El fuego teñía de bronce los rasgos de Ala de Mirlo. Detrás de él se encontraban Dos Huesos y Hacedor de Agua, sus lugartenientes.
La casa comunal estaba bien provista de pieles de ciervo y cestas llenas de nueces, castañas y avellanas. De las vigas colgaba carne, pescado seco, maíz y tabaco. El cedro que ardía en el fuego perfumaba el recinto.
El Weroance, Cazador en el Maíz, estaba sentado sobre un tocón envuelto en una piel de puma, en una posición elevada sobre los demás. La única ocasión en que el Weroance prescindía de su trono era cuando acudía a verle su hermano, el Mamanatowick.
Como Weroance de la aldea Estaca Blanca, podía exigir un gran tributo de los clanes circundantes. La mayoría de estos tributos los pasaba a su vez al Mamanatowick, que vivía a tres días de viaje hacia el sur.
En otros tiempos Cazador en el Maíz había sido guerrero. Gracias a su destreza había llegado a hacerse cargo de Estaca Blanca y de la frontera del norte. En general sus días eran placenteros.
La guerra con los pueblos independientes había llegado a un punto muerto que le ofrecía bastante estabilidad para disfrutar de su posición, y al mismo tiempo el peligro suficiente para justificar el tiempo que llevaba sin enviar tributos al sur.
Los años habían ensanchado su cuerpo, antes fuerte y musculoso, y las riquezas le habían cubierto de una gruesa capa de grasa. Los tatuajes se habían ensanchado y desvaído. De lo que antes eran amaneceres, cabezas de pájaro y líneas de puntos ya no quedaban más que sombras.
Sus gordas mejillas conferían un aspecto abotargado a su rostro. Tenía los ojos castaños, parecidos a los de un tejón, y la nariz plana. Se decía que un enemigo se la había aplastado de un garrotazo cuando era joven. Le gustaba llevar ropa fina, bien tejida y de colores vivos, más que pieles curtidas, porque afirmaba que la tela era más cálida, más ligera y más agradable a la piel. Como tantos hombres de autoridad, era un entusiasta de las joyas de cobre y estaño. Se espolvoreaba en la piel antimonio y se adornaba el pelo con trozos de tela pintados y plumas de cernícalo y urraca. Sus siete esposas le afeitaban el lado derecho de la cabeza y pasaban horas haciéndole su famoso peinado.
Ala de Mirlo siempre había desconfiado de Cazador en el Maíz, y desde su ascenso a Jefe de Guerra su recelo había crecido. El Weroance tenía algo en los ojos que le daba escalofríos. Por mucho que Cazador en el Maíz sonriera y alabara su trabajo, Ala de Mirlo no se fiaba de él.
Ahora el Weroance le miraba con gesto inescrutable. Tenía a Urraca Roja cogida de la mano, su primera esposa, diez años mayor que él, delgada y canosa. Detrás de ellos aguardaban sus otras seis esposas y sus hijos mayores.
—No pudimos hacer nada —dijo Ala de Mirlo, furioso al notar que se sonrojaba—. Nueve Muertes nos rodeó antes de que pudiéramos alzar una mano. Era como si hubiera conocido nuestra llegada.
—¿Ah, sí?
Ala de Mirlo miró en torno al atestado recinto.
—Supongo que Percebe ya no está aquí.
—No. —Cazador en el Maíz estaba inmóvil. Sólo movía el pulgar en la mano de Urraca Roja—. Se marchó un día después que tú, hacia el sur, tengo entendido. Sin duda para atosigar al Mamanatowick con historias sobre Halcón Cazador y Trueno de Cobre y el frustrado matrimonio.
—¿Estás seguro de que fue hacia el sur?
Cazador en el Maíz parpadeó despacio, como una tortuga en una mañana fría. No necesitaba contestar.
—Bueno —suspiró Ala de Mirlo—, estaría bien poderle echar la culpa.
—Así que te rodearon…
—Sí, Weroance. No tuve más remedio que transmitir tu mensaje a Nueve Muertes, puesto que penetrar más en su territorio habría implicado una dura pelea y muchas muertes, y no habríamos tenido garantías de que tu mensaje hubiera llegado a su destino. —Ala de Mirlo sonrió sombrío—. Los muertos no hablan.
