18

Sauce estaba trabajando en un rastrillo de almejas cuando la Pantera y Perla de Sol dieron por fin con él. El joven cazador estaba sentado en una canoa volcada, con el agua a los pies. En ese momento se concentraba en atar una estaca de madera en el rastrillo. Al lado tenía un rollo de cuerda de lino y varias herramientas hechas con caparazones.

Era un día gris y el viento del norte levantaba borreguillos blancos en la ensenada. A pesar del frío, Sauce sólo llevaba puesto un taparrabo y una capa de plumas, aunque se había protegido el cuerpo con grasa. Se había recogido el pelo a un lado de la cabeza con un pasador hecho con la canilla de un ciervo.

El rastrillo consistía en un palo delgado, cortado de un árbol joven dos veces más alto que un hombre. En un extremo había atado ramas del grosor de un dedo y la longitud de un brazo, en forma de abanico y sujetas por un travesaño. Con esta herramienta podría arrancar almejas y ostras del fondo lodoso de la ensenada.

—Ya veo que vas a ir de pesca —comentó la Pantera.

Sauce asintió con la cabeza sin alzar la vista apenas, pero cuando se dio cuenta de quién se trataba, murmuró sobresaltado:

—Sí, sí, eh… Estoy un poco cansado de cazar ciervos. —Su sonrisa se desvaneció al encontrarse con la mirada de Perla de Sol—. Hola, amiga.

—Me alegro de verte, Sauce —replicó ella, incómoda.

La Pantera dedicó al cazador su sonrisa más inquietante. Sauce hacía girar al rastrillo entre las manos.

—Me faltan todavía unas cuantas púas —observó.

—Ya veo que las estás atando con cuerda. ¿No usas tendones?

—No, nadie usa tendón, porque se suelta en el agua. La cuerda es mucho mejor.

—Con el mal tiempo que hace, supongo que no irás a la bahía Agua Salada, ¿no?

—No, Anciano. El río Pez ya estará bastante agitado. Hasta yo espero pasar frío. Me imagino que me caerá encima bastante agua para apagar mi fuego —dijo Sauce, señalando una esbelta piragua en la que se veía un cuenco de madera chamuscada. Los pescadores solían encender fuegos en cuencos de madera para calentarse y para atraer peces a sus redes por la noche. Si se tenía cuidado, no se apagaba nunca. Se mantenían las ascuas encendidas durante largas distancias, de modo que el pescador podía asar con ellas sus presas.

—Me han dicho que fuiste tú quien encontró el cuerpo de Nudo Rojo. —La Pantera se cerró la manta sobre el cuello. Habría preferido mantener aquella conversación en la casa comunal, no allí en la playa.

—Así es, Anciano. Seguí a Zorro Alto hasta encontrar el cadáver, oculto entre las hojas. —Miró un instante a Perla de Sol con expresión dolida, como si se sintiera culpable.

—No temas —le tranquilizó la Pantera—. Ya sé que Perla de Sol y tú habéis sido amigos mucho tiempo.

Sauce asintió, con los labios apretados como para no replicar.

—También sé que Zorro Alto y tú pasabais juntos bastante tiempo cuando erais pequeños, que erais muy amigos.

Sauce asintió de nuevo.

—Sí, Perla de Sol me ha hablado mucho de ti y de Zorro Alto. También me ha dicho que querías casarte con Nudo Rojo, que tú también estabas enamorado de ella.

El cazador miró furioso a Perla de Sol, como si se sintiera traicionado.

—Parece que mi amiga tiene la lengua muy suelta últimamente.

—Pero si las lenguas no se soltaran, mi buen cazador, jamás averiguaríamos qué le pasó a Nudo Rojo. —La Pantera parecía burlarse de él con su sonrisa—. Debió dolerte mucho saber que la joven Nudo Rojo se iba a casar con Trueno de Cobre.

Sauce respiró hondo y bajó la vista, acariciando el mango del rastrillo.

—Yo cumplo con mi deber, Anciano. Nudo Rojo era la nieta de la Weroansqua, como todos sabíamos. Bueno, todos menos Zorro Alto —añadió con un temblor en los labios—. A él le gusta arriesgarse.

—Es curioso eso que dices, porque cuando hablé con Zorro Alto el joven estaba de lo más alicaído, y además muerto de miedo.

—¿Ah, sí? Pues pregúntale a tu amiga. Anda, Perla de Sol, díselo. Zorro Alto creía que se podía salir siempre con la suya. Como es el hijo de Púa Negra… ¡estaba dispuesto a arriesgarse incluso con la nieta de la Weroansqua!

—¿Cómo dices? —La Pantera miró a ambos jóvenes—. Perla de Sol nunca me ha dicho nada.

—¡Por supuesto que no! Porque intenta protegerle. Está loca por él y le perdonaría cualquier cosa. Están los dos juntos en esto. ¿O es que no lo has sabido ver, Anciano? ¿Tan limitados son tus poderes de brujo que no sabes cuándo te están mintiendo?

Perla de Sol llevó la mano al garrote, pero no dijo nada.

—¿Que Perla de Sol me ha mentido? —preguntó la Pantera, algo sobresaltado—. ¡Menuda tontería!

