16

¡Era él! ¡Era él, después de tantos años! ¿Quién se lo iba a imaginar? La Pantera había estado pensando desde el principio en el clan Pipa de Piedra, pero se había negado a creer en su propia intuición.

—Te ha llamado Cuervo —comentó Nueve Muertes mientras Capullo de Rosa se llevaba los platos y vasijas vacías para que los lamieran los perros.

Dos de sus hijas trajeron leña para el fuego. Las llamas iluminaban la casa, crujiendo y crepitando. Los postes de madera se teñían de ámbar y las sombras brincaban entre el maíz, el tabaco y las bolsas que colgaban de las paredes.

Perla de Sol estaba sentada a la derecha de la Pantera, girando su garrote entre las manos con la mirada perdida. Tal vez había descubierto que ser guerrera no era algo tan fácil.

La Pantera intentaba dominar la emoción y el miedo que corrían por sus venas. Respiró hondo, se acomodó y llenó de tabaco su pipa.

—Todo el mundo tiene un nombre. En otros tiempos el mío era Cuervo.

—No me lo puedo creer. ¡Has podido con el Gran Tayac! Por un momento creí que te iba a matar —exclamó Nueve Muertes moviendo la cabeza.

—¡Y en mi casa! —terció Capullo de Rosa—. ¡Imagínate! Tendría que haberme mudado. ¿Quién iba a vivir aquí sabiendo que habían matado a un brujo?

—Créeme, después de una cena tan estupenda, mi alma jamás te acecharía, mujer.

—¡Me pilló totalmente por sorpresa! —dijo Perla de Sol con aire sombrío—. Se arrojó sobre ti tan deprisa que no pude hacer nada.

—No corría ningún peligro. Escucha, aunque no aprendas nada más de mí, recuerda siempre que las apariencias engañan. Nunca menosprecies a un enemigo. Sólo un estúpido se lanza contra otro hombre sin pensar en las consecuencias. Trueno de Cobre, a pesar de su astucia y sus bravuconadas, sigue siendo un estúpido. En eso no ha cambiado.

—Sí, la mejor amenaza es la que nunca se lleva a cabo —añadió Nueve Muertes.

La Pantera sonrió y se inclinó para encender la pipa. Dio varias caladas echando una nube de humo y moviendo sus mejillas arrugadas.

—Tanto sentido común no suele servir de mucho a un Jefe de Guerra.

—Sí, si quiere ganar.

La Pantera suspiró, sintiendo la magia del tabaco en su cuerpo cansado. La emoción de la batalla comenzaba a remitir. ¡Estera de Hierba! ¡Después de tantos años!

Se decía que Okeus había dado a los humanos el tabaco como recompensa por su buen comportamiento. Por más que lo pensaba, la Pantera no veía dónde estaba la trampa, pero lo cierto es que aquello no era propio de la naturaleza de Okeus.

Capullo de Rosa le miraba con suspicacia mientras recogía los cacharros. Los perros habían terminado de comer y ya se alejaban para tumbarse con el morro entre las patas.

—Cuánto echaba de menos esto —comentó el viejo—. Se me había olvidado lo que es vivir en una casa acogedora y compartir el fuego por las tardes.

—¿Entonces por qué te retiraste a ese islote? —preguntó Capullo de Rosa, adelantándose a Nueve Muertes.

La Pantera miró el humo que ascendía de su pipa. Recordaba a la madre de Estera de Hierba, mirándole con sus ojos oscuros, recordaba su lustroso pelo negro sobre las mantas. Durante las largas noches en que había calentado su lecho, jamás había pronunciado una palabra, ni una sola emoción había cruzado su rostro cuando él se vaciaba en ella. Por todo el calor que le ofrecía su cuerpo desnudo, su alma siempre había sido una fría desconocida.

¡Estera de Hierba! ¡Aquí!

