5

Dos puntos negros sobrevolaban el bosque entre los rayos color lavanda del atardecer. Perla de Sol se arropó las piernas con su capa de plumas y alzó la cabeza. Debían de ser águilas del norte. Su perezoso vuelo era el único movimiento en el cielo.

A medida que la Mujer Noche iba envolviendo el mundo con sus brazos, el frío se hacía más intenso. Perla de Sol se estremeció. Estaba sentada junto a la pila de leña. Un poco más allá se alzaba la casa de su madre, con techo de paja, teñida de naranja por la luz del fuego. Al otro lado de la cortina se oían voces: la de su madre, grave y sombría, y la de su tía, enfadada.

—¡Que la Pantera se la lleve! —exclamó la tía Hebra de Hoja—. ¡Nos ha avergonzado a todos! Su castigo debe ser severo.

Perla de Sol echó una rama al fuego, levantando una nube de chispas. La Pantera, un poderoso brujo, vivía en una isla de la bahía. Se decía que las maldiciones pronunciadas en su nombre volaban como flechas hasta sus oídos y él lanzaba un hechizo sobre la persona maldita. Por eso la gente sólo maldecía en las situaciones muy graves.

Perla de Sol no sabía qué hacer. Zorro Alto había prometido huir con Nudo Rojo. ¿Qué importaba que ella se hubiera arrojado a sus pies, que le hubiera suplicado que la tomara por esposa?

—Deberíamos exiliarla por un tiempo. Que piense en…

—No, no —replicó su madre—. No tenemos por qué ser tan duras.

—Entonces una buena paliza. No puede seguir así. No pienso tolerar que desafíe de esta manera al clan, la familia y la tradición.

Perla de Sol sintió una punzada helada en el corazón. La aldea Tres Mirtos estaba en silencio, rodeada por su empalizada, un muro ovalado de postes dos veces más altos que un hombre. En el interior nada se movía, nada respiraba. Hasta las águilas se habían desvanecido, dejándola más sola que nunca en sus catorce otoños.

Aunque la mayoría del pueblo había ido a Perla Plana para asistir a la ceremonia de la Mujer Nueva, Perla de Sol y su familia habían recibido órdenes de quedarse allí. Púa Negra estaba muy disgustado con su comportamiento y había declarado delante de todos que su hijo, Zorro Alto, no había hecho nada para provocar «un incidente tan embarazoso». Durante todo el discurso Zorro Alto había permanecido junto a su padre con la cabeza gacha y expresión de angustia.

Perla de Sol lo sentía por él, y por ella. ¿Cómo podía haber hecho una cosa así? Sólo a ella se le ocurría airear sus sentimientos en mitad de la plaza.

—Tú sabes por qué —se dijo en un susurro.

La noche anterior Zorro Alto le había dicho que no pensaba permitir que su queridísima Nudo Rojo se casara con el hombre al que la había prometido su clan Piedra Verde. Declaró que pensaba escaparse con ella, llegar incluso hasta el Padre Agua si era necesario y no volver nunca.

Perla de Sol se desesperó. Tenía que decirle lo que sentía, pasara lo que pasase.

Los susurros de su tía se hicieron más insistentes. Perla de Sol, con lágrimas en los ojos, atizó el fuego. Las llamas azules se alzaron entre las naranjas, como el aleteo de un azulejo. No, no pensaba llorar, no lloraría nunca más en su vida. Las lágrimas sólo servían cuando había alguien a su lado para consolarla.

—¿Tú lo sabías? —preguntó Hebra de Hoja—. ¿Tú sabías que andaba detrás del hijo del Weroance? ¡Menuda arrogancia! ¿Cómo se le ha ocurrido pensar que la simple hija de un alfarero podía casarse con la familia de un Weroance?

Perla de Sol echó otra rama al fuego. Sus sentimientos por Zorro Alto habían comenzado a cambiar dos otoños atrás, después de su Ennegrecimiento. Zorro Alto había renacido como hombre, su paso se tornó más ligero y su sonrisa más encantadora. Desde entonces siempre la miraba con expresión extraña, con los ojos brillantes, y ella había entendido el mensaje como si se lo hubieran gritado. Zorro Alto no podía pedirla en matrimonio hasta que se convirtiera en mujer, pero su mirada era toda una promesa.

