7

La Pantera seguía observando desde su escondite. La joven tenía el pelo largo y negro y el rostro redondo de un buho, con grandes ojos oscuros y nariz aguileña. Llevaba una capa de plumas azul y roja. ¿Sería de Serpiente de Agua, o de las aldeas no aliadas?

En cuanto la embarcación encalló la desconocida saltó al agua y la arrastró a tierra firme. Luego se colgó del hombro un arco y un carcaj y cogió un garrote que parecía demasiado grande y pesado para sus delgados brazos.

Bueno, si viene a matarme, le deseo suerte. Otros lo han intentado antes. Y, como los otros, aquella pobre muchacha acabaría muerta en su canoa, a la deriva. La Pantera sabía que algunas de sus víctimas habían sido encontradas. Las demás probablemente habían sido arrastradas hacia el mar.

La joven cuadró los hombros y echó a andar con actitud furtiva por el sendero. El viejo frunció el entrecejo ¿Dónde había dejado su arco? En la casa, probablemente. Bueno, daba igual, conocía aquel islote como la palma de su mano. Se dedicó a seguir con cautela a la intrusa, ocultándose entre los árboles.

A pesar de su edad, todavía sabía caminar con sigilo. Aquella nerviosa joven no tenía ni idea de que el cazador se había convertido en la presa. La Pantera sintió una oleada de júbilo.

La mujer llegó al claro y vio la cabaña, el guiso y los sacos de piel vacíos junto al fuego. Miró en torno buscando alguna señal de vida. La creciente penumbra la ponía todavía más nerviosa.

Ya no son tan valientes como antes. ¿Qué ha pasado con las mujeres? El viejo se agachó tras unos arbustos y siguió observando con paciencia.

—¿Anciano? —llamó la joven—. ¿Estás aquí?

La Pantera guardó silencio. Los largos años de soledad le habían enseñado que todas las cosas llegan finalmente a su conclusión. Sólo los jóvenes y los idiotas precipitaban los acontecimientos.

La mujer caminaba ahora con las piernas rígidas para que las rodillas no le fallaran. Se acercó nerviosa a la casa y llamó de nuevo.

—Anciano, soy Perla de Sol, una niña del clan Cangrejo Estrella. Vengo de la aldea Tres Mirtos. ¡Tengo que hablar contigo!

Así que era una niña, no una mujer. Muy curioso.

Un cuervo graznó en un árbol y la muchacha se llevó un susto de muerte.

—¡Anciano, por favor!

La Pantera aguardó inmóvil hasta que ella echó a andar buscando huellas en el suelo. Entonces, como un fantasma, el viejo se deslizó hasta la parte trasera de la casa y alzó con cuidado la cortina de hierbas para entrar. Encontró su arco en la cabecera de la cama y buscó a tientas las flechas. Estaban apoyadas contra la pared, y al tocarlas comprobó que se habían torcido. Tardó un momento en encontrar la más recta, pero un ratón había roído las plumas de la vara.

La Pantera preparó el arco rogando que la cuerda no se rompiera, y logró tensarlo al tercer intento. Con los músculos en tensión salió al umbral, a espaldas de la frenética Perla de Sol.

—¡Suelta el garrote, niña!

La muchacha se quedó de piedra. Por un instante pareció indecisa entre desmayarse o salir disparada como un ciervo aterrado.

—He dicho que lo sueltes.

El garrote cayó al suelo.

—Date la vuelta.

La niña obedeció. Las piernas apenas la sostenían. Movió los labios, pero no emitió sonido alguno.

—¿Qué? ¡No te oigo!

—Tú… tú no estabas aquí. Yo no… no…

—Sí, sí, mirabas pero no veías. Ahora dime, ¿has venido a matarme?

Perla de Sol negó con la cabeza con tal vehemencia que podía haberse partido el cuello.

El viejo la vio temblar, estudió el miedo que reflejaban sus ojos y con alivio destensó su frágil arco.

—¿Entonces qué quieres?

