11

Nueve Muertes había acampado con sus hombres en la pequeña arboleda que había sido su trampa mortal. Entre las ramas se veían los nubarrones. De las vasijas que había al fuego emanaba el aroma de un guiso de maíz, bellotas y pescado.

El Jefe de Guerra miraba ceñudo las llamas. En toda su vida jamás había sufrido un cambio de circunstancias tan rápido. Esa misma mañana iba a emprender la incursión más intrépida y audaz de su vida, pero en un abrir y cerrar de ojos se había visto acorralado y atrapado. Y justo cuando el enemigo se disponía a imponerle una derrota total, la Pantera lo había salvado del desastre.

Y ahora aquí estoy, felizmente vivo, pero no más cerca de la solución de mi dilema ni de la salida de este cenagal.

Dos manos de tiempo antes los guerreros de Tres Mirtos les habían devuelto a regañadientes sus canoas, de modo que no sólo habían sobrevivido por capricho del brujo, sino que incluso podían alejarse de aquel desastre.

Cualquier hombre con dos dedos de frente habría echado a correr sin vacilar.

Nueve Muertes se rascó la oreja. Él siempre se había considerado un hombre bastante inteligente. Pero, por mucho que el corazón le ordenara salir disparado, su testarudez lo mantenía allí, para ver el resultado de la llegada de la Pantera a Tres Mirtos.

Se había inquietado ante cada uno de los giros del asunto de Nudo Rojo, y a medida que las cosas se desarrollaban, el tema se tornaba todavía más turbio.

—Jefe de Guerra. —La voz de Presa que Vuela interrumpió sus pensamientos—. Mira.

La Pantera se acercaba hacia ellos a través del claro que había entre los árboles y el pueblo. La joven Perla de Sol le seguía con aspecto receloso. Llevaba la capa sobre el garrote que se había atado al cinto y que parecía demasiado grande para ella. A través de la tela de su delgado vestido rojo se notaban sus pechos incipientes. ¿De verdad esa niña quería en serio ser guerrera? En otras circunstancias Nueve Muertes se habría echado a reír. Ahora se levantó y se limpió las manos.

—Que vengan —dijo a su lugarteniente—, pero no les quites el ojo de encima. Si ves algo sospechoso me avisas de inmediato.

—Muy bien.

La Pantera se dirigió a la hoguera de Nueve Muertes, se sentó sin ceremonia y tendió las manos al calor. Su piel oscura, callosa y arrugada parecía cuero seco. Perla de Sol se quedó de pie a su espalda. Tal vez el viejo actuara despreocupadamente, pero la niña estaba alerta ante los guerreros de Perla Plana que la miraban ceñudos. Era una niña muy valiente, sobre todo siendo tan pequeña y flaca.

—Va a ser una noche fría —dijo la Pantera a modo de saludo—, aunque no tanto para esta estación. Podría ser peor. Estando tan cerca del solsticio he visto apilarse nieve hasta la altura de la cadera.

—Sí, he oído hablar de esos inviernos —contestó Nueve Muertes. Agarró un palo y se puso a girarlo, esperando.

La Pantera se frotó las manos.

—¿Has visto alguna vez la niebla que viene del mar?

Nueve Muertes alzó una ceja.

—Sí.

—El asunto de Nudo Rojo es como esa niebla densa. No se ve con claridad. La niña ha muerto y ahora todos andan a ciegas, queriendo ver su muerte según su capricho.

—Eso crees, ¿eh?

La Pantera sonrió.

—¿Por qué si no intentarían desangrarse dos pueblos que han sido amigos durante años?

Nueve Muertes no contestó.

—Ah. A juzgar por tu expresión debería creer que querías morir esta mañana —comentó el viejo.

—No seas estúpido.

La Pantera le miró como si viera su alma a través de la piel.

—Mira, vamos a ser sinceros. De todos los desafíos a que se enfrenta el hombre, la sinceridad es el más difícil. Así que dime, Jefe de Guerra, sólo por esta vez, en este instante, ¿podrías ser sincero?

Nueve Muertes ladeó la cabeza.

—¿Por qué tendría que serlo?

—¿Por qué no? ¿O es que tal vez sabes quién mató a Nudo Rojo… y no es Zorro Alto, eh?