Después de lo que pareció una eternidad, Urraca Roja susurró algo al oído de su esposo. Cazador en el Maíz asintió con la cabeza y esbozó una sonrisa hueca.
—No, los muertos no hablan. Pero parece que mi Jefe de Guerra tampoco.
Ala de Mirlo tensó el mentón y se balanceó adelante y atrás sobre los talones. La sonrisa del Weroance se ensanchó.
—Pero está bien. No te hemos nombrado Jefe de Guerra para que cuentes historias, ¿no es así? Tu trabajo es ganar batallas, y si vienes a confesar tus fallos de inmediato, por lo menos no tengo que preocuparme de que andes conspirando a mis espaldas. Por eso puedo confiar en ti.
—Sí, Weroance.
—Muy bien. Así que transmitiste mi mensaje a Nueve Muertes. ¿Qué dijo?
—Que se lo pasaría a Halcón Cazador palabra por palabra, y yo sé que es verdad.
—¿Y cómo lo sabes, sin haberlo oído tú mismo?
—Porque se trata de Nueve Muertes. Igual que tu Jefe de Guerra, él también es sincero con su Weroansqua.
La sonrisa de Cazador en el Maíz se congeló.
—Te arriesgas demasiado, Ala de Mirlo, sobre todo siendo un hombre que ha fracasado en su misión. Yo esperaría que un Jefe de Guerra tuviera un poco de iniciativa para cumplir con sus deberes.
—Entonces tal vez, si el Weroance me permite terminar con mi informe, verá que su Jefe de Guerra no carece de una cierta iniciativa. —No lo provoques si no quieres que te queme vivo. Ala de Mirlo sonrió para mitigar la tensión—. Escúchame, por favor, Weroance. Sabiendo que Nueve Muertes mandaría seguirnos para asegurarse de que salíamos de su territorio, corrimos como conejos, pero sólo hasta acallar sus sospechas. Luego Dos Huesos y yo dimos media vuelta y avanzamos escondidos en el bosque para ver qué pasaba en Perla Plana.
—Ah. —Por primera vez Cazador en el Maíz pareció relajarse.
—Nos acercamos y vimos cómo llevaban el cuerpo de la joven Nudo Rojo a la empalizada. Colgaba de un poste, yerto como una pieza de caza.
—¿Qué?
—Eso era lo que quería decirte, jefe. Nudo Rojo ha muerto. Y los guerreros de Perla Plana estaban tan desmoralizados que olvidaron apostar vigilancia. Dos Huesos y yo pudimos acercarnos a escuchar. ¡Y lo mejor es que alguien la asesinó!
Por unos momentos el único sonido en la casa fue el crepitar del fuego.
—¿Quién? —preguntó por fin Urraca Roja con los ojos brillantes.
—No lo sé. Muchos sospechan de nosotros, puesto que nos encontraron en su territorio. Algunos sospechan de Zorro Alto, el hijo de Púa Negra. Corrían muchos rumores. Otros decían que había sido Trueno de Cobre, y había quien acusaba a Halcón Cazador. Puesto que no fueron mis guerreros, el culpable tiene que ser alguno de los otros.
—¿Y tú no viste señales de otros incursores? Tal vez los conoy…
—No, Weroance. En la aldea se decía que Nudo Rojo no había sido violada. No se llevaron ningún trofeo, no dejaron huella. No ha sido una cuestión de guerra, sino un asesinato.
Por primera vez Cazador en el Maíz se echó a reír, con carcajadas profundas que le sacudieron todo el cuerpo.
Nueve Muertes y Mazorca de Piedra se encontraban en el embarcadero, alejados de los guerreros que se preparaban para volver a Perla Plana. La niebla se había levantado, fundiéndose con el cielo nublado. El agua de la ensenada estaba tranquila por una vez. Eso acortaría el viaje.
Nueve Muertes ladeó la cabeza observando a Jklazorca de Piedra, que arañaba con aire distraído un fresno. Parecía obtener un perverso placer hundiendo la uña del pulgar en la corteza para arrancar pequeñas medias lunas del tronco.
—Creo que lo he entendido bien, Jefe de Guerra. Si me mandas cobre, tengo que llevar a Zorro Alto a Perla Plana. Si me envías una punta de flecha, tengo que matarle a la primera ocasión. Si me mandas una pluma de pájaro es que has encontrado al asesino y puedo volver a Perla Plana. Mientras tanto, si alguien intenta hacerle daño tengo que protegerle con mi vida e informarte de inmediato de la identidad del agresor. —Mazorca de Piedra reflexionó un momento—. Unas instrucciones muy curiosas, Jefe de Guerra.