Perla de Sol boqueó como un pez.

—He venido a buscarte, Anciano.

—¿Para qué? Venga, niña, ¿cuántas veces tengo que preguntártelo?

—¡Necesitamos tu ayuda!

Al caer la tarde el aire se hizo más frío. La Pantera se inclinaba sobre el fuego. Perla de Sol, sentada frente a él, observaba con ojos de conejo sus movimientos. Las primeras estrellas relucían en la niebla.

La noche era tranquila allí, excepto cuando llegaban las grandes tormentas del mar. La casa estaba bastante alta y la marea no podía arrastrarla, pero el arroyo de agua dulce de la marisma permanecía salado muchos días.

El fuego iluminaba la casa, los santuarios y las ramas del roble. La Pantera abrió una almeja en su cuenco con una astilla de madera. Desde que se le habían caído las muelas, años atrás, las almejas eran la comida ideal, porque podía machacarlas con las encías antes de tragarlas.

—Dime, ¿para qué quieres mi ayuda? —preguntó alzando una ceja—. ¿Para algún estúpido hechizo o algo así?

Perla de Sol dio un respingo.

—No, Anciano. Es por mi amigo Zorro Alto, del clan Sol de Nácar. Es el hijo de Púa Negra, el Weroance de Tres Mirtos, y tiene problemas, problemas terribles.

—¿Y qué problemas son ésos? ¿No puede conseguir una mujer?

—N-no, Anciano —balbuceó Perla de Sol, pálida—. Creen que la ha matado… Bueno, ella no era en realidad su mujer, pero iba a serlo.

—Jovencita, no te aturulles. He decidido no matarte, y hasta que no me des motivos no lo haré, ¿de acuerdo? Bien, ¿por qué no empiezas por el principio?

Perla de Sol se ciñó la capa en torno al cuello.

—Se llamaba Nudo Rojo, del clan Piedra Verde. Era hija de Peine de Nácar y nieta de Halcón Cazador, de la aldea Perla Plana.

—Sí, sí, sé quién es Halcón Cazador. Sigue. —Bendito Ohona, ¿cuándo la había visto por última vez? Cómo brillaba el sol en su pelo negro. Todavía recordaba el calor de su sonrisa, su vestido de ante que ceñía sus caderas. Entonces eran enemigos. Y todavía debían de serlo.

—Zorro Alto amaba a Nudo Rojo. Querían casarse, pero Halcón Cazador prometió casar a Nudo Rojo con Trueno de Cobre, el Gran Tayac.

La Pantera se enderezó, interesado de pronto.

—Es el advenedizo ese de las montañas, ¿no? Del clan Pipa de Piedra, según he oído. — ¿Podría ser? Pero no, aquello había sucedido hacía años, y muy lejos de allí.

—Así es, Anciano. Su poder y su influencia han crecido cada vez más. Se ha aliado con las aldeas de río arriba y ha derrotado a los guerreros de Serpiente de Agua y Rana de Piedra. Hay quien dice que no es del todo humano.

—Tonterías, niña. De mí dicen lo mismo.

—Ya… Sí, lo he oído. —Perla de Sol tenía aspecto de sufrir retortijones de estómago.

—Prosigue, niña.

—Nudo Rojo se convirtió en mujer hace unos días, y Trueno de Cobre acudió a Perla Plana para reclamarla. Pero ella no le quería. Nudo Rojo y Zorro Alto estaban desesperados, Anciano, así que Zorro Alto pergeñó un plan. Iban a encontrarse en el embarcadero Ostra para escapar juntos.

La Pantera advirtió el dolor que reflejaban sus ojos.

—Y eso te dolía, ¿no?

Perla de Sol se encogió de hombros.

—Eso no importa. Yo…

—Tú también quieres a Zorro Alto.

La niña guardó silencio.

—¡Contesta!

—Sí, Anciano.

—Muy bien. Sigue.

