Anexo/Plática de Jiménez Ure con Juan Liscano
[®, caducados] Publicado en ULA-2000, «Cuadernos No. 10» (Mérida, Venezuela, 1996).
[Caracas, Venezuela, 1996]
Viajé a Caracas con el exclusivo propósito de entrevistar a Juan Liscano, notable poeta y ensayista a quien la Universidad de Los Andes concede —muy merecidamente— el Doctorado «Honoris Causa». Todos lo advierten: en la capital del país, la prisa signa los comportamientos. Empero, Juan no parecía atrapado por esa sensación psíquica denominada tiempo.
Actualmente, Juan Liscano reside en Lomas de San Román (Edificio «Todavista»). Desde el enorme balcón de su apartamento, vi las montañas y recordé a Mérida: incomparablemente hermosa.
—A la edad que has alcanzado, ¿por qué te asombra lo metafísico? —acomodándome en una butaca anexa a la suya, interrogué.
—No estoy asombrado —aclaró—. Lo que pasa es que mi trayectoria ha sido mal conocida. En realidad, yo he estado en desacuerdo —desde muy joven, a causa de las lecturas que tuve durante mi proceso de formación— con la Corriente de la Historia, como la llamaba Sartre[73]. Me mantenía contracorriente porque la Historia no es, a mi juicio, el problema. La Historia es el desarrollo entendido desde un punto de vista exclusivamente materialista y de cosas. El desarrollo era cosas, no uno. A lo largo de mi vida tuve una actitud opuesta y, por otra parte, una naturaleza combativa (que no respondía a un arquetipo). Se dio más importancia a mi parte polémica que a mi formación. Si alguien organiza mi obra esencial, que es la poética, se encuentra con un primer libro titulado Ocho Poemas. Son vociferaciones (por eso no lo he editado) contra la vida urbana. Ello a pesar de que Caracas era una apacible y encantadora ciudad en relación con lo que es en la actualidad (una megalópolis llena de malandraje, con un tráfico espantoso).
»Esa situación me impulsó a encontrarme con los hombres sierra adentro. Me fui a la Colonia Tovar que, en aquella época, había que visitar a caballo. Estaba completamente aislada, sin luz eléctrica ni las demás cosas que llaman progreso. Ahí pasé cuatro meses, en contacto con los animales y colonos (gente sumamente sencilla y rústica), bañándome en el chorro de agua con el cual aseaban a los caballos. Escribí mi primer libro, Ocho Poemas, a la luz de las velas, sobre una mesa, en un depósito de alimentos que fue acondicionado para mi en una pulpería donde comía».
—Deduzco, Juan, que era apreciable cierta búsqueda mística en tu alejamiento de la ciudad…
—No la llamaría mística. No lo tenía claro (fue una actitud contracorriente). Ahí conocí las circunstancias en las cuales vivían algunos campesinos venezolanos que me narraban historias. Pasé a la investigación —ya en serio— de la cultura popular venezolana, buscando mucho más la magia que el aspecto folklórico. Todo eso es lo que —a lo largo de mi vida— ha prevalecido. Me ha puesto siempre empuntado con la realidad: eso que llaman así, tras algo superior. Esa Realidad Superior es lo que yo llamo De Otro Mundo. Y es lo que me ha interesado de tu obra: la crítica burlona, feroz, ácida, blasfémica, de la realidad. Porque, la realidad que vivimos es abyecta y aberrante. De modo que yo estoy totalmente de acuerdo con tu demoledora obra, que siempre lo coloca a uno al borde: en el umbral de la muerte.
Liscano se levantó para calmar un poco a sus perritas, dos hermosas animalitas a las cuales trataba con gran ternura. Para que no interrumpieran el diálogo, las había encerrado en su estudio.
—¿Nunca se presentó en ti la necesidad de entregarte al sacerdocio? —inquirí.
—Lo que hubo fue una intención muy firme de vivir en la India —discernió el autor de Contienda (1942). Pero, siempre he estado atrapado por las circunstancias sociales. Por eso que llaman «realidad». Es la mayor contradicción de mi vida. Pese a mi condición de habitante de un país tercermundista, considero que ya he resuelto ese dificilísimo problema.
—¿Cómo puede alguien transitar el camino de la espiritualidad?
