciló. Se daba cuenta de que la Pantera leía sus pensamientos como si estuvieran esculpidos en barro fresco.

—Tú sabes algo, ¿no?

El viejo se encogió de hombros con expresión velada.

—Tal vez, o tal vez no. Mira, no voy a aumentar tus problemas contándote cada una de mis sospechas. Si lo hiciera recelarías de todos y cada uno de los habitantes del pueblo.

—Sí, ¿eh?

—Sí, incluyéndote a ti. —Su sonrisa hizo estremecer a Halcón Cazador—. ¿Dónde estabas tú esa mañana, Weroansqua?

—¿Yo? —La anciana se puso tensa, intentando recordar lo que había hecho antes de entrar en la Casa de los Muertos—. Andaba por aquí, en mi casa, cuidando de mis invitados. Tú sabes muy bien que hay muchas cosas que hacer cuando el pueblo está lleno de…

La Pantera se mostraba inexpresivo. La miraba fijamente como si quisiera penetrar en sus defensas.

—¡Es verdad! —exclamó ella acalorada, inquieta por primera vez. Notaba que perdía el control—. ¡Cómo te atreves a interrogarme! ¡Soy la Weroansqua!

Halcón Cazador se llevó la mano al corazón, que latía acelerado en su pecho. La sangre le corría con tal fuerza que perdió el equilibrio, y sólo la rápida mano de la Pantera evitó que se cayera. Pero el mareo pasó al instante.

—Estoy bien. —Halcón Cazador le miró ceñuda—. ¡Que Okeus te maldiga!

—Pero supongo que comprendes que tú también podías haberla matado —declaró el viejo con calma.

—¡Eso es una tontería!

—¿Ah, sí? La Weroansqua ha acordado casar a Nudo Rojo con Trueno de Cobre, pero luego se lo piensa mejor y se encuentra en un callejón sin salida. ¿Cómo impedir esta alianza sin enfurecer al Gran Tayac? No ve otra salida. Habiendo tanto en juego y presa de la desesperación, ordena que maten a su nieta la mañana que iba a marcharse con Trueno de Cobre. Para ello hay que sacrificar a Zorro Alto, pero no es un precio muy caro. Púa Negra estará furioso durante una luna más o menos, hasta que vea llegar una canoa tras otra cargada de ofrendas y se le pidan disculpas. —La Pantera se tocó el mentón con gesto pensativo—. Veamos, yo habría dicho algo así: «Honorable Weroance, quisiera suplicarte tu perdón. El dolor de la muerte de mi nieta me cegó. Me he apresurado. Los consejos del Gran Tayac y otras personas cercanas a mí me hicieron creer que tu hijo había asesinado a mi nieta. Por favor, acepta estos regalos y olvida el estúpido error de una vieja».

Halcón Cazador tragó saliva y logró dominarse sólo gracias a su férrea voluntad. ¡Que Okeus devore su alma! ¿Cómo es que me conoce tan bien?

La Pantera la miraba sin mudar la expresión, como si ya supiera lo que iba a decir.

—Está bien —gruñó ella—. Si yo la hubiera matado, habría dicho algo parecido.

—Weroansqua, si no la hubieran matado, si Nudo Rojo se hubiera escapado con Zorro Alto, ¿qué habrías hecho?

—Enviar a Nueve Muertes y a todos los guerreros por ella.

—¿Y ella lo sabía? ¿Sabía que reaccionarías así?

—¡Desde luego! ¡Era mi nieta! Sabía que me pondría furiosa y sería capaz de arrancar los árboles para hacerla volver. Las mujeres de mi familia saben enfrentarse a sus responsabilidades. Sabemos cumplir con nuestro deber.

—Por lo visto Nudo Rojo no estaba de acuerdo. Al fin y al cabo pensaba escaparse con Zorro Alto.

—O pensaba decirle que no se marcharía con él. No puedo creer que mi nieta fuera tan estúpida. ¡Sabía que no podría escapar a mis guerreros!

La Pantera miró un instante a Perla de Sol.

