15

Perla de Sol tiritaba sentada en un tocón. Era una noche clara y fría, y su aliento se condensaba en vapor. Habían acampado en la estrecha arboleda que bordeaba la ensenada al sur del embarcadero. Justo detrás de ellos se extendían los campos cubiertos de tocones quemados. El campamento quedaba a una corta distancia de la empalizada, de modo que podían oír las voces de la aldea. En ese momento la gente preparaba la cena, y hasta ellos llegaban risas, ladridos, gritos de chiquillos, ruido de platos de madera. Los fuegos envolvían el pueblo en un aura dorada. Perla de Sol echaba de menos su casa, su familia… y a Zorro Alto, su querido Zorro Alto…

La Pantera preparaba un fuego, canturreando entre dientes. Parecía viejo y frágil. La ajada manta marrón que llevaba sobre los hombros enfatizaba su pelo cano y sus pobladas cejas.

Perla de Sol, con las manos en torno a una rodilla, escuchaba los ruidos más allá de la aldea. Los búhos ululaban entre los árboles. Los búhos: los familiares de los viajeros de la noche.

—Anciano, ¿puedo hacerte una pregunta?

—Claro que sí. Las preguntas son buenas. —La Pantera colocó la última rama sobre la pila y alzó una pequeña vasija de cerámica llena de ascuas que Nueve Muertes le había dado. Esparció los carbones sobre la leña y se agachó para soplar sobre ellos.

—¿Recuerdas que me hablaste de capullos, de crisálidas? La verdad es que no lo entendí. Esperaba que me dieras algunas respuestas al respecto.

El humo ya se alzaba de la leña. La Pantera siguió soplando hasta que las llamas lamieron la madera. Luego se detuvo para recuperar el aliento. Perla de Sol se estremeció al sentir el calor.

—La gente siempre busca respuestas, Perla de Sol. Todos quieren respuestas. Y de eso están hechos los capullos.

—¿De respuestas?

—Sí, de respuestas de la peor clase, porque son verdades absolutas. Sin vida y sin valor, pero absolutas. El clan es nuestra madre, el pueblo es nuestra familia. El mundo fue creado por el Gran Árbol que creció del lodo en los primeros días, antes de dar fruto al Primer Hombre y la Primera Mujer. Los chicos son guerreros, las niñas son líderes. Desde que venimos al mundo se tejen los primeros hilos en nuestra alma, y serán los cimientos de la persona que llegamos a ser. A partir de esos capullos podemos crear grandes cosas, pero los hombres suelen matarlas antes de darles una oportunidad. Al cabo de unos cuantos otoños, esos preciosos capullos ya no son más que cáscaras vacías.

Perla de Sol se cerró la manta en torno al cuello. El fuego iluminaba las profundas arrugas de la Pantera.

—¿Qué significa eso?

El viejo sonrió.

—Tienes que dejar de querer respuestas. Olvídate de ellas. No se pueden desarrollar alas con el vientre lleno de respuestas. Las alas sólo nacen cuando se viven las preguntas.

—¿Vivir las preguntas?

Él echó una rama al fuego, levantando una espiral de chispas.

—Sí. Cuando dedicas el tiempo necesario a mirar una hoja trémula, o a ver cómo una piedra se mueve en el fondo del río, estás viviendo una pregunta.

Ella frunció el entrecejo.

—No lo entiendo, Anciano.

—¿Hmmm?

—¿Qué pregunta estás viviendo cuando miras una hoja trémula?

El viejo suspiró.

—¿Quieres una respuesta?

Perla de Sol notó que se había equivocado en algo. No obstante, se humedeció los labios y contestó:

—Sí.

—Las respuestas no son piedras brillantes que se sacan del suelo, Perla de Sol. Las respuestas están en el aire fresco de tus pulmones, en la sangre cálida que corre por tus venas. Si vives tus preguntas sinceramente, de todo corazón, las respuestas te sonreirán en cada grano de arena, en cada nube. Las respuestas no se encuentran, se viven.

Perla de Sol toqueteaba el garrote que llevaba al cinto, comprobando el nudo para asegurarse de que podría sacarlo con un solo tirón.

—¿Así que no vas a contestarme?

—Podría, pero sería mi respuesta, no la tuya. La respuesta tiene que ser tuya, si quieres que responda a algo.

—¿Y dices que encontraré mis respuestas si vivo mis preguntas?

—Así es.

Perla de Sol se rascó la pierna con gesto pensativo. La brisa había cambiado y le llevaba a la cara el dulce humo de nogal. No entendía del todo lo que decía el Anciano, pero la conversación la fascinaba.

—¿Y cómo puedo vivir mis preguntas, Anciano?