—Para emprender el camino del espíritu, del desarrollo metafísico —hasta alcanzar cualquier Revelación de Otro Mundo— se requiere hacerlo desde muy joven. Todos los místicos —y yo disto mucho de ser uno— han iniciado su vida espiritual muy joven o bien han tenido una revelación en el curso de su existencia que los ha llevado a ello. Como, por ejemplo, William Blake[74]: el pintor y poeta. Esta es una digresión que quisiera situarla en Inglaterra. En la Inglaterra de Blake había prácticamente triunfado el Espíritu Materialista —ahondó el maestro de las letras—. Los empíricos empezaron con unos monjes que se dedicaron a la experimentación. El espíritu materialista —lo señalan ellos mismos— lo definió Tomás Hobbes[75], autor de Leviathan: dijo que «el ser humano nace como una tabla lisa». No hay innatismo[76], mensaje de arriba. No hay Dios: nada. A medida que vamos viviendo se registran en esa madera las impresiones de la vida. De modo que lo único que hay es el Hombre con su experiencia. El Hombre basado en la experiencia tiene que marchar hacia delante. Así es olvidado de Dios y del Espíritu para idear la Bomba Atómica, La Genética y una cosa absolutamente caótica llamada Internet[77]. Los empíricos ingleses empezaron con Francis Bacon[78] y Hobbes. Siguieron con John Locke[79] hasta David Hume[80]. Todos en la misma línea. Ese Espíritu Materialista Inglés era obra de la reforma protestante y produjo la Revolución Industrial y el sentido de la propiedad. Del sentido de la propiedad se llegó a la concepción del Capitalismo. Es decir: a los ingleses se les debe el movimiento Empírico-Filosófico, la creación del Capitalismo, lo cual generó el primer Proletariado mundial. Luego, ese materialismo fue aplicado a la economía. Entonces irrumpió Adams Smith[81]. Todo lo cual condujo a Inglaterra a constituir el imperio económico y político más grande que ha tenido la Humanidad (superior que el romano y español). Los continuadores de ese espíritu fueron los norteamericanos blancos, fundadores de Norteamérica (con menos inteligencia y fineza que los ingleses, sin ningún espíritu filosófico. Creadores de la Bomba Atómica, la Fisión Nuclear). Esa república le ha dado luz verde a la Ingeniería Genética[82] y posee el arsenal nuclear más grande del mundo…
Juan Liscano aseveró que Blake, a los ocho años, vio sentado al profeta Ezequiel encima de un árbol. Entre el follaje, también un coro de ángeles. Desde ese momento y hasta el día de su muerte, el escritor británico anotaría, todas las noches, sus visiones de una comunicación con el más allá.
—Igual viste a Luxfero en un corral —sonreído, le comenté.
—Es cierto —mirándome de improviso a los ojos, profirió—. Pero, yo no me encaminé, directamente —como Blake— hacia el misticismo. Yo pertenecía a un orden social que pretendía convertirme en un abogado. Yo admiro al fenómeno de Blake, que es el mismo de Krsna (quien, a los ocho años, tuvo su primer éxtasis místico). No a los empiristas y economistas ingleses. Lo cual desmiente mi supuesta propensión al materialismo. Yo soy un producto de este medio, de esta circunstancia. Vengo de una familia que tiene dos bancos, hijo de comerciantes. Era muy difícil que yo tomase la ruta de los místicos desde el principio. Tampoco el ambiente que me rodeaba me propiciaba nada de eso. Es decir, que yo soy un guerrero, un luchador dentro de un mundo con el cual estoy en desacuerdo: ese dirigido por una idea de progreso fundamentalmente de orden materialista (sin ética, moral ni nada) y que nos empuja, paso a paso, a la desintegración, a una catástrofe.
—¿Podría sostenerse que es una revelación «demoníaca» tu percepción capitalista del mundo?
—Yo vi al Diablo cuando era pequeño. Ese es mi problema. Pero, tuve, en estos tiempos, una experiencia equivalente. Ocurrió en el curso de una de mis meditaciones[83]. Vi un enorme círculo rojo (símbolo de energía) y, a la derecha, poco a poco, creció un muro bastante sucio. Ahí empezaron a crecer dos ojos de vidrio. Mediante ellos capté un mundo espantoso, plagado de podredumbre. Desde la perspectiva metafísica, yo considero que el Mal siempre ganará la partida. Yo estoy entre la permanente revelación del espíritu del Mal y una Voluntad De Otro Mundo: hacia otra realidad. Sospecho que puedo finalmente lograrlo.