—¿Tontería? —repitió Sauce—. Mira, aquí el único que hacía tonterías era Zorro Alto. ¿Sabías que se acostaba con Nudo Rojo? Pues sí, se acostaba con ella desde el verano pasado, es decir, seis lunas antes de que se hiciera mujer.

Perla de Sol se adelantó un paso blandiendo el garrote, pero la Pantera la contuvo.

—Tranquila.

—Sí, tranquila, Perla de Sol. Mira que eres estúpida. ¿Acaso no sabías que Zorro Alto se vaciaba dentro de ella?

—Si tú lo sabías, ¿por qué no dijiste nada? —gruñó la joven.

—Porque imaginé que con el tiempo Zorro Alto se llevaría su merecido. ¡Nunca pensé que fuera a matarla! —Sauce apartó la vista. El viento agitaba los mechones de pelo que se habían escapado de su moño.

—Debías de odiarle con toda tu alma —comentó la Pantera—. Y a ella también.

Sauce le miró de reojo.

—No, a ella no. Pensaba que era una estúpida por dejar que Zorro Alto se vaciara en ella, pero no imaginé que tuviera que sufrir las consecuencias. ¡Zorro Alto era un hombre! ¡Había sido Ennegrecido en el Huskanaw! ¡Y un hombre no copula con una niña!

—¿Y tú no intentaste protegerla? ¿No intentaste apartarlo de ella?

—¿Para qué? —exclamó Sauce—. ¡Nudo Rojo me habría odiado! Ella… ella creía que le quería.

—¿Y tú la querías? —preguntó la Pantera—. Porque si eso es amor, estás…

—¿Y tú qué sabes? —Sauce se levantó de un brinco, tirando al suelo el rastrillo—. ¿Por qué has venido a husmear en nuestros asuntos? ¿Tú qué sabes del amor, viejo? No puedes saber cómo me ardía el pecho cuando la miraba, cómo se me licuaban las entrañas cuando sabía que estaba con él, dejando que la penetrara con su patético pene, sin… —Sauce se volvió con los puños apretados.

—Así que habrías estado dispuesto a cualquier cosa por tenerla.

—Así es —contestó el joven, haciendo un esfuerzo por dominarse.

—Debió de ser terrible para ti que Nudo Rojo quisiera fugarse con Zorro Alto. Tu plan no había funcionado. Tú esperabas que descubrieran que Zorro Alto se acostaba con la niña y que le castigaran. Nudo Rojo quedaría tan degradada que tú, un simple cazador, podrías aspirar a casarte con ella. Pero de pronto Nudo Rojo se hizo mujer y decidió fugarse con el hombre que tú más odiabas. Eran libres. Nudo Rojo desaparecería del todo de tu vida, y como no podías soportarlo, le partiste la cabeza con un garrote.

Sauce se acercó a la Pantera con los ojos vidriosos.

—¿Que yo la maté? ¡No! ¡Eso nunca!

—Si no podía ser tuya no sería de nadie.

—¡No! ¿Cómo te atreves…? —El joven ardía de ira—. Si supieras lo que estaba dispuesto a hacer, lo que habría sacrificado por… —Pero de pronto se interrumpió, abriendo y cerrando la boca como si no pudiera respirar. Finalmente se echó a reír—. Vaya, eres muy listo, Pantera. Pensabas que me obligarías a confesar, que perdería la cabeza y te diría…

—¿Qué me dirías?

—Bueno, que te hablaría de la muerte de Nudo Rojo. —Se cruzó de brazos—. Lo siento, viejo. Vete con tus trucos y juegos a la Weroansqua. Yo ya le he dicho a todo el mundo lo que pasó. Estaba cazando ciervos y vi a Zorro Alto bajar corriendo por el sendero. Tenía la mano manchada de sangre. Luego se metió en su canoa y se puso a remar como un loco. Yo retrocedí sobre sus pasos y di con Nudo Rojo.

—¿Y qué te dijo Nudo Rojo?

—Nada. Estaba muerta. De hecho llevaba muerta un buen rato.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque soy cazador. Sé que los cuerpos pierden el calor rápidamente cuando hace frío como aquel día. Nudo Rojo estaba helada. Había empezado a ponerse rígida y tenía los ojos secos. Hasta la orina que se le había escapado comenzaba a secarse.

—¿Había señales de violencia?

—No. Y tampoco había estado con ningún hombre, porque yo habría visto las manchas.

—Pero dices que habían arrastrado su cuerpo desde el centro del cerro hasta un lado, y que lo habían cubierto con hojas.

—Así es. —Sauce miró a la Pantera con los ojos entrecerrados—. Zorro Alto la mató y luego intentó ocultar su crimen. Pensó que si le echaba encima un puñado de hojas no encontrarían su cadáver.

—Eso crees, ¿eh? Dime, ¿tú llevas un garrote de guerra?

—A veces. ¿A ti qué te importa?

—¿Lo tienes aquí?

—Sí. Si quieres te enseño cómo se utiliza. De hecho, creo que sería un gran placer —añadió, mirando la cabeza de la Pantera como si calculara dónde descargar el golpe.

—En otro momento. —El anciano hizo un gesto a Perla de Sol, que se acercó a la canoa y sacó un pesado garrote. Como casi todos los garrotes de Perla Plana, tenía una sola cabeza, en este caso tallada en la misma madera.