Sin embargo, en la última fiesta del solsticio, Zorro Alto comenzó a fijarse en Nudo Rojo, la nieta de la Weroansqua de Perla Plana. Nudo Rojo tenía la misma categoría que él y, aunque todavía no era una mujer, había coqueteado con Zorro Alto como si lo fuera, acariciándole los brazos y sonriéndole como si supiera más que la mismísima Primera Mujer. Perla de Sol la odió por ello, pero no hizo nada. Tal vez si hubiera reaccionado… tal vez…

—Eres una estúpida —susurró—. Zorro Alto la quería a ella, no a ti. A ti nunca te ha querido.

El viento le llevaba la fragancia del cedro quemado. Perla de Sol vio de nuevo el rostro de Zorro Alto, pero su luz había sido sustituida por una expresión de profundo dolor. Ella había visto antes esa expresión, el día en que su querido perro entró cojeando en el pueblo tras haber sufrido el ataque de un oso y Zorro Alto tuvo que matarlo de un golpe.

—¿Acaso ya no te acuerdas de tu primer amor, Hebra de Hoja? —preguntó su madre, suplicante—. ¿No te acuerdas de lo que sufrías? Yo sí, yo…

—¡Pero tú no humillaste a tu clan! Tú esperaste hasta salir por primera vez de la cabaña menstrual antes de dar a conocer tu amor por Canción del Viento. Y entonces me lo dijiste a mí y yo lo comuniqué al clan. Tú conocías tu lugar y tus deberes. Perla de Sol no sabe nada. Hebra de Hoja abrió la cortina de la puerta y se quedó mirándola ceñuda. Su rostro rechoncho y sus ojos velados por una película blanca siempre le habían dado miedo. Llevaba una capa pintada con pájaros rojos.

—Acércate, niña.

Perla de Sol lo hizo y se arrodilló a dos manos de distancia.

—Estoy aquí, tía —replicó con voz chillona.

—¿Has copulado con él?

Perla de Sol, horrorizada, sólo acertó a mirarla fijamente.

—¿Q… qué? —balbuceó por fin—. ¡Si todavía no soy una mujer! ¿Tú crees que yo…?

—¡Hebra de Hoja, por el amor de los espíritus! —exclamó su madre desde la casa—. Es una niña, y Zorro Alto lo sabe. ¿Crees que tiene ganas de morir? Nunca se arriesgaría a…

Hebra de Hoja se volvió bruscamente.

—No me digas lo que arriesgaría un joven cuando le pica la entrepierna. Yo, que he dado a luz ocho hijos, lo sé mejor que nadie.

La tía examinó lentamente a Perla de Sol, desde sus mocasines a su pálido semblante.

—Bueno, desde luego no eres gran cosa para tentar a un hombre —aseveró con voz cortante como una esquirla de cuarzo—. Ahora dime otra vez, ¿qué pasó entre Zorro Alto y tú? ¿Acaso jugó con tus sentimientos? ¿O fuiste tú, que le perseguiste como una comadreja en celo?

—¡Ya-ya te lo he dicho! —exclamó ella frenética—. Sólo somos amigos. Siempre lo hemos sido. Yo empecé a quererle…

La fuerza del golpe la derribó. Cayó de bruces y la boca se le llenó de sangre. Cuando intentó levantarse todo le daba vueltas.

—¡Hebra de Hoja! —gritó su madre—. ¡Fuera de aquí! ¿Qué has hecho?

Perla de Sol logró levantarse y atravesó trastabillando la plaza en dirección a la puerta de la empalizada. Le temblaban las piernas. No había comido nada desde el «incidente» y se sentía vacía. Su alma flotaba como las semillas de diente de león en la brisa helada.

Uno de los perros, al verla, se puso a ladrar.

—¡Perla de Sol! —gritó Hebra de Hoja—. ¡Ven aquí! ¡Te lo ordeno!

La muchacha miró atrás un momento. Su madre y su tía estaban junto al fuego, ambas con capas de piel que les llegaban a la rodilla. La expresión atormentada de su madre le atravesó el corazón. No obstante siguió corriendo. La oscuridad se había cerrado y los pájaros guardaban silencio. En el bosque, más allá de la empalizada, reinaba un silencio de muerte.

—¡Perla de Sol! ¡Vuelve, por favor! —suplicó su madre.