—El caso es que Zorro Alto se marchó temprano de la danza y se dirigió hacia el embarcadero Ostra. Nudo Rojo tenía que salir del pueblo antes del alba para reunirse allí con él. Al ver que no llegaba, Zorro Alto se puso nervioso y subió al cerro. Y se la encontró muerta. Le habían aplastado la cabeza. Y ahora… bueno, en Perla Plana todos creen que la mató él.

—Ajá.

—¡Pero no fue él! Zorro Alto la quería. ¿Por qué iba a matarla?

—Tal vez Nudo Rojo le dijo que había cambiado de opinión y no se iría con él. Los humanos matan por razones más nimias.

—No, Anciano —replicó Perla de Sol con expresión dura—. Él es incapaz de hacer una cosa así, te lo aseguro. Lo conozco de toda la vida, tienes que creerme.

La Pantera se zampó otra almeja y la miró con una ceja enarcada.

—Yo no he dicho que no te crea, sólo he ofrecido otra explicación de los hechos. La gente hace las cosas más raras por las razones más curiosas. Tenemos demasiado de Okeus en el alma y no suficiente de Ohona. Somos bestias estúpidas, gobernadas por ideas aún más estúpidas.

Perla de Sol bajó la vista y entrelazó las manos.

—Él no es una bestia, Anciano. Es un hombre bueno.

—¿Y qué quieres que haga yo, eh? ¿Que interceda por tu amigo? ¿Que les diga a todos que él no lo hizo?

La niña alzó la vista con expresión esperanzada.

—Sí, Anciano. Todo el mundo te escucharía. Tú eres la Pantera y la gente te respeta.

El viejo se echó a reír.

—Conque me respetan, ¿eh?

—¡Sí! Eres el hombre más respetado del mundo.

—¡Por todos los dioses! Soy el hombre más temido, que es otra cosa.

Ella parpadeó.

—¿No es lo mismo?

—Menuda ignorancia. El miedo y el respeto tal vez estén alineados como dos postes de madera, pero jamás los confundas. ¿Y yo cómo puedo saber que ese Zorro Alto no la mató? ¿Debo fiarme a ciegas de tu palabra?

—Sí. O sea… no… No lo sé. Yo te aseguro que él no lo hizo. ¿No basta con eso? Peine de Nácar dice que el culpable es Ala de Mirlo, y he oído que…

—¿Quién es Ala de Mirlo?

—El Jefe de Guerra de Cazador en el Maíz, Weroance de la aldea Estaca Blanca. Sus guerreros andaban por allí la mañana que mataron a Nudo Rojo y…

—¿Y tú cómo lo sabes?

—Después de encontrar el cadáver, Zorro Alto volvió con su canoa y subió a hurtadillas a la aldea. Estuvo toda la tarde escondido, escuchando lo que se decía.

La Pantera alzó una ceja. Perla de Sol no se daba cuenta de que aquello minaba la historia de su amigo.

—¿Qué pasó con Red Hundida? ¿No era el Jefe de Guerra de Estaca Blanca?

—Nueve Muertes le mató hace dos años. ¿Cuánto tiempo llevas aquí?

—Desde que este islote era agua. Tendrás que decirme todo lo que necesito saber. ¿Qué hacían los guerreros de Cazador en el Maíz en Perla Plana?

—El Mamanatowick no quería que se celebrara el matrimonio. La alianza de Trueno de Cobre con los pueblos independientes es una amenaza para él. Hace años que Serpiente de Agua quiere aliarse con nosotros, y ahora que la influencia de Trueno de Cobre crece cada vez más… —La niña se interrumpió, como temerosa de revelar nada más—. Anciano, si no culpan de esto a Zorro Alto todo el país estallará como una vasija sellada hirviendo. Trueno de Cobre, Serpiente de Agua y las aldeas independientes se destrozarán mutuamente.

—Pues que se destrocen.

—¿Cómo? Anciano, ¿sabes lo que estás diciendo? ¡Morirían decenas de personas! Ancianos, niños que no han hecho nada malo… —Se estremeció ante la penetrante mirada del viejo.