La Pantera se encogió de hombros.

—Bueno, que tengas buena pesca, Sauce. Supongo que cada vez que Nudo Rojo pasa a ser el centro de atención, tu caza se resiente.

—Sí, eso parece —contestó el joven, enfadado.

La Pantera echó a andar hacia la aldea, seguido de Perla de Sol. De pronto dio media vuelta con la cabeza ladeada. El joven no se había movido.

—Dime, Sauce, ¿no disparaste a un ciervo esa mañana? —Sí.

—¿Encontraste la flecha?

—No. Y si crees que eso fue lo que mató a Nudo Rojo, puedes ir a buscarla tú mismo.

—Un tipo simpático —murmuró el viejo mientras echaba de nuevo a andar hacia la empalizada—. Pero nunca se sabe lo que puede uno encontrar hasta que empieza a buscar, ¿no crees?

—Sí, Anciano. Pero es evidente que en sus ojos se leía el asesinato.

—Desde luego. Y además está ocultando algo, algo que se agita junto a su corazón como una serpiente en una bolsa.

—Esperemos que no nos muerda a nosotros, Anciano. —Perla de Sol le miró con preocupación—. No subestimes a Sauce. Yo creía conocerle, pero ahora es otra persona. Creo que te mataría sin vacilar.

El fuego devoraba voraz la pila de leña en el centro de la plaza. En torno a él danzaban los guerreros de Perla Plana al ritmo del canto que entonaba con voz aguda Serpiente Verde. Relámpago y Oso Rayado hacían sonar sus grandes matracas de calabaza, uniendo sus voces a la canción de gracias. Se encontraban de cara al resplandor del atardecer, la dirección de la guerra y la muerte.

Danzaban conducidos por Nueve Muertes, que daba saltos y cantaba también con los sacerdotes. Alzaban la cabeza hacia el cielo, mientras las chispas y el fuego elevaban sus oraciones hacia los oídos de Okeus, para que el dios oyera su gratitud por permitirles volver a salvo de la incursión.

Las sombras de los guerreros tapaban la luz del fuego, y los rostros tallados de los Guardianes parecían parpadear. Detrás de ellos la gente daba palmadas y patadas al ritmo de las matracas. Para la mayoría, aquello era una expresión de alivio más que el alegre abandono que seguía a una incursión en la que se habían tomado esclavos y trofeos. En esos casos las celebraciones duraban varios días.

Peine de Nácar se acercó furtivamente a su presa. Por fin se detuvo junto a él.

—Buenas tardes, Anciano. Espero que estés disfrutando de la danza.

La Pantera estaba apoyado contra la Casa de los Muertos. Curiosamente, no reaccionó.

—Presa que Vuela tiene los pies muy ligeros, para ser un hombre tan corpulento —comentó el viejo—. Cuando Nueve Muertes y él están juntos, parece que son los gemelos de Relámpago y Oso Rayado.

Peine de Nácar miró un instante a los guerreros, que seguían brincando entre vítores.

—Has causado un buen revuelo en la aldea, Anciano. Mi madre no sabe si dejar que los guerreros del Gran Tayac te echen del pueblo, o sencillamente rendirse ante ti.

La Pantera movía los dedos y la cabeza al ritmo de la música.

—Tú debes de ser Peine de Nácar.

—Así es. Pero ¿quién eres tú? No he oído hablar de tu clan, tu familia o tu pueblo. Se te conoce simplemente como «el brujo». Bueno, menos Trueno de Cobre, que te llama Cuervo.

—Ése era mi nombre cuando nos conocimos. Pero eso fue hace mucho, mucho tiempo y muy lejos de aquí. —La Pantera señaló hacia el oeste—. Al otro lado de las montañas, en los grandes ríos. Supongo que habrás oído hablar de los jefes Serpiente y sus templos dedicados al sol.

—¿Tú perteneces a esos pueblos?

—Viví entre ellos una temporada.

—Pues por tu acento yo diría que te criaste aquí. No hablas como un extranjero.

—He dicho que viví entre ellos. He vivido en muchos sitios.

—Siempre tan misterioso, ¿eh? —¿Quién era aquel hombre que hablaba con tanta facilidad de sí mismo, pero en realidad no decía nada?—. Tú has dicho que eras del clan Pasos Altos.

—Era una broma —replicó él con una sonrisa—. Bueno, es verdad que hace mucho tiempo pertenecía a un clan. Pero para ellos llevo muerto más de cinco decenas de otoños. Te resultará extraño, ¿verdad? Vosotros no concebís que un hombre pueda vivir sin clan. Al fin y al cabo, así es como nos definimos. Nuestro clan nos lo da todo: reglas, obligaciones, responsabilidades, compañeros, amigos, incluso la vida en el más allá. El clan define quiénes somos.

—Sin familia no somos nada.

—Entonces yo no soy nada, Peine de Nácar. Mi clan está muerto para mí, y yo para ellos. Así que no soy más que un desecho humano, un pedazo de carne sin obligaciones para ningún clan, sin familia, sin pueblo. Soy totalmente libre.

Peine de Nácar respiró hondo, retorciéndose un mechón de pelo entre los dedos.

—En realidad, Anciano, tal vez sea yo la única persona del pueblo que te admire. —¿Qué se sentiría con aquella libertad total?