—¿Quieres una respuesta?

Ella se mordió el labio.

—¿Significa eso que no quieres hablar conmigo?

—Al contrario. Estoy disfrutando mucho esta conversación. Supongo que es que ya no se me da muy bien conversar. —La Pantera se tumbó de costado junto al fuego, con la cabeza apoyada en la mano. Su pelo cano tocaba el suelo.

»Una cosa sí puedo decirte acerca de vivir tus preguntas.

—¿Qué, Anciano? De verdad quiero saberlo.

—Bueno, no sé muy bien cómo decirlo para que lo entiendas.

—Inténtalo, por favor. —Se inclinó hacia él—. Tal vez ahora no lo entienda, pero podría entenderlo algún día. Mi madre decía que cuando crezca… —De pronto se interrumpió.

Cada vez que pensaba en su madre se sentía como si hubiera comido esquirlas de mica que le estuvieran destrozando el estómago.

—Ver dentro de los capullos vacíos es lo más difícil que hay, niña. Pero está bien mirar.

Perla de Sol se enjugó los ojos con la manga.

—Tú has dicho que podías contarme una cosa sobre vivir las preguntas. ¿Qué es?

Él sonrió.

—Bueno, vamos a empezar por el principio.

—Bien.

—Primero tienes que darte cuenta de que la vida no son días, o semanas, o lunas. Desde luego no son otoños.

—¿Entonces qué es?

—La vida son instantes.

—¿Instantes? ¿Como un parpadeo?

—Sí, un simple parpadeo. Eso es todo lo que tenemos. —La Pantera le tocó la punta del pie con el dedo, como para reclamar toda su atención—. Sabrás que estás viviendo tus preguntas cuando veas así la vida, como preciosos y fugaces instantes, desconectados de todo lo demás, sin ninguna promesa de que habrá otro instante.

Perla de Sol se enderezó con el entrecejo fruncido y vio que Nueve Muertes salía de la empalizada y se acercaba a ellos.

—Pensaré en tus palabras, Anciano. Pero ahora deberías darte la vuelta.

La Pantera siguió su mirada y se levantó.

Nueve Muertes notaba el estómago revuelto mientras llevaba a la Pantera y Perla de Sol hacia el pueblo. El frío de la noche le mordía la piel.

—¿Te molesta el estómago, Jefe de Guerra? —preguntó el anciano.

—Sí… ¿Cómo lo sabes?

—Por tu expresión.

—La Weroansqua tiene miedo. Nunca la había visto así.

Casi no me puedo creer que no me ordenara echarte esta misma tarde, o matarte.

—No tenía elección.

—Tú no conoces a la Weroansqua.

—Tal vez, pero conozco a las de su clase. Dime, ¿quién era la mujer joven y atractiva que se marchó como una osa enfurecida?

—Peine de Nácar, la hija de la Weroansqua.

—Ah, la madre de la niña, la que está convencida de que los hombres de Ala de Mirlo mataron a Nudo Rojo.

—Así es.

Aminoraron el paso al llegar a la entrada de la empalizada, donde se había reunido un inusual grupo de gente. Nueve Muertes hizo un gesto para que se marcharan.

—¿Qué vas a cenar?

—Tenemos algo de pescado seco en los fardos. Con eso nos arreglaremos.

—Podrías… Bueno, yo estoy dispuesto a invitarte. Capullo de Rosa, mi hermana, sin duda tendrá algo de maíz caliente. Al fin y al cabo la Weroansqua no dijo que no pudieras comer en el pueblo.

—Podrías enfurecerla todavía más.

Nueve Muertes suspiró.

—Halcón Cazador se encargará de mí cuando llegue el momento. Ya me mataron una vez en el Ennegrecimiento, cuando me convertí en hombre. Lo peor que puede hacerme ahora es matarme otra vez.

—Desde luego, pero la forma de matarte podría ser muy desagradable.

Nueve Muertes frunció el entrecejo. Al entrar en la empalizada sintió la piel de gallina, una extraña sensación teniendo en cuenta que entraba en su propia aldea. Pero lo cierto es que su posición estaba en entredicho. Sería muy fácil que cualquier hombre asustado o preocupado lo atravesara de un flechazo.

No, todavía no. Acabamos de llegar. Pero dentro de un par de días, cuando el miedo que les da la Pantera comience a corroerles el alma, entonces serán peligrosos. Nueve Muertes miró nervioso a sus acompañantes. Perla de Sol caminaba como un guerrero, con cautela, alerta a cualquier peligro. Las plumas rojas y azules de su capa relumbraban.

Mientras atravesaban el pueblo la gente los miraba a una distancia prudencial. ¿Desde cuándo no entraba un poderoso brujo en su santuario?