—Bueno, una joven enamorada puede llegar a ser muy ingenua. —Perla de Sol bajó la vista, ruborizada—. ¿Y qué habría pasado, una vez aquí?

Halcón Cazador entornó los ojos.

—Me habría costado mucho compensar a Trueno de Cobre, pagarle por la afrenta de Nudo Rojo. Esa niña tenía que haberse cortado el brazo antes de avergonzar de esa forma a su clan.

—Así que si Nudo Rojo hubiera llegado a escaparse con Zorro Alto, era mejor que volviera muerta, y no caída en desgracia, ¿no es así?

—¡Por los testículos de Okeus! Eres muy astuto, viejo.

Demasiado astuto, tal vez. Aquella historia podía arruinar su vida, acabar con el respeto que tanto le había costado ganarse. ¡Muerte y podredumbre! Aquel viejo estúpido se estaba cavando su propia tumba. Además, todos creían que la Pantera era un brujo. Aunque Nueve Muertes no tuviera estómago para matarlo, Halcón Cazador había visto la reacción de Sauce. Una orden suya y…

—Ni lo pienses siquiera —dijo la Pantera—. Todavía empeoraría más tu situación.

—¿Que no piense qué? ¿Qué situación? —Que los espíritus se lo llevaran. ¿De verdad podía leer en su alma? Halcón Cazador sintió otro escalofrío.

—¿No has pensado que al Mamanatowick y al viejo Rana de Piedra ya les habrá ocurrido una historia parecida? Ninguno de los dos es estúpido. Si yo he podido pensarlo, ellos también. Y sí, mi muerte empeoraría tu situación. Todos los jefes del territorio de la bahía Agua Salada dirán: «Cuando la Pantera se acercó a la verdad, Halcón Cazador le mató. ¡Igual que a su nieta!». La Weroansqua clavó furiosa el bastón en el lodo helado.

—¡Sí, y utilizarán ese argumento en mi contra!

—Sólo si descubro que tú ordenaste la muerte de Nudo Rojo. Si me matas, lo habrás demostrado por mí. Con lo cual todo habrá sido en vano, puesto que Trueno de Cobre se enterará y tú tendrás en contra a las tres alianzas. Dudo que el Gran Tayac, Estera de Hierba, te perdonara, si se parece en algo al hombre que conocí.

—Entonces más vale que te deje vivir —murmuró ella en tono seco.

La Pantera se encogió de hombros.

—Soy un hombre viejo. La muerte ha sido mi compañera mucho tiempo y nos conocemos bien. Además, al fin y al cabo, ¿qué significan un par de inviernos más o menos?

—¡Aléjate de mi vista! ¡Y no se te ocurra andar contando esa estúpida historia! ¿Me oyes? —añadió furiosa, dándole unos golpes con el bastón.

La Pantera retuvo el bastón con un gesto rápido.

—Dime, Weroansqua, ¿mataste tú a Nudo Rojo?

—¡No, no y no!

—Entonces no debería preocuparte lo que yo pueda descubrir, ¿no es así? —Con estas palabras el viejo echó a andar por la plaza, seguido de Perla de Sol—. Ah —dijo mirando atrás—, ¡que no se te olvide enviar a alguien a por corteza de sauce!

—¡No se me olvidará! —gritó ella—. ¡Viejo decrépito! —murmuró, y se puso a imaginar las muchas formas en que Presa que Vuela podría arrancar la vida de aquel cuerpo huesudo.

—¿Por qué tenías que provocarla así? —preguntó Perla de Sol—. No sospecharás en serio que pudiera matar a Nudo Rojo, ¿no?

—¿Por qué no? Tenía todas las razones para hacerlo. Ponte en su lugar. ¿Y si después de hacer la propuesta de matrimonio se dio cuenta de lo peligroso que es Trueno de Cobre? Ese matrimonio podría ser como una piedra rodando por una pendiente cada vez más deprisa. ¿Cómo iba a detenerla sin entrar en guerra con los pueblos de río arriba?