—Niña, la mayoría de las personas tienen menos seso que un banco de salmonetes. Van por la vida a tientas, arremetiendo aquí y allá, revolviendo el agua mientras la astuta garza los va cazando uno a uno. Yo hace mucho tiempo que dejé atrás a los hombres con sus patéticas riñas.

—Pero Anciano… —intentó replicar ella, con lágrimas en los ojos.

—No me mires así. ¿Por qué estás tan ansiosa por salvar a Zorro Alto? ¿Porque le amas? ¿Porque crees que ahora que Nudo Rojo ya no se interpone en tu camino él se casará contigo y te pedirá a ti que escapes con él?

—Yo le pedí… no, le supliqué que escapara conmigo. Pero él no quiso. Es demasiado noble.

Su expresión atormentada despertó en la Pantera una parte de su alma que creía muerta hacía mucho tiempo.

—Contesta, ¿por qué estás tan ansiosa por salvarle?

—¡Porque él no lo hizo!

—Quieres decir que crees que no lo hizo.

Perla de Sol apretó los puños.

—¡No, Anciano! A veces las cosas se saben con certeza en el corazón. Zorro Alto no mató a Nudo Rojo —repitió con la mirada encendida—. Estoy absolutamente segura. Lo que está pasando es injusto, pero yo sola no puedo evitarlo.

El viejo la miró con aire pensativo. Aquella jovencita no había acudido a él buscando la gloria o beneficios personales, sino para salvar la vida de un amigo.

—Dime, Perla de Sol, ¿qué te ocurriría a ti si culpan a Zorro Alto de este crimen?

—Me quedaría muy triste, Anciano. Zorro Alto amaba a Nudo Rojo más que nada en el mundo. Si lo acusan y lo matan… —La niña se llevó las manos a la cabeza, como intentando refrenar sus pensamientos—. Si lo matan yo veré a través de sus ojos, viviré en él. Siempre me preguntaré cómo y por qué un hombre puede amar a una mujer con todo su corazón… y luego ser condenado por su asesinato. ¿Cómo te sentirías si te sucediera a ti?

La Pantera notó una punzada en el corazón, como si se lo atravesaran con un puñal de hueso. El dolor, enterrado durante tantos años, se escapaba de su oscuro y profundo escondrijo.

—¿Anciano? —Perla de Sol se inclinó hacia él.

El viejo alzó una mano, confiando en que no le temblara.

—Estoy bien. —Por primera vez en muchos otoños le habían conmovido el alma—. ¿Eres humana, niña, o un espíritu maligno enviado para atormentarme?

—¿Qué? No entiendo, Anciano…

—No, nada.

—¿Tan mal está querer hacer lo correcto?

La Pantera levantó su cuenco y bebió el caldo hasta los posos de arena.

—¿Lo correcto? Tal como lo veo, si exoneran a Zorro Alto, Trueno de Cobre, Serpiente de Agua y los demás irán a la guerra. Así pues, ¿qué es mejor, sacrificar a un hombre para salvar a muchos, o salvar a uno y sacrificar a incontables inocentes? Tú eras la que se preocupaba por la guerra, así que dime, qué es lo correcto.

Perla de Sol lo miró fijamente.

—No lo sé, Anciano —contestó por fin—. ¿Lo sabes tú?

¿Cuántos años llevaba debatiendo consigo mismo esa cuestión? ¿Cómo saber lo que era justo cuando incluso los dioses lo ignoraban?

No pudo evitar mirar con suspicacia los dos santuarios que flanqueaban su casa.

Perla de Sol siguió su mirada.

—¿Qué son, Anciano?

—Ven, te los enseñaré. Luego tal vez puedas responder a tu propia pregunta.

Ella le siguió cautelosa y respiró hondo cuando la Pantera apartó la raída cortina de ante. El fuego arrojaba una luz anaranjada en el interior. En un pedestal de madera había una estatua de tamaño natural. Ante ella se veían varios cuencos de ofrendas, todos vacíos. La figura era de madera, arcilla y piel. Estaba pintada con arcilla blanca, pero una gruesa banda negra con puntos blancos rodeaba su pecho. Las mejillas eran de un rojo desvaído, y en los brazos tenía rayas onduladas. Las piernas eran azules, cubiertas de líneas irregulares.