—¿Sabes? Tal vez esto no ha sido una buena idea.

—La vida está llena de malas decisiones, pero en este momento me preocupa más mi estómago vacío que la bienvenida de tu gente.

Nueve Muertes advirtió que su hermana les miraba por una rendija de la cortina de la puerta y se dio cuenta, demasiado tarde, de que aquélla era su casa. No me negará la entrada… ¿no?

—¡Capullo de Rosa! Nueve Muertes trae invitados —gritó, para evitar una escena.

—¿Puedo hablar un momento contigo, hermano? —replicó ella vacilante, con el mentón tenso y los brazos en jarras. Por una vez su mirada había perdido su expresión irritada, sustituida por la incertidumbre.

—Perdóname un momento. —Nueve Muertes sonrió para mitigar la tensión—. Mi hermana estará preocupada porque tal vez no ha preparado un festín digno de un invitado. —Era una buena excusa. Si su hermana le negaba la entrada, él podría decir que no había nada preparado para cenar. Se llevaría una vasija con algo frío para que la Pantera y Perla de Sol comieran fuera de la empalizada.

Al entrar en la casa se encontró con Capullo de Rosa. La mujer llevaba un manto sobre el hombro izquierdo, dejando al descubierto su pecho derecho. La suave piel se ceñía con un cinto y caía en pliegues. Sus movimientos, siempre tan medidos, eran nerviosos.

Dos fuegos iluminaban el interior. Junto a la hoguera del fondo Nutria Blanca, Corteza Fina y los demás niños lo observaban todo con ojos como platos. Nueve Muertes percibió el olor a calabaza, tuckahoe y pastelillos de arroz.

—Saludos, hermana. No sabes…

—¿Es ése el brujo?

—Entre tú y yo, no. No es un brujo. No es más que un viejo.

—¿Quién es su gente? ¿Cuál es su clan?

—Bueno, yo…

Capullo de Rosa alzó las manos.

—¿Qué es esto, hermano? ¿Qué ha pasado ahí fuera? Se cuentan muchas historias.

—Estoy dispuesto a contártelo todo, pero de momento necesito que le acojas en tu casa. ¿Me harás este favor?

—¡Aquí viven mis hijos! No tengo que recordarte que…

—¡Por favor, hermana! Confía en mí sólo por esta vez.

—Está bien —replicó ella de mala gana—. Que entre a cenar. Pero sólo por esta vez.

Nueve Muertes sonrió y le besó las manos.

—Gracias, hermana.

Capullo de Rosa le miró con reproche.

—Si alguna vez te pidiera todo lo que me debes…

Pero Nueve Muertes ya se había marchado a llamar a la Pantera y Perla de Sol.

—Mi hermana está deseando conoceros a los dos.

La Pantera se echó a reír.

—¿Sabes? He estado en sitios donde los hombres son los dueños de la casa y la comida. Al principio se me hacía un poco raro, pero con los años he llegado a creer que tiene su lógica.

—Sí, yo también he oído hablar de esos pueblos. De hecho he conocido a algunos hombres entre los mercaderes que pasan por aquí. Pero si los hombres son dueños de todo, y los clanes y las familias siguen la línea paterna, ¿cómo puede estar un hombre seguro de que sus hijos son suyos? El hombre tendría que vigilar a su mujer muy de cerca, ¿no es así?

—Y lo hacen, créeme.

Si Nueve Muertes albergaba todavía recelos, pronto desaparecieron. La Pantera parecía capaz de encandilar hasta a un tejón. Emanaba un aura de Poder y miraba resplandeciente a Capullo de Rosa como si fuera su más vieja y querida amiga. Su cálida sonrisa, sus encantadores modales y su ánimo alegre le hacían parecer el pariente favorito de la familia.

—No he oído bien de qué clan eres, Anciano —comentó Capullo de Rosa, mientras la Pantera se servía una mezcla de calabaza hervida, pipas y nueces.

—Dudo que hayas oído hablar de él —contestó el viejo con una sonrisa—. Los Pasos Altos. Están al sur de aquí.

—¿Los Pasos Altos? He oído hablar de muchos clanes, pero…

De pronto se oyó una voz en el exterior:

—Bienvenido a casa, Jefe de Guerra. Tienes visita.

Nueve Muertes miró tenso a su hermana.

—Sé bienvenido, Gran Tayac —contestó. La mayor mentira de su vida.

Trueno de Cobre entró seguido de dos guerreros. Llevaba sobre el pecho su gorguera de collares de cobre, que tintineaban a su paso.

Los tatuajes de sus ojos parecían reflejar la oscilante luz del fuego. Los dos guerreros se detuvieron en el umbral, rígidos y con los brazos cruzados.

