El frío viento del noroeste levantaba olas de cresta blanca en la ensenada de Tres Mirtos. El agua opaca y gris parecía furiosa contra todo lo que estuviera vivo. Las raíces resistían sus embates, esforzándose por proteger el frágil suelo.
Los nubarrones se acumulaban hacia el sureste, dando un aspecto todavía más desolado a las ramas desnudas de los árboles.
La niebla rodeaba la empalizada de la aldea, humedeciendo los postes. Las casas cubiertas de paja ofrecían un aspecto sombrío. El humo bordeaba los tejados antes de disiparse en el viento.
No era un día para viajar. La canoa cabeceaba entre las olas en dirección al embarcadero. Su único ocupante llevaba una manta de paño sobre la capa de plumas y se cubría la cabeza con una gorra de castor. De vez en cuando dejaba el remo para achicar con un caparazón el agua que entraba por la borda.
En cuanto el casco tocó tierra, un grito se oyó en la aldea. Para cuando el hombre había sacado la canoa a la playa varios hombres habían salido de Tres Mirtos con los arcos preparados.
—Traigo importantes noticias para Púa Negra —exclamó el recién llegado, alzando las manos.
Púa Negra salió de la empalizada arropado en una manta.
—Yo soy Púa Negra, Weroance de Tres Mirtos. ¿Quién…? ¿Mazorca de Piedra? ¿Eres tú?
—Sí, Weroance. ¡Traigo noticias!
Púa Negra se detuvo en seco.
—¿Qué noticias podría traerme el lugarteniente de Nueve Muertes?
—El lugarteniente de Nueve Muertes no te trae nada, pero Mazorca de Piedra, hijo de Pez Azul del clan Cangrejo Estrella, viene a advertirte que Nueve Muertes está reuniendo guerreros en este mismo momento para atacar Tres Mirtos.
Entre los hombres que rodeaban a Púa Negra se oyeron susurros y maldiciones. El Weroance alzó la mano para acallarlos.
—Muy bien, ya estamos avisados. ¿Y tú? ¿Por qué has venido?
—Mi madre y mis hermanos viven en Tres Mirtos. Aunque yo esté al servicio de Halcón Cazador o Nueve Muertes, no puedo atacar a mi propia familia.
—¿Y qué planea Nueve Muertes?
—Atacarte por sorpresa. Quiere lograr con astucia lo que tal vez fracasaría por la fuerza. Espera atacar una hora antes del amanecer, capturar a Zorro Alto y escapar deprisa.
—¿Y si nos resistimos?
—Espera haberse marchado antes de que puedas organizar una resistencia. Quiere entrar y salir sin matar a nadie, si es posible. —Mazorca de Piedra miró inquieto los árboles que poblaban la orilla, a menos de un tiro de flecha de la empalizada—. Llegará aquí con sus guerreros en plena noche. Si el viento es adecuado, impedirá que su olor llegue a los perros de la aldea.
—Ya veo. Bien, nos prepararemos. ¿Y quieres hacerme creer que tú te unirás a nosotros, que lucharás contra Perla Plana?
—No, gran Weroance. Aunque me cueste la vida, jamás levantaría la mano contra Nueve Muertes. Él me ha salvado el pellejo más de una vez. De la misma forma que no quiero tomar parte en el asesinato de mi familia y mi clan, tampoco puedo empuñar las armas contra mi Jefe de Guerra.
—¿Entonces qué harás?
—No lo sé, Weroance. Yo sólo quería advertirte que el ataque de Nueve Muertes es inminente. Ahora me marcho. Cuando todo esto termine…
—De eso nada. —Púa Negra hizo un gesto y dos guerreros se adelantaron blandiendo sus garrotes.
—¿Qué significa esto? —repuso furioso Mazorca de Piedra.
—Significa que puedes haber venido para engañarme. Menudo insensato. ¿De verdad creías que te dejaría marchar, para que puedas informar a Nueve Muertes de que le estaremos esperando?