—Me fui por varias razones —suspiró por fin la Pantera—. Quería tener tiempo para observar el mundo, para saber por qué es como es. Necesitaba tiempo para encontrarme a mí mismo, para reflexionar sobre quién soy y cómo he llegado a ser así. Sí, sobre todo necesitaba tiempo para pensar. —Y para enfrentarme a los fantasmas.

—¿Y qué encontraste? —preguntó Nueve Muertes mientras sacaba su pipa de una bolsa de cuero. Se acomodó y miró con aire pensativo a la Pantera.

—Descubrí que la verdad es tan escurridiza como una anguila, que los hombres son tan traicioneros como las ortigas de mar en verano, de aspecto frágil y delicado pero con una picadura muy dolorosa. Descubrí a quién puede uno engañar más fácilmente. ¿Sabes a quién?

—No.

—A uno mismo. —La Pantera miró a Perla de Sol para ver si lo entendía, pero advirtió, decepcionado, que la joven seguía preocupada por el incidente con Trueno de Cobre—. Respondiendo a tu pregunta, Capullo de Rosa, por eso me fui, para averiguar qué me había pasado, qué me había hecho a mí mismo. Y esperaba aprender tal vez algo del mundo, por qué es como es.

—Pero, Anciano, el mundo es así porque fue creado para ser así, ¿no? —terció Perla de Sol—. ¿Cómo podría ser de otra forma?

La Pantera la miró con expresión divertida.

—A veces creo que tu inocente optimismo es mi mayor debilidad. Ojalá…

En ese momento se oyó el chasquido de un bastón en la puerta y apareció Halcón Cazador.

—Sabía que te encontraría aquí.

Capullo de Rosa bajó instintivamente la vista.

—Pasa, Weroansqua.

Halcón Cazador se tambaleó al entrar y tropezó con el bastón. Por fin se sentó gruñendo. Todos se la quedaron mirando. Nueve Muertes parecía el más incómodo, como sorprendido en falta.

—Acabo de tener una visita —dijo la Weroansqua a la Pantera—. El Gran Tayac se opone a tu presencia en mi aldea, y me ha ordenado que te expulse.

—Menuda impertinencia —comentó el viejo sin dejar de fumar.

—Sí, eso he pensado yo. Pero lo cierto es que me ha contado cosas muy interesantes sobre ti. Me ha dicho que traicionaste a varios pueblos, que envenenabas a la gente, que hiciste muchas cosas terribles.

La Pantera sonrió.

—No me cabe duda de que te ha dicho todo eso. No me tiene en mucha estima.

—¿Por qué has venido? ¿Qué quieres?

El viejo acarició su pipa con los dedos.

—Ya te lo he dicho.

—Sí, has venido para descubrir al asesino de mi nieta. Pero ¿por qué iba yo a creerte? ¿Por qué no creer a Trueno de Cobre? Él sostiene que en otros tiempos cometiste todo tipo de fechorías.

—Es cierto. —Ambos se miraban a los ojos—. No me voy a andar con evasivas, Weroansqua. Ya no me hace falta. Al otro lado de las montañas, al oeste, a lo largo de los grandes ríos y bajando hacia el sur, están los grandes cacicatos, tribus que construyen montañas de tierra y erigen sobre ellas enormes templos. Son tribus que comercian, que guerrean y llevan sus asuntos con una pasión y dedicación que nosotros apenas podemos comprender. Hace mucho tiempo yo dejé este territorio para viajar entre ellos. Serví a algunos de sus líderes, comercié e incluso me gané cierta fama como Jefe de Guerra. La autoridad que ejercen es venenosa, se sube a la cabeza. Durante un tiempo yo también caí bajo el dominio de ese vertiginoso Poder, pero al final lo encontré hueco, porque devora el alma. —Miró a Nueve Muertes—. Cuando vi en qué me había convertido, cuando me di cuenta de lo mucho de mí mismo que había perdido, me marché. Solo, por la noche, me alejé de la gran riqueza y la autoridad que había acumulado y escapé a mi islote. Y allí me habría quedado si Perla de Sol no hubiera venido a pedirme que intercediera en favor de su amigo. Si me hubiera ofrecido riqueza, posición, esclavas, me habría negado. Pero Perla de Sol se ofreció ella misma, y lo hizo porque pensaba que estaban acusando a un hombre de algo que no había hecho.