—¡Desde luego que no! Eso es… es… —Nueve Muertes acalló sus protestas al mirar al anciano. En ese mismo instante nació en su interior el respeto por él—. Muy bien. Sí que es posible que seas un brujo, porque sabes ver las almas, ¿no es así?

La Pantera se encogió de hombros.

—Es cierto que te conozco, Nueve Muertes. Te traicionaste al quedarte aquí después de que te devolvieran las canoas. De haber sido tú el asesino, habrías huido más deprisa que un pato asustado, sabiendo que no podías capturar a Zorro Alto. Y lo mismo habrías hecho de estar protegiendo al asesino.

—Tal vez es que soy un asesino muy listo. Tal vez quería hacerte pensar justamente eso.

—¿Por qué? —preguntó la Pantera—. ¿Qué importa lo que yo piense?

—No, no importa, pero… —Se interrumpió—. Eres muy listo, brujo.

—Dime, ¿podemos ser sinceros tú y yo? Tu respuesta dependerá de si quieres saber de verdad lo que le pasó a Nudo Rojo.

—Podría decirte que voy a ser sincero, y aun así mentir.

—Sí, pero ¿lo harás?

Nueve Muertes se echó a reír.

—Muy bien, brujo, desde este momento seré sincero contigo.

—Pues si vamos a eso, me molesta que me llamen brujo. He conocido a unos cuantos, y no me parezco a ellos. Para ser un viajero de la noche hay que pagar un precio terrible. En primer lugar no estoy dispuesto a dar tanto de mí mismo, y en segundo lugar no deseo las cosas que desea la mayoría de los brujos. La posesión de las almas es algo deprimente y horrendo.

—¿De veras?

—Dime, Jefe de Guerra, ¿para qué querría alguien con dos dedos de frente tener atrapada el alma de un hombre en una vasija? ¿Y si se escapa y se mezcla con la tuya? Yo no sé tú, pero a mí ya me desconcierta bastante mi propia alma sin necesidad de que la de otra persona la ataque y confunda.

Nueve Muertes sonrió a su pesar.

—Nunca lo había pensado así.

—Supongo que no. Casi nadie lo piensa así. —La Pantera hizo una pausa—. ¿De verdad crees que Zorro Alto mató a esa niña?

Nueve Muertes se encogió de hombros.

—Estaba en el cerro. Ella había ido a encontrarse con él. ¿A quién debo considerar culpable?

—No oigo convicción en tu voz, Jefe de Guerra.

—¿Tú qué sabes de lo ocurrido esa mañana?

—Te contaré lo que Zorro Alto me dijo. —Después de relatar la historia del joven, el viejo concluyó—: Aunque la verdad es que no estoy seguro de que no fuera él.

En ese momento Perla de Sol le miró horrorizada y, como si tuviera ojos en la espalda, el viejo añadió:

—He venido por Perla de Sol, para averiguar lo que sucedió de verdad. Seguiré mi investigación hasta donde me lleve. De momento aceptaré la palabra de Zorro Alto. Incluso le creo a medias.

—Pero salió huyendo —señaló Nueve Muertes.

—Es poco más que un muchacho, con Ennegrecimiento o sin él. Se dejó dominar por el pánico. Ya estaba metido en un buen lío sólo por pedir a Nudo Rojo que huyera con él. Estaba hundido hasta la cintura en arenas movedizas. Al encontrar el cadáver de la niña se sintió hundido del todo. Tenía demasiado barro en los ojos para ver con claridad.

Nueve Muertes se removió incómodo.

—Hay algo que no encaja en todo esto desde el principio. —A continuación relató los eventos de la mañana que desapareció Nudo Rojo: la búsqueda, la aparente indiferencia de Trueno de Cobre, cómo Cierva Veloz había descubierto a Ala de Mirlo y la subsiguiente emboscada de los guerreros de Cazador en el Maíz—. Sauce, un joven cazador, encontró el cadáver. Entonces comprobamos que Nudo Rojo había sido asesinada. En la mano tenía un collar, un collar hecho de perlas, con un diente de tiburón…

Perla de Sol contuvo el aliento.

—¿Qué, niña? —preguntó Nueve Muertes.