Mazorca de Piedra respiró hondo y se quedó mirando la arena mojada a sus pies.
—¿Es que han desaparecido del mundo el honor y el buen juicio?
—Atadle —ordenó Púa Negra—. ¡Y preparaos! Nueve Muertes vendrá por mar e intentará desembarcar en plena noche.
—¿Y si Mazorca de Piedra nos ha mentido? —preguntó alguien—. ¿Y si Nueve Muertes viene por el sur a campotraviesa?
—También estaremos preparados. —Púa Negra miró a Mazorca de Piedra con los ojos entornados—. Y si ése es el caso, sabremos que el honorable Mazorca de Piedra ha intentado engañarnos. Entonces, yo mismo le partiría el cráneo.
Nueve Muertes casi creía que Okeus estaba en su contra desde el principio.
Sólo consiguió reunir a la mitad de sus hombres, pues los demás habían desaparecido misteriosamente. De la mayoría se dijo que habían salido «de caza». Luego, después de discutir el plan de ataque, Mazorca de Piedra había desaparecido. ¡Precisamente él! Y cuando la pequeña flota de canoas puso rumbo a la ensenada Tres Mirtos había estallado una tempestad. Dos piraguas se inundaron y los guerreros tuvieron que arrastrarlas a nado a la orilla para vaciarlas antes de volver a salir. Finalmente, cuando los hombres temblaban empapados y abatidos, la lluvia se convirtió en nieve fangosa.
Nueve Muertes, con su certero sentido de la orientación, los había guiado hasta los árboles justo al norte de Tres Mirtos. Allí se apiñaron en la oscuridad, calados hasta los huesos, tiritando de frío y completamente desanimados.
—¿Qué te parece? —preguntó Presa que Vuela, agachado tras un fresno.
Nueve Muertes se enjugó el agua del rostro entumecido.
—No se oye nada. Sólo a un idiota se le ocurriría salir una noche como ésta. Tal vez, después de todo lo que hemos pasado, el tiempo sea un aliado.
—¿Un aliado? —Presa que Vuela escurrió los bajos de su camisa—. Tengo las pelotas tan encogidas de frío que casi no puedo tragar.
—Bueno, supongo que si eres de los que tragan con las pelotas no sabes reconocer un aliado ni teniéndolo delante de las narices.
Una ráfaga de viento los salpicó de lluvia. Nueve Muertes ladeó la cabeza. Tenía un presentimiento, algo que no lograba comprender del todo.
Buscó en el cielo alguna señal de luz. ¿Cuánto tiempo quedaba hasta el amanecer? El mal tiempo obraba en contra de los defensores de Tres Mirtos, pero también de los atacantes. Nueve Muertes y sus hombres necesitaban ver con claridad para salvar la empalizada, encontrar a Zorro Alto, que sin duda se encontraba en la casa comunal de Púa Negra, y luego retirarse a sus canoas sin perderse.
Nueve Muertes pensó cuán terrible era la oscuridad.
—Muy bien —dijo por fin—. El viento viene del norte, sopla a nuestra espalda y se dirige a la aldea. Eso nos ayudará a orientarnos. Si no recuerdo mal estamos a menos de un tiro de flecha de la empalizada. Que todo el mundo se tome de la mano, para no separarnos. Cuando lleguemos a la empalizada habrá que buscar la puerta a tientas. Luego esperaremos hasta que haya algo de luz.
—De acuerdo —murmuró Presa que Vuela. No parecía muy convencido, pero transmitió la orden.
—Vamos.
Nueve Muertes tomó la mano de Presa que Vuela. La oscuridad caía sobre él como si quisiera asfixiarle el alma. Presa que Vuela tiritaba tanto que le castañeteaban los dientes.
Echaron a andar, paso a paso. Nueve Muertes se sentía cada vez más preocupado. ¿Por qué? ¿Habría alguna zanja en el camino? No, no la recordaba.