—¿Quieres hacerme creer que ya no deseas esas cosas? —preguntó suspicaz Halcón Cazador—. ¿Qué estás aquí porque esta niña te pidió que actuaras en favor de su amigo?

La Pantera se encogió de hombros.

—Puedes creer lo que quieras, Weroansqua. Yo te he dicho la verdad. —Se echó a reír—. Es curioso. En otros tiempos tejía mentiras como una araña teje su tela, y ahora digo la verdad y veo que la gente la encuentra menos apetecible que una buena mentira. Es más fácil aceptar una mentira complicada que una verdad sencilla. ¿Qué significa eso, Weroansqua?

—O sea que no niegas las acusaciones de Trueno de Cobre…

—¿Por qué iba a negarlas? Una historia es como una planta de maíz. Crece con el tiempo y echa hojas nuevas, pero en la raíz todo comenzó con una semilla. Estera de Hierba sólo ha visto algunas de las semillas que planté.

—¿Estera de Hierba?

—Así se llamaba en otros tiempos. Ya veo que no ha hablado de sus humildes comienzos. Bueno, «Gran Tayac» suena mucho mejor, ¿no?

Nueve Muertes se removió incómodo. Capullo de Rosa se había alejado discretamente. Sólo Perla de Sol parecía no tener miedo. Estaba sentada con el garrote en el regazo y el rostro inexpresivo.

—Pero basta de hablar del pasado —dijo la Pantera—. He vivido mucho tiempo y he hecho muchas cosas con las que tengo que vivir. Esas cosas, las buenas y las malas, me han hecho como soy, Weroansqua. Igual que tú eres como eres por las cosas que has hecho. Pero tenemos que ocuparnos del presente, no del pasado.

—¿Y a ti te preocupa el presente? —Halcón Cazador no parecía convencida.

—No me gusta el caos. En eso disentimos Okeus y yo. —Se dio cuenta de que se le había apagado la pipa y la vació en el fuego—. De momento tú estás totalmente atrapada en el presente, y en torno a ti se está formando una gran tormenta, ¿me equivoco? Ya eres vieja y la muerte se acerca a acariciar tu alma. Te has pasado la vida trabajando, tramando planes y sacrificándote por la seguridad de tu familia, tu clan y tus amigos. Pero ahora, de pronto, todo está a punto de derrumbarse. Temes haber trabajado toda la vida para nada, temes que tu mundo no sobreviva a tu muerte.

»Tu miedo más terrible es que tu fantasma tenga que contemplar la disolución de tus sueños. Como no podías soportar la idea buscaste una alianza con Trueno de Cobre, pensando que era el último gran regalo que podías hacer a tu pueblo, una oportunidad de sobrevivir a la creciente influencia del Mamanatowick. Pensabas casar a tu nieta con Trueno de Cobre porque el Gran Tayac era el arma más prometedora contra Serpiente de Agua.

Halcón Cazador tragó saliva. Tenía la mirada perdida, pero escuchaba.

—Y entonces, justo cuando parecía que todo iba a salir bien, asesinan a Nudo Rojo y te encuentras en peor situación que si no hubieras hecho nada. Estás desesperada, te tambaleas al borde de un abismo e intentas aferrarte a cualquier cosa para salvarte.

—Por eso me enviaste contra Tres Mirtos —susurró Nueve Muertes.

—¿Cómo lo sabes? —repuso Halcón Cazador.

—Lo sé —aseguró la Pantera mirando las llamas. Los recuerdos que durante tanto tiempo había mantenido ocultos ahora se agitaban en su alma. En otros tiempos yo habría hecho lo mismo.

