Esa misma noche, cuando las estrellas comenzaban a encender sus fuegos, ocurrió lo que Perla de Sol sabía que ocurriría. Alzó la cabeza y vio a sus dos primas acercarse por la plaza. Tenía un nudo en el estómago, pero no se movió. Estaba sentada entre Nueve Muertes y la Pantera. Sabía lo que Pájaro Rojo y Lomo Blanco querían. Siempre hacían de mensajeras de su tío Diente Serrado.
Perla de Sol envaró los hombros y las esperó mirándolas a los ojos. Las gemelas habían visto diez y siete otoños. Llevaban capas de ante sobre sus anchos hombros y se habían recogido el pelo en un moño a un lado de la cabeza. Las dos tenían ojos lobunos, nariz aguileña y labios gruesos. Pájaro Rojo sonrió, y Perla de Sol tuvo que hacer un esfuerzo para no estremecerse.
—Te reclaman, Perla de Sol.
—Sabía que vendríais tarde o temprano, primas.
—¿Quién quiere ver a Perla de Sol? —terció la Pantera, mirando a las gemelas con recelo.
Lomo Blanco se puso tensa.
—Su tío Diente Serrado. Quiere hablar con ella de las cosas que ha hecho… de que se haya entregado a ti, brujo.
La Pantera se levantó para acompañarla, pero Perla de Sol lo detuvo.
—No, por favor. Quiero ir sola. Volveré en cuanto pueda.
El viejo volvió a sentarse.
—Si me necesitas no tienes más que llamarme.
—Así lo haré, Anciano.
Sus primas la guiaron por la plaza hacia la casita de su madre. Perla de Sol caminaba con la frente alta y la vista clavada en sus espaldas. No quería mirar a la gente que atestaba la plaza. Notaba que todos retrocedían ante ella, señalándola, murmurando. Al fin y al cabo, había avergonzado a su familia declarando su amor por Zorro Alto, para luego volver a casa acompañada por el brujo más temido del mundo. ¿Qué esperaba, que la recibieran con los brazos abiertos?
Las estrellas iluminaban los tejados de paja y la empalizada. Las nubes surcaban el cielo teñidas de plata. Al acercarse a la casa de su madre Perla de Sol aminoró el paso e intentó contener las náuseas. Domínate. No pueden verte así.
Su antigua vida ordenada se había desintegrado ante sus ojos, desvanecidos todos sus santuarios. Ya no podía acudir a su familia, a Zorro Alto o a su clan. Los guerreros que en otro tiempo eran amigos ahora acechaban en el bosque, esperando una ocasión para asesinarla. Lo único que le quedaba, de lo único que podía estar segura, era ella misma.
Pájaro Rojo y Lomo Blanco apartaban en ese momento la cortina de la puerta, anunciando:
—Hemos traído a tu sobrina Perla de Sol.
La niña aguardó ante la hoguera exterior. ¿De verdad habían pasado sólo cuatro días desde que escuchara allí la conversación entre su madre y su tía? Parecía más bien toda una vida.
Diente Serrado, alto y fornido, salió seguido de la madre de Perla de Sol y la tía Hebra de Hoja, matrona del clan. Los ancianos colocaron alfombrillas en torno al fuego y se sentaron. Nadie la miró siquiera.
Diente Serrado se apartó de los ojos el largo pelo blanco. Era el hermano mayor de su madre, con tres veces diez y nueve otoños. Tenía profundas arrugas y una nariz plana que ocupaba gran parte de su rostro.
—Pájaro Rojo y Lomo Blanco, os podéis ir —dijo.
Las primas se marcharon a su propia casa, cerca de la empalizada, a veinte pasos de distancia.
Perla de Sol cruzó los brazos debajo de la capa. La gente de la plaza mantenía una respetable distancia, pero todas las miradas se clavaban en ella. Incluso la Pantera la observaba con preocupación. A Perla de Sol le conmovió. Al fin y al cabo ella sólo era una esclava.
—Aquí estoy, tío. ¿De qué quieres hablar conmigo?
La tía Hebra de Hoja la miró sin disimular su disgusto.
—¡Eres una niña tozuda y estúpida que no conoce su deber para con su clan! —exclamó—. Por eso estás aquí.
Perla de Sol no respondió. Su madre cerró los ojos. Diente Serrado flexionó las rodillas y se abrazó las piernas.