A su mente acudió la imagen de un día de verano no hacía mucho tiempo: tres niños corriendo entre risas con una reata de perros, jugando a la bola y el palo mientras los perros ladraban.
—¡Alto! —susurró el Jefe de Guerra, apretando la mano de Presa que Vuela.
—¿Qué pasa?
Nueve Muertes había comprendido por fin lo que le preocupaba.
—El viento sopla a nuestra espalda, pero ni un perro ha ladrado al percibir nuestro olor.
—Tal vez todos los perros están dentro.
Nueve Muertes notaba la inquietud de sus hombres. Sus miedos se habían contagiado.
—Piensa, Presa que Vuela. Tú conoces a Púa Negra. Estaba esperando algo así. ¿Crees que habría metido dentro los perros?
—Pues… no. No; es verdad. No sería nada propio del hombre que luchó a nuestro lado contra Serpiente de Agua.
Nueve Muertes se mordió el labio. Un hilillo de agua helada le corría por el cuello.
—Es una trampa. Alguien hace callar a los perros. Media vuelta. Tendremos que cambiar de planes.
—¿Estás seguro? Si…
—¡Nos están esperando! Si seguimos adelante nos rodearán y nos dispararán como las estúpidas codornices que somos. ¡Vamos! ¡Hay que moverse!
Había perdido la oportunidad de un ataque sorpresa. Lo único que quedaba era la fuerza bruta. Atacar a un enemigo fortificado. Y Okeus podía atravesarle el alma con una púa de raya para que no desperdiciara vidas de aquella manera. No, lo mejor era retirarse hasta la primera luz, remar hacia el sureste a lo largo de la costa e intentar acercarse por tierra para volver a ganar ventaja.
En cuanto llegó a la arboleda, Nueve Muertes oyó ansiosos susurros entre sus hombres. Echó a correr, tropezando con las raíces.
—¿Qué pasa?
—¡Las canoas! —respondió Serpiente de Cascabel con voz ronca—. ¡Se las han llevado!
Nueve Muertes se puso a tantear por la orilla, siguiendo con los dedos las huellas de las canoas en el lodo.
¿Y ahora cómo vamos a salir de ésta?
Justo cuando se enderezaba oyó el primer grito.
—¡Los tenemos atrapados entre los árboles!
—¡Si venís en esta dirección estamos preparados! —gritó un hombre desde el sur.
—¡Nueve Muertes! —Era una voz conocida—. ¡Soy Púa Negra! ¡Estás rodeado! Puedes rendirte o morir como un guerrero.
Nueve Muertes se abrió paso entre sus hombres.
—¡Ven por mí si quieres, gusano! —respondió—. Dispersaos —ordenó a sus guerreros—. Tenemos hasta la luz del alba para organizar fortificaciones de defensa.
—¿Crees que podremos salvarnos? —preguntó Presa que Vuela.
—Claro que sí. Venga, hombre, que ya hemos estado en peores apuros. No sólo saldremos de ésta, sino que atraparemos a Zorro Alto.
A pesar de su tono animado, Nueve Muertes sabía que muchos hombres morirían esa noche.
La Pantera no estaba preparado para encontrar gente. Después de pasar diez otoños en su isla, la idea de un pueblo lleno de desconocidos le desconcertaba. De momento le había ido bien con Perla de Sol y Zorro Alto, por supuesto. Eran dos jóvenes impresionables. Pero, excremento de murciélago, ahora se vería rodeado por multitud de personas que no conocía.
Esta idea trazaba círculos en su alma como un halcón mientras ambos jóvenes remaban rítmicamente hacia la ensenada de Tres Mirtos. Entre los árboles se veían algunos claros. Pequeñas estacas sobresalían del agua formando líneas para indicar el emplazamiento de las trampas de pesca. Sí, no había duda, allí habitaba gente.
