Sauce se levantó despacio y se sacudió las hojas de la mano. En el bosque reinaba un extraño silencio. A lo lejos se distinguían voces, pero no prestó atención. Lo único más espantoso que el asesinato era el incesto. La muerte no le era desconocida. Él mismo había matado a muchos animales, e incluso a algunos hombres durante la última guerra contra Serpiente de Agua.
—¿Por qué has subido aquí otra vez? —se preguntó en voz alta.
Porque ella era el centro de mis sueños. Cerró los ojos y respiró hondo. Sabía que no debía haber vuelto al cerro. Más le hubiera valido seguir persiguiendo ciervos. Abrió de nuevo los ojos. Ella yacía de bruces, un brazo extendido, la pierna derecha doblada, el pelo enredado. Habían amontonado apresuradamente hojas sobre el cadáver.
Le habían aplastado la parte derecha del cráneo y la herida había sangrado con profusión.
—¿Por qué, Nudo Rojo? ¿Por qué tenía que pasarnos esto? Yo lo tenía todo preparado, ¿sabes? Era la única forma de que fueras mía.
No podía centrar sus pensamientos. Intentó pensar en el asesino con mente de cazador. Era desconcertante. Un guerrero enemigo se la habría llevado como esclava. Un asesino vengativo la habría dejado al descubierto para que la encontraran sus parientes y añadir así el insulto a la injuria. Tampoco se habían llevado ningún trofeo: ni la cabellera, ni los dedos ni las orejas.
Sauce le levantó con cuidado la falda de ante. Como la mayoría de las mujeres, Nudo Rojo se había depilado el vello púbico. En la vulva se veía un hilillo húmedo. Sauce lo tocó con el dedo y lo olió.
Era orina, sin rastro de semen, prueba de que no habían estado dentro de ella. Probablemente la vejiga se habría aflojado con la muerte, él mismo lo había visto en muchos de los ciervos que cazaba.
De pronto reparó en que Nudo Rojo aferraba algo en la mano derecha. Era un collar, un diente de tiburón hueco colgado de una correa de cuero. Tenía cuatro perlas engastadas a cada lado, y varias cuentas de nácar.
Sauce no recordaba haber visto aquel collar. ¿De dónde había salido?
¡Zorro Alto! Sauce sonrió satisfecho.
Dejó el collar y volvió a amontonar las hojas sobre el cadáver ensangrentado. Cubrió también las huellas que habían dejado al arrastrar el cuerpo de Nudo Rojo, dejando sólo las señales que podría descubrir un rastreador experto.
Luego miró la pendiente. Por las huellas que había hecho Nudo Rojo, hasta un ciego vería que había subido desde la ensenada, rodeando el abedul gigante.
Siguió el camino que probablemente había tomado la niña una vez en la cima del risco. De vez en cuando veía huellas. No lejos de allí habían movido las hojas. Estaban manchadas de sangre. Sauce las ocultó a la vista.
A continuación se acercó al nogal, al lado del sendero. En la base había una débil huella, como la que podía haber dejado un mocasín. En la corteza se veían marcas. Alguien la había arañado con las uñas. Sauce hizo nuevos arañazos.
A un paso del árbol encontró una rama de sasafrás mordida. Aparte de esto no vio nada más fuera de lugar. El nogal, testigo de todo lo sucedido, no podía dar más pistas.
Se acercó al otro lado del risco y miró el sendero que llevaba al embarcadero Ostra. Las huellas de Zorro Alto estaban claras. Sauce sonrió y meneó la cabeza. Por Okeus, Zorro Alto, tienes menos luces que una piedra.
Sí, a juzgar por las señales, los hechos resultaban evidentes. Nudo Rojo había subido por el oeste y Zorro Alto por el este. Se habían encontrado y él la mató antes de salir huyendo.
—¿Veis algo? —se oyó una voz.
—No —contestó otra voz—. ¡Nudo Rojo!
¿Quiero ser yo quien descubra el cadáver, o debería permanecer al margen? ¿Qué me interesa más?
Sauce sonrió de nuevo y se hizo bocina con las manos.
—¡Aquí! ¡Deprisa! ¡Han asesinado a Nudo Rojo!