La Pantera le leyó los pensamientos y sonrió.

—Es aterrador —dijo—. Ser totalmente libre es aterrador. Sobre todo si te has criado en los amantes brazos de un clan respetado e influyente. Siempre tuve todo lo que quise, Peine de Nácar. Igual que tú. Siempre había alguien para ayudarme, siempre tenía un lugar junto al fuego. Si estaba enfermo cuidaban de mí. Como pasa contigo. Si estás dolida, te consuelan; si te amenazan, todos acudirán corriendo con el garrote alzado, porque eres del clan. Te lo han dado todo, y tú estás obligada a darlo todo también.

Peine de Nácar se sintió a la deriva bajo el hipnótico hechizo de sus palabras. Un gran vacío se abrió en su corazón, un abismo en el que podía caer.

—Sí, Anciano —contestó en un susurro—. Les he dado incluso mi corazón, destrozado y sangrante. Pero siempre he luchado contra ellos, siempre he intentado establecer mis propias reglas. —Se enfureció de pronto ante su propia debilidad—. Pero ¿por qué te cuento todo esto?

La Pantera rio.

—Porque nadie más te escucharía, nadie más entendería tus anhelos. —El viejo señaló hacia el oeste—. Podrías marcharte, ¿sabes? No tienes más que hacer tu fardo. Ahí fuera tienes el mundo entero.

Peine de Nácar se frotó los brazos pensando en Trueno de Cobre, en los pueblos de río arriba, en el pasado.

—Una vez fui hacia el norte, en una expedición de trueque con los susquehannock. Yo era… No, ellos eran distintos, tanto que no parecían humanos. Lo que hacían, su modo de vida era tan…

—Aterrador —precisó la Pantera—. Por eso no te marcharás nunca, Peine de Nácar. Por mucho que te quejes de las restricciones que te impone tu clan, lo más importante que te ofrece es seguridad.

El abismo se abría cada vez más ante ella. Peine de Nácar tuvo que esforzarse por apartarse, por olvidarse del pasado antes de perder el dominio y caer sollozando al suelo. Se endureció recordando que había sido renovada, que había aceptado empezar de nuevo. Mirar atrás era doloroso, y había jurado no volverlo a hacer.

—He pagado su precio, Anciano. Un precio terrible.

—Todo en la vida tiene su precio.

Peine de Nácar endureció su corazón. Se miró la mano y flexionó los dedos. Sí, ahí había Poder, oculto en el recuerdo de la carne y los huesos. Las reglas eran muy claras, algunas tan estrictas que no podría violarlas, por muy alto que fuera el precio a pagar por su alma.

—Dime, Anciano, ¿las personas son distintas de los animales? ¿Estaríamos mejor sin clanes, sin familia, sin obligaciones?

—No lo sé. —La Pantera reflexionó un momento—. Los ciervos, los mapaches, los linces y las ardillas no pueden confiar más que en ellos mismos. Los hombres, con sus clanes, sus pueblos y sus tribus, pueden hacer frente al desastre de cualquier individuo. Ésa es nuestra fuerza.

—Sí, pero ellos son libres de seguir los anhelos de su corazón.

¿Por qué nos creó el Primer Hombre con anhelos y deseos? ¿Por qué nos dio un alma hambrienta y luego estableció los clanes?

—¿Así es como ves la vida, como un conflicto entre el deseo y la responsabilidad?

Echaron a andar hasta salir de la empalizada. Peine de Nácar saludó con la cabeza a Presa que Vuela, que estaba de guardia. El hombre retrocedió con recelo para dejar pasar a la Pantera.

—Yo creo que no tiene sentido. Si sigues los anhelos de tu corazón, tarde o temprano violarás las reglas del clan. Por eso tu clan te considera muerto, ¿no es así?

A la Pantera le temblaron los labios.

—En otros tiempos yo era joven y alocado. —La miró vacilante—. ¿Tú has sido alocada alguna vez?

—Todo el mundo lo ha sido en algún momento.

El viejo se detuvo con aire distraído. El suelo estaba manchado del hollín de los fuegos y cubierto de trozos rotos de cerámica, cáscaras de nueces y caparazones blanqueados de almejas y ostras.

—Siento lo de tu hija, Peine de Nácar.

—Yo también. —Al mirarle a los ojos, la mujer sintió que se ahogaba y se le aceleró el corazón. ¿Cómo podía perder de esa forma su férreo dominio de sí misma? Sonrió a pesar de su creciente dolor—. Disfruta de tu estancia entre nosotros, Anciano.

Aléjate, Peine de Nácar. Vete lo más deprisa que puedas.

—Espero poder hablar contigo de nuevo.

Nueve Muertes estaba sentado sobre las esteras de enea junto al fuego en casa de Capullo de Rosa, fumando su pipa de arcilla. Le dolían las piernas después de la danza, pero se sentía satisfecho. La celebración había puesto punto final a la incursión de Tres Mirtos, como si así sanara su orgullo herido. Ahora miraba el humo que se elevaba de la pipa. La cosecha de tabaco no había sido muy buena ese año, porque los gusanos se habían comido muchas hojas. De todas formas, habían recogido bastante para que su clan ofreciera el tributo estipulado a la Weroansqua, y aún les había sobrado para fumar durante todo el año.