—Venga, hombre, ¿de qué tienes miedo? —se dijo el anciano—. No son más que hombres y mujeres como los demás, ni mejores ni peores.
Perla de Sol se volvió desde la proa.
—¿Has dicho algo?
—No —replicó él, ceñudo.
La niña siguió remando con los hombros tensos.
Después de tanto tiempo en el exilio, la Pantera tenía los nervios de punta. Le mirarían con horror, igual que antes. Eso era lo peor: la sospecha, la desconfianza. La gente lo consideraba un brujo, un viajero de la noche, un espíritu funesto que comulgaba con el Poder oscuro.
Admítelo, viejo, no volverás a sentarte en torno al fuego para reír con los demás. Eso ya lo sabías cuando te alejaste de los hombres.
De pronto se oyeron gritos.
—¿Qué es eso? —preguntó Perla de Sol.
Zorro Alto se encogió de hombros, pero se le veía cada vez más tenso.
—Parecía un aullido de lobo —insistió Perla de Sol—. Yo sé lo que es… Un grito de guerra.
—Es Nariz Grande —replicó Zorro Alto—. Sólo lanza ese grito en la batalla.
—¡Deprisa! —exclamó la joven, hundiendo el remo en el agua.
La Pantera, aferrado a la borda, tragó saliva. ¿Qué encontraría? ¿Y qué iba a hacer?
Los guerreros de Tres Mirtos se alinearon para atacar. Nueve Muertes sacó su famoso arco, calculó la distancia y disparó. La flecha describió una parábola y cayó hacia la silueta que encabezaba la línea. Tal vez Púa Negra no estaba atento. A esa distancia tenía que haberla visto venir y podría haberse apartado. El jefe sostenía el escudo con el brazo izquierdo mientras daba instrucciones a sus guerreros.
La flecha de Nueve Muertes se clavó en el escudo. El Weroance se tambaleó con el impacto y miró con expresión estúpida la vara que había atravesado el escudo y el antebrazo. Con más sorpresa que dolor, cayó de rodillas dando un grito.
Los hombres vacilaron confusos y Nueve Muertes sonrió. Había ganado un poco más de tiempo. Si lograba posponer el ataque a lo largo del día, cuando cayera la noche sus guerreros podrían intentar huir nadando por la ensenada. Tal vez así algunos escaparan de aquella trampa mortal.
Pero yo no. Alguien tenía que pagar por aquella debacle, y pasara lo que pasase, su reputación estaba arruinada. Más me vale morir aquí valientemente, luchando. Por lo menos habré salvado una pizca de honor para mi familia y mi clan.
—¡Al ataque! —gritó Púa Negra, levantándose con esfuerzo—. ¡Matadlos a todos!
Nariz Grande, a la derecha de Púa Negra, lanzó su grito de puma blandiendo el garrote.
—¡Adelante! ¡Acabemos con ellos!
Nueve Muertes advirtió satisfecho que sus hombres tenían las flechas preparadas. Algunos habían subido a los árboles, desde donde podrían disparar contra el enemigo. Otros habían hecho parapetos con ramas y tierra, y se defendían entre los árboles.
Los guerreros de Tres Mirtos podrían aniquilarlos antes de que acabara el día, pero lo pagarían caro.
—¿Habéis visto? —gritó Nueve Muertes, saliendo de entre los árboles para enfrentarse a la hilera de guerreros—. ¡Ya habéis visto lo que le ha pasado a Púa Negra! ¿Quién será el siguiente? ¿Quién quiere morir? —Tienes que ganar tiempo, prolongar lo inevitable—. ¡Soy Nueve Muertes! He disparado la primera flecha y he herido a vuestro Weroance. No quería matarlo. —Una mentira no le haría ningún daño—. ¡Pero os mataremos si nos obligáis!
—¡No puedes escapar! —gritó Púa Negra. Dos guerreros intentaban sacarle la flecha. Uno partió la punta de piedra y el otro tiró de la vara que atravesaba el brazo y el escudo de sauce, que por fin cayó al suelo.