Halcón Cazador esperaba en la puerta de la empalizada. Los guerreros traían a Nudo Rojo atada de pies y manos a un poste, con la cabeza colgando y el pelo arrastrando por el suelo. Con los ojos entreabiertos miraba al cielo. La gente se arracimaba detrás de la anciana.
Sólo Peine de Nácar estaba a su lado, pálida y rígida como si una serpiente se hubiera enroscado a ella. Tenía los puños apretados y el mentón tenso. Algo indescriptible brillaba en sus ojos, una chispa de desesperación, horror y sufrimiento. Se tambaleaba como si le costara conservar el equilibrio, como si estuviera al borde del colapso.
Bueno, por lo menos Peine de Nácar tenía el aspecto digno de una Weroansqua en un momento tan difícil. Halcón Cazador alzó el mentón y se forzó a contemplar la procesión que avanzaba por el bosque con su macabra carga.
Nueve Muertes dirigía la comitiva con expresión airada y sombría. Sí, Halcón Cazador conocía muy bien aquel gesto, y no significaba nada bueno para Perla Plana.
¿Qué sabe él? ¿Qué puede sospechar?
Detrás de Nueve Muertes marchaban sus guerreros con los arcos en la mano, mirando inquietos a sus espaldas. Trueno de Cobre iba en la retaguardia. Sus hombres hablaban en voz baja.
Esto va a ser muy complicado. Como una cebolla: una capa debajo de otra. Pensó en lo que había contado una asustada Cierva Veloz: que había visto guerreros de Estaca Blanca acechando en el bosque. ¿Qué atrocidades podrían haber cometido de no haber estado los hombres buscando a Nudo Rojo? Cada nuevo elemento que surgía aquella triste mañana era como una chispa junto a la paja.
Halcón Cazador se agitó, conteniendo un respingo al sentir el dolor de sus caderas. Estar de pie siempre era doloroso.
No tardaría mucho en yacer en la Casa de los Muertos. Le abrirían el vientre para sacarle los intestinos y órganos. Serpiente Verde despellejaría con cuidado su cadáver y teñiría su arrugada piel. Su cuerpo se secaría y se descompondría hasta que Serpiente Verde ordenara a Relámpago y Oso Rayado que arrancaran toda la carne de sus huesos. Luego extenderían su piel sobre el esqueleto seco y la rellenarían con hierba, y con gran ceremonia la colocarían junto al resto de sus antepasados. Sería venerada y adorada, y su espíritu sería guía y protección para la aldea e inspiración para Peine de Nácar y otras sucesoras.
Y cuando mi fantasma se encuentre con los otros, ¿qué dirán? ¿Cómo me tratarán? Halcón Cazador hizo una mueca. ¿Qué podían hacer un puñado de fantasmas contra otro de su especie? ¿Cómo podrían castigarla?
Eres una vieja estúpida. Lo que has hecho tenía que hacerse. Perla Plana seguía siendo independiente, líder entre las aldeas del río Pez. El clan Piedra Verde era respetado a lo largo y ancho de la bahía Agua Salada. Los crímenes que ella había cometido no importaban. Los resultados hablaban por sí mismos.
Halcón Cazador miró a su hija. Era evidente su determinación. Peine de Nácar se sostenía por pura fuerza de voluntad. Su rostro era una máscara. Tal vez había llegado por fin a comprender la responsabilidad de convertirse en Weroansqua. Por una vez se comportaba como una líder: estoica, un modelo para su pueblo. Sólo conociéndola bien se podía advertir su fragilidad. Pero, por otra parte, las cosas frágiles no se estropean ni degeneran, sólo se parten. Con el tiempo, si no se rompía catastróficamente, su hija podría desarrollar una dura resistencia.
Después de todo hay esperanza. Halcón Cazador casi suspiró de alivio.
Nueve Muertes se acercó a ella, con el rostro tan inexpresivo como si estuviera tallado en madera.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Halcón Cazador.
El Jefe de Guerra respiró hondo y contuvo el aliento para calmar su agitación interna.
—Ha sido una mañana agitada, Weroansqua. Al poco de salir a buscar a Nudo Rojo, la joven Cierva Veloz vino corriendo a decirnos que se acercaban guerreros enemigos. Reuní a mis hombres y tendí una trampa en la que Ala de Mirlo cayó sin remedio. Cuando comprendió que estaba en desventaja, me dijo que venía en misión de paz, que te traía un mensaje de su Weroance.