Nueve Muertes se puso las manos en las caderas.
—Es una situación muy curiosa… o no estaría aquí hablándote de esta forma. Por mucho que mi corazón haya comprendido tu decisión de avisar a Púa Negra de mi llegada, lo cierto es que actuaste en mi contra. En otros tiempos te habría confiado mi vida. Si haces esto por mí, tal vez vuelva a confiar.
—Hice lo que hice por salvar mi honor.
—Ya sé lo que hiciste y por qué. Si no fuera por tu honor, dejaría a otro en tu lugar. Pero entiende bien, Mazorca de Piedra, que esto quede entre tú y yo. Si la Weroansqua ordena la muerte de Zorro Alto, no te enviaré la punta de flecha. Sólo la mandaré si estoy totalmente seguro de que Zorro Alto mató a Nudo Rojo.
Mazorca de Piedra sonrió, aliviado.
—Confío en ti, Jefe de Guerra.
—Y, en este asunto, yo también confío en ti. —Nueve Muertes le miró muy serio—. No debes hablar de esto con nadie. Por lo que respecta a Púa Negra, estás aquí sólo para vigilar a Zorro Alto, para que no escape y para velar por los intereses de la Weroansqua.
—Entendido.
Nueve Muertes alzó una ceja.
—He estado investigando. Nadie de tu clan está involucrado en esto.
—Gracias, Jefe de Guerra.
—Ve con cuidado, viejo amigo. —Nueve Muertes vaciló un instante antes de darle una palmada en el hombro—. Recemos para que te envíe una pluma. Si es la punta de flecha, matar a Zorro Alto puede costarte la vida.
Mazorca de Piedra frunció el entrecejo y arrancó otro pedazo de corteza.
—Si Zorro Alto mató a Nudo Rojo, merece morir por lo que nos ha hecho a todos. Daré mi vida con gusto. Y nadie podrá decir que he muerto sin honor.
—Es cierto.
Nueve Muertes se volvió. La Pantera se acomodaba en la canoa de Perla de Sol. Tal vez los problemas estaban a punto de terminar en Tres Mirtos, pero empezarían de verdad en cuanto llegaran a Perla Plana. El Jefe de Guerra se despidió de Mazorca de Piedra con un gesto y se acercó a los guerreros, que ya estaban metiendo las canoas en el agua.
Reza para que Okeus te permita encontrar la solución a todo esto. Al dar las instrucciones a Mazorca de Piedra, había actuado sin la aprobación de su Weroansqua. Ni siquiera el dios oscuro podría ayudarle si ella llegaba a enterarse.
La Pantera tenía el mentón apoyado en la mano, olvidado de momento del agua que chapaleaba a sus pies. Los árboles de la orilla iban pasando en silencio. El único sonido era el agua contra el casco, el goteo de los remos y los murmullos de los guerreros de la pequeña flota.
Sabía que debería estar pensando en lo que le diría a Halcón Cazador, pero toda su atención se centraba en la vieja esclava. No podía tratarse de ella. ¡Era imposible!
El viejo se agitó, haciendo balancear la canoa. Perla de Sol remaba de forma completamente maquinal.
—¿Tú sabes algo de Polilla, la vieja esclava?
La niña se encogió de hombros.
—Hueso de Monstruo la capturó antes de que yo naciera. Era la esposa de uno de los Weroances del Mamanatowick. No era del clan del Mamanatowick, pero se había unido a él por matrimonio.
La Pantera apretó el puño.
—¿Te acuerdas del nombre de ese Weroance?
—Hmmm… Era algo sobre el fuego…
—¿Fuego Blanco? —preguntó la Pantera en un murmullo.
—Sí, eso es. Tiene gracia que se llamara Fuego Blanco, porque cuando lo quemaron se quedó todo negro.
—Bendito Ohona.
—¿Anciano? —Perla de Sol dejó de remar y se volvió preocupada hacia él. Se había quitado la capa de plumas, que llevaba sobre las rodillas. Su fino vestido de ante tenía largos flecos en las mangas y la falda, lo cual acentuaba su delgadez. Sólo su rostro aguileño tenía un poco de forma, aunque era demasiado redondo, de ojos demasiado grandes—. ¿Estás bien, Anciano?