—Entonces eres un brujo. —Halcón Cazador se frotó la cara—. Nadie más sería capaz de ver con tanta claridad en el alma de otra persona.

—Tú sabes muy poco de brujería. Los brujos no se asoman a las almas ajenas. Se interesan por cosas más emocionantes. —Sacó un poco de tabaco de la cajita de cerámica de Nueve Muertes.

—Pero ¿qué puedo hacer? —preguntó Halcón Cazador—. ¿Qué puedo hacer para salvarnos?

—En primer lugar tenemos que encontrar al asesino —respondió Nueve Muertes—. Entonces tendremos a nuestro enemigo más peligroso.

Halcón Cazador se enderezó respirando hondo.

—Sí, ya pensaremos entonces el mejor curso de acción contra ellos.

—¿Contra ellos? —repitió la Pantera.

—Por supuesto —contestó Nueve Muertes—. El asesinato de Nudo Rojo ha destruido la alianza con Trueno de Cobre y ha provocado el caos entre los pueblos independientes. Serpiente de Agua y Rana de Piedra son los sospechosos más probables, porque eran quienes tenían más que ganar. Pensando en lo que sabemos ahora, tal vez Peine de Nácar tenía razón: el culpable pudo ser Ala de Mirlo. Sus hombres no mutilaron a la niña para hacernos pensar que se trataba de un asesinato común, y no de una maniobra política.

La Pantera alzó una mano.

—Tal vez, Jefe de Guerra. Pero todo a su tiempo. De momento nuestro mayor peligro es llegar a conclusiones precipitadas. La precipitación te llevó precisamente a la trampa de Tres Mirtos. Te aconsejo que no vuelvas a meter la mano en el mismo agujero, porque la última vez apenas pude evitar que te mordiera la serpiente.

Nueve Muertes sonrió.

—Haré caso de tu consejo, Anciano.

—He venido para decidir qué hacer contigo —anunció Halcón Cazador, como si hubiera tomado una decisión—. Sigo sin confiar en ti, pero estoy dispuesta a permitir que te quedes en el pueblo. Bajo vigilancia, por supuesto. Nueve Muertes será responsable de ti.

—¿Por qué has cambiado de opinión?

—En parte porque el Gran Tayac me ordenó que te echara, y en parte porque tal vez puedas ayudarme.

—Como quieras —concedió la Pantera.

—Pero no quiero que crees problemas, ¿lo entiendes?

—No he venido a crear problemas. Los problemas ya se crean solos. En cuanto averigüe quién mató a tu nieta, me vuelvo a mi casa.

—Desde luego —afirmó Halcón Cazador—. Me siento incómoda teniéndote aquí.

—Pero debes entender algo más. Iré donde tenga que ir para encontrar al asesino, sea quien sea, ¿está claro? No me interesa tu política, y no permitiré que me utilices para tus propósitos.

—Ni se me pasaría por la cabeza.

La Pantera sonrió con expresión triste.

—Bien. Otras personas no han sido tan sensatas.

Halcón Cazador se toqueteaba la capa mirando con escepticismo al viejo.

—¿Por qué te llamó Cuervo el Gran Tayac?

El viejo dio una calada a la pipa.

—Así me llamaban cuando era Jefe de Guerra de Humo Blanco, uno de los jefes Serpiente del río Guerrero Negro. Según sus historias sobre la creación, el Cuervo arranca la carne de los huesos de los muertos. A mí me llamaban Cuervo porque por donde yo pasaba sólo quedaban huesos.

—¿Así que se queda? —Trueno de Cobre miró a Peine de Nácar de reojo mientras paseaban por la playa justo después de la primera luz. Era un amanecer frío y claro, y un viento borrascoso soplaba del noroeste.

Peine de Nácar hizo una señal a las esclavas que les esperaban junto al refugio de sudor, en la pendiente junto al agua. Parecía una pila de tierra con una cortina de cuero. El fuego ardía en el exterior y las piedras ya estaban calientes.

—De momento supone más una ventaja que un inconveniente. Tal vez nos sea útil.