Trueno de Cobre se acercó con una sonrisa hueca, pero al ver a la Pantera vaciló. Su expresión mostró primero sorpresa y luego un destello de miedo.

—Bueno —dijo con voz grave y amenazadora—, así que ahora te llaman brujo.

El anciano no mudó su expresión risueña. Se chupó los dedos manchados de calabaza y respondió:

—He oído que te llaman el… ¿cómo era? El gran algo.

—El Gran Tayac.

—Hmmm. —La Pantera comió otro puñado de calabaza y chasqueó los labios—. Menudo cambio. De Estera de Hierba a Gran Tayac.

—¡No vuelvas a usar ese nombre! —bramó Trueno de Cobre con expresión sombría.

La Pantera frunció el entrecejo, como buscando en su memoria.

—Pero si nunca lo he usado. Me han llamado muchas cosas, pero nunca Estera de Hierba. No, no me gustaría que me llamaran así. Al fin y al cabo era tu nombre.

Trueno de Cobre se agachó delante de él, con los músculos tan tensos como si fuera a echársele encima.

—No juegues conmigo, viejo. Ya no soy el muchacho que conociste. Las cosas han cambiado.

—Sí, las cosas siempre cambian, Estera de Hierba o Trueno de Cobre o como te llames ahora. Muy bien, serás Trueno de Cobre, el Gran Tayac. Al fin y al cabo no son más que palabras. Y tú y yo sabemos que bajo la piel, envuelta en músculos, huesos y sangre, el alma sigue y seguirá siendo la misma.

—¡Te burlas de mí!

Por primera vez la expresión de la Pantera se endureció.

—Eso nunca. Nunca bromeo sobre las almas. ¿Qué has hecho? ¿Has enmascarado la tuya, has escondido las partes que querías olvidar?

Nueve Muertes observaba fascinado. Trueno de Cobre hervía de odio.

—A mí me costó muchos otoños llegar a estar dispuesto a apartar la cortina y mirar mis propias profundidades negras —prosiguió la Pantera—. Me pregunto si tú tendrás algún día el valor de mirar de cerca las tuyas.

—Yo tengo todo el valor que hace falta, viejo.

—Ya. Si le preguntas a cualquier cobarde, te responderá eso mismo. No es que dude de que estés dispuesto a enfrentarte a la muerte o a arriesgar tu vida y tu fortuna. Pero como pasa con un cristal de cuarzo, ésa es sólo una faceta del valor, Tayac.

—Gran Tayac.

La Pantera tomó otro puñado de calabaza.

—Oh, se me había olvidado.

—¡Cómo he soñado con este día! —Trueno de Cobre se lanzó como una serpiente al cuello de la Pantera—. Voy a aplastarte como el insecto que eres, Cuervo. Siente cómo se te escapa la vida mientras yo aprieto el puño. —Sus gruesos dedos comenzaron a apretar el flaco cuello del anciano.

—¡No! —Nueve Muertes se precipitó hacia ellos.

La Pantera perdió el equilibrio y cayó sobre Trueno de Cobre. Perla de Sol se había levantado de un brinco con el garrote alzado y danzaba sobre sus pies buscando el ángulo adecuado para atacar.

Para sorpresa de Nueve Muertes, el viejo los detuvo a losdos con un gesto, a la vez que llamaba la atención de Trueno de Cobre. Cuando el Gran Tayac bajó la vista dio un respingo y aflojó su presa. Un fino estilete de hueso pinchaba su piel justo debajo del esternón.

—Un momento más, Tayac, y habrías enviado tu alma a Okeus —susurró la Pantera, sin apartar el estilete—. Os merecéis el uno al otro. Recuérdalo, Estera de Hierba. Si me matas juro por el alma de tu madre que te llevaré conmigo. ¿Entendido?

Trueno de Cobre asintió con la cabeza, el odio bollándole en los ojos. La Pantera guardó su estilete. El Gran Tayac seguía moviendo las manos, como estrangulándole todavía en su imaginación.

—Hay muchas cosas pendientes entre nosotros, Cuervo.

La Pantera le miró con gesto triste y tomó otro puñado de calabaza.

—Supongo que sí, Gran Tayac. Pero dime una cosa, ¿no sería mejor que las dejaras estar? Si escarbas entre los carbones del fuego de ayer corres el riesgo de quemarte los dedos.

Trueno de Cobre hizo un gesto a sus sorprendidos guerreros y salió de la casa.

Perla de Sol bajó despacio el garrote y lo apretó contra su pecho casi jadeando.

—Bendito Ohona —susurró—. Qué poco ha faltado.