—No, nada, sólo un escalofrío. —Perla de Sol se cerró la capa, pero no pudo disimular su miedo.

—Tal vez es sólo que no me gusta Trueno de Cobre, pero yo habría esperado que mostrara otra actitud ante el asesinato de la mujer con la que iba a casarse. Halcón Cazador también está jugando su propio juego, y tampoco parece muy afectada. Peine de Nácar, por otra parte, siempre ha sido una mujer de sangre caliente y estaba dispuesta a dar la orden de atacar a Cazador en el Maíz, convencida de que los guerreros de Ala de Mirlo habían matado a la niña.

—Trueno de Cobre no aconsejó ir a la guerra.

—No. Es como una araña esperando el momento oportuno. No hará nada hasta que su presa sea vulnerable.

—Como el sol sale por el este… —La Pantera suspiró y movió el hombro como si le dolieran los huesos.

—¿Qué decías?

—No, nada. Después de tantos otoños en mi isla llegué a preguntarme por qué había abandonado el mundo. Ahora me acuerdo: por la gente. Las cosas no cambian nunca.

—Somos como somos, Anciano, descendientes de Okeus en un mundo que él ayudó a moldear.

—Nunca se lo perdonaré —aseguró la Pantera y rio—. Así que te hueles gato encerrado, ¿eh, Jefe de Guerra? Pues yo creo que alguien está creando niebla, procurando que no veamos nada. —Se rascó la axila. La luz del fuego se reflejaba en sus ojos—. ¿A quién beneficiaría más la muerte de Nudo Rojo?

—Al Mamanatowick, porque de ese modo se rompe cualquier posible alianza con Trueno de Cobre y de paso se fomenta la confusión entre los pueblos independientes. Pero Zorro Alto también tenía razones para matarla, porque iba a perder a la mujer que amaba. Tal vez incluso Trueno de Cobre, que podría estar jugando a un juego que no comprendemos.

—Sauce —susurró Perla de Sol.

La Pantera se volvió.

—¿Sauce? ¿El cazador que encontró su cadáver?

La niña acarició su garrote.

—Él… bueno, él también quería a Nudo Rojo. Había intentado conquistarla, impresionarla. Cuando ella se fijó en Zorro Alto discutieron. Sauce le dijo a Zorro Alto que la dejara en paz, o él mismo se ocuparía de que nunca volviera a pisar la aldea Perla Plana.

La Pantera arqueó una ceja.

—Tengo que hablar con ese joven.

—¿Hablar? —preguntó Nueve Muertes.

—Por supuesto, Jefe de Guerra —contestó el viejo con una sombría sonrisa—. Ya te he dicho que pienso llegar al fondo de este asunto. Esta mañana al llegar comprobé que la niebla ha oscurecido la visión de todo el mundo, incluyendo la tuya. Ahora tengo curiosidad. Y tú mismo debes admitirlo: ¿quién podría ver esto con claridad sino la Pantera?

—¿Y qué quieres de mí?

El viejo sonrió.

—Dos cosas. En primer lugar tu ayuda y, en segundo lugar, lo más difícil: que sigas siendo sincero.

Era una situación curiosa, pensó la Pantera mientras caminaba con Perla de Sol por los campos de tabaco en barbecho hacia la empalizada de Tres Mirtos. Nueve Muertes podía haber sido uno de esos jefes de guerra arrogantes y agresivos, llenos de orgullo. Pero en cambio había encontrado en él a un hombre sobrio y considerado.

—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó la niña, que caminaba medio paso por detrás. Estaba cayendo la tarde.

—Lo que haría cualquiera con dos dedos de frente al ver un fuego a punto de expandirse: echar un poco de agua. ¿Cómo podría encontrar al asesino de Nudo Rojo si los hombres se matan unos a otros y se juran una enemistad a muerte?

—Anciano… —Perla de Sol se puso a su lado. Se había recogido el pelo en una trenza que colgaba sobre su hombro izquierdo, acentuando así su rostro redondo y sus grandes ojos—. Eso que dijiste antes sobre Zorro Alto… No creerás que él mató a Nudo Rojo, ¿verdad?

Ah, qué sencilla inocencia llenaba el alma de esa niña.