Las esclavas agacharon la cabeza y se apresuraron a volver al pueblo.

—Escúchame. —Trueno de Cobre le puso una mano en el hombro y la hizo mirarle a los ojos—. Tú no lo conoces. La Pantera es un monstruo disfrazado de hombre.

Así que el invencible guerrero tiene una grieta en su armadura. Peine de Nácar sonrió y le tocó la mano.

—Ya nos encargaremos de él, Trueno de Cobre. No es más que un viejo.

—Es un monstruo, un insecto venenoso que inyectará su veneno donde pueda. ¡Matadlo ahora! Aplastadlo antes de que os destruya.

Ella enarcó una ceja.

—¿Tanta pasión por un viejo decrépito? Tal vez debería observarlo más de cerca —comentó, acercándose a él—. Yo creía que tú también eres peligroso.

El Gran Tayac la miró a los ojos un largo momento. Peine de Nácar se preguntó si no repararía en lo cerca que estaban. Ella percibía su olor almizcleño, sentía el calor de su cuerpo. Trueno de Cobre le acarició el pelo con los dedos.

—Eres peligroso —susurró ella—. No pensaba que mirarías a una mujer mayor.

—Me fascinas. Nunca había conocido a una mujer que viera las cosas con la misma claridad que yo.

—Soy la hija de mi madre. —Esbozó una sonrisa y se zafó de él con agilidad—. Si no supiera que es una tontería, yo diría que hay deseo en tus ojos.

—¿Por qué piensas que es una tontería?

Trueno de Cobre la miró inspeccionar las piedras que había al fuego. Apartó una de ellas con un palo y le vertió agua, levantando una nube de vapor blanco.

—Parece que ya están bastante calientes, ¿no crees?

—El fuego y tú tenéis mucho en común.

—Sí, otros hombres se han quemado conmigo. —Peine de Nácar alzó con dos palos una piedra al rojo—. ¿Quieres abrir la cortina?

Al entrar en el refugio, le rozó con la cadera, lo justo paraprovocarle. Fue metiendo una a una las piedras calientes, que brillaban como ojos encendidos, y finalmente llevó la vasija de agua.

Él observaba cada uno de sus movimientos como el cazador observa al ciervo.

—¿Así que ésta es la danza?

—¿La danza? —Peine de Nácar se quitó el collar de nácar que llevaba sobre los hombros.

—La que danzaremos tú y yo —aclaró él, sin que su rostro revelara emoción alguna. Los tatuajes de sus ojos le conferían el aspecto de un ave de presa.

—¿Tú estás dispuesto?

Trueno de Cobre se echó a reír.

—¿Que si estoy dispuesto? Me has dicho que saliera contigo a pasear porque querías hablar conmigo. Muy bien, aquí estoy, helado, casi tiritando, ¿y tú quieres venir al refugio de sudor? ¿Por qué tengo la impresión de que habías planeado todo esto? El fuego estaba encendido, el agua preparada…

Peine de Nácar se apartó el pelo de la cara sacudiendo la cabeza.

—Necesito respuestas. En primer lugar quiero saber si te atraigo como mujer. Me parece que lo leo en tus ojos.

—Sí, me atraes. No eres tonta, Peine de Nácar, ni yo tampoco. Has dicho que necesitas respuestas. ¿Adónde quieres llegar?

—No puedes casarte con un cadáver, y yo no puedo tener más hijas.

—¿Entonces por qué no me has preguntado simplemente si estoy dispuesto a casarme contigo?

Ella ladeó la cabeza.

—Yo no me caso sólo por el bien del clan o para obtener una alianza. Yo valgo más que todo eso.

—Ah, la mujer de sangre caliente.

—¿Te molesta?

Trueno de Cobre se acercó.

—Al contrario, es una cualidad que respeto. A ti hay que saber valorarte. Compadezco al hombre que no lo sepa.

Ella acarició su pecho musculoso.