Una mata de pelaje de oso le cubría la cabeza. Los ojos, de caparazón de ostra pulido, le conferían una expresión de sorpresa. Tenía la nariz recta y fina, pintada de amarillo, y la boca ancha con las comisuras hacia abajo.

—¿Lo habías visto antes?

—No. —Se arrodilló con reverencia e inclinó la cabeza para no ofender al dios.

—No mucha gente lo ha visto. Es uno de los problemas del mundo. Todo está en desequilibrio. Éste es Ohona.

Perla de Sol alzó la cabeza maravillada.

—Saludos, gran señor.

—Ve al fuego, niña, y trae la comida que queda para ponerla en los cuencos. Ohona tiene hambre.

Perla de Sol obedeció y sirvió el guiso en los cuencos.

—Gracias por el mundo que creaste para nosotros —entonó la Pantera—. Bendice esta comida y vierte sobre nosotros tu benevolencia.

Para sorpresa del anciano, Perla de Sol sacó de su capa un puñado de tabaco que colocó frente al dios.

—Gracias, gran señor. Bendícenos a mí y a mi amigo Zorro Alto. Le acusan de algo que no ha hecho.

La Pantera la miró y apartó la cortina.

—Ponle el resto de comida al otro.

Perla de Sol le miró temerosa, comprendiendo quién era el otro dios. Se dirigió al segundo santuario. El anciano alzó la cortina para exponer a Okeus a la luz del fuego. Estaba pintado de negro, y era justo lo opuesto a Ohona. Tenía una banda blanca en torno al pecho, con puntos negros, y sonreía como jubiloso.

Perla de Sol se inclinó tanto que casi tocó el suelo con la frente, y luego vertió la comida en el cuenco.

—¿No le pedirás su bendición? —preguntó a la Pantera.

—No.

El viejo volvió a la hoguera, abrió con una astilla una ostra y se la comió. Luego, con el taparrabo limpió el moho del caparazón.

—Siéntate, niña. Todavía no estás preparada para la respuesta.

Perla de Sol se quedó en pie, con el entrecejo fruncido. La Pantera ni siquiera la miró.

—¿Por qué debería yo inmiscuirme en el lío en que se ha metido tu amigo Zorro Alto?

La muchacha contestó tras un tenso silencio:

—Estoy segura de que Púa Negra te pagará con generosidad por defender a su hijo.

—Ya. ¿Y qué me daría que yo no tenga?

—Él es el Weroance y puede exigir cualquier tributo de su pueblo. Podría darte maíz, cobre, tabaco, esteatita, piedra verde… lo que quieras.

—Ya cultivo o recolecto bastante comida para mis necesidades, y lo mismo con el tabaco. ¿Cobre y sanguinaria? Eso es para alardear, para proclamar riqueza y posición, pero ¿ante quién iba yo a alardear? ¿Ante las gaviotas? A ellas les da igual y a mí también. ¿Piedra para hacer herramientas? Ya me he hecho todas las que necesito.

Perla de Sol apretó los labios.

—Debe de existir algo que desees.

—Lo que deseo no puede ofrecérmelo ningún humano. —Le clavó una mirada maliciosa digna de Okeus—. Aunque quizá tú…

—Yo quiero salvar…

—No, lo que digo es ¿qué pasaría si te quisiera a ti, eh? Si hablo en favor de ese amigo tuyo, ¿estarías dispuesta a entregarte, a ser mi esclava, a vivir aquí sometida a mi voluntad? ¿Crees en lo correcto lo suficiente para sacrificarte por tu amigo? ¿Abandonarías tu clan y tu familia? ¿Y tu alma? —Se echó a reír al ver su expresión horrorizada—. Bueno, no importa. Lo cierto es que ha sido interesante hablar contigo. Mañana el tiempo habrá mejorado y te irás. Dile a tu amado Zorro Alto que le deseo suerte.