Pero ella atravesó el estrecho pasaje entre las hileras de postes y tomó el sendero cubierto de hojarasca húmeda que llevaba a la bahía.

Los enormes árboles parecían cernirse sobre ella, crujiendo y murmurando en el viento de la noche. A lo lejos se oía aullar a los lobos, llamándose unos a otros.

Perla de Sol aminoró el paso. El camino estaba lleno de rocas y raíces, y si caía y se hacía daño tendría que gritar pidiendo ayuda, y lo cierto es que antes preferiría hundirse una daga de hueso en el corazón.

Lo que más había deseado en su vida era convertirse en guerrera y casarse con Zorro Alto. Había soñado en tomar con él el sendero de la guerra. Durante el día se protegerían mutuamente y por la noche sus cuerpos se entrelazarían. Ahora nada de eso se haría realidad. Zorro Alto se había marchado y su tía se aseguraría de que el clan nunca le permitiera a ella tomar las armas.

Deberías robar una canoa y marcharte. Si no fuera por madre…

Un sollozo subió por su garganta. Perla de Sol se llevó la mano a la boca para contenerlo. Siempre había sido una niña débil. Hasta hacía dos otoños, su madre se pasaba casi todo el día cuidándola, a causa de sus enfermedades y sus períodos de tristeza, excusándola por su ineptitud en los juegos o su incapacidad de trabajar duro, protegiéndola de los tormentos de los otros niños… Y ahora esto.

¿Y tú querías ser guerrera? ¡Si ni siquiera eres capaz de dejar a tu madre!, se burlaba una voz en su interior.

El pálido resplandor de la luna penetraba entre las ramas y proyectaba triángulos plateados en el camino.

Todo era por su culpa. Si se hubiera convertido en mujer tal vez Zorro Alto no se habría visto obligado a buscar compañía en otro sitio. O si hubiera sido más bonita y exótica, como Nudo Rojo, tal vez Zorro Alto la habría querido. Pero no, Perla de Sol, siempre tan lenta y tan práctica, no había sabido coquetear o presumir. No sabía hacer nada sin antes pensar en exceso. Al menos hasta hacía dos días.

Y con ese único acto tal vez había arruinado su vida.

Al llegar a la playa se detuvo para recuperar el aliento. El aire olía a lodo y pescado. El agua brillaba como pizarra bajo la luna, agitada por la brisa. A su izquierda yacían siete canoas, cuyos cascos pintados reflejaban la luz plateada.

Y ahora has huido de tía Hebra de Hoja. Ya sabes lo que te espera si vuelves a casa: la peor paliza de tu vida. Todo el mundo lo oiría y, hacia el final de la luna, todas las aldeas independientes desde Arroyo Pato hasta la bahía Ostra hablarían del tema.

¿Y tú querías ser guerrera?

La bahía se extendía diez veces diez cuerpos de distancia. Los árboles arañaban las oscuras orillas. Perla de Sol miró las olas que lamían la arena y pensó en Zorro Alto. ¿Se habría escapado con Nudo Rojo? Tal vez ya se encaminaban hacia el Padre Agua y las legendarias ciudades de los jefes Serpiente. Ella había oído durante muchos otoños las historias de los mercaderes acerca del país del Padre Agua. Describían gloriosas montañas artificiales y casas del tamaño de todo su pueblo. Ella al principio se reía de aquellos relatos, pero tantos mercaderes contaban lo mismo que al final casi había terminado por creérselo. Además, a veces traían mercancías de allí: ornamentos de cobre y magníficos collares de nácar con la maravillosa y aterradora imagen del Hombre Pájaro con las alas extendidas. Sus ojos humanos la miraban como si quisieran fundirle el alma. Perla de Sol recordaba a Zorro Alto girar y girar en las manos uno de aquellos collares, completamente maravillado.

—Benditos dioses, cuánto le echo de menos. Si por lo menos hubiera…

De pronto un movimiento llamó su atención. Alguien se levantó dentro de una canoa. Su silueta se recortaba entre las oscilantes sombras.

—¿Perla de Sol? ¿Eres tú?

La joven se quedó inmóvil como una estatua. No podía ser… El pulso le latía en los oídos. Por fin dio un paso hacia la canoa.

—¡Zorro Alto!