—Compadécete de ellos todo lo que quieras. Yo estoy aquí contigo y ellos… Bueno, ellos están en otra parte, sin mí.

Trueno de Cobre le acarició los hombros, los costados, las caderas. Se notaba el pulso acelerado en su cuello, la creciente tensión.

Peine de Nácar tocó su pene duro bajo el taparrabo.

—Así que incluso una vieja como yo puede despertar pasiones en ti.

—Yo nunca te he considerado vieja —graznó él.

—Mis esclavas han colocado varias mantas. Nadie nos molestará.

—Todavía no he dicho que vaya a casarme contigo.

—Ni yo. El matrimonio es un territorio ancho y profundo. Peine de Nácar no se casa porque sí con ningún hombre, aunque sea el Gran Tayac. Antes tengo que saber si puedes satisfacerme. No me gustaría aburrirme contigo.

—Ni a mí. —Se quitó la capa de oso, las perneras y el taparrabo—. A pesar de tu aspecto, puedes estar seca por dentro.

Ella se desnudó y le miró ladeando provocativa las caderas.

—¿Te parece esto el cuerpo de una vieja? —Y se echó a reír, encendida con la emoción de una nueva conquista.

Peine de Nácar estaba sentada en la oscuridad junto a Trueno de Cobre, desnuda, empapada en sudor. El sexo había sido bueno. Trueno de Cobre demostró estar a la altura, uniéndose a ella no menos de tres veces para demostrar su virilidad. Pero, aunque había hecho alarde de resistencia, lo cierto es que no se había mostrado muy imaginativo.

No obstante creo que servirá. ¿Y quién sabía? Tal vez su semilla germinara.

Peine de Nácar ladeó la cabeza, jadeando con aquel calor húmedo. Tenía todo el cuerpo relajado después de copular y gracias al vapor que emanaba de las piedras calientes.

—Así que va a intentar averiguar quién mató a la niña —musitó él, frotándose la cara.

—Mi madre se lo ha permitido. ¿A quién acusará?

Trueno de Cobre sonrió en la oscuridad.

—Que no te quepa duda, me acusará a mí. Será una oportunidad de saldar viejas deudas.

—¿Y si te acusa?

—Que me acuse. No puede hacerme nada. Además, ¿qué razones podría yo tener para matar a Nudo Rojo? Yo deseaba esta alianza.

—Todavía puedes tenerla. —Hizo una pausa—. Suponiendo que te haya satisfecho. ¿O estaba seca?

Trueno de Cobre se echó a reír.

—Dime, ¿dónde has aprendido esas cosas? Ninguna mujer me había hecho sentirme así.

—Eso ha sido sólo el principio. —Peine de Nácar sonrió, encantada al recordar los gemidos que había arrancado de su garganta. Trueno de Cobre era el típico hombre, pero al menos estaba dispuesto a aprender. ¿Cuántos otros habían estado menos interesados en su arte, prefiriendo apresurar su clímax y terminar?

—Si tenía alguna duda, hoy has terminado con ellas. —Se enjugó el sudor y se acercó a la puerta para abrir la cortina. El sol se reflejaba en el agua azul de la ensenada.

Salió con la elegancia de un guerrero y se metió en el agua. Peine de Nácar le siguió, protegiéndose los ojos de la luz y admirando su cuerpo musculoso. Contuvo el impulso de imitarle. Era mejor no correr riesgos, con la semilla plantada tan recientemente en ella, de modo que se quedó con el agua por las rodillas, salpicándose el cuerpo. Cuando se le erizó la piel volvió junto al fuego. Trueno de Cobre salió al cabo de un rato, tiritando y con piel de gallina. Se secó con su piel de oso y se agachó desnudo junto a ella.

—Ten cuidado —se burló Peine de Nácar—. No vayas a prender fuego a nada.

—Sí, ya hemos tenido bastante fuego por un día —contestó él, estremeciéndose.

—¿Te sientes vivo?

—Desde luego. Esto es bueno para el corazón.