Habían acabado la cena de maíz, calabaza y leche de nuez. Capullo de Rosa había terminado de recoger los platos una vez que los perros los dejaron limpios, y ahora preparaba los lechos extendiendo suaves pieles de ciervo.

La Pantera llevaba toda la tarde pensativo. Era evidente que no hacía más que darle vueltas a la muerte de Nudo Rojo. Perla de Sol, por su parte, se mostraba retraída. Miraba al fuego con aire distante, y había comido como si la cena no le supiera a nada. Nutria Blanca había intentado entablar conversación con ella varias veces, pero algo había cambiado entre ellas. Aunque en otros tiempos habían sido muy amigas, ahora Perla de Sol parecía mayor, más mujer que niña.

—¿Qué has averiguado hoy? —preguntó Nueve Muertes, al ver que Capullo de Rosa no podía oírlos.

—Muchas cosas. —La Pantera se frotó la cara—. Dime, Jefe de Guerra, ¿cuál es el castigo si un joven se acuesta con una niña?

Nueve Muertes se encogió de hombros.

—Eso depende de quién sea la niña, de su edad, del clan al que pertenece. Y también de la identidad del joven, claro.

La Pantera llenó su pipa de tabaco, miró a Perla de Sol y señaló el fuego. Para sorpresa de Nueve Muertes, la joven tardó un momento en darse cuenta de lo que le pedían. Por fin dio un respingo, con expresión culpable, y tendió una ramita encendida hacia el Anciano.

—Supongamos que la niña fuera Nudo Rojo —dijo la Pantera, después de dar unas caladas.

—¿La nieta de la Weroansqua? —Nueve Muertes movió la cabeza, imaginando la furia de Halcón Cazador—. Habría sido desastroso, Anciano. Hay que ser muy estúpido para enfurecer a una osa tan posesiva con sus cachorros como Halcón Cazador.

—Ya. Digamos que el joven era Zorro Alto, hijo de Púa Negra. No sería tan intolerable como en el caso de Sauce, por ejemplo, ¿no?

Nueve Muertes se olvidó de su pipa.

—¿Hablamos de un apareamiento forzado, o con consentimiento?

—Según la información que tengo, Nudo Rojo no fue forzada.

—Bien, porque de ser así ni siquiera tú habrías podido contener la ira de la Weroansqua. En el caso de Zorro Alto, el clan Sanguinaria habría podido aplacar en cierto modo a Halcón Cazador, ofreciendo los tributos adecuados. Zorro Alto habría recibido su castigo a pesar de todo, por supuesto, pero lo habrían dejado con vida. Por otro lado, si alguien como Sauce hubiera forzado a Nudo Rojo, Halcón Cazador le habría torturado hasta la muerte, o le habría partido los brazos y las piernas para arrojar luego su cuerpo al fuego.

—Pero ¿y si no la hubiera forzado? ¿Y si ella hubiera consentido?

—Eso es diferente. En el caso de Sauce, Halcón Cazador podría ordenar que le dieran una paliza hasta tenerlo al borde de la muerte. Tal vez le partiría las piernas para que tuviera que vivir de la caridad de su clan. Pero si la Weroansqua tuviera un mal día, también podría ordenarme que le partiera el cráneo y arrojara su cuerpo al río.

Perla de Sol se mordió el labio inferior.

—Me parece que Zorro Alto me mintió —explicó la Pantera—. Y con ello ha puesto a Perla de Sol en un compromiso. —Se volvió hacia ella—. ¿Tú qué sabías de todo esto?

La niña bajó la vista.

—No lo sabía, Anciano, te lo juro…

—¿Lo sospechabas?

—Bueno… la verdad es que ellos dos solían desaparecer. Pero a veces es mejor no hacer preguntas, porque yo no quería saber… Además, pensaban que se iban a casar. Nadie imaginaba que la prometerían a Trueno de Cobre.

Nueve Muertes lanzó un gruñido. Pensar que la nieta de la Weroansqua andaba tonteando con un hombre… ¡y justo delante de sus narices! El Jefe de Guerra encendió de nuevo su pipa, que se había enfriado. ¿Habría alguna relación entre aquello y la muerte de Nudo Rojo?

La Pantera aferraba su pipa con tal fuerza que tenía los nudillos blancos.

—Le dije que lo despellejaría vivo.

—¿Cómo? ¿A quién? —preguntó Nueve Muertes.

—¡A Zorro Alto! Le dije que si me mentía…

Nueve Muertes exhaló el humo por la nariz.

—Tal vez tengamos aquí otro motivo de asesinato. Tal vez Nudo Rojo estaba utilizando esto para dominarle, para manipularle. Al fin y al cabo, su palabra contra él sería muy poderosa. Tal vez Zorro Alto pensó que la única forma de tener callada a Nudo Rojo era acabar con ella.

La Pantera tenía la mirada ausente.

—Tiene su lógica, y ahora más que nunca. Si Nudo Rojo se casaba con Trueno de Cobre, tendría ese garrote sobre la cabeza de Zorro Alto durante mucho tiempo. Es verdad que con los años iría perdiendo fuerza, pero con sus diez y ocho otoños, y cegado por la impetuosidad de la juventud, quién sabe qué pensaría Zorro Alto.