—Lo que dije era verdad: llegaré al fondo del asunto. Nunca prometí creer en la inocencia de Zorro Alto. Si es así, haré todo lo que pueda por demostrarlo, pero si averiguo que es el asesino… bueno, por mucho que lo quieras, tendrá que sufrir las consecuencias de sus actos. ¿No estás de acuerdo?

Ella frunció el entrecejo y bajó la vista.

—Supongo que sí.

—¿Lo supones? Mira, niña, existen tres clases de personas: las extraordinarias, las mediocres y los casos perdidos. Tú acudiste a mí con el espíritu de una persona extraordinaria… ¿y ahora me dices esto?

—Es que yo misma he estado pensando qué haría si resulta que Zorro Alto mató a Nudo Rojo…

—¿Y qué has decidido?

—Yo le quiero, Anciano. No podría ver cómo le rompen los brazos y las piernas y lo arrojan al fuego.

—Todo tiene su precio, Perla de Sol. Todos debemos pagar por nuestros errores, como le pasará a Zorro Alto si mató a Nudo Rojo, como averiguaste tú cuando viniste a mi isla y te entregaste a mí. Dime, de haberse dado el caso contrario, de haber sido tú acusada, ¿crees que Zorro Alto se habría comportado como tú?

—Me gustaría pensar que sí.

—¡Bah! ¿Te gustaría? ¿Qué significa eso? A mí me suena a esos babeos de niño con los que la gente se engaña.

Ella suspiró.

—Tú no piensas muy bien de Zorro Alto, ¿no?

La Pantera se detuvo a la puerta de la empalizada.

—No, Perla de Sol. Aunque su padre sea el Weroance de Tres Mirtos, aunque pertenezca a un clan poderoso, siempre será un mediocre, temeroso de dar el paso que lo convertiría en una persona extraordinaria. Será un hombre sin compromisos, sin lo que hace falta para ser un gran líder. A diferencia de ti, no pagará el precio de ser extraordinario.

Perla de Sol arrugó la frente y tocó su garrote.

—No lo entiendo, Anciano. Zorro Alto corrió un gran riesgo al pedir a Nudo Rojo que escapara con él. Estaba dispuesto a renunciar a todo. ¿Acaso eso no es pagar un precio?

—Contéstame, Perla de Sol… Supongamos que tú estuvieras en su lugar. Le has pedido al amor de tu vida que huya contigo y de pronto lo encuentras muerto, recién asesinado. ¿Qué es lo primero que harías? Piensa antes de hablar y sé sincera contigo misma y conmigo.

—También lo he pensado, Anciano, y la verdad es que no lo sé. Suponiendo que no hubiera sucumbido al pánico, como Zorro Alto, creo que habría… Bueno, no estoy segura. No es lo mismo pensarlo que hacerlo.

—¡Loable sabiduría! Muy bien, Perla de Sol. Pero yo diría que incluso si hubieras huido aterrada, cosa que dudo, habrías vuelto para aceptar tu responsabilidad y enfrentarte a las consecuencias.

—Espero que tengas razón, Anciano.

—Sería lamentable que no fuera así. He olvidado más cosas de las que creía sobre los hombres. Anda, ahora vamos a ver a ese Púa Negra.

Cruzaron la empalizada por el estrecho pasaje entre los muros. Por los resquicios entre los postes se podía disparar desde una relativa seguridad. Pasaron junto a cuatro guerreros que montaban guardia. La Pantera advirtió los gestos de protección que hacían con los dedos. Que Ohona le ayudara si alguien caía enfermo y moría, o si alguien cazaba un ciervo que no tuviera corazón o hígado. Los hombres podían ser muy violentos e irracionales en lo concerniente a la brujería.

Nariz Grande los recibió a la entrada del pueblo.

—¿Qué quieres, Pantera? —preguntó a prudente distancia.

—Vengo a ver a Púa Negra, Weroance de Tres Mirtos.

—Sígueme. Pero te advierto que al menor indicio de problemas haré lo que sea necesario para proteger a mi jefe y mi pueblo.

—No esperaría menos de un guerrero responsable.

Nariz Grande miró a Perla de Sol.

—¿Y tú qué pintas en todo esto, niña?