—¡No queremos escapar! —exclamó Nueve Muertes, golpeándose el pecho con orgullo—. ¡Hemos venido por Zorro Alto! ¡Entregádnoslo y nos marcharemos!
—¿Cómo? —preguntó Nariz Grande—. ¿Andando por el agua?
Los guerreros de Tres Mirtos estallaron en risotadas.
Nueve Muertes alzó el puño.
—¡Ya me conocéis! Entregad al muchacho y nos marcharemos. No queremos guerra, no queremos matar a nadie. ¡Pero Nudo Rojo, la hija de Peine de Nácar, ha sido asesinada!
Púa Negra se levantó mientras un guerrero le vendaba la herida con una tira de ante.
—Habéis venido a matar, indignos perros de Perla Plana. Ahora os llevaréis vuestro merecido.
Nueve Muertes observó a sus enemigos. Parecían más resueltos. Si su flecha hubiera atravesado el corazón de Púa Negra, en vez de su brazo habría ganado bastante tiempo para pensar en una salida.
—¡Al ataque! —gritó Púa Negra—. ¡Nueve Muertes apenas ha logrado rasguñarme! ¡Okeus está con nosotros! ¡Que no quede ni uno vivo! ¡Seréis recordados para siempre! ¡Las generaciones venideras cantarán vuestro valor!
Los hombres estallaron en gritos, más erguidos, con la cabeza alta y un brillo de orgullo en los ojos. Nueve Muertes tragó saliva. Sabía lo que significaba aquello. Sólo la intervención de los dioses los detendría.
—¡Ahí vienen! —exclamó, retirándose hasta los árboles—. ¡Les demostraremos de qué madera estamos hechos! ¡Saldremos de ésta!
Pero en los ojos de Presa que Vuela se leía la verdad.
—Dentro de una mano de tiempo nos habrán barrido. Lo sabes, ¿verdad? —preguntó el hombre en un susurro.
—Nadie vive para siempre —respondió Nueve Muertes con una fría sonrisa.
—No, pero maldigo a Halcón Cazador por enviarnos a esta misión de locos.
Púa Negra había dado la orden fatal, y sus hombres se lanzaron al ataque entre gritos.
—No disparéis hasta que estén cerca —instruyó Nueve Muertes, preparando su arco.
El enemigo se acercaba deprisa, adornados con plumas en el pelo y taparrabos pintados. Se habían engrasado la piel y pintado de rojo con raíz de sanguinaria.
Nueve Muertes miró en torno y sintió orgullo. Sus hombres esperaban firmes, tensos pero decididos. Nadie huiría.
De pronto, y para su sorpresa, los guerreros de Tres Mirtos se detuvieron mirando hacia el embarcadero de canoas y murmurando. El propio Púa Negra vaciló. Nueve Muertes le oyó gritar algo.
—¿Qué pasa? —preguntó Presa que Vuela, receloso, aferrando su arco.
—No lo sé. —Nueve Muertes salió de entre los árboles y miró hacia el sur. Un joven guerrero y una niña escoltaban a un viejo.
—¡Zorro Alto! —se oyó una voz.
Nueve Muertes estiró el cuello. Sí, y la niña era Perla de Sol, la fiel amiga de Zorro Alto. Pero ¿quién podía ser el viejo?
En cuanto el trío se acercó al primer guerrero de Tres Mirtos, el hombre retrocedió como si hubiera visto una serpiente de cascabel. A Nueve Muertes se le heló la sangre al oír el nombre que corría de boca en boca e hizo un gesto de protección con los dedos.
—¡Es la Pantera!
—¿La Pantera? —dijo Presa que Vuela—. ¿El brujo? ¿Qué está haciendo aquí?
—No tengo ni idea. —Nueve Muertes tenía la boca seca—. Pero viene con Zorro Alto. Un brujo con un asesino. No creo que las cosas puedan empeorar.