—Parece que en lugar de proteger a Zorro Alto, has acabado con él.

Perla de Sol meneó la cabeza. Tenía los ojos húmedos.

—Pero… Anciano…

La Pantera alzó un dedo.

—Un momento, no nos precipitemos. Sauce dice que el cuerpo de Nudo Rojo estaba frío cuando lo encontró. Vamos a ver. Sauce ve a Zorro Alto correr por el sendero. Hablan un momento. Ya no son amigos, precisamente, y Zorro Alto sólo quiere marcharse a toda prisa. Sauce, sintiendo curiosidad, recorre el camino que había hecho Zorro Alto y encuentra a Nudo Rojo en el cerro. ¿Cuánto tiempo llevaría todo eso, Jefe de Guerra?

—Suponiendo que Sauce estaba a medio camino de la pendiente, en subir al cerro tardaría lo mismo que tú en fumarte una pipa. Yo vi las huellas de Zorro Alto. No era un rastro difícil de seguir, y tengo entendido que Sauce es un rastreador excelente. Una vez en la cima, y sin saber lo que buscaba, el joven encuentra las huellas de Nudo Rojo. Sabe que no son de Zorro Alto, de modo que buscaría por la zona intentando averiguar de quién eran. Yo diría que en total no debió de tardar más de media mano de tiempo en encontrar el cadáver.

La Pantera asintió.

—Lo mismo pienso yo. El cadáver no tuvo tiempo de enfriarse.

—Eso si hemos de creer a Sauce… No, no tiene sentido. ¿Por qué iba a mentir en esto?

—Sí, ¿por qué? Sería un fallo en su historia, que por lo demás es perfecta. Si quiere hacernos creer que Zorro Alto mató a la niña, como creo que es el caso, metió la pata al decir que el cadáver estaba frío.

—¡Está ocultando algo! —exclamó Perla de Sol—. Tú lo viste, Anciano. Dijiste que había una serpiente en torno a su corazón. —Se volvió hacia Nueve Muertes—. ¡Incluso llegó a amenazar a la Pantera!

El viejo alzó una mano para tranquilizarla.

—¿Qué me puedes contar de Sauce, Nueve Muertes? ¿Cómo es? A mí me da la impresión de que busca el reconocimiento y la gloria, pero no está dispuesto a trabajar por ello.

Nueve Muertes miró atrás un instante para cerciorarse de que nadie les escuchaba.

—Un alfarero no podría hacer mejor impresión en la arcilla blanda. Es cierto, Sauce es así. Su clan, Cangrejo Estrella, es respetado aunque no influyente. Cuando tenía cuatro otoños, el Mamanatowick mató a sus padres y él se fue a vivir con el hermano de su madre, Estrella de Mar. Este hombre salió un día de pesca y ya no volvió; pensamos que se había ahogado. Sauce tenía seis otoños. A partir de entonces fue pasando de una familia a otra, sin encajar en ninguna.

—¿Creaba problemas?

—Como todos los niños. Bueno, el caso es que siempre ha sido indisciplinado, escandaloso y tan abrasivo como la arena mojada sobre la diorita. Tiene fama de pendenciero. Suele meterse en peleas que no puede ganar.

—Anciano —terció Perla de Sol, apretándose los codos como si de pronto tuviera frío—. Sauce era un niño mentiroso. Siempre contaba cosas increíbles. Nos decía, por ejemplo, que había pescado un pez enorme, pero no nos lo enseñaba, o que había visto a un ciervo saltar por encima de tres agujeros, o monstruos voladores. Y si alguien ponía en duda sus palabras, Sauce empezaba una pelea.

La Pantera miraba la brasa de su pipa.

—Ya veo. No es la persona más fiable del mundo. Pero ¿tú crees que en este caso me habrá mentido? Nueve Muertes, tú también fuiste al cerro. ¿Cuánto tiempo después del amanecer?

—En torno al mediodía. Al principio no nos dimos cuenta de que Nudo Rojo había desaparecido. Luego organizamos una partida de búsqueda, y nos advirtieron de la presencia de Ala de Mirlo. Fuimos a interceptar a sus hombres y poco después Sauce nos llamó porque había encontrado el cuerpo.

—Tú viste a la niña. —La Pantera dio un respingo y se movió como si le dolieran los huesos—. ¿Cuánto tiempo crees que llevaba muerta?

Nueve Muertes se encogió de hombros.

—Yo diría que murió más o menos al amanecer.

—Eso encaja con lo que dicen Zorro Alto y Sauce.

—Sí, pero todavía no está claro que ninguno de los dos haya dicho la verdad.

La oscuridad daba paso al alba, que iluminaba el bosque más allá de la empalizada de Perla Plana. Varios perros mugrientos deambulaban por el pueblo. Perla de Sol estaba sentada en el suelo con la espalda apoyada contra la casa de Capullo de Rosa, mirando los hilos de niebla. Todavía brillaban en el cielo algunos hombres-estrella.

La joven bostezó. Había salido a saludar a la mañana mientras la Pantera roncaba en sus mantas. La fría brisa agitaba las plumas rojas y azules de su capa. Desde allí se veía toda la aldea. Hacía un dedo de tiempo, un viejo había salido renqueando de su casa para aliviarse del agua nocturna, luego Trueno de Cobre salió del pueblo con dos de sus hombres, seguramente para cazar algo para el desayuno.