—¡Pero era su nieta! —exclamó Perla de Sol—. ¡La Weroansqua nunca ordenaría matar a un miembro de su propia familia! Nudo Rojo era la hija de Peine de Nácar. ¡Por todos los dioses, Anciano!

—Mira, si te refieres a Okeus, a él le encantaría la idea. Sería justo lo que él haría.

—Pero…

La Pantera alzó la mano y la miró a los ojos.

—¿Por qué todavía me sorprendes, niña? Pensaba que estos últimos días habrías visto y oído lo suficiente para comenzar a entender cómo actúa la gente. ¿Mataría Halcón Cazador a la niña para salvar a los pueblos independientes? Sí, sin pensárselo dos veces.

—¿Y tú cómo lo sabes?

La Pantera se frotó la frente. Le dolía la cabeza.

—Porque lo he visto muchas veces, lo he vivido, he formado parte de ello. Pero ¿tú por qué crees que me retiré a ese islote en medio de la bahía? Para escapar de las intrigas y maquinaciones que conllevan la autoridad y el poder. Cuando hay cosas importantes en juego, hombres y mujeres se obsesionan tanto que no ven más allá de su necesidad de controlar a los demás. La vida se torna… bueno, se desenfoca. Es como mirar el mundo desde el fondo de un estanque. Todo queda distorsionado, todo parece irreal desde el exterior, pero es de lo más real desde dentro. ¿Lo entiendes?

Ella le miró con ojos claros y movió la cabeza.

—No, supongo que no —replicó la Pantera, alzando los brazos en gesto de exasperación—. Pero ¿por qué estoy contigo? Eres tan pura y honesta que podías haber nacido del testículo derecho de Ohona. ¡Me preocupa estar cerca de ti! ¡Eres una mala influencia!

—Yo pensaba que te ayudaba, Anciano. Intento protegerte. Te he ofrecido mi vida, y pase lo que pase soy tuya…

—¡Calla! —El viejo buscó en ella alguna señal de comprensión—. Lo que quería decir es que estar contigo afecta a mi forma de pensar.

—¿Cómo?

—Mira, Perla de Sol, si tú estuvieras buscando al asesino de Nudo Rojo, no lo encontrarías nunca. Eres totalmente incapaz. —¿Sí?

—Sí. La bondad corre por tus venas y te hace ciega a los defectos de la gente. Piensa por ejemplo en Zorro Alto. Tú sólo tenías su palabra, y a pesar de todo me ofreciste tu alma para salvarle. Pero yo no estoy tan seguro de que el asesino no sea él. Zorro Alto es una sanguijuela, ¿no lo entiendes? Vivirá siempre como un parásito, siempre será una persona mediocre. Zorro Alto no hace más que recibir sin dar nunca.

—Por favor, no hables así de él…

—¡Por el malvado Okeus, niña! ¿No te das cuenta de que por tu culpa he estado a punto de no acusar a la Weroansqua?

—Todavía no me puedo creer que lo hicieras.

—¡Precisamente! Estuve apunto de no hacerlo. Teníamos una conversación muy agradable, y yo sabía que la acusación te iba a perturbar. —Se frotó las sienes—. Lo cual me inquieta mucho.

—Anciano, la Weroansqua es la líder más respetada. En todas las aldeas hablan bien de ella. Cuando yo era pequeña, en Tres Mirtos pasábamos hambre y ella nos envió comida. Y a los otros pueblos también. Sus guerreros nos han defendido del Mamanatowick muchísimas veces. Halcón Cazador ha hecho que el clan Piedra Verde aceptara huérfanos entre ellos y…

—¡Calla! —exclamó el viejo alzando una mano—. Toda mi vida he pedido ayuda a Ohona, y ahora es como si lo tuviera pisándome los talones —dijo con un suspiro—. Anda, vamos a ver qué ha averiguado Nueve Muertes.

A pesar del dolor de cabeza, la Pantera iba pensando en la reacción de Halcón Cazador. Por muy astuta que fuera como líder, apenas había podido dominarse, pero el viejo no estaba convencido de que la única razón fuera la indignación ante sus acusaciones.