—Gracias a Okeus. —El muchacho echó a andar hacia ella—. Ha debido de enviarte el mismísimo dios oscuro. Llevo aquí escondido desde la tarde, esperando que la Mujer Noche atenuara la luz. Pensaba ir a verte. No sabía a quién más acudir. Eres la única persona en quien puedo confiar.

Zorro Alto la estrechó con tanta fuerza que la dejó sin aire. Había visto dieciocho otoños, y era dos cabezas más alto que ella. Perla de Sol apoyó la cara en su pecho. Percibía el olor de su sudor y algo fétido, como hedor de sangre rancia. Al apartarse vio que tenía el rostro surcado de churretes.

—¿Q-qué haces aquí? —balbuceó—. Creía que…

—Ya lo sé, pero… Está muerta.

—¿Qué? ¿Quién?

Zorro Alto cayó de rodillas, la abrazó por la cintura y hundió la cara en su capa. Sus desesperados sollozos la aterrorizaron.

—Bendito Okeus, mi niña. ¡Mi Nudo Rojo! Está muerta. La han asesinado.

Perla de Sol fue incapaz de articular palabra. Sentía una obscena mezcla de tristeza y alegría. Tristeza por la muerte de la hermosa Nudo Rojo y alegría de que Zorro Alto hubiera acudido a ella. Por fin el muchacho alzó la vista. Perla de Sol se arrodilló junto a él.

—¿Qué ha pasado?

—Todo… todo empezó en la danza. Trueno de Cobre la miraba como un lobo hambriento. Yo no pude soportarlo, Perla de Sol. Esperé hasta poder hablar a solas con Nudo Rojo y entonces… entonces… —Prorrumpió de nuevo en sollozos, aferrándose a la capa de Perla de Sol como un náufrago a una tabla.

—Estoy aquí, Zorro Alto. Estoy aquí. Cuéntamelo todo. ¿Qué hiciste?

—¡La convencí de que huyera conmigo! —exclamó él con voz rota—. Pero alguien debió de oírnos, aunque no sé quién, yo no vi a nadie. El caso es que esa persona decidió seguramente detener a Nudo Rojo y… ¡Ay, dioses! Es culpa mía. ¡Yo la he matado! He sido yo.

Perla de Sol se quedó mirándolo, pálida y horrorizada.

—Tú… tú… ¿Tú la mataste?

—¡No! ¡No me acuses! ¡Yo no he hecho nada! Cuando la encontré ya estaba muerta, allí tirada en el suelo. Había sangre por todas partes. —Zorro Alto se miró la mano y se estremeció. Aferró los hombros de Perla de Sol como si sus manos fuesen garras de águila. La muchacha tuvo que apretar los dientes para no gritar.

—Claro que no la mataste. Tú nunca podrías haberle hecho eso a… a alguien a quien querías. Pero suéltame, me haces daño.

Zorro Alto retrocedió un paso.

—Perdóname, Perla de Sol. No quería hacerte daño, a ti menos que a nadie. Eres la única persona en quien confío. Ayúdame. ¡Tienes que ayudarme, te lo suplico!

—Haré todo lo que me pidas —replicó ella, haciendo un esfuerzo por aparentar una calma que no sentía—. No te preocupes. Pero tienes que contarme exactamente qué pasó, porque no entiendo nada.

Zorro Alto alzó los brazos.

—¡Ni yo! —De pronto parpadeó y le miró ceñudo la boca—. Estás sangrando. ¿Qué…?

—No es nada.

—¿Qué te ha pasado? Parece…

—Me caí. Venía corriendo por el bosque y estaba oscuro. Una tontería.

Zorro Alto frunció el entrecejo, como si supiera que le mentía.

—¿Te ha pegado alguien? —preguntó enfadado—. ¿Quién? ¿Por qué? ¿Es parte de tu castigo por atreverte a quererme, por…?

—¡Mira, déjalo! Por favor, Zorro Alto. Tenemos cosas más importantes que discutir. ¿Crees que el clan Piedra Verde la hizo asesinar por intentar escaparse contigo y arruinar la alianza con el gran Trueno de Cobre?

—No lo sé, de verdad. Es posible, pero yo no le conté a nadie lo que planeábamos. No…

—Me lo dijiste a mí.

—Claro —susurró él con una débil sonrisa—. Tú eres mi mejor amiga.

Todo el dolor que Perla de Sol llevaba dentro desde hacía dos días afloró de pronto.

—Y tú eres mi mejor amigo. Te echaba tanto de menos que creí morir.