—Sobrina, ¿estás bien? —preguntó. Como siempre que la sermoneaba, su voz sonaba suave y comprensiva—. Al ver que llegabas al pueblo nos preocupó que no acudieras a tu familia, como deberías.
—Estoy bien, tío. Pero ya no pertenezco a mi clan. Me he entregado a la Pantera.
—¡Que te…! —exclamó Hebra de Hoja—. ¡Tú no tienes derecho de entregarte a nadie! Eres del clan Cangrejo Estrella. ¡Eres una niña y perteneces a tu clan!
Perla de Sol la miró sin parpadear.
—Sin embargo, me he entregado.
—¿Y el brujo te aceptó? —preguntó Diente Serrado.
—Sí, tío.
Su madre ocultó la cara entre las manos. Perla de Sol deseó acercarse a consolarla, pero parecía clavada al suelo. Si se sentaba sin que su tío le diera permiso, violaría una vez más su deber.
Diente Serrado la miró con ceño.
—¿Por qué lo has hecho, sobrina? ¿Para herir a tu familia? Comprendo que te sintieses atrapada y dolida después de los gritos que hubo en la plaza hace cinco días. Pero ¿por qué no acudiste a mí? Yo te habría escuchado y habríamos encontrado una solución.
—Tío, me he entregado a la Pantera a cambio de que él ayudara a Zorro Alto, porque yo… yo amo a Zorro Alto.
—Tú sólo has visto diez y cuatro otoños. Ni siquiera eres una mujer. ¡No sabes nada del amor! Y no sólo eso, sino que además tu querido Zorro Alto amaba a una mujer de Perla Plana. ¿Es que no lo sabías?
—Sí, lo sabía.
—Que me conste, Zorro Alto nunca ha correspondido a tus sentimientos. Bueno, es verdad que erais amigos, pero nada más. Era evidente.
—Sí, hasta yo lo veía —murmuró su madre, mirándola con lágrimas en los ojos. Su largo pelo negro enmarcaba su rostro ovalado y acentuaba sus pómulos anchos y sus labios llenos. Tenía las manos temblorosas, entrelazadas en el regazo—. Te lo dije, ¿no es verdad, Perla de Sol? Te dije que no era hombre para ti, que…
—Gracias a los dioses mi familia no me permitió casarme con el hombre que amaba cuando era una niña —terció la tía Hebra de Hoja—. Resultó un holgazán sin ninguna dignidad. Se marchó de mercader al oeste con una Tribu desconocida. Si me hubiera casado con él, hoy estaría allí, muriéndome de hambre y acarreando estiércol para fertilizar las semillas.
Perla de Sol sentía el pecho tan henchido de amor por Zorro Alto que le costaba respirar.
—Yo habría ido a cualquier parte con Zorro Alto —dijo con voz trémula—. No me habría importado lo que quisiera hacer mientras estuviera con él…
—Entonces eres más estúpida de lo que pensaba —aseveró Hebra de Hoja con voz gélida—. ¡Lo has demostrado de sobra! Primero corres a entregarte al hombre más malvado del mundo, un viajero de la noche, y luego vuelves a casa y te comportas como si no tuvieras familia. ¡Eres imbécil del todo!
Actuar como si uno no tuviera familia era un acto de egoísmo y orgullo, significaba hacer daño a propósito a las personas más cercanas. No podía decirse nada peor de alguien excepto acusarlo de incesto. Perla de Sol miró las llamas mientras hacía acopio de valor. No podía permitir que vieran su dolor. Hebra de Hoja se lanzaría sobre ella a la menor señal de debilidad, como una gaviota acechando a un cangrejo.
—Tío, no puedo retirar la promesa que he hecho a la Pantera. Él aceptó mi oferta. Si quieres decirle que no puede tenerme, estás en tu derecho. Eres de mi familia. Pero te ruego que no lo hagas.
Diente Serrado alzó la vista con gesto triste.
—¿Por qué, sobrina?
—No importa cuántos otoños haya visto, conozco mi corazón, tío. —Se llevó la mano al pecho—. Prometí a Zorro Alto que le ayudaría, y prometí a la Pantera entregarme a él en cuerpo y alma. No voy a romper esas promesas. De modo que si le dices a la Pantera que no puede tenerme, seguiré siendo suya a pesar de todo. Iré donde él quiera y haré lo que me pida. No…
—¿En cuerpo y alma? —repitió Hebra de Hoja—. ¿Qué significa eso? ¿Acaso ese viejo asqueroso se ha metido dentro de ti, niña? ¿Es eso lo que intentas decirnos, que nos has avergonzado una vez más?