Estás ocultando algo, Weroansqua, y antes de que todo esto acabe descubriré qué es.

A menos, por supuesto, que Halcón Cazador cumpliera su promesa de matarle.

Nutria Blanca estaba trabajando el cáñamo. Golpeaba los largos tallos con una porra de madera para soltar las sedosas fibras que luego arrancaba. Más tarde clasificaría las fibras según su longitud y las retorcería, una mitad hacia la derecha y la otra hacia la izquierda. Luego los hilos se trenzarían para hacer cuerdas para redes, trampas y ribetes.

Nueve Muertes la saludó con una sonrisa y se agachó junto a ella.

—Esa cuerda tiene muy buen aspecto. ¿Estás haciendo una red nueva para tu tío?

La niña le devolvió la sonrisa con los ojos brillantes.

—¿Y para qué te iba a regalar una red nueva? Si te hiciera una red la doblarías y te olvidarías de ella hasta que se la comieran los ratones.

—Sí, es posible. La verdad es que estoy muy ocupado. —Nueve Muertes ladeó la cabeza. Hacía mucho tiempo que no tenía un par de días libres para pescar salmonetes o cazar ciervos, osos o pavos. Sus guerreros le habían provisto de pescado, carne y aves, de modo que él había eludido sus deberes para con su familia.

—¿En qué estás ocupado? ¿En las negociaciones con el Gran Tayac? ¿En el asunto de Nudo Rojo? Estrella Blanca decía el otro día que no te había visto desde hacía diez días. Deberías pasarte por su casa, tío. Mi madre siempre dice que la mujer se queja primero y luego actúa.

Él la miró con suspicacia.

—¿Desde cuándo sabes tú tantas cosas sobre los hombres y las mujeres? Ni siquiera tienes… —Pero entonces advirtió que sus pechos comenzaban a despuntar y sus caderas se habían redondeado. Ese mismo año tendría que acudir a la Casa de las Mujeres para su primera menstruación.

—He sobrevivido diez y cinco inviernos, tío —replicó ella alzando una ceja—. Los adultos se creen que los niños no crecemos. ¿Por qué? ¿Es que queréis que seamos pequeños toda la vida?

—¿Y tú por qué quieres crecer tan deprisa?

Nutria Blanca se encogió de hombros.

—No quiero que me traten siempre como una niña. Quiero ser una mujer y asumir mis responsabilidades.

—Yo no tendría tanta prisa. Dices que quieres asumir responsabilidades, pero la verdad es que son las responsabilidades las que te asumen a ti. Una vez las tienes ya no puedes librarte de ellas.

—Casi todas mis amigas son ya mujeres. —Nutria Blanca siempre había sido precoz, y sus amigas eran todas mayores que ella.

—Escucha, quería hablarte de la mañana que murió Nudo Rojo. ¿Te acuerdas de lo que pasó?

—Sí, muy bien. —Nutria Blanca le miró muy seria, incomodándole un poco con sus ojazos castaños—. No había dormido muy bien. Estaba muy cansada, pero me dolía el estómago. Creo que comí y bailé demasiado.

—¿Cuándo te mandó salir tu madre? ¿Al amanecer?

La niña vaciló mirando los hilos que sostenía.

—Sí, tío.

Él alzó una ceja.

—¿Qué pasa? Nutria Blanca, mírame. No me vengas con evasivas. Soy tu tío. Siempre has acudido a mí cuando tenías algún problema.

La niña se mordió los labios sin decir nada.

—Vaya, a ver si lo adivino. Acababas de entrar en casa, ¿no es eso? Seguro que cuando tu madre te mandó a la cama volviste a escaparte.

La expresión culpable de Nutria Blanca era evidente.

—Ya veo.

—Tío, yo no…

Nueve Muertes suspiró y se echó a reír.

—Mira, yo también he sido joven. Además ya eres casi una mujer… aunque no del todo.