Capullo de Rosa se tocó el cuello con dedos temblorosos y el terror todavía reflejado en sus ojos. Nueve Muertes, por su parte, sentía que su corazón comenzaba a recobrarse de sus frenéticos latidos.

La Pantera se chupó los dedos.

—Capullo de Rosa, ¿te he dicho que tu calabaza está buenísima?

—Eso es todo, gracias. —Halcón Cazador despidió al guerrero. Presa que Vuela se retiró apresuradamente de la casa comunal. La cortina de la puerta quedó oscilando a su espalda.

Halcón Cazador se tocó el mentón con aire distraído. En el recinto delantero de la casa estaban las esclavas charlando junto al fuego. En cuanto Presa que Vuela se marchó, se levantaron para comenzar con sus tareas vespertinas.

Formaban un grupo variopinto. Algunas habían sido apresadas en las tierras del Mamanatowick, otras en las de los conoy, y dos, curiosamente, en territorio de los susquehannock, con ocasión de una incursión por el sur. Capturar esclavos era una señal de triunfo, un trofeo de guerra o de una incursión. A los hombres, por supuesto, se los mataba de inmediato. Sólo se conservaban las mujeres y los niños, puesto que por naturaleza eran más maleables.

Halcón Cazador se quedó mirando las llamas. La luz del fuego arrojaba un resplandor rojizo sobre la paja de las paredes y hacía danzar las sombras en los postes. La esclavitud de su pueblo era lo que ella intentaba desesperadamente evitar.

En lugar de tener a Zorro Alto seguro en sus manos, la situación cada vez se escapaba más de su control. Su fuego apenas mantenía a raya el frío de la noche y no podía iluminar la oscuridad de su alma.

A su lado se sentaban Peine de Nácar y Red Amarilla. Las esclavas las miraban de reojo mientras extendían las mantas de dormir. Presa que Vuela había informado de todo lo sucedido en la expedición a Tres Mirtos. ¿Qué haría ahora con la Pantera? ¿Deshacerse en regalos y agradecimientos, u ordenar que alguien se le acercara por la espalda y le partiera el cráneo?

—Dime, ¿qué pretendías ahí abajo? —preguntó por fin a su hija—. ¿Demostrar a todo el mundo que eres una estúpida descerebrada?

Peine de Nácar la miró con dureza.

—No tenemos nada que ocultar. No hemos hecho nada malo.

Halcón Cazador cerró los ojos.

—Mira, hija, no es cuestión de lo que hemos hecho o dejado de hacer. Se trata de controlar nuestros propios asuntos, ¿no lo entiendes?

—La Pantera no va a encontrar nada.

—¡Bien! ¿Por qué no invitamos también al Mamanatowick a que meta la nariz en nuestros asuntos? Él tampoco va a encontrar nada, ¿no?

—¡No se trata de eso! ¡No digas tonterías!

Red Amarilla se levantó.

—Si me disculpas, Weroansqua, creo que…

—¿Qué, no te interesa oír otra disputa familiar? —repuso Halcón Cazador con amargura, mirando a Peine de Nácar con los ojos entrecerrados.

—Es muy tarde. Cierva Veloz ya habrá preparado todo para dormir. Buenas noches, Weroansqua. Hablaremos por la mañana.

—Buenas noches, sobrina. —Halcón Cazador se frotó los brazos y tomó una manta de piel curtida cubierta de valoradas cuentas azules de nácar, denominadas peak. Se envolvió bien con ella, como para protegerse no sólo del frío.

»Peine de Nácar, yo sólo digo tonterías cuando tú me obligas —dijo cuando Red Amarilla se hubo marchado.

—Yo no he creado ni la mitad de problemas que Nueve Muertes. Si estás furiosa, dirige tu rabia contra él y no contra tu propia familia.

—¿Es que no ves lo que está pasando? Estamos a punto de dividirnos. Quienquiera que mató a Nudo Rojo está intentando matarnos a todos. Yo corrí un riesgo al prometer a la niña a Trueno de Cobre. Con una alianza mediante matrimonio esperaba ponerle en contra de Serpiente de Agua y Rana de Piedra, utilizarlo como si fuera un oso para eliminar a los lobos que nos amenazaban. ¿Y ahora qué, eh? ¿Ahora qué?

Peine de Nácar bajó la vista.

—Yo te lo diré —prosiguió Halcón Cazador—. Ahora tengo al oso en mi propia casa, vigilando, observando nuestros puntos débiles mientras vive entre nosotros. ¡Y no puedo echarlo! Es nuestro invitado. Si le pido que se marche, tendrá todas las excusas que necesita para cargar contra nosotros.

Peine de Nácar arrugaba nerviosa la falda de su vestido.