Zorro Alto le apretó las manos.

—No te preocupes. Todo saldrá bien. Sólo tienes que ayudarme a solucionar esto. Estoy perdido, Perla de Sol. Van… van a pensar que fui yo.

—Pero ¿por qué? Todo el mundo sabe que la querías.

—No, no lo saben. La gente piensa que sólo éramos amigos. No saben que yo… que nosotros… Alguien me vio alejarme corriendo de su cadáver. Era Sauce.

Perla de Sol sintió una punzada de temor en el vientre. Sauce tenía el alma de un felino. Si había visto a Zorro Alto, sin duda lo contaría.

—Entonces debes hablar con los Ancianos del dan. Explícales lo que pasó, diles que tú no lo hiciste. Eres el hijo del Weroance y te creerán.

—Mi pobre niña inocente. Lo que piense nuestro pueblo no importa. Perla Plana vendrá a por mí. Ellos…

—¡Pero tú no la mataste!

—No, pero todo el mundo me vio la cara esa noche. Parecía un perro rabioso. Benditos dioses, no estaba dispuesto a dejarla marchar con ese viejo asqueroso. La idea de ellos dos juntos era como un enjambre de avispas en mi vientre. ¡Tenía que hacer algo! Pero nadie me comprenderá. Pensarán que la convencí de que huyera conmigo para poder matarla, que si yo no podía tenerla no permitiría que la tuviera otro hombre.

—Aunque la gente de Perla Plana te crea culpable, tu clan, Sol de Nácar, sabrá que eres inocente. Ellos te protegerán.

Zorro Alto se echó a reír, pero la risa no tardó en convertirse en llanto.

—La vieja Halcón Cazador siempre me ha odiado. Exigirá que mi clan me entregue.

—Tanto tu clan como tu padre se negarán.

—Sí, lo sé. Púa Negra y los Ancianos de Sol de Nácar se negarán, y eso debilitará nuestra alianza. ¿No lo entiendes, Perla de Sol? Este asesinato significa guerra. Y yo no sé qué hacer. No puedo pensar.

A la luz plateada de la luna ella vio lo que parecían manchas de sangre en sus dedos, y retrocedió con el corazón acelerado.

Zorro Alto apartó las manos.

—¿Qué pasa?

—Nada. Es sólo que… no me encuentro muy bien. Hace días que no como nada.

—No debería haber venido a casa. Aquí ya no me queda nada. No tengo derecho a pedirte nada, y menos después de lo ocurrido hace dos días. Esa tarde, en la plaza, debería haber hecho frente a mi padre, pero no…

—No, eso no es cierto —replicó ella—. Yo te quiero, Zorro Alto, pero hice mal al decírtelo delante de todo el mundo. Para tu padre fue una vergüenza que la hija de un alfarero del clan Cangrejo Estrella se declarase de aquella forma a su hijo. Si me hubieras defendido sólo habrías empeorado la situación.

Zorro Alto le acarició con ternura la mejilla.

—Puede que seas la hija de un alfarero, pero eres la única amiga que he tenido. Te quiero, Perla de Sol. Hasta que conocí a Nudo Rojo siempre había pensado que nosotros… —De pronto apretó el puño—. Eso es lo que debería haberle dicho a mi padre, que la culpa no era tuya, sino mía.

Perla de Sol, con la esperanza latiéndole en el corazón, le tocó el brazo con gesto apremiante y febril.

—Podríamos escaparnos juntos, Zorro Alto. ¡Sí, ahora mismo! Yo iría contigo a los jefes Serpiente. Por favor. ¡Llévame!

—Mi pobre niña —respondió él con lágrimas en los ojos—. ¿Crees que puedo olvidar lo joven que eres? Tu clan me mataría, y con toda razón.

—¡No si nos marchamos! Yo… yo sería tu esposa, Zorro Alto. Estoy dispuesta, de verdad. Si aceptas te prometo que…

—¡Por favor! —Cerró los ojos como si sintiera dolor, y se apartó de ella. Parecía un guerrero atormentado—. No puedo cometer otro error. Tengo que demostrar que yo no he matado a nadie.

Una ráfaga de viento frío sopló sobre el agua y revolvió el pelo de Perla de Sol. La muchacha no tuvo fuerzas para apartárselo de los ojos. Mientras siguiera siendo una niña, Zorro Alto no la tocaría. Se sentía vacía. Se apretó los codos para disimular su temblor.