La Pantera respiró hondo. Tenía la sensación de que un gigante le estrujaba el corazón.
—Sí… Estoy bien.
Las canoas iban dejando estelas en forma de V al sortear las olas que venían de la bahía Agua Salada.
¿Cómo podía cambiar tanto un ser humano? En aquella vieja no quedaba ni rastro de la hermosa mujer que él había conocido. — ¿O acaso es que no quisiste verlo?— ¿Qué había dicho ella? Que había pasado toda una vida.
—¿Tú sabes lo que pasó, Perla de Sol? ¿Cómo la capturaron?
—Serpiente de Agua acababa de convertirse en Mamanatowick, heredando el título de su padre… ¿cómo se llamaba?
—Agalla Azul.
—Eso, Agalla Azul. Cuando murió, Serpiente de Agua se convirtió en el gran jefe. Se rumoreaba que quería hacerse un nombre por sí mismo y entonces declaró la guerra a todos los pueblos independientes. En lo más crudo de la guerra, Hueso de Monstruo marchó al sur con un pequeño grupo de guerreros, hacia la aldea Appamattuck. Nadie les esperaba. Hueso de Monstruo logró salvar la empalizada y capturó a Fuego Blanco y su mujer.
—¿No se llamaba Palo Dulce?
—Creo que sí. Los guerreros cruzaron con ella todo el territorio del Mamanatowick y la trajeron a Tres Mirtos. Entonces Hueso de Monstruo envió decir a Serpiente de Agua que tenía a su hermano Fuego Blanco y a su mujer. Pedía por ellos un rescate. Quería cambiarlos por territorio.
—Y Serpiente de Agua dijo que no —adivinó la Pantera—. Mejor un hermano mártir para consolidar su territorio que un posible adversario.
—No lo sé. —Perla de Sol seguía remando.
Yo sí. La Pantera dejaba colgar el brazo por la borda. El agua fría empezaba a entumecerle la mano. Ojalá pudiera entumecerme igual el alma.
Pero no podía, ni siquiera después de tantos años. La herida seguía allí, lista para sangrar de nuevo.
El cielo resplandecía con la luz del atardecer. Las ramas desnudas de los árboles creaban, sobre el fondo de naranjas, amarillos, violetas y púrpuras, un encaje oscuro que se reflejaba en las aguas tranquilas de la bahía. Dos bandadas de gansos volaban graznando.
Halcón Cazador, al oír el grito del centinela, salió de su casa. Apoyada en el umbral para mantener el equilibrio, se afianzó sobre su bastón y echó a andar, cojeando pero decidida. Peine de Nácar salió a su vez de uno de los almacenes y se acercó a su madre.
—¿Hay noticias? —preguntó.
—No tengo ni idea. El centinela acaba de avisar de que vuelven los guerreros. Por lo demás, sé tanto como tú.
—Ya era hora de que llegaran. Han tardado demasiado.
Halcón Cazador gruñó entre dientes.
—La guerra rara vez proporciona gratificación inmediata. Si Nueve Muertes se ha tomado un día más, sin duda tenía sus razones. Aprende a tener paciencia, niña, o nunca serás una líder.
—Pensaba que querías que aprendiera disciplina.
—Eso también, y últimamente has excedido mis expectativas. Casi tanto que me preocupa.
Peine de Nácar la miró de reojo.
—Madre, puedo ser tan fríamente práctica como tú. Yo también puedo acallar las voces de mi alma y hacer oídos sordos a los anhelos de mi corazón. He intentado decírtelo muchas veces.
Salieron de la empalizada para encaminarse al embarcadero, donde ya se reunía una multitud.
—Una decena, dos decenas, tres decenas… —fue contando la Weroansqua a medida que las canoas llegaban a la playa—. Cuatro decenas y cuatro. O sea, dos hombres más de los que salieron de aquí. ¿Cómo? ¿Ni una sola baja? ¿Y no hay nadie herido?
—Tal vez la incursión fue perfecta. —Peine de Nácar puso los brazos en jarras—. Nueve Muertes puede hacer maravillas cuando se lo propone.
—Es difícil de creer. No hay incursión perfecta. ¿Tú ves a Zorro Alto?
—No. Pero en la primera canoa viene Perla de Sol, la amiga de Zorro Alto. ¿Y quién es el anciano que va tras ella?