—Y el Mamanatowick, al sur, se está relamiendo, plenamente consciente de este desastre y sabiendo que los pueblos independientes estamos a punto de lanzarnos unos contra otros. ¿Tú crees que se quedará sentado tranquilamente en su pueblo asando castañas al fuego? Mientras tanto, al norte, la noticia llegará hasta Rana de Piedra y sus guerreros conoy empezarán a hacer preguntas y no tardarán en saber lo desorganizados que estamos. ¿Y tú crees que nuestra gente no lo entiende? ¿Crees que no tiene miedo de las consecuencias?

—Madre, yo…

—¡Espera! Déjame terminar. Pareces ignorar todo lo que deberías saber, lo que para cualquier líder debería ser obvio. Y cuando cualquier idiota habría comprendido nuestra situación, tú dejas que un conocido brujo entre en nuestra aldea. ¡Que Okeus se apiade de nosotros!

—¿No eras tú la que siempre me decía que no hay desventaja que no pueda convertirse en una oportunidad si se piensa un poco? —replicó Peine de Nácar despacio, con tono desesperado.

—Sí, parece un dicho propio de mí. Me sorprende que me escucharas.

Su hija ignoró el sarcasmo.

—Bien, pues yo he estado pensando en nuestra situación. En todo esto hay una oportunidad, tal vez mejor que la que teníamos con Nudo Rojo. Y la Pantera puede tener su papel en ella.

—Ah, ¿es que tienes alguna otra hija soltera que ofrecer al Gran Tayac?

—Yo no, pero tú sí.

—¿Yo? Pero sí… —De pronto Halcón Cazador la miró sorprendida—. ¿Tú?

—Yo.

—Eres mucho mayor que él. Casi has pasado la edad de parir.

—Todavía paso mis tres días en la casa de las mujeres. Mírame, madre. ¿Qué otra mujer de mi edad tiene un aspecto tan joven? Además, he visto cómo Trueno de Cobre me mira los pechos y las caderas.

Halcón Cazador frunció el entrecejo.

—Hace tanto tiempo que no me fijo en ti que no se me había ocurrido que al Gran Tayac le interesaras.

—Tú puedes recurrir a la familia de tu hermana para que gobierne después de ti. Yo no tengo que estar aquí. Red Amarilla es tu pariente más cercana después de mí, y luego está tu sobrino, Ciervo Alto, y tu sobrina nieta, Cierva Veloz.

—Eso suponiendo que te quedes con Trueno de Cobre, porque tú acabas con tus maridos antes de lo que tarda cualquiera en acabar con sus mocasines. Cada vez que te caso, vuelves a casa sola y embarazada.

—Si puedo concebir al hijo de Trueno de Cobre, tendremos al oso en nuestro campamento para acabar con los lobos. —Peine de Nácar sonreía, toqueteándose distraída un mechón de pelo.

—Pensaré en ello. ¿Y la Pantera? ¿Cuál es la ventaja de tenerlo aquí?

—¿Y si hacemos todo lo posible por ayudarle? ¿Y si en lugar de perseguirlo, le hacemos sentirse bienvenido?

—¿Darle la bienvenida a un brujo?

—Madre, por favor. Veamos cómo es. Tal vez no sea tan malo.

—¡Es un viajero de la noche! ¿Qué tenemos que ver?

—No estás pensando con claridad en nuestras opciones. ¿Y si podemos manipularle, utilizarlo a nuestro favor?

—No te entiendo.

—La Pantera ya ha evitado el desastre en Tres Mirtos. Supón que nos lo ganamos para nuestra causa. Si nuestra gente le tiene miedo, imagínate el miedo que le tendrán los hombres del Mamanatowick.

—Ni siquiera sabemos quién es o qué quiere.

—Pero tal vez podamos convencerle de que colabore con nosotros, que nos ayude. ¿No sería eso un arma contra nuestros enemigos?

—Estás hablando de un brujo, niña, no de un guerrero con sentido del deber. ¡A los brujos no se les da órdenes como a un Jefe de Guerra!

—Por supuesto que no, pero si pudiéramos convencerle de que nos ayudara, nuestra posición sería más fuerte. Si lo manejamos bien, la Pantera podría animar a nuestros guerreros y crear el temor en el alma del enemigo. Nueve Muertes y sus hombres ya están en deuda con él.

—A veces me das miedo.

—Madre, ¿no eras tú la que decía que lo que no conlleva riesgos no vale la pena? ¿No eras tú la que decía que a veces tenemos que negar los anhelos del corazón y utilizar la cabeza?