—Tienes razón. No podemos poner al pueblo contra ti justo cuando Perla Plana te acusa de asesinato. Un enemigo es más que suficiente. —Respiró hondo y contuvo el aliento—. Pero ¿cómo podemos demostrar que tú no mataste a Nudo Rojo?

—No podemos. ¿Quién nos creerá? Mi padre es el hombre más poderoso de este territorio, y a él le dará igual lo que digamos. Aunque fuera culpable, no creo que me entregara a Perla Plana, porque sería mostrarse débil delante de Halcón Cazador y la vieja desde luego lo utilizaría contra él. Piensa, Perla de Sol. Yo apenas soy un hombre y tú eres una niña. ¿Quién nos escuchará?

Perla de Sol guardaba silencio pensativa. Estaba considerando todos los ángulos del problema, posibilidades en las que nunca había pensado. Algunos rostros acudieron a su mente. Ella los rechazó a todos menos a uno: el del único hombre del mundo que de verdad la aterrorizaba.

—¿Quién nos escuchará? —repitió como distraída—. No sé, pero creo que hay una persona que tal vez lo haga.

—¿Quién?

—Antes necesito saber lo que sucedió anoche con todo detalle, ¿lo entiendes? ¡Todo! La expresión de la gente, las cosas que se dijeron, incluso lo que te parezca que no tiene importancia. Si quieres salvar la vida, tengo que poder describir tu trayecto de ida y vuelta a la aldea de Perla Plana como si hubiera estado contigo. Sé que te sientes cansado, igual que yo. ¿Te ves con fuerzas?

Zorro Alto la miró en silencio y finalmente se sentó en la arena con un hondo suspiro.

—¿Por dónde empiezo?

—Por el momento en que dejaste la empalizada con tu padre. ¿Qué pasó después?

Zorro Alto levantó un puñado de arena mojada y comenzó a modelarla.

—Mi padre se puso furioso. Nunca le había visto con la cara tan congestionada. Iba dando garrotazos a todos los árboles que encontrábamos, maldiciéndonos a mí y a mi madre y prometiendo «encargarse de mí» cuando hubiera cumplido con sus responsabilidades hacia la Weroansqua. Te juro que me daba miedo darle la espalda.

»Cuando llegamos a Perla Plana nuestra gente se dividió y mi padre me ordenó que le siguiera en silencio. Ni siquiera me permitía hablar con conocidos. Y luego, esa noche durante la danza… benditos dioses… —Dejó la bola de arena y se mesó el pelo—. Nudo Rojo estaba tan hermosa… Y no hacía más que mirarme, ¿sabes?, con aquella expresión tan especial, y yo me pregunté qué estaría pensando Trueno de Cobre, porque aquella mirada era inconfundible. Yo me sentía acorralado, Perla de Sol. El peligro se cernía desde todos los flancos: mi padre, Halcón Cazador, Trueno de Cobre… Incluso Sauce me miraba con odio. Me sentía como un hombre en su primera batalla, desesperado, asustado.

Zorro Alto tiró la bola de arena al agua y miró ceñudo los anillos plateados que se expandieron por la superficie.

—Entonces Nudo Rojo se puso a bailar delante de mí, sólo para mí…

Perla de Sol, sentada con las piernas cruzadas, contemplaba la llegada del alba. Las estrellas se habían convertido en débiles puntos de luz, y el cielo resplandecía como pizarra mojada. La noche había sido fría y húmeda, y la orilla estaba cubierta de escarcha.

Zorro Alto yacía a su lado, envuelto en su manta. Había terminado su historia hacía menos de dos manos de tiempo y luego se había dormido, exhausto.

Ella, sin dejar de mirarlo, retorció el ante rojo de su vestido para luego alisarlo de nuevo. Zorro Alto no le había contado toda la verdad, estaba segura, pero aun así confiaba en él. Si había preferido callar algunos detalles, debía de tener sus razones. No obstante, las lagunas de la historia la intranquilizaban. Intentaba llenarlas con su propia imaginación, pero no se le daba muy bien.

Por fin se levantó y echó a andar por la orilla. Siempre pensaba mejor cuando caminaba. A lo lejos graznaba una bandada de gansos, volando en irregulares formaciones. El agua lamía suavemente la arena a cuatro manos de distancia, y las gaviotas surcaban el cielo rosáceo sobre las olas, arrojando con las alas destellos plateados.