—También es peligroso. En verano hay ortigas de mar en el agua, y ahora medusas.

—¿Siempre eres tan precavida?

—No —replicó ella con una sonrisa irónica—. De hecho tenía también ganas de nadar.

—Así que hay medusas, ¿eh? Hmmm, si Cuervo se convierte en un problema…

—¿Cómo dices?

—No, nada. —La miró con los ojos chispeantes—. El vientre me dice que es hora de comer… si es que ya tienes todas tus respuestas.

—Creo que sí. Necesitaremos un par de días para completar todos los detalles y que la gente se haga a la idea. Luego puedes volver a tu pueblo.

—Sí —murmuró él—. Hay muchas cosas que hacer.

La Pantera y Nueve Muertes caminaban por la plaza. Los postes Guardianes se alzaban equidistantes del fuego, todos coronados por la talla de una persona o un animal. Se decía que un espíritu de Poder habitaba la madera y cuidaba de la gente y las ceremonias.

Perla de Sol les seguía un paso más atrás, una mano, como siempre, en el garrote que llevaba al cinto. El sol matutino apenas había desvanecido el frío del aire.

—Quiero ver el cuerpo —repitió la Pantera. La dolida expresión de Nueve Muertes le divertía. ¿Pensaba el Jefe de Guerra que precisamente él, la Pantera, ignoraba las cosas que sucedían en una Casa de los Muertos?

—Anciano, es una cuestión de… de…

—¿Qué, la sensibilidad de la familia? ¡Excremento de murciélago! Esa sensibilidad quedó aplastada por el golpe que le destrozó el cráneo. Me has dicho que Serpiente Verde iba a preparar el cuerpo hoy. Yo puedo ayudar.

Nueve Muertes le miró con escepticismo.

—¿Ayudar? ¿Cómo? ¿Qué sabes tú de…?

—Ya, ¿qué sabe un hombre acusado de brujo sobre la muerte? —La Pantera se echó a reír y miró a Perla de Sol, que había palidecido—. Evidentemente no lo que tú piensas. No pienso atrapar su alma ni robar partes de su cuerpo para secretos rituales. Serpiente Verde y sus sacerdotes estarán allí. Tú también puedes venir si quieres, para ver el procedimiento. Es fascinante.

—No, gracias. Todos mis antepasados descansan en el osario fuera del pueblo. Allí es donde estaré. No es cosa mía andar entre los fantasmas de los jefes.

La Pantera aminoró el paso.

—He estado en muchos sitios, he hecho muchas cosas y he visto cómo los hombres se alzan de distinta manera entre sus hermanos. Algunos de los jefes que he conocido se hacían llamar dioses, otros decían haber nacido del sol y que sus almas eran un brillante rayo de luz capaz de cegar a los mortales con su fulgor. Pero al final, Jefe de Guerra, todos son tan normales como tú y yo. Su saliva es tan húmeda como la nuestra, sus eructos provocados por las mismas indigestiones. Si tienen calor sudan, si comen defecan. Su supuesto Poder del alma y del espíritu no puede evitar algo tan simple como las arrugas y las canas. Mueren de las mismas heridas y venenos que matarían a su más humilde esclavo. Además, los que descansan en la Casa de los Muertos son tus parientes. Es cosa tuya.

Nueve Muertes movió la cabeza.

—Has tenido una vida muy poco común, Anciano.

—Desde luego. Y ahora déjame utilizar mi experiencia. Halcón Cazador me ha permitido buscar al asesino de Nudo Rojo, pero para eso tengo que saber exactamente lo que pasó, Jefe de Guerra. Tengo que comenzar con la niña, estar ahí cuando Serpiente Verde prepare su cuerpo.

Nueve Muertes miró la casa comunal de la Weroansqua y asintió con la cabeza.

—Muy bien. Por aquí.

Al llegar a la Casa de los Muertos, la Pantera entró sin pensárselo dos veces, pero Nueve Muertes vaciló en la puerta.