—Oh, no, benditos espíritus —murmuró su madre—. No será verdad…
A Perla de Sol le temblaban las rodillas.
—Si él lo deseara, madre, yo no podría impedírselo. Le pertenezco. Pero no me ha hecho daño, ni siquiera me ha tocado todavía. Ha… ha sido muy bueno conmigo.
—¡A esta niña hay que darle una paliza! —aulló Hebra de Hoja.
Perla de Sol sintió que el mundo moría alrededor de ella. Todos se volvieron a mirarla. Los pájaros se quedaron en silencio en los árboles.
—Si yo fuera tu tío, niña, te azotaría con una vara de sauce hasta hacerte gritar. ¡Te dejaría cicatrices que no sanarían jamás!
—Eso no me haría romper mis promesas, tía.
—¡Me he esforzado tanto! —exclamó su madre, con la cara surcada de lágrimas—. Al morir tu padre, cuando tenías cinco años, me diste una razón para vivir, Perla de Sol. Me necesitabas y yo te quería mucho. Intenté…
—Y ya ves lo bien que te ha salido —ironizó Hebra de Hoja—. Las niñas deben ser obedientes, modestas y trabajadoras. ¡Y Perla de Sol es cualquier cosa menos eso! ¡Mírala, con ese ridículo garrote al cinto! ¡Y con esos aires de arrogancia cualquiera diría que es una Weroansqua!
Perla de Sol tenía el estómago revuelto y le costó contener las náuseas. Lo que decía su tía era cierto. Se había vuelto contra todo lo que le habían enseñado. Pero cuanto más la denigraban y humillaban, más decidida se sentía, como si saliera a la superficie una desconocida que hasta entonces había habitado oculta entre sus huesos.
—Tío, si has terminado conmigo, la Pantera tiene tareas para mí.
Hebra de Hoja se levantó con una cruel sonrisa.
—Que se vaya. Yo no la conozco. Esta niña no es digna del clan Cangrejo Estrella. Ya no es miembro de mi clan —añadió mientras entraba en la casa.
—¡Espera! —exclamó su madre—. Hebra de Hoja, no lo dirás en serio, ¿verdad? ¿O sí? Ay, Perla de Sol, ¿cómo has podido hacernos esto? Si Hebra de Hoja te expulsa del clan… que Okeus se apiade de mí, ni siquiera podré hablar contigo.
Diente Serrado se frotó la cara.
—Por favor, Perla de Sol, pide perdón a tu tía. Suplícale que…
—Es demasiado tarde —afirmó Hebra de Hoja—. He hablado en serio. Perla de Sol queda expulsada del clan. Desde este instante está prohibido hablar con ella. No podéis mirarla ni tocarla. ¡Se acabó!
Diente Serrado se levantó y echó a andar hacia la plaza cabizbajo y con los hombros hundidos. Todo el mundo se acercó para hacerle preguntas.
Perla de Sol se quedó mirando a su madre, que se balanceaba sujetándose el vientre, llorando en silencio. Cuando por fin regresó junto a la Pantera, las rodillas apenas la sostenían. Se dejó caer al lado del Anciano, concentrada en el sordo latido de su corazón.
—Nueve Muertes, ¿te importa que sigamos hablando más tarde?
—En absoluto, Anciano. Estaré por aquí.
Una vez el Jefe de Guerra se marchó, la Pantera tocó el brazo de Perla de Sol.
—Crees que lo has perdido todo, pero no es así.
—Soy una paria.
—Mi querida niña —repuso él suavemente. Sus ojos brillaban como iluminados por un fuego interior—, escúchame. La gente se pasa la vida tejiendo capullos en el alma, capullos llamados «clan», «familia», «yo». Casi todos se aferran a esos capullos en su corazón como si su vida dependiera de ellos, no dejan que nada nazca en su interior porque les aterroriza lo que pueda salir. A ti acaban de darte la oportunidad de ver lo que saldrá de esas crisálidas. No la desaproveches. Las alas son algo muy hermoso.
Perla de Sol quería responder, preguntarle qué quería decir con eso, pero si abría la boca sólo saldría un grito. De modo que cerró los ojos y asintió con la cabeza.