Perla de Sol se dejó caer como un pez globo deshinchado. La Pantera terminó de pulir el caparazón y se puso en pie.

—Me voy a dormir, niña. Si aprecias tu vida en algo, no me molestes. Ah, yo en tu lugar partiría antes del amanecer. Las aguas están más tranquilas.

El viejo se metió en su casa con aspecto triste. Recogió la paja de la pared del fondo y salió a la oscuridad. Se tumbó sobre la hojarasca bajo un viejo roble y con un suspiro intentó dormirse. Pero las palabras de Perla de Sol le acechaban: Yo veré a través de sus ojos, viviré en él. Siempre me preguntaré cómo y por qué un hombre puede amar a una mujer con todo su corazón… y luego ser condenado por su asesinato. ¿Cómo te sentirías si te sucediera a ti?

¿Por qué había sido tan duro con ella? ¿Porque había visto su alma? ¿Porque había comprendido su dolor y su vergüenza?

La Pantera lanzó un gruñido. Los pensamientos le daban vueltas en la cabeza.

Se quedó entre las hojas hasta mucho después de que la luz del alba clareara el cielo, dando a Perla de Sol tiempo más que suficiente para partir. Escuchó los pájaros y observó las nubes. Finalmente se levantó con un crujir de huesos.

Al llegar al claro donde se alzaba su casa, encontró a la niña arrodillada ante la hoguera apagada, cabizbaja.

—¿Qué haces aún aquí? —bramó la Pantera.

Ella se volvió con determinación y coraje.

—He estado pensando toda la noche, Anciano. Tienes razón. Si una cosa es justa, debemos estar dispuestos a hacer lo necesario por ella. —Le miró con decisión—. Si hablas en favor de Zorro Alto, me entregaré a ti para… para lo que quieras.

La Pantera notó una sensación extraña, como si el corazón se le hubiera caído sobre el estómago.

Nueve Muertes estaba sentado en casa de Halcón Cazador. Un fuego iluminaba la sala y lanzaba chispas y humo hacia el techo. La danzante luz perfilaba las sombras de los postes, las cestas colgadas, los sacos de hierbas y las personas sentadas en torno a la hoguera.

Los malos presentimientos le habían impedido digerir la sabrosa cena de pato y maíz. La muerte de Nudo Rojo había precipitado un desastre que apenas comenzaba a comprender. ¿Cuál de los involucrados tiraba de los hilos para deshacer el frágil tejido de su vida?

Halcón Cazador estaba sentada en su sitio habitual, en una alfombrilla detrás del fuego. Observaba las llamas con expresión pensativa. ¿Habría perdido claridad su mente, tan aguda en otros tiempos? ¿Habría juzgado mal las necesidades e intereses del pueblo?

Trueno de Cobre se encontraba en el sitio de honor, sentado como una serpiente, curiosamente tranquilo ante el asesinato de su prometida.

Nueve Muertes le observó de soslayo. El Gran Tayac parecía casi divertido ante la súbita incertidumbre que acechaba al clan Piedra Verde. ¿Por qué? ¿Cuáles eran sus propósitos?

A la derecha de Halcón Cazador se sentaba Peine de Nácar. Sus hermosos rasgos apenas ocultaban su agitación. A Nueve Muertes le preocupaba su vehemente insistencia por culpar a Ala de Mirlo del asesinato de Nudo Rojo.