¿Tener un hechicero propio? Halcón Cazador se quedó pensando. Nueve Muertes había apoyado abiertamente a la Pantera. Pero ¿qué sabían acerca de él? Las historias que circulaban por los pueblos retrataban a un hombre de un Poder terrible, un hombre que hablaba con los animales, que podía encandilar al oponente más decidido. De vez en cuando iban guerreros a su isla con intenciones de matarlo, pero siempre aparecían más tarde flotando en sus canoas, muertos. Otros habían desaparecido.

Claro que, por otra parte, si pudieran conseguir que la Pantera se uniera a ellos, sería un arma muy poderosa. A pesar de sus recelos, la idea resultaba atractiva a su carácter guerrero. Últimamente estaba cansada de intentar moderar las interminables escaramuzas entre los pueblos independientes. La creciente amenaza de Serpiente de Agua la había obligado a acudir a Trueno de Cobre en un intento de romper el viejo equilibrio entre los pueblos independientes, los conoy y el Mamanatowick. ¿Y si tuviera junto a ella a Trueno de Cobre y la Pantera? Eso sí sería un legado. Se hablaría de ella durante generaciones.

—No sé… Necesito tiempo para pensar. —Halcón Cazador se tapó las piernas con la manta. Las posibilidades corrían por su cabeza como ratones—. Hay cosas que…

En ese momento se abrió la cortina de la puerta para dar paso a Trueno de Cobre y dos de sus hombres. El Gran Tayac atravesó la sala como una tormenta, entre el tintineo de sus collares.

—Tengo que hablar contigo, Weroansqua —declaró, deteniéndose jadeante ante ella con los brazos en jarras.

—Habla, Gran Tayac. — ¿Y ahora qué pasaba? Parecía que alguien le hubiera dado una bofetada. Halcón Cazador deseó, no por primera vez, tener un guardia a su espalda.

—¡Quiero a ese viejo fuera de Perla Plana esta misma noche! —exclamó Trueno de Cobre con todos los músculos tensos.

—¿Qué viejo? —Halcón Cazador mantuvo el rostro inexpresivo. Peine de Nácar tuvo al menos la sensatez de guardar silencio.

—El que se hace llamar la Pantera. ¡Quiero que se marche ahora mismo!

Halcón Cazador se envaró. ¿Cómo se atrevía a darle órdenes?

—Gran Tayac, la Pantera es un invitado igual que tú. Si su presencia te ofende, haré todo lo que pueda para que no entre en contacto contigo.

—Tú no…

—¡Alto! ¡Tú no me das órdenes en mi pueblo! Si yo estuviera en tu aldea jamás se me ocurriría utilizar ese tono. —Halcón Cazador alzó las manos para imponer calma—. Los dos estamos inquietos, Gran Tayac. Por favor, no perdamos la cabeza por una trivialidad.

Él la miró furioso, pero al final respiró hondo.

—Sí, tienes razón. Te pido perdón por mi estallido. De todas formas, si esa serpiente me provoca, no me hago responsable de las consecuencias, ¿entendido?

Halcón Cazador sintió curiosidad al ver aquella expresión de rabia e incertidumbre. ¿Qué había hecho aquel viejo para agrietar la voluntad de hierro que siempre dominaba a Trueno de Cobre?

—Gran Tayac, yo no puedo controlar a la Pantera más de lo que puedo controlarte a ti. Pero dime, ¿qué ha hecho para irritarte tanto? —preguntó, con aquella expresión de curiosidad y desafío que tan buenos resultados le daba siempre.

—¡No ha cambiado nada! Es todavía el mismo reptil arrogante, un alborotador, siempre metiéndose en… —Trueno de Cobre se interrumpió de pronto con el puño alzado y expresión de astucia—. Bien jugado, Weroansqua. Tu reputación de líder competente es bien merecida. Casi me has hecho perder el dominio de mí mismo.

—Y yo siento curiosidad. Por favor, siéntate. ¡Que alguien le traiga una infusión!

Trueno de Cobre sonrió y se sentó con la agilidad de un puma.

—Sí, me vendrá bien una infusión. Gracias.

Una de las esclavas se apresuró a cumplir la orden. Peine de Nácar se movió por primera vez desde que entrara Trueno de Cobre. El Gran Tayac se acomodó y se arregló los collares.

—Infusión de menta. Mi favorita. ¿Y qué es esto? ¿Le has añadido moras?

—Sí, es una infusión muy reconfortante en las noches frías como ésta. —Aunque Halcón Cazador se había olvidado del frío.

El Gran Tayac agarró con ambas manos la calabaza que hacía de cuenco, bebió un sorbo y soltó un gruñido de placer.