—Yo pertenezco a la Pantera —respondió ella impasible—. Hago lo que él me dice.

Nariz Grande dio un respingo.

—¿Que perteneces…?

—Sí. Le he entregado mi alma. Pero no ha sido mediante brujería, Nariz Grande. Lo hice por voluntad propia. Serviré a la Pantera con mi vida. ¿Lo entiendes?

Nariz Grande tragó saliva y los guio deprisa entre las casas, a través de la plaza con su enorme hoguera ritual y los postes Guardianes, hasta la casa comunal de Púa Negra.

—Esperad un momento. Voy a anunciar vuestra llegada al Weroance. —Y con estas palabras los dejó solos.

—Si de verdad fuera un brujo —dijo la Pantera—, aprovecharía esta oportunidad para convertirme en búho y provocar el caos. ¡Menuda incompetencia! ¿A quién se le ocurre dejar solos a dos peligrosos enemigos como nosotros?

—Anciano, Nariz Grande es conocido por su habilidad en la batalla, no por su inteligencia.

—Ya entiendo por qué.

En ese momento el guerrero les indicó desde la puerta que entraran. La Pantera se detuvo nada más entrar. El olor a humanidad, comida, tabaco y el maíz que colgaba de las vigas le provocó una oleada de recuerdos: su infancia, una casa como aquélla, los ruidos de los cacharros, los juegos, las risas, las historias… Casi veía a su tío, dándose palmadas en las rodillas mientras contaba la historia del tiburón que había intentado matar desde su canoa sin más arma que un remo.

En su casa de la isla no existían aquellos aromas. El único olor era el de la paja mohosa.

No, aquél era olor de gente, de un lugar donde vivían muchas personas y no sólo un viejo eremita con reputación de brujo.

¿Desde cuándo no entrabas en una casa comunal? Por lo menos diez y dos otoños… ¿O eran diez y tres?

—¿Estás bien, Anciano? —preguntó Perla de Sol.

La Pantera parpadeó y respiró hondo, consciente de pronto de que le estaban mirando. Ahuyentó sus recuerdos y se acercó al fuego, donde esperaba Púa Negra. A su derecha estaba sentado Zorro Alto. A un lado había tres mujeres junto a las camas, esclavas a juzgar por su ropa, con expresión asustada. Una de ellas, una anciana de pelo gris con una horrible quemadura en la cara, parecía sorprendida, como si conociera a la Pantera. Pero cuando el viejo la observó, intentando reconocerla, ella se dio la vuelta.

—Bienvenido, Anciano —saludó Púa Negra, señalando las alfombrillas ante el fuego. Tenía el brazo izquierdo hinchado y amoratado. Era evidente que le dolía—. Siéntate y acepta nuestra hospitalidad.

—Gracias, Weroance. Que Ohona te proteja. —La Pantera se sentó con un crujido de huesos. Perla de Sol se quedó en pie tras él, con el garrote entre sus brazos cruzados.

—Tengo que hablar con la Pantera. Puedes marcharte, Perla de Sol —dijo Púa Negra—. Seguro que tu familia querrá escuchar tus últimas aventuras.

—Ahora está conmigo —terció el viejo—. Perla de Sol obedece mis órdenes.

—¿Qué significa eso?

—Díselo, Perla de Sol —pidió la Pantera.

—Me he entregado a la Pantera, Weroance. Ya no tengo clan ni familia.

—Es el precio de mis servicios —informó el viejo.

Púa Negra estaba pálido, la inquietud se leía en sus ojos. Era todavía un hombre apuesto, a pesar de los años y las canas. Las marcas de la edad enfatizaban su perfecta nariz, sus vivaces labios y sus delicados rasgos.

—Te leo el pensamiento, Púa Negra —aseguró la Pantera—. Nada de esto ha sido cuestión de brujería. Perla de Sol se entregó a causa de Zorro Alto. —El viejo se volvió hacia el muchacho—. Así que más vale que no hayas sido tú el asesino de Nudo Rojo, porque lo que está en juego no es sólo tu vida.

Zorro Alto bajó la vista. Púa Negra se removió.

—Muy bien, si fue su deseo, Perla de Sol es responsabilidad tuya. Y ahora dime, Anciano, ¿a qué has venido?