El Jefe de Guerra no confiaba en sí mismo en lo referente a Peine de Nácar. Su belleza le obnubilaba, pero el deseo que sentía por ella era mortal: de todas las acciones terribles que un hombre podía cometer, la peor y la más temida era el incesto. Por muy hermosa y esbelta que fuera Peine de Nácar, seguía siendo su prima. Ambos pertenecían al clan Piedra Verde, y su unión sería incestuosa a los ojos del pueblo. El castigo por un crimen tan horrendo sería una muerte inmediata y espantosa. Probablemente lo quemarían con toda su familia, incluyendo a su hermana Capullo de Rosa, su hija Nutria Blanca y los demás niños, porque sólo la cremación purificaba la ofensa a los dioses y sus mortales descendientes. Para aplacar a las divinidades, quienes cometían incesto eran quemados lentamente hasta que la piel se desprendía de los huesos, para que sus gritos llegaran hasta el mundo espiritual.

Nueve Muertes nunca se había permitido estar a solas con Peine de Nácar, inseguro de su fuerza de voluntad en caso de que ella se le ofreciera.

El Kwiokos, Serpiente Verde, estaba sentado a la derecha del fuego, con Relámpago y Oso Rayado a su espalda. El viejo sacerdote parecía cansado y su vista vagaba como si no entendiera el propósito de aquel consejo.

A su derecha, con expresión sombría, estaba Red Amarilla, la nieta de Halcón Cazador, un miembro prominente de la comunidad, a quien Halcón Cazador siempre pedía consejo en lo concerniente a los asuntos del pueblo. Era la hija de la hermana pequeña de la Weroansqua, y una vieja amiga de Peine de Nácar.

—He recibido un mensaje de la aldea Tres Mirtos —anunció Halcón Cazador—. Púa Negra nos informa que si pretendemos prender a Zorro Alto nos encontraremos con sus guerreros esperándonos. Afirma que su hijo es inocente.

—Lo es —declaró Peine de Nácar—. Todo esto es una estratagema. Estamos perdiendo tiempo y ventaja, mientras Cazador en el Maíz se prepara para recibirnos.

—Las huellas del joven llegaban justo hasta el cadáver —replicó Halcón Cazador—. Los guerreros de Cazador en el Maíz estaban al otro lado del cerro. Desde donde Cierva Veloz los vio, o donde Nueve Muertes los interceptó, no pudieron matarla.

—Sí que pudieron. Tal vez la mataron y luego rodearon el cerro para sorprendernos de improviso. —Peine de Nácar miró a su madre con los ojos entornados, como desafiándola.

Halcón Cazador se volvió hacia Nueve Muertes. El Jefe de Guerra movió las manos con un suspiro.

—Es posible, pero no creo que sucediera así.

—¿Por qué no? —preguntó Peine de Nácar. Maldición, aquella mirada podía derretir a cualquier hombre. ¿Por qué tenía que mirarlo así?

—Si los guerreros de Ala de Mirlo hubieran matado a Nudo Rojo, ¿no se habrían limitado a retirarse, una vez cumplida su misión? Nudo Rojo ya no podía casarse con el Gran Tayac. Además, le habrían cortado la cabellera, la habrían mutilado de alguna manera para advertirnos que no nos aliáramos con las aldeas de río arriba.

—Eso suponiendo que supieran quién era —terció Trueno de Cobre—. Tal vez Nudo Rojo se metió sin darse cuenta entre ellos, y la mataron para que no diese la alarma en el pueblo.

Tú sabes que eso no es así, Tayac. Aunque los guerreros no la hubieran reconocido, se habrían llevado algo como trofeo, algo para mostrar a Cazador en el Maíz. ¿A qué estás jugando, bestia?

Antes de que Nueve Muertes pudiera contestar, Red Amarilla negó con la cabeza.

—No, Ala de Mirlo la conocía. Hace un año —miró a Peine de Nácar— la llevaste cuando fuimos a comprar riolita.

—Sí. Nudo Rojo estuvo jugando con los niños, incluso con el hijo de Cazador en el Maíz. —La mujer se volvió hacia Nueve Muertes—. Tal vez no la mataron ellos, Jefe de Guerra. Pero es que…

—Intentas proteger a Tres Mirtos, ¿no es así? —dijo Halcón Cazador—. Tú viviste allí mucho tiempo.

Peine de Nácar se miró las manos. Nueve Muertes se mordió el labio, conmovido por su vulnerabilidad.