—¿Y qué mensaje era ése?
—El Weroance de Estaca Blanca deseaba expresar con delicadeza su disgusto ante la idea de casar a Nudo Rojo con el Gran Tayac. En pocas palabras, Weroansqua, Cazador en el Maíz debe de haberse enterado de que Nudo Rojo se había convertido en mujer, y presa del pánico envió a Ala de Mirlo para disuadirte de ese matrimonio.
Halcón Cazador miró de reojo a Peine de Nácar. A su hija le brillaban los ojos. Bien. Estaba pensando, utilizaba la cabeza para algo más que para sentir dolor.
—Ya veo. —La anciana señaló a los guerreros que llevaban el poste con el cuerpo de Nudo Rojo—. ¿Y esto?
—La han matado los de Estaca Blanca, ¿no es así? —terció Peine de Nácar con voz estridente—. ¡Han asesinado a mi hija para impedir que se casara con el Gran Tayac! —exclamó, adelantándose con el puño en alto—. ¡Lo pagarán muy caro!
Halcón Cazador contuvo un gruñido. Bueno, era mucho esperar que su hija se convirtiese en otra mujer.
—Antes de precipitarnos y declarar la guerra, ¿quieres terminar tu informe, Nueve Muertes?
El hombre miró incómodo a Peine de Nácar.
—Ordené a varios exploradores que siguieran a Ala de Mirlo, por si se le ocurría volver. Después reanudé la búsqueda de Nudo Rojo. Entonces el joven Sauce nos llamó. Fue él quien encontró el cadáver.
—¿Sauce?
El joven se adelantó inseguro y agachó la cabeza.
—¿Tú la encontraste, Sauce?
—Sí, Weroansqua. Estaba cazando. Nunca habría subido a la cima del cerro de no ser por Zorro Alto, que me hizo fallar el tiro. Perdí la flecha y los ciervos huyeron y…
—¡Zorro Alto! —gritó Púa Negra—. ¿Te refieres a mi hijo?
Sauce miró de reojo al Weroance de Tres Mirtos.
—Así es.
Púa Negra se abalanzó y fue a duras penas contenido por otro hombre.
—Tranquilo, Púa Negra —terció Halcón Cazador—. Llegaremos al fondo de todo esto. Nadie ha sido aún acusado de nada. —La anciana puso la mano en el hombro de Sauce—. Tranquilo, muchacho, tómate tu tiempo. Cuéntanos despacio lo ocurrido.
El joven se humedeció los labios y la miró con nerviosismo. A continuación contó los sucesos de la mañana: los ciervos asustados, la aparición de Zorro Alto y sus palabras incongruentes. Explicó que al final había dejado de buscar su flecha perdida para subir al cerro.
—¡Pero yo no creo que Zorro Alto la matara! —concluyó, mirando a Púa Negra—. ¡Zorro Alto la quería!
La multitud rompió en murmullos. Peine de Nácar tenía los ojos encendidos. Púa Negra se adelantó con los hombros tensos.
—¿Qué estás diciendo, cazador?
Trueno de Cobre lo observaba todo con expresión neutra, pero sus ojos negros revelaban los pensamientos que bullían en su cabeza.
—¡Fueron los guerreros de Estaca Blanca! —exclamó Peine de Nácar—. Esos gusanos han impedido el matrimonio, tal como se proponían. Primero la mataron y luego fingieron venir a la aldea para despistarnos. ¡No podemos dejar esto así! Cuanto antes ataquemos mejor. ¡Que no tengan tiempo de prepararse!
Trueno de Cobre alzó una ceja sorprendido.
—¿Y tú qué piensas, Gran Tayac? —preguntó Halcón Cazador.
—De momento me reservo mis opiniones. Hemos visto dos caras de esta historia, pero me pregunto cuántas más surgirán ahora que hemos pateado el hormiguero.
—¿Y qué pasa con mi hijo? —Púa Negra se adelantó con los puños apretados. Parecía furioso y a la vez aterrado.