Perla de Sol se estremeció, no sólo por el aire frío y los secretos de Zorro Alto. Nadie había salido a buscarla durante la noche, y en el fondo de su corazón oía la voz bronca de su tía: «Déjala. Le sentará bien pasar una noche a solas con este frío helador. Tal vez así se acuerde de lo importante que son los parientes». Había oído a Hebra de Hoja decir cosas así sobre otras niñas desobedientes.

Por lo general la playa estaba llena de gente que pescaba, cazaba aves o recogía leña. Aquel día no había nadie. Perla de Sol se sentía extraña, como si el tiempo se hubiera congelado, como si Zorro Alto y ella fueran las únicas personas vivas. En la arena se veían las huellas de un ciervo, varios pájaros y un mapache. El mundo guardaba silencio.

Cuando llegó a las canoas distinguió las redes dobladas, los remos, algunos arpones y anzuelos hechos con caparazones. La piragua de su tío Diente Serrado estaba entre las demás, con su casco decorado con zigzags blancos. Sería la más sencilla de manejar. Ella la había llevado muchas veces y conocía sus caprichos. Tendía a desviarse a la derecha…

Un grito hendió de pronto la mañana.

Zorro Alto yacía en la playa, respiraba con dificultad y tenía las manos hundidas en la arena. Emitía gemidos desesperados, como un animal atrapado.

Perla de Sol se rodeó el cuerpo con los brazos. Zorro Alto lanzó otro grito y se incorporó bruscamente, jadeando.

—Estoy aquí —dijo ella con suavidad, acercándose—. Estás a salvo. He vigilado toda la noche, como te prometí.

Él dejó caer los hombros y se frotó la cara con manos trémulas.

—Benditos espíritus, soñaba que mi padre me estaba buscando. Se había aliado con Halcón Cazador para encontrarme. —El joven se miró las manos como si las viese por primera vez—. Me cortaban las manos. Halcón Cazador me las cortaba y mi padre las arrojaba al mar. ¡Menuda pesadilla! Mi sangre inundaba el pueblo y todo mi clan se ahogaba.

Perla de Sol no sabía muy bien qué responder.

—Tú no la mataste, Zorro Alto. Nadie te hará daño.

—Ojalá tengas razón.

—Te prometo que vendrá. Yo le haré venir y juntos demostraremos tu inocencia.

Cuando ella se volvió hacia la canoa, Zorro Alto se levantó y aguardó unos instantes antes de echar a andar.

—Ve con cuidado, por favor. Es una misión muy peligrosa y podría costamos la vida a los dos.

—No se puede ganar nada sin perder algo —replicó ella mientras empujaba la embarcación.

—Espera un momento, por favor. —Sacó de su propia canoa su arco, su garrote y su carcaj y se los ofreció.

—No, Zorro Alto. Tú necesitas tus armas y yo…

—Me haré otras nuevas. Tú siempre quisiste ser guerrera.

Perla de Sol cogió las armas con reticencia, y le sorprendió el peso del garrote.

—Debemos darnos prisa, pronto se hará de día y mis parientes bajaran en busca de agua y leña. Cuanto antes emprendamos el viaje, antes terminaremos.

—Ya lo sé. Es sólo que… —Zorro Alto vaciló un instante, y de pronto se acercó y la abrazó con fuerza—. Escúchame, Perla de Sol. A veces creo que me conoces mejor que yo mismo y… bueno, estoy seguro de que sabes que anoche no te lo conté todo. —Ella se removió entre sus brazos, pero él la estrechó aún más—. Espera, por favor. Quiero que sepas que te lo diré, no ahora, pero pronto, cuando pueda. ¿Confiarás en mí?

—No te comprendo pero confío en ti. Mas si soy tu mejor amiga, como tú mismo has dicho, ¿por qué no puedo saberlo?

—Aún no puedo contárselo a nadie, Perla de Sol. Ni siquiera puedo hablar de ello con mi alma. Todavía no. Tal vez en unos días reuniré valor suficiente. Entonces te lo diré.

Ella asintió con un suspiro.

—Tengo que irme. Hay mucho que hacer y el camino es largo.