—¿Cómo no hallar belleza en el Demonio si sus poderes semejan a los de Dios? ¿Cómo no justificar el Mal si forma parte de la naturaleza misma del Creador?
—En ese sentido, Jiménez Ure, yo soy maniqueísta: pienso que el Mal y el Bien son preexistentes al Ser Humano.
—Pero, no preceden a Dios…
—En mi opinión, el principal demonio es Jehová. Obviamente, es un demiurgo. No creo en la existencia de un dios antropomórfico. Creo en la voluntad de un «cosmos inteligente». Las moléculas que lo conforman son inteligentes. La energía es inteligente. En cada una de ellas está el Espíritu del Bien y del Mal. Esa lucha estuvo mucho antes de que apareciésemos: fenómeno que no está aclarado. ¿Cómo fuimos creados? Nadie sabe. ¿Cómo aparecimos en la Tierra? Lo ignoramos. ¿Cómo es posible que el Hombre sea un animal con un cerebro capaz de imaginar un Cielo y a Dios? El Mal es la búsqueda del Poder Sobrenatural, Económico y Político…
—Pero, la renuncia también es una forma de Poder: cual postuló Ghandi[84].
—Desde el punto de vista maniqueo, la única forma de combatir el Mal es envenenándolo por dentro con el sentimiento del Bien: que es, fundamentalmente, el amor. Es la visión maniqueísta, de Manés[85]. No veo el Maniqueísmo como religión, sino como filosofía. No adhiero a las religiones ni ordenes esotéricas, partidos políticos o una clase determinada. No estoy en contra de los banqueros ni a favor de ellos. Yo veo la posibilidad de desarrollar, individualmente, una parte de la bondad que sirva de compensación.
—Acaso, ¿no será tardío arrepentimiento?
—No, Alberto: no tiene nada que ver con la Moral Cristiana. «Venero la imagen de Cristo porque realmente el hombre bueno es un crucificado en esta sociedad. Por eso estoy de acuerdo con lo que tú escribes. Porque hay una implícita condenación en la conducta humana. En tu novela Aberraciones, está explícita. Todo es aberrante, hasta Dios. Si uno toma en cuenta a Jehová como Dios, lo único que pudiera desear es la liquidación de Dios». Porque un señor que le dice a Adán y Eva que no pueden fornicar, ni comer del árbol del Bien y del Mal, pero que, al mismo tiempo, pueblen la Tierra, es un ente contradictorio. ¿Qué somos hoy? ¿Lo que dijo Jehová? Hemos superpoblado la Tierra. Formamos parte de una megalópolis. Destruimos la Naturaleza y la capa de ozono se está acabando. Estoy en contra de esa corriente. Lo que ha imperado es el afán de Poder, inclusive en el orden —también— esotérico. El Nazismo tiene un fundamento político-esotérico-ocultista, absolutamente. Existe todavía una Orden Templaria Política[86]. Quien busca a Dios por el camino del Poder y de la Política cae en el Mal y hace el Mal. Yo no puedo vivir feliz en el Mal. Por ello discrepo, lucho sin cesar. Siendo niño, jugaba con soldados de plomo. Yo no era el héroe: dirigía la batalla. Era el estratega de dos campos a la vez.
—Jugabas a ser Abraxas[87].
—Tal vez…
—Si nada nace de la nada, como sostuvo un notable filósofo[88], Dios fue, a su vez, creado para un fin (que quizá lo seamos).
—No sé… Estoy cerrado a la idea de un dios antropomórfico. Admiro —repito— la imagen de Cristo como se admira un símbolo o un mito: probablemente el más grande que, en el orden de una representación divina, haya trascendido. Creo que existen energías cósmicas, estructuras moleculares positivas y negativas. El Universo entero es positivo y negativo.
—¿Crees probable la praxis de la Metempsicosis?[89]
—Los poderes de la mente son ilimitados.
—Si tuvieras por un instante ese poder, ¿qué harías?
—Me gustaría tener la facultad de irme a otro mundo. Cristo murió al tratar de transmitir un mensaje de amor que luego la Iglesia lo convirtió en mensaje político. El amor consiste en nosotros mismos. Los gnósticos[90] tenían razón: este mundo está regido por el Mal y tenemos que prepararnos para irnos.
—¿Para ser juzgados?
—No. Pienso que es falaz la existencia de un «Juicio Final». Si hay una sobrevivencia, responderá a la vida misma. La idea de la reencarnación es que los hombres tenemos deudas que pagar. Quien auténticamente se libere, no reencarnará.