—Todavía no lo sabemos —contestó Halcón Cazador, antes de volverse hacia el cuerpo de Nudo Rojo—. ¿Cómo murió?
—De un golpe en la cabeza, Weroansqua —informó Nueve Muertes, apartando el pelo ensangrentado de la niña—. La alcanzaron aquí, y el golpe le partió el cráneo. Al tocarlo se nota que el hueso se rompió hacia dentro, penetrando en el cerebro. Debió de morir al instante.
—¿Se ha encontrado alguna pista?
Nueve Muertes alzó el collar con el diente de tiburón.
—Esto. Sauce dice que lo llevaba en la mano.
Púa Negra se volvió bruscamente.
—¡Ya he oído bastante! ¡Mi pueblo y yo nos marchamos! Si deseas algo de mí —añadió, señalando a Halcón Cazador—, ven con tus guerreros por ello.
Halcón Cazador tenía un nudo en el estómago. Tres Mirtos había sido su aliado incondicional durante muchos años. Cierto que Zorro Alto era el hijo de Púa Negra, pero ¿cómo podía un simple diente de tiburón abrir tal abismo entre ellos?
Quiso salir tras Púa Negra, pero Peine de Nácar le puso la mano en el hombro.
—Déjalo, madre. Ha sufrido una terrible conmoción. Cuando se tranquilice un poco le enviaremos un mensaje exculpando a su hijo.
—¿Ah, sí? Pues yo pienso que Zorro Alto es precisamente el mayor sospechoso.
—¿Eso crees, cuando el bosque estaba lleno de guerreros de Estaca Blanca? Venga, madre, seamos realistas. ¿Quién podía sacar más beneficio de esto? Pues Serpiente de Agua. ¡Mira lo que ha hecho! Con un asesinato ha frustrado el matrimonio y nuestra alianza con el clan Pipa de Piedra, y ha dañado una amistad de generaciones con nuestros hermanos de clan. Ha sido un golpe maestro.
—Y tú crees que deberíamos declarar la guerra a Estaca Blanca.
—¡Sí! —Peine de Nácar se acercó a Trueno de Cobre—. ¿Y tú qué, Gran Tayac? Esto es también una bofetada para ti. ¡Cazador en el Maíz ha matado a tu esposa! ¿Lo dejarás impune? ¿Piensas quedarte de brazos cruzados o te unirás a nosotros para acabar con esa mala bestia?
—De momento esperaré. Si resulta que ese patético Weroance es quien mató a mi Nudo Rojo, entonces actuaré. Pero en su momento, y de tal forma que tanto él como su Mamanatowick se arrepentirán en esta vida y en la próxima.
Halcón Cazador se cogió el mentón. Los aldeanos de Tres Mirtos ya estaban en sus canoas y remaban en silencio, dejando estelas a su espalda.
Aquí pasa algo raro. Era como mirar una vasija rota sabiendo que faltaba la mitad de los pedazos.
—Nueve Muertes, ¿crees que han sido los guerreros de Estaca Blanca?
—No, Weroansqua. —Pero lo dijo mirando receloso a Peine de Nácar, como si deseara retractarse de sus palabras—. Por lo menos no parece probable. La partida de Ala de Mirlo no habría dejado rastro. Son muy hábiles. No, no creo que fueran ellos.
Halcón Cazador hizo una seña a los guerreros que cargaban el cuerpo de Nudo Rojo.
—Llevad a mi nieta a la Casa de los Muertos. Decidle a Serpiente Verde que la ahume, pero que no haga nada más hasta que yo lo ordene.
—Sí, Weroansqua. —Presa que Vuela y Ardilla se alejaron.
—¡Madre! —exclamó Peine de Nácar, con fuego en los ojos—. ¿Vamos a…?
—¡Ya basta! No haremos nada hasta que haya considerado todos los aspectos de la cuestión. Necesito pensar antes de actuar, no como tú, niña. Una política que espero emules, porque si no, que Okeus nos asista, serás una esclava dedicada a lavar las vasijas de Serpiente de Agua cuando yo muera.
Halcón Cazador dio la espalda a la horrorizada muchedumbre y se dirigió a su casa. Tenía que encontrar el camino correcto para salir de aquella locura, si no quería que los destruyera a todos.