Halcón Cazador entornó los ojos. La gente se arracimaba en torno a los guerreros, entre risas y bromas. La Weroansqua captó algunas palabras: «Atrapados… banquete… buenos tiempos…». Y luego oyó: «¡La Pantera! ¡El brujo!».
Mientras ella avanzaba la gente retrocedía y el silencio se extendía sobre lo que había sido una cálida bienvenida. Halcón Cazador se frenó en seco cuando Perla de Sol ayudó a salir al viejo de la canoa.
El hombre se frotó las caderas y dio unos pasos con cautela, como si le dolieran los huesos después de la larga travesía. Tenía el pelo revuelto y enredado, y se cubría los hombros con una manta vieja y manchada. Pero su fiero Poder ardía en su rostro arrugado.
Halcón Cazador se adelantó cojeando.
—¿Qué pasa aquí? ¿Dónde está Zorro Alto?
Nueve Muertes sacó sus armas de la canoa y miró a la multitud y luego al Anciano antes de enfrentarse a Halcón Cazador.
—Zorro Alto está en Tres Mirtos, Weroansqua. Ha habido un cambio de planes.
—¿Un cambio de planes? —Halcón Cazador contuvo su primer impulso de montar en cólera. No; esperaría hasta oír toda la historia.
—Yo decidí dejarlo en Tres Mirtos —apuntó el Anciano, acercándose a ella—. ¡Excremento de murciélago! Ya no aguanto estar sentado tanto tiempo. —Sostuvo la mirada pétrea de Halcón Cazador, esbozando una sombría sonrisa—. Me llaman la Pantera —anunció con voz de mando.
Los hombres retrocedían atropellándose unos a otros. La rabia de Halcón Cazador se tornó miedo.
—¿El brujo? ¿Y qué haces aquí?
—He venido para poner un poco de calma en esta locura. He venido para determinar la verdad sobre la muerte de Nudo Rojo. Esta niña —prosiguió, señalando a Perla de Sol— vino a mí para pedirme que estableciera si Zorro Alto mató a tu nieta. Ahora está ligada a mí. ¿Lo entiendes? —añadió con tono de sutil amenaza.
Halcón Cazador aferró su bastón.
—Aquí no te necesitamos, hechicero.
—¿Ah, no? —La Pantera señaló a los guerreros agrupados detrás de Nueve Muertes—. ¿Preferirías que tus hombres estuvieran ciegos? Es difícil ver cuando tu cabeza está clavada en un poste de la empalizada de Tres Mirtos.
Halcón Cazador miró a Nueve Muertes, que hizo un cauteloso gesto de asentimiento.
—Nos estaban esperando, Weroansqua. Nos metimos en una trampa. Púa Negra nos habría matado a todos, pero la Pantera impidió el desastre. Yo… todos le debemos la vida. Cuando los demás habían perdido la cabeza, él habló con sabiduría. Te suplico que oigas lo que tiene que decir.
Halcón Cazador sentía un vacío en el estómago. Las piernas apenas la sostenían, pero su orgullo la obligó a sostener la penetrante mirada del brujo.
—¿Y qué pretendes hacer aquí?
—Ya te lo he dicho. Voy a descubrir al asesino de tu nieta.
—¿Por qué? —terció Peine de Nácar—. Esto no es asunto tuyo.
—Porque me lo han pedido. —La Pantera tensó las rodillas para que no le flaquearan—. Si me pedís que me marche, tendré que preguntarme cuál es la razón. Esa petición podría despertar en mí una gran curiosidad.
—¡No tenemos nada que ocultar! —exclamó Peine de Nácar apretando los puños—. Por mí puedes investigar todo lo que quieras. —Con estas palabras dio media vuelta y se abrió camino entre la multitud.
Halcón Cazador suspiró. Cualquier ventaja que pudiera haber tenido acababa de derretirse como el hielo en primavera.
—No quiero tener en mi pueblo a un viajero de la noche.
Los ojos de la Pantera parecían relucir.
—No habrá ninguna brujería en Perla Plana, por lo menos de mi parte. Te doy mi palabra ante Ohona y Okeus. Ya te dicho por qué he venido. —De pronto sonrió—. Y por lo que he visto y oído, creo que me necesitas.
Halcón Cazador intentaba contener las náuseas. ¿Se atrevería a decir que no? Las historias que circulaban sobre aquel hombre y su Poder oscuro eran terribles.