—He venido por el asunto de Nudo Rojo.

—Mi hijo no ha hecho nada —declaró Púa Negra apretando el puño.

La Pantera entrelazó las manos y apoyó el mentón.

—Si no ha sido él, debemos averiguar quién lo hizo.

—No necesitamos tu ayuda, como tampoco te necesitábamos esta tarde. Tu llegada ha sido menos que oportuna. Esta noche estaríamos celebrando nuestra victoria sobre el enemigo. Lo teníamos todo bajo control hasta que tú…

—Ah, «el enemigo». Ya veo. Corrígeme si me equivoco, pero ¿muchos de esos guerreros no son amigos tuyos? ¿Acaso no has compartido incursiones con Nueve Muertes? ¿No habéis peleado codo con codo en defensa de tu territorio? ¿Estás seguro de que no tienes ningún pariente en las tierras de Perla Plana? —La Pantera asintió con sarcasmo—. Sí, ya veo que todo está bajo control, tanto que estabas a punto de matar a los de tu propio pueblo.

—¡Las cosas cambian!

—¿Significa eso que tienes que lanzarte de cabeza como una ballena hacia una playa? Weroance, he venido para averiguar qué sucedió, y lo haré. Pero tú debes tomar una decisión. ¿Me ayudarás, o intentarás ponerme obstáculos? Si decides ir contra mí, tendré que preguntarme por qué. Y en ese caso, podría sentirme tentado de considerarte un enemigo. Mírame, Púa Negra. ¿De verdad quieres oponerte a la Pantera?

Púa Negra sólo sostuvo su mirada un instante.

—Sólo un estúpido se opondría a un viajero de la noche.

—Sobre todo un estúpido con el brazo herido. Nunca se sabe qué podría meterse en esa herida. De hecho y viendo cómo se ha hinchado, yo recomendaría drenarla con un punzón de hueso, y luego aplicar una cataplasma de hoja de tabaco para extraer el veneno.

—Lo siento, Anciano. Tal vez la herida me está afectando el juicio. No pretendía ofenderte.

La Pantera calibró el miedo en sus ojos y sonrió con benevolencia.

—Bien, veo que nos entendemos. Ahora dime, ¿qué sabes de todo este asunto?

El Weroance se frotó la cara, miró a Zorro Alto y se encogió de hombros.

—Sé que mi hijo no mató a Nudo Rojo. Zorro Alto no es un asesino, Anciano.

—Ya. ¿Y eso por qué?

—Sólo Okeus sabe por qué, pero el caso es que al chico le cuesta incluso matar a un ciervo. Es… bueno, un incompetente. No se parece ni a su madre ni a mí. Es como si… —Hizo un gesto con la mano—. Es como si hubiera nacido de… —¿Sí?

—No, nada, es que me exaspera. El caso es que siempre estoy enfadado con él. ¡Zorro Alto nunca hace nada a derechas! Ni siquiera supo enamorarse bien.

El muchacho bajó la cabeza, tan alicaído como un cachorro medio ahogado. Perla de Sol dio un paso hacia él.

—Quieta, niña —ordenó la Pantera.

Ella vaciló.

—Como prefieras, Anciano.

—Es culpa mía —murmuró Púa Negra—. Todo culpa mía.

—¿Y dónde está la madre del muchacho?

—Su madre está… muerta —respondió el Weroance sin apartar la vista del fuego.

—¿Y no enviaste al chico de vuelta a su clan, con el pueblo de su madre?

—No. La madre de Zorro Alto era del clan Sol de Nácar, y su familia de la aldea Arroyo Pato. Yo, siendo del clan Sanguinaria, pedí al clan Sol de Nácar el privilegio de educar a mi hijo. Como Weroance podía darle todo lo que necesitara.

—Ajá. —La Pantera se tocó la barbilla—. ¿Y cuándo murió su madre?

—Hace mucho tiempo. Justo después de que él naciera.

—¿Y no volviste a casarte?

—No. Tenía a mi hijo. Mi corazón… Bueno, nunca encontré sitio en él para otra mujer.