—Sí, yo conocía a la Pantera —dijo—. Al otro lado de las montañas del Sol Poniente, al suroeste del gran río llamado Guerrero Negro, nuestros caminos se cruzaron. En aquel tiempo yo viajaba con mi padre, un mercader. La Pantera se llamaba Cuervo entonces, era un mago errante que se dedicaba a esparcir rumores. No, eso es decir mucho. Digamos que se dedicaba a contar historias. Era un hombre que se abría camino entreteniendo a los grandes jefes con historias increíbles. Cuánto más fantásticas, más gustaban, y sus historias se hicieron más y más fantásticas.

—Por lo que cuentas no veo que tengamos que echarle de Perla Plana.

—No, pero también se le conocía por sus envenenamientos, asesinatos, por ser un espía. Informaba de las defensas de otros jefes, de los movimientos de partidas de guerreros. Se rumoreaba que había traicionado a varios pueblos. —Entrecerró los ojos—. Recuerda una cosa: todo lo que él te cuente, de su pasado, será mentira.

Halcón Cazador observaba al Gran Tayac, buscando alguna señal de engaño. Trueno de Cobre no emitió ninguna.

—Lo vigilaré de cerca, te lo aseguro. A la primera señal de traición, en el mejor de los casos haré que lo echen del pueblo; y en el peor, que lo quemen vivo.

Trueno de Cobre apretó los labios.

—Un último consejo, Weroansqua. Aunque sé que esto es terreno delicado, no confío plenamente en que tu Jefe de Guerra pueda echarle. Cuervo tiene la costumbre de cegar a la gente que se le acerca. Tal vez sea un auténtico brujo, a ese respecto. Sin embargo, si necesitas ayuda con este problema, no tienes más que pedirla.

Y tú estarás encantado de matarle personalmente.

—En el improbable caso de que necesite tu ayuda, no vacilaré.

Trueno de Cobre apuró su infusión y miró un instante a Peine de Nácar. Halcón Cazador advirtió que su hija se había girado ligeramente para que la luz acentuara su lustroso pelo negro, y que sus ojos parecían haberse agrandado, como si quisieran beberse el alma del Gran Tayac.

Sí, el hombre está interesado. Aquello la sorprendió tanto o más que cualquier otro evento del día. La tensión sexual entre ellos se notaba como el crepitar de una manta de zorro electrizada.

—Así que Zorro Alto ha vuelto a eludirnos —comentó Trueno de Cobre a Peine de Nácar.

—Hasta los más dignos tienen que esperar a que el Destino les haga caer en la mano la fruta madura —le recordó ella—. Tú deberías saber mejor que nadie que la guerra no siempre se gana en la primera escaramuza. La mejor recompensa es la que más cuesta. Y siempre hay un precio.

—Si tú desearas algo con todo tu corazón, ¿qué precio estarías dispuesta a pagar?

—Tal vez ya lo he pagado, Gran Tayac —respondió ella con repentina amargura—. He renunciado a todo por mi clan, por mi pueblo. Pero el precio es sólo asunto mío —concluyó, dedicándole una enigmática sonrisa.

Él se echó a reír, como si compartiera una comunicación secreta con Peine de Nácar. Le brillaban los ojos.

—Sí, no me cabe duda. Eres una mujer muy profunda. —Entonces se volvió hacia Halcón Cazador con expresión calculadora—. No sé cuál de las dos es más peligrosa, Weroansqua, tu hija o tú.

—Nos las arreglamos bien —replicó Halcón Cazador, casi esperando que Peine de Nácar dijera algo ridículo, pero la única respuesta de su hija fue alzar una ceja con expresión burlona.

—Se hace tarde —dijo Trueno de Cobre—. Gracias por la infusión. Y haz caso de mis advertencias sobre la Pantera. No te fíes de él. Ah, y yo no le dejaría acercarse a la comida. Nunca se sabe lo que puede echar en ella.

—Gracias. —Halcón Cazador inclinó la cabeza—. Estaremos en guardia, no temas.

El Gran Tayac se marchó con sus guerreros.

—Así que piensa que soy peligrosa —comentó Peine de Nácar.

—Una velada de lo más interesante —convino su madre—. Muy bien, le daremos una oportunidad a la Pantera, o Cuervo o como se llame. Como poco lo utilizaremos contra Trueno de Cobre.

—¿Y mi otra sugerencia?

—Sí, es verdad que está interesado en ti. Fascinado, de hecho. Pero ten cuidado con él, hija. No es como los otros hombres con que has estado jugando.

Peine de Nácar miraba el fuego con los ojos brillantes.

—No, no es como los otros, madre.

Al ver la expresión de su hija, Halcón Cazador sintió un escalofrío. Pero ahora no tenía tiempo para Peine de Nácar. Varios planes daban vueltas en su cabeza como los hilos de una telaraña. Tenía cosas que hacer.