—Yo respondo de su palabra —terció Nueve Muertes, colocándose al lado de la Pantera—. Pero como siempre, Weroansqua, acataré tu decisión.
Halcón Cazador intentaba pensar. ¿Qué lazo había entre Nueve Muertes y aquel temido brujo? La gente la observaba, esperando sus órdenes. ¿Se atrevería a echar al brujo? Que Okeus se llevara su alma. Si la suerte de Perla Plana se torcía, el desastre caería sobre su cabeza como una roca. Si echaba al brujo no podía saberse qué mal se precipitaría sobre ella.
—Oiré lo que tengas que decir, Pantera. Luego decidiré qué hacer contigo. Tienes sólo un día para convencerme. —Halcón Cazador hizo un gesto para que la gente se retirara, pero indicó a Nueve Muertes—: Tú quédate, Jefe de Guerra.
Todos se alejaron sin dejar de mirar a la Pantera.
—Ahora dime, Nueve Muertes, ¿qué significa todo esto?
Nueve Muertes relató lo sucedido en Tres Mirtos, sin omitir nada.
—Así que lo he traído, Weroansqua —concluyó.
La Pantera mantenía su mirada firme, mientras que Perla de Sol observaba con gesto cauteloso a la gente que se alejaba. La niña había crecido una mano desde el último otoño, aunque todavía no había desarrollado curvas de mujer. Con su vestido gris parecía una vara de sauce.
—Parece que debo agradecerte la vida de mis guerreros —dijo Halcón Cazador—. Pero lo cierto es que no te quiero en mi pueblo.
La Pantera suspiró mirando hacia la empalizada, donde se iba reuniendo la multitud.
—Lo entiendo, Weroansqua. Yo en tu lugar tampoco me querría, pero aquí estoy. Al principio no quería hacerme cargo de esta tarea, y sin embargo mi curiosidad ha podido más que yo. Hay demasiadas cosas que no tienen sentido en esta triste situación. Zorro Alto es el mayor sospechoso, y podría resultar que es realmente el culpable, pero hay mucha gente sensata que no lo considera un asesino. —Se interrumpió un momento—. ¿Y tú, Weroansqua? ¿Quién crees que mató a Nudo Rojo? ¿Y por qué?
—La mató Zorro Alto —gruñó ella—, porque Nudo Rojo estaba prometida con otro.
—Demasiado fácil. Además, mi corazón no puede considerarle un asesino.
—¿Tu corazón? ¿Consideras las cosas con el corazón? Yo tengo entendido que los animales te cuentan secretos.
Nueve Muertes se tensó al ver que la Pantera arrugaba el entrecejo. Ah, le han tocado un punto débil.
—A veces —admitió la Pantera—, pero no en esta ocasión. No, mis cuervos sólo me avisaron de la llegada de Perla de Sol, pero no han dicho nada sobre el asesino de Nudo Rojo.
—Una lástima. Tal vez deberías preguntarles y dejarnos en paz.
La Pantera miraba con aire distraído la última luz.
—Si mis cuervos averiguan la verdad, vendrán a decírmela. Pero lo cierto es que preferiría adelantarme a ellos.
—Weroansqua —suplicó Nueve Muertes—, por favor, ya tenemos bastantes problemas. Si la Pantera puede resolver la situación, ¿por qué no permitir que lo intente?
Halcón Cazador le clavó su dura mirada.
—No comprendo cuál es tu papel en esto, Jefe de Guerra.
Nueve Muertes tensó los hombros, como esperando un golpe.
—Yo confío en él, Weroansqua. Y tú misma me dijiste que si podía encontrar una alternativa a la guerra con Tres Mirtos, te aferrarías a ella.
Sí, lo había dicho, ¿no? Había jurado en nombre del dios oscuro… ¡Y de qué le había servido! Halcón Cazador se humedeció los labios.
—Te doy un día, brujo. —Al pronunciar la frase sintió un nudo en el estómago—. Pero no quiero que duermas dentro de la empalizada, ¿entendido? Y, Jefe de Guerra, el hechicero es responsabilidad tuya. Quiero que lo vigiles constantemente.
Tras estas palabras se dio media vuelta, clavando furiosa el bastón en el suelo. De aquello no podía salir nada bueno. ¡Nada en absoluto!