Perla de Sol había dormido mal. No dejaban de acecharla imágenes del rostro suplicante de Zorro Alto. Nunca le había visto en un estado tan lastimoso. ¿A quién podría recurrir ahora? Nudo Rojo estaba muerta, y ella, Perla de Sol, se había marchado. ¿Quedaba alguien en el mundo que pudiera consolarle? Por primera vez Zorro Alto no tenía a nadie.

Y teniendo en cuenta lo que la Pantera había descubierto, estaba en la peor situación de su vida.

Perla de Sol recordaba los días felices de su infancia, y anhelaba estar con él, sólo para hablar. Necesitaba hablar con él.

Cuando eran pequeños ella le seguía a todas partes como un cachorro, a menudo avergonzándolo delante de sus amigos, que pensaban que la niña era un descrédito para él, que ya casi era un hombre. Perla de Sol sonrió. A pesar de las burlas de sus amigos, Zorro Alto nunca le había gritado ni le había dicho que se marchara. Claro que él tampoco caía bien a casi nadie. Era verdad que a veces no le había hecho caso, pero luego, una vez a solas, Zorro Alto le pedía perdón y prometía compensarla. Y siempre lo hacía. Muchas mañanas Perla de Sol encontraba tesoros cerca de su cama, que era lo más lejos que podía llegar él sin entrar en la casa, lo cual habría sido poco correcto: flores, caparazones, vistosas hojas de otoño, cosas que Zorro Alto sabía que le gustarían.

Los últimos dos otoños, sin embargo, la situación había empeorado. Después de su Ennegrecimiento, Zorro Alto estuvo sometido a mucha presión. No había podido verla tan a menudo como antes, pero Perla de Sol lo comprendía. La gente esperaba más de un hombre que de un niño, y Zorro Alto parecía no satisfacer nunca las expectativas, sobre todo las de su padre.

Perla de Sol ladeó la cabeza. La Pantera se había despertado y hablaba en susurros con alguien. En cuanto la viera, tendría trabajo que hacer, pero no le importaba. La Pantera había cumplido su parte del trato, y ella estaba dispuesta a hacer lo mismo.

Por fin el viejo salió al exterior. Tenía el pelo revuelto y parecía medio dormido. Bostezó y se rascó el costado, y sólo entonces se acercó a ella.

—Te has levantado temprano.

—No podía dormir, Anciano.

—¿Echas de menos tu casa?

—No —contestó ella sin vacilar—. No quiero volver a ver a mi familia nunca más.

La Pantera sonrió, como si le acabara de decir que se estaba muriendo de una extraña fiebre que él sabía que pasaría pronto.

—Entonces debes de estar pensando en Zorro Alto.

Ella bajó la vista. ¿Cómo podía pronunciar el nombre de Zorro Alto con tanto desdén?

—Tú no le conoces, Anciano. Si le conocieras le respetarías.

Él se sentó frente a ella. Tenía los ojos hinchados y sus arrugas eran tan profundas que su rostro parecía esculpido en arcilla. La ajada manta que llevaba sobre los hombros no ocultaba sus temblores.

—¿Quieres que te diga la verdad, o prefieres una mentira piadosa?

—No lo sé muy bien. Tus verdades son como garrotazos.

—Así han de ser.

—Adelante, dime la verdad.

La Pantera observó por un momento a los pájaros que brincaban en el tejado de paja y saludaban a la mañana con sus primeros trinos.

—Se pueden saber muchas cosas de un hombre por la forma en que trata a los demás. ¿Estás de acuerdo?

—Sí.

—Bien. —La Pantera dio una patada a una piedra hundida en el suelo helado—. Zorro Alto utiliza a las personas siempre que puede. A ti te ha utilizado tanto tiempo que ahora crees que es lo normal.

—Anciano, ¿tú has amado alguna vez? —repuso Perla de Sol, exasperada.

—Sí, profundamente.

La joven sintió un nudo en el estómago al oír aquel tono de voz. Era como si acabara de hundirle un estilete de hueso en el vientre.

—¿Entonces por qué no entiendes mi amor por Zorro Alto?

—Lo entiendo, Perla de Sol. Entiendo que el amor joven es algo muy poderoso, pero a menudo es también estúpido.

—¿Cómo puedes decir eso? Lo único que deseo en la vida es entregarme a Zorro Alto. Quiero darle mi alma. De hecho ya se la habría ofrecido si… si…

—Si él la quisiera —concluyó la Pantera—. Pero él no la quiere. Y tú deberías darle las gracias.

—Pero…

—¿Sabes lo que habría pasado si él te hubiera permitido ofrecerte a él? Y no estoy hablando del cuerpo, niña, sino de tu alma.

—¿Qué? —replicó ella con brusquedad.

—En primer lugar Zorro Alto no habría sabido qué hacer con ella. ¡Si no sabe qué hacer ni con la suya propia! Habría jugado con la tuya sin ningún cuidado, para comprobar cuánto aguantaba, y al final la habría roto. Y entonces la hubiera desechado sin más, Perla de Sol. ¿Quién quiere un juguete roto?

La joven vaciló.

—Mi amor no se habría roto, Anciano. ¿No querría él mi amor?

Él cerró un ojo.