—El dolor es una emoción muy poderosa. —El viejo miró a Zorro Alto de reojo. Había heredado los hermosos rasgos de su padre, sus hombros anchos, los brazos musculosos. Aquellos ojos castaños podían muy bien derretir el corazón de cualquier mujer—. Pero siendo Weroance, me parece raro que no tuvieras una segunda mujer.

—Yo no era Weroance por entonces. El Weroance era mi hermano, Hueso de Monstruo. Zorro Alto nació cuando mi esposa y yo estábamos de viaje. Habíamos ido al norte a comerciar con los susquehannock. Durante el parto… No sé, ella sangraba y sangraba… Nunca se recuperó.

—Debió de ser un viaje muy difícil.

—Sí —respondió Púa Negra con la mirada perdida—. Okeus estaba en mi contra. Sólo un día después de mi vuelta, mi hermano murió. Su casa se incendió en plena noche, tal vez saltó alguna chispa a la paja. El caso es que Hueso de Monstruo murió en su cama. A mí ya no me quedaba nada aquí… excepto mi hijo.

La Pantera miró el techo de paja, negro de hollín. En caso de incendio, los ocupantes podrían escapar, puesto que las casas normalmente ardían de arriba abajo. A veces, sin embargo, si soplaba viento o la gente dormía profundamente, se quemaban familias enteras.

—Así que heredaste a tu hermano. ¿De esa manera te convertiste en Weroance?

—Sí. He hecho siempre lo mejor para mi pueblo… incluso si eso significaba no volver a casarme.

—Pues yo quiero que hagas todavía más por tu pueblo —afirmó la Pantera. Púa Negra alzó la vista sorprendido—. Quiero que prepares un banquete para los guerreros de Perla Plana.

—¿Un banquete? ¿Para esos…?

—Así es.

—¿Cómo te atreves…?

—Piénsalo bien, Weroance —le interrumpió la Pantera con una sonrisa—. ¿O prefieres que cuente a todo el mundo la visión que he tenido? Casas vacías, tierras baldías, la empalizada derruida, la plaza cubierta de malas hierbas. Y allí donde hoy juegan los niños, sólo hay fantasmas olvidados por sus descendientes esclavizados. Por donde antes caminaban los orgullosos clanes Piedra Verde, Sanguinaria y Sol de Nácar, ahora sólo pasan los guerreros del Mamanatowick.

—¿Ese es el futuro que ves, Anciano?

—Uno de ellos. Hay muchos futuros. También veo uno en el que se canta el nombre de Púa Negra, el hombre que salvó de la guerra y la devastación a los pueblos independientes gracias a su piedad y sabiduría. En este futuro tú das de comer a tus enemigos y los perdonas por cometer un error terrible, pero comprensible.

—¿Y entonces tú descubrirás quién mató a Nudo Rojo? —preguntó Púa Negra—. ¿Nos estás ofreciendo una salida?

—Así es.

—Aunque yo esté de acuerdo, ¿qué pasa con Nueve Muertes?

—Tengo la impresión de que es un hombre inteligente y considerado. También está buscando una salida.

—Nueve Muertes no es más que un Jefe de Guerra, Anciano, una herramienta. Ha venido siguiendo órdenes. Al final deberás tratar con Halcón Cazador. Fue ella quien envió a Nueve Muertes, y ella ha decidido que Zorro Alto mató a su nieta. ¿De verdad crees que querrá la paz?

—Ya me encargaré de Halcón Cazador a su debido tiempo —aseguró la Pantera—. Ella tendrá que tomar sus propias decisiones, pero yo puedo ofrecerle una alternativa. Halcón Cazador aceptará o declinará mi ayuda siguiendo los dictados de su conciencia.

—¿Y si te echa a patadas de Perla Plana?

La Pantera frunció el ceño.

—Ni siquiera Halcón Cazador se atrevería a echarme.

Púa Negra suspiró y abrió los brazos.

—Muy bien, Anciano. Mañana celebraremos un banquete para los guerreros de Perla Plana. —Hizo una pausa, apretando de nuevo contra su pecho el brazo herido—. Los perdonaré e intentaré hacer las paces con Nueve Muertes.

—Bien. Ahora veamos ese brazo. Te lo curaré.

Mientras examinaba la herida, la Pantera notaba la mirada de la vieja esclava, royéndole el alma como con dientes de rata.