Después de lo mucho que le había preocupado a la Pantera encontrarse con desconocidos, la idea de meterse en una batalla le produjo un nudo en el estómago. Mientras caminaba hacia los guerreros echó un rápido vistazo a sus acompañantes. Zorro Alto tenía aspecto sombrío y tan culpable como si lo hubieran sorprendido con las manos en la masa. Perla de Sol parecía tranquila y resignada, convencida de que se había entregado en cuerpo y alma a un peligroso brujo. Hacía días que se daba por muerta.
Los guerreros se habían detenido y un hombre había gritado el nombre de Zorro Alto.
—He traído a la Pantera para que juzgue las acusaciones contra Zorro Alto —informó Perla de Sol—. ¡Él hablará por mi amigo!
Los guerreros se apartaban tan deprisa que parecían desvanecerse como la nieve al fuego. El pánico se leía en los ojos. En aquel momento, si hubiesen recibido la orden, habrían estado encantados de atravesarle a flechazos hasta dejarlo como un puercoespín.
La Pantera miró ceñudo en derredor. Por las pelotas de Okeus, si creían que era un brujo más le valía utilizarlo contra ellos.
—¿Qué pasa aquí? —preguntó furioso—. ¿Quién es el responsable de este desaguisado?
Los guerreros se retiraban como una bandada de golondrinas detrás de un hombre alto que llevaba un brazo vendado.
—¿Quiénes sois? —preguntó el viejo—. ¿Y quiénes son esos de ahí arriba? —añadió, mirando a los hombres que estaban en los árboles.
El líder, pálido, tragó saliva.
—Soy Púa Negra, Weroance de Tres Mirtos. Esos perros escondidos en los árboles son los guerreros de Perla Plana, pertenecen a la Weroansqua Halcón Cazador.
—¿Quién está al mando de la partida de Perla Plana?
Un hombre bajo y fornido, de hombros tan anchos como una cornisa, salió de detrás de un gran roble. Llevaba una flecha lista en el arco y sus piernas parecían tan sólidas como troncos.
—Estás hablando con Nueve Muertes, Jefe de Guerra de Perla Plana. ¿A qué has venido, brujo?
—Un tipo hosco, ¿eh? —comentó la Pantera a sus acompañantes.
—Es el Jefe de Guerra más respetado de las aldeas independientes —explicó Perla de Sol.
—¡Ja! Pues a mí me parece que se ha metido en un buen lío. ¿Qué está pasando aquí? —preguntó alzando la voz.
Púa Negra dio un paso inseguro.
—Estos hombres han venido para llevarse a Zorro Alto por la fuerza. Alguien nos advirtió de su llegada. Anoche, en la oscuridad, Nariz Grande y Viento nadaron hasta ponerse a su espalda y echaron sus canoas al agua. Luego los rodeamos y esperamos que amaneciera. Al ver que Nueve Muertes no quería rendirse, decidimos atacar.
La Pantera se volvió.
—Tú, Nueve Muertes, ven aquí.
—¿Por qué tendría que confiar en ti, viajero de la noche?
—Porque he venido a solucionar este asunto. Y por lo que veo tú y tus hombres estáis a punto de morir, en el mejor de los casos, o de que os capturen, os atraviesen con astillas de pino y os prendan fuego. Ahora bien, ¿quieres que intente salvaros o prefieres que lance un hechizo que haga invencibles a los guerreros de Púa Negra?
—¿Salvarles? —exclamó Púa Negra—. ¡Imposible! ¡Vamos a acabar con ellos aquí y ahora!
La Pantera se volvió bruscamente y lo miró a los ojos hasta que el jefe bajó la vista.
—Tal vez decida infectar ese brazo herido. Creo que podría hacer que se hinchara como un cadáver putrefacto. La fiebre quemará tu mente mientras el pus mana como agua de lluvia. Sí, morirías en tres días.
Púa Negra se agitó.