Ella bajó la vista, pero él le alzó el mentón.

—Mi padre dijo que no pasaba nada —declaró ella suplicante.

—Tu padre no es responsable de tu comportamiento. El responsable soy yo, el hermano de tu madre, ¿entendido?

—Sí.

—Yo puedo decir a los hijos de Estrella Blanca todo lo que quiera, pero su disciplina depende de Media Luna. Él es responsable de ellos y yo soy responsable de ti. Aquí no hacemos como en esos pueblos del oeste, donde la responsabilidad de la familia recae sobre el padre.

—Pues yo a veces pienso que sería mejor.

Nueve Muertes apretó los labios.

—Esos pueblos son bárbaros. Nuestras costumbres vienen de la Primera Mujer. La responsabilidad de los niños recae sobre el clan, lo cual significa en tu caso que depende de tu madre y de mí.

—Ya lo sé, tío, pero es que Nudo Rojo se iba a marchar y… bueno, yo quería estar con mis amigos. Pronto me llegará a mí el momento. Sólo quería salir, oír lo que decía la gente. No hice nada malo…

—Tenías que haber estado en la cama. —Nueve Muertes sonrió—. Vamos a hacer un trato. Es verdad que ya eres casi una mujer, pero hasta que visites la casa menstrual seguirás respondiendo ante mí, ¿entendido?

—Sí. ¿Cuál es el trato?

—De ahora en adelante, si quieres estar con tus amigos me pides permiso. Yo te dejaré salir, a menos que tenga una buena razón para prohibírtelo. Suponiendo, claro, que puedas atender a tus tareas al día siguiente.

Ella sonrió.

—Gracias, tío.

—Y ahora, a lo que íbamos. O sea, que esa noche saliste y luego volviste a casa antes de que nadie se despertara.

—Sí.

—¿Y qué viste?

Nutria Blanca miró alrededor y se inclinó hacia él.

—Bueno, fue justo antes del amanecer. Todavía estaba oscuro, pero la hoguera no se había apagado y daba bastante luz a la plaza. Cuando volvía a casa vi al Gran Tayac. Estaba hablando con un guerrero joven en la puerta de la empalizada.

—¿Uno de sus hombres?

—No, de los nuestros. Lo sé por su ropa y su pelo. Los guerreros del Gran Tayac se peinan igual que él, pero aquel guerrero tenía el pelo recogido en un moño aun lado de la cabeza.

Nueve Muertes frunció el entrecejo.

—¿Uno de los nuestros? Bueno, al fin y al cabo los hombres del Gran Tayac son invitados en el pueblo. Si habíamos estado danzando juntos toda la noche, no veo por qué no íbamos a hablar también.

—Ya lo sé, pero es que parecían hablar en secreto. Tenían las cabezas muy juntas.

—¿Qué más?

—Como me pareció sospechoso, me escondí a observar entre las sombras. El guerrero salió de la empalizada y Trueno de Cobre miró alrededor, se acercó a la casa comunal de la Weroansqua y se quedó escuchando con la oreja contra la pared. Luego salió corriendo del pueblo.

Nueve Muertes estaba perplejo.

—¿Y por qué tanto secreto? Trueno de Cobre es un invitado.

—Tal vez no quería que nadie supiera que estaba hablando con ese guerrero.

¿Qué significaba todo aquello? ¿Quién era aquel guerrero?

—Ya. ¿Viste algo más?

—No. Luego volví a casa. No le di muchas vueltas al tema, porque nadie echó de menos a Trueno de Cobre, nadie mencionó que pasara algo raro, por lo menos hasta que se descubrió que Nudo Rojo había desaparecido. Pero entonces ya no pude decir nada porque…

—Porque tu madre y yo habríamos descubierto que te habías escapado esa noche. Que esto te sirva de lección, Nutria Blanca. Lo que hiciste fue como jugar con una medusa. Te puede picar.

—Ya lo sé, tío.