—He visto su fantasma —terció de pronto Serpiente Verde con la mirada perdida.

—¿Qué fantasma, Kwiokos? —preguntó con aspereza Halcón Cazador—. ¿De qué hablas, viejo?

—La mañana que la mataron su fantasma estaba en la Casa de los Muertos, mirando los cuerpos de sus antepasados. Había ido a reunirse con ellos.

—¿Su fantasma? —repitió Trueno de Cobre—. ¿Estás seguro de que era el fantasma de Nudo Rojo?

Serpiente Verde frunció el entrecejo.

—Creo que sí. Aunque hay tantos fantasmas… A veces es difícil distinguir unos de otros. La verdad es que no les suelo hacer mucho caso. Se pasan la vida vagando. Pero Nudo Rojo parecía tener mucha prisa y por eso me llamó la atención.

—¡Si estabas dormido cuando yo entré, justo después de amanecer! —saltó Halcón Cazador—. Pero ¿qué te pasa?

Relámpago y Oso Rayado se miraron.

—Tal vez deberíamos preguntar a su fantasma quién es el asesino —sugirió Trueno de Cobre con rostro inexpresivo.

—Sí —convino el sacerdote—. Se lo preguntaré la próxima vez que la vea. Yo no hago más que buscar al asesino, pero la visión está borrosa y los espíritus no hablan con claridad.

¡No muerdas el cebo, anciano! Nueve Muertes se agitó. Trueno de Cobre le gustaba cada vez menos. Esta comadreja se está burlando de nosotros. ¿Porqué Halcón Cazador no lo echa a patadas? ¿Le tiene miedo o es que no ve nada?

La Weroansqua parecía totalmente ajena a lo que sucedía.

—Los antepasados me han hablado esta mañana, pero yo no los oía.

—Lo que hacen casi siempre es gritar —apuntó Serpiente Verde—. Tienes suerte si no los has oído.

—¿Y tú los oías cuando mi madre estaba allí, noble Serpiente Verde? —preguntó Peine de Nácar. Al ver que el sacerdote negaba con la cabeza añadió—. No. Como mi madre ha dicho, estabas dormido.

—Déjale —ordenó Halcón Cazador—. Pelear entre nosotros no solucionará nada. —Se volvió hacia Nueve Muertes—. ¿Qué hace falta para atrapar a Zorro Alto?

—Eso depende de Púa Negra. Ya conoces el temple de los guerreros de Tres Mirtos. Hemos luchado muchas veces a su lado. Pero antes de tomar una decisión te aconsejo que la medites seriamente.

—Eso pienso hacer, Jefe de Guerra. Tú no quieres emprender la ofensiva, ¿no es así?

Trueno de Cobre esbozó una sonrisa torcida. ¿Es que nadie lo veía, aparte de Nueve Muertes?

—No, Weroansqua. En primer lugar, sería una incursión difícil. Púa Negra habrá enviado exploradores y estará preparado. En segundo lugar, suponiendo que atravesáramos sus defensas, lo pagaríamos caro, y en cualquier caso no hay forma de saber dónde estará el muchacho. Tal vez ni siquiera se encuentre en el pueblo. Y finalmente, mis guerreros tienen amigos y familia entre los guerreros de Tres Mirtos. Si das la orden de atacar, tus guerreros obedecerán, pero no de corazón.

—¿Y tú, Jefe de Guerra?

—Yo haré lo que ordenes. —Nueve Muertes no se atrevió a mirar a Trueno de Cobre.

—No podemos estar seguros de que fuera Zorro Alto —observó Red Amarilla—. Es probable que así sea, pero Peine de Nácar tiene razón, también podría haber sido otro. —La mujer miró a Trueno de Cobre—. Lo que está en juego es muy importante. Un error podría acabar con todos nosotros.

Trueno de Cobre clavó la vista en ella. Su expresión divertida se había desvanecido.

Nada bueno saldrá de todo esto, pensó Nueve Muertes.