—Hablas de amor como si fuera algo fácil.

—Para mí lo es. Amar a Zorro Alto es lo más fácil que me ha ocurrido en la vida.

—Amar es un trabajo muy duro, niña. Es lo más difícil del mundo.

—Tal vez para ti —susurró ella.

La Pantera se cubrió las rodillas con la manta.

—Escucha. ¿No te preocupa el hecho de que Nudo Rojo tuviera en la mano el collar de Zorro Alto? ¿No te preocupa que copularan cuando ella era una niña? Porque eso no es precisamente digno de un hombre honorable.

Perla de Sol se había preguntado eso mismo cuando suplicó a Zorro Alto que se escapara con ella. No tenía derecho a condenarle por amar a Nudo Rojo, pero lo cierto es que le había preocupado que encontraran el collar en sus manos.

—Es verdad, copular con ella no era honorable. Pero lo del collar ha de tener una explicación, Anciano. Estoy segura de que Zorro Alto nunca hubiera hecho daño a Nudo Rojo.

—¿No crees que es posible que ella manotease el collar mientras luchaba por su vida, que se lo arrancara del cuello intentando protegerse?

Perla de Sol se puso tensa.

—No, no lo creo.

—Ya. ¿Entonces quién crees que la mató?

—¡No lo sé! ¡Hay más de diez sospechosos! —exclamó, haciendo un gesto con el brazo—. ¡Casi todo el mundo en Perla Plana tenía un motivo!

La Pantera frunció el entrecejo. A medida que la mañana iba avanzando la niebla se abría y se disipaba. Pronto se alzaría del todo para convertirse en nubes bajas.

—Sí, es verdad. Tenemos que averiguar más cosas antes de llegar a una conclusión.

El cielo comenzaba a iluminarse. Las gaviotas surcaban el resplandeciente azul entre roncos graznidos. Perla de Sol acarició con los dedos el garrote de Zorro Alto, el mismo garrote que él le había dado a pesar de que su vida estaba en peligro.

—Anciano, ¿por qué odias tanto a Zorro Alto? Nunca te ha hecho daño.

—No, pero me lo haría si se lo permito. Zorro Alto hará daño a cualquiera que le dé ocasión.

—A mí no.

—¿Nunca te ha hecho daño?

Perla de Sol quiso negarlo, pero habría mentido.

—Bueno, aunque me haya hecho daño yo todavía quiero casarme con él. ¿Tú crees que me equivoco? ¿Crees que está mal amar a alguien para siempre?

—No, no está mal. Pero no hay nada más difícil que amar a otra persona. Los amantes desean consumirse el uno al otro, absorber al otro en el corazón para tenerlo así enjaulado como una mascota…

—¡Yo no quiero que Zorro Alto sea mi mascota!

—Tal vez, pero estoy seguro de que él sí quiere que tú lo seas. De hecho ya te trata como si fueras su perro. No, déjame terminar.

Perla de Sol tensó el mentón. La Pantera se inclinó para mirarla a los ojos.

—¿Quieres saber cómo evitar convertirte en una mascota?

—No. A mí eso no me pasará nunca. Tengo mucha fuerza de voluntad.

—Aun así te lo voy a decir, porque algún día te alegrarás de haberlo aprendido. —Se sacudió una mota de polvo de la manta, con delicadeza, como si estuviera viva y temiera hacerle daño—. No intentes nunca hacerte una con otra persona. Lo desearás, tu corazón lo anhelará. Pero no lo hagas. El amor sólo es posible cuando dos personas comprenden que no pueden ser una sola y aprenden a cuidar la distancia entre ellas. La distancia es lo que nos permite ver a la otra persona tal como es, entera, desnuda contra el cielo azul. Ése es el principio del amor auténtico.

—¡Distancia! Pero yo… —Se interrumpió, buscando en el Anciano su mirada malévola. Pero la Pantera sólo parecía triste—. Mira, te prometo que recordaré tus palabras, aunque estoy segura de que nunca aprenderé a apreciar la distancia. Lo que yo más quiero en el mundo es estar cerca de Zorro Alto. Sí, cuanto más cerca, mejor.

El viejo apartó la vista. La luz del amanecer brillaba en sus ojos.

—Aprenderás. O pasarás sola el resto de tu vida. Como yo —añadió, levantándose de pronto y alejándose como si cada paso le doliera.

Perla de Sol se recostó contra la casa. Cada vez que hablaba con la Pantera se sentía como si la hubieran apedreado.

Los olores del nuevo día se alzaban cada vez más penetrantes: paja mojada, roble quemado, las plumas húmedas de su capa. Varias personas se habían levantado ya. Dos niñas se acercaban a la puerta de la empalizada con vasijas de agua, sus voces resonaban en el silencio matutino. Un perro trotaba a los pies de un muchacho que llevaba una brazada de leña.

Perla de Sol pensaba en las palabras de la Pantera y sentía un dolor en el pecho. ¿Acaso él nunca había aprendido a apreciar la distancia? ¿Por eso no se había casado? ¿Por eso vivía solo en un islote perdido?

Al reparar de pronto en que la Pantera iba a salir de la empalizada, se levantó de un brinco y echó a correr por la plaza.

—¡Anciano, espera! ¡No salgas solo! ¡Espérame!