—Bueno, lo pasado, pasado está. —Nueve Muertes se tocó pensativo el mentón—. Así que el Gran Tayac salió del pueblo la mañana que mataron a Nudo Rojo. Me pregunto si la niña habría salido ya de Perla Plana…

—No, Nudo Rojo estaba detrás de la Casa de los Muertos, hablando con Cierva Veloz. Creo que estaban discutiendo. Yo pensé que querrían estar solas y me marché. Eso fue justo antes de ver a Trueno de Cobre, así que seguro que Nudo Rojo salió después que él.

—Pero Trueno de Cobre estaba aquí por la mañana…

—Sí. Yo le vi volver cuando mi madre me mandó por agua.

—¿Hizo algo sospechoso?

—Pues no… Podía haber salido a aliviarse. Aunque no estoy segura…

—¿Por qué?

—Bueno, la verdad es que pensé que se había pasado la noche fuera. No parecía…

—¿No parecía qué?

—No puedo estar muy segura, pero la verdad es que parecía que no había dormido. Estaba… sí, demasiado alerta. No tenía ese aspecto somnoliento que tiene todo el mundo cuando se acaba de despertar.

Nueve Muertes guardó aquella idea como la ardilla guarda la nuez.

—¿Qué más viste?

Nutria Blanca cerró los ojos.

—No sé… Sinsonte caminaba por la plaza. El perro de Halcón Cazador estaba a la puerta de su casa. Peine de Nácar salió de la Casa de los Muertos y se encaminó a casa de la Weroansqua. Yo me dirigí al embarcadero a llenar la vasija de agua, como todos los días.

Nueve Muertes se encogió de hombros.

—Todo parece muy normal.

—No es normal que Peine de Nácar saliera. Normalmente duerme hasta tarde. Y recuerdo que tosía. El viejo Sinsonte le dijo que tuviera cuidado, que el frío podía ser malo para la salud.

—Vamos a ver, Nudo Rojo se casaba ese día y Peine de Nácar, siendo su madre, tenía muchísimas cosas que hacer. Había muchos invitados en la casa comunal, y podía haber tenido muchas razones para ir a la Casa de los Muertos.

—Tú siempre has sido demasiado indulgente con ella, tío. Madre dice que desearías que fuera de otro clan.

Nueve Muertes entornó un ojo y blandió el dedo.

—¡Esas cosas no las digas ni en broma! Peine de Nácar es una amiga, nada más. Y nunca la he considerado otra cosa. ¡Es mi prima! La mera idea sería la más espantosa calamidad que podría caer sobre nuestro clan.

Pero las palabras de Nutria Blanca le inquietaban. Peine de Nácar era una mujer que siempre le había alterado, y su interés iba mucho más allá de la amistad. De hecho siempre había tenido buen cuidado de no quedarse a solas con ella más de un instante. No era que no confiara en sí mismo… bueno, tratándose de Peine de Nácar, en efecto, no confiaba en sí mismo.

Nutria Blanca guardaba silencio, pero en sus ojos se leía «he visto cómo la miras cuando crees que no te ve nadie».

—Estás cambiando de tema —gruñó Nueve Muertes—. ¡Espera un momento! —exclamó de pronto—. ¿Quién vigilaba la puerta?

La niña movió la cabeza.

—Nadie, pero no me pareció raro porque con la danza de la noche anterior casi todo el mundo se había pasado la noche en vela.

Él frunció el entrecejo.

—Mazorca de Piedra tenía que establecer la guardia esa noche. Igual se le olvidó, con todo el jaleo. —A Nueve Muertes no le gustaban los olvidos, y menos cuando se trataba de la seguridad de Perla Plana.

—Gracias, Nutria Blanca. Si te acuerdas de algo más ven a contármelo.

Ella sonrió.

—Muy bien, tío.

Así que Trueno de Cobre había salido por la noche con un guerrero… ¿Qué guerrero? Todos los de los pueblos independientes llevaban el pelo recogido en un moño a un lado de la cabeza. Nueve Muertes sintió un escalofrío. Sí, todos… incluso los hombres del Mamanatowick.