—Oiremos tus palabras, Anciano.
—Bien, un poco de sensatez, para variar. Vosotros —añadió señalando a los guerreros que se apiñaban detrás de Púa Negra—, largo de aquí. Vuestro Weroance estará a salvo. —Se volvió hacia Nueve Muertes—. Acércate, Jefe de Guerra. Tenemos que hablar.
—¡No me fío de ti!
El viejo señaló a los guerreros de Tres Mirtos.
—¿Prefieres fiarte de ellos? He venido para determinar la verdad de las acusaciones contra Zorro Alto. Si no te interesa esa verdad, más me vale volver a mi isla y dejar que Púa Negra te mate.
Tras vacilar un instante, Nueve Muertes entregó su arco a un guerrero y se acercó receloso. La Pantera le esperaba impaciente, de brazos cruzados y dando golpecitos en el suelo con el pie. Nueve Muertes se detuvo a cinco pasos de distancia, con los puños apretados y los músculos tensos. Miró a Zorro Alto, luego a Púa Negra y finalmente se volvió hacia la Pantera.
—Así que tú eres el famoso viajero de la noche, ¿eh? Nunca había visto antes a un brujo.
—¡Ja! —resopló la Pantera—. Eso es lo que dicen los estúpidos ingenuos. Yo jamás he creído en brujos. En hombres y mujeres con Poder sí, pero los brujos, Jefe de Guerra, están sólo aquí. —Se tocó la cabeza—. Sólo en la imaginación.
Púa Negra miraba furioso a Nueve Muertes, con el brazo herido pegado al pecho. El color había desaparecido de su rostro y parecía que la más leve brisa podría derribarlo.
—¿En la imaginación? —preguntó Nueve Muertes, escéptico.
—La imaginación tiene su propio Poder, Jefe de Guerra, un Poder que intimida más que las fuerzas de todos tus guerreros con sus arcos y garrotes.
—Todo eso son meras palabras huecas —terció Púa Negra—. ¿A qué has venido, brujo? ¿Qué te propones con este perro embustero?
La Pantera dio un empujón a Zorro Alto.
—Este joven guerrero ha sido acusado de asesinato. Nudo Rojo ha muerto, según tengo entendido. Perla de Sol vino a decirme que las aldeas independientes estaban a punto de resquebrajarse como una vasija bajo una tormenta. Y ahora me encuentro con que sus palabras estaban cargadas de verdad. Si no recuerdo mal, Tres Mirtos y Perla Plana eran el corazón de la alianza que protegía a los pueblos independientes de las garras del Mamanatowick.
—¿Y a ti por qué te interesa, brujo? —preguntó Nueve Muertes, cruzándose de brazos.
—¿La suerte de los pueblos independientes? —La Pantera se encogió de hombros—. No me interesa en absoluto. Si el Mamanatowick os captura a todos, a mí no me afectará. El sol continuará saliendo, viajando por el cielo y poniéndose en el oeste. Llegarán las nieves seguidas por la siembra. El verano nutrirá las plantas y vendrá la cosecha. Las hojas caerán y el invierno volverá de nuevo. La gente seguirá naciendo, viviendo y muriendo.
—Pero no en nuestros clanes —dijo Púa Negra—. Y si eso no te importa, ¿a qué has venido?
El viejo señaló a Perla de Sol.
—Esta niña cree que Zorro Alto no fue quien mató a Nudo Rojo. Tal vez he venido por ella. —De pronto se interrumpió con una sonrisa—. O tal vez por curiosidad. ¿Quién mató a Nudo Rojo?
—¿Y si fue Zorro Alto? —preguntó Nueve Muertes.
La Pantera entornó los ojos y se volvió hacia Zorro Alto, que temblaba junto a Perla de Sol.
—Si descubro que Zorro Alto mató a Nudo Rojo, y me ha mentido, deseará que le hubieras matado tú mismo, Jefe de Guerra.