—Pasa, Jefe de Guerra. Tienes que vigilarme, observar todas mis acciones. Si no entras conmigo podría robar todos los tesoros del clan Piedra Verde.

—No sé…

—¿Son éstos tus antepasados o no? —Sí.

—Entonces tienes tanto derecho como cualquiera a estar en su presencia.

Nueve Muertes entró por fin en la casa.

—¿Y yo, Anciano? Yo soy del clan Cangrejo Estrella —dijo Perla de Sol. Su pelo suelto brillaba al sol—. ¿Tengo que entrar?

—Yo te protegeré. —Una vez en la antesala, la Pantera llamó—: ¿Hay alguien?

—¿Quién es? —replicó una voz áspera.

—La Pantera. He venido para observar los preparativos del cuerpo de Nudo Rojo. Tranquilo, Kwiokos. La Weroansqua sabe que estoy aquí.

—¿La Pantera? —Serpiente Verde apareció detrás de la primera pared de estera—. Sí, los fantasmas me habían dicho que vendrías. Iba a ir a verte, para saber si tendría que luchar para proteger a mi pueblo de tus brujerías.

Dos hombres más jóvenes siguieron al Anciano, ataviados con sus capas sacerdotales de plumas, pieles perfectamente curtidas y collares de nácar y cobre. El más alto debía de ser Relámpago, el bajo y musculoso era sin duda Oso Rayado.

—No tenéis que luchar contra mí —contestó la Pantera. El fuego eterno se había consumido hasta dejar un lecho de ascuas encendidas—. He venido a ayudar, no a crear problemas. Nudo Rojo ha sido asesinada y yo voy a descubrir al asesino.

—La muerte de Nudo Rojo… —Serpiente Verde frunció el entrecejo—. Sí, es un problema. He mirado en las ascuas —dijo señalando el fuego eterno—, y no he visto nada más que imágenes cambiantes del asesino. No sé si es porque el asesino utilizó Poder en contra de mí, para cegarme, o si es el fantasma de Nudo Rojo, que no me deja ver con claridad.

—¿El fantasma de Nudo Rojo? —preguntó la Pantera—. ¿Cómo? ¿Por qué? Es de lo más inusual.

Serpiente Verde le miró de reojo.

—Desde luego. Por eso sospecho que hay algo que me ciega. ¿Qué piensa de eso la terrible Pantera, eh?

El viejo se tocó el mentón. Nueve Muertes y Perla de Sol le observaban incómodos desde el otro extremo de la sala.

—Tal vez Nudo Rojo intenta ayudarte, no estorbarte. ¿Le has preguntado si está disgustada?

Serpiente Verde asintió.

—Sí, y entonces la imagen oscila todavía más.

—¿Has intentado frotarte datura sagrada en las sienes? A veces eso aclara la visión.

—Sí. Me froté la pasta hasta ponerme enfermo. Mi alma flotaba fuera de mi cuerpo. Vi muchas cosas terribles, pero nada sobre el asesinato. Fue muy peculiar… Te aseguro que en todo esto hay involucrado un crimen terrible. Ninguna otra cosa habría perturbado tanto a los espíritus.

La Pantera ladeó la cabeza.

—¿Qué quieres decir, gran Kwiokos? ¿Algo peor que el asesinato?

—Sí. —Serpiente Verde apretó los labios y enarcó las cejas—. Y está muy cerca, créeme. Cuando me duermo casi lo siento, maligno, oscuro y peligroso, tan cerca que los fantasmas están asustados. Por eso no puedo verlo con claridad. Es como saber que alguien te saluda desde el otro extremo del recinto, pero la niebla es tan densa que no puedes ver quién es, sólo el movimiento de su sombra. Los fantasmas están horrorizados, creo que Nudo Rojo también.

—¿Tú crees que la Casa de los Muertos ha sido profanada de alguna forma?

—Sí. —Serpiente Verde le miró con los ojos entrecerrados—. Conoces bien tu oficio, hechicero.