La joven se metió hasta las rodillas en el agua helada y tiró de la canoa, que no tardó en mecerse sobre las aguas.

Zorro Alto terminó de empujar la embarcación.

—Ten cuidado, Perla de Sol. ¡Es muy peligroso! No puedes saber cómo te recibirá. Ten preparado el arco.

—Ven a buscarme dentro de dos días —dijo ella, hundiendo el remo para impulsar la canoa—. Nos encontraremos donde hemos dicho.

—Llevas mi alma en tus manos. ¡Vuelve pronto conmigo!

La palabra «conmigo» permaneció en su corazón mientras avanzaba por la costa, más allá de los campos y los bosques hasta el canal principal del río Pez. La luz del alba se reflejaba en el agua verde y teñía de tonos azulados las orillas cubiertas de árboles.

—Le salvaré —dijo a las gaviotas que revoloteaban cerca de ella—. Él no mató a Nudo Rojo, estoy segura.

Una gaviota se acercó graznando y pareció mirarla con escepticismo, al tiempo que la seguía. Perla de Sol respiró hondo. Poco después dejó atrás la ancha desembocadura del río Pez. La pequeña isla de la Pantera era una silueta brumosa en el horizonte, al otro lado de las agitadas aguas de la bahía Agua Salada.

El miedo le hormigueaba en el vientre. La gaviota emitía extraños ruidos, como una risa humana. La gente decía que la Pantera podía transformarse en cualquier animal: un perro, un gusano, un ave. También contaban que a veces daba tanto miedo que el alma de su víctima escapaba del cuerpo. Pero entonces no siempre moría. Muchas veces el alma aterrada vagaba por la tierra, gimiendo y agitando las ramas de los árboles hasta convertirse en un espíritu maligno del bosque, con ojos huecos y sin vida. Y el cuerpo de esa persona seguía entre los vivos, pero ya no podía hablar ni cuidar de sí mismo.

Perla de Sol había visto un cuerpo sin alma cuando cumplió catorce otoños. Era un viejo llamado Luminoso, que había perdido el alma el verano anterior. A partir de entonces todos los días su familia lo ponía en una alfombrilla de hierba, fuera de la casa. Él se quedaba con la vista perdida y la boca abierta, con la baba cayéndole por el mentón. Todavía se horrorizaba al recordarlo.

La gaviota se alejó por fin con otro graznido. Perla de Sol remaba como si la persiguieran guerreros enemigos y la canoa surcaba las aguas de la bahía como una flecha.

Había visto cuatro otoños cuando oyó hablar por primera vez de la Pantera. La vieja Patas de Lobo, anciana del clan Sol de Nácar, se dedicó a recorrer el pueblo con un saquito de sal en la mano, espolvoreando la empalizada mientras susurraba que la Pantera había vuelto. «Está haciendo muñecos de todos nosotros, con farfollas de maíz, y los está embrujando». Esa misma noche un perro negro corría en torno a la empalizada aullando el nombre de Patas de Lobo. A la mañana siguiente la encontraron muerta en su casa, con las uñas hundidas en el suelo como si intentara cavar un túnel para escapar.

Una fría ráfaga agitó el pelo de Perla de Sol. Ella se estremeció y dejó de remar. La tía Hebra de Hoja la había maldecido utilizando el nombre de la Pantera. ¿Lo habría oído el brujo?

—¿Pantera? —dijo a las gaviotas—. Quiero hablar contigo. No soy más que una niña. No pretendo hacer ningún daño.

Los pájaros graznaban. Sus alas relucían blancas contra el fondo dorado del amanecer.

Perla de Sol enfiló la canoa. A pesar de su determinación, no dejaba de otear el cielo. Las nubes se acumulaban al este. Nunca había remado tanto y empezaban a dolerle los brazos, los hombros y el pecho. Le estaban saliendo ampollas en las manos, pero las heridas se curarían. Hasta entonces no había comprendido la inmensidad de la bahía Agua Salada, o el terror que acechaba en las largas olas que mecían su piragua.

Los árboles, esculpidos por el viento, poblaban la orilla de la pequeña isla. Por todas partes brincaban sombras fantasmales, indistintas, como espíritus del bosque compitiendo por la mejor posición para ver su llegada.

—¡Ya estoy aquí, Pantera! Tengo miedo. Tengo mucho miedo. Pero nadie me va a detener, ni siquiera tú.