Sobre tus Revelaciones
[Caracas, 6 de Noviembre de 1997]
Querido Jiménez Ure.
Recibí tu libro Revelaciones[66] y demoré —hasta ahora— mi acuse de recibo por no saber qué hacer. No me iba a lanzar en una polémica pública por el afecto que te tengo, desde el inicio de tu obra. Tampoco iba a reseñar el libro explicando su contenido, para darle gusto a los satanistas[67] que tanto abundan en Mérida: esa ciudad noble de cumbres nevadas que mueven hacia la luz, pero de valle hondo y oscuro donde se agita la Tiniebla.
Respeto las motivaciones infantiles y juveniles que te llevaron, desde niño, a reaccionar contra la Iglesia y el orden [más bien Jaula de Fieras del Mundo]. Yo también rechazo la mundanidad, pero nada forma parte tanto de ella como la gestión de El Maligno: de la Tiniebla, de sus devotos[68]. Por eso admiro, como la más alta realización posible humana, el misticismo y al verdadero místico, en contacto casi permanente con la luz. El Poder es la satisfacción máxima del entenebrado[69]. Nadie mejor que tu mismo conoces y has criticado en tu obra —ya vasta y de tonalidad rebelde— el horror del mundo y la torcedura diabólica del Poder y de la voluntad del dominio, así como a los mercaderes que Jesús expulsó del templo a latigazos.
La prédica de Jesús nada tiene que ver con el Poder y no es seguro que se proclamare Hijo de Dios, encarnación de Dios. La Iglesia, en su larga trayectoria, arregló política y mundanamente, en sus concilios, lo de Dios y Jesús. Antes, el judaísmo suscribió la posibilidad del dominio del hombre sobre el planeta, naturaleza y seres vivos. La invitación de Yahvé, en el capítulo de la Creación, parece un manifiesto anticipado de —por ejemplo— en el CET [Corporación Económica Transnacional], la cual, mediante bloques diversos, domina el cincuenta y cuatro por ciento los instrumentos creadores de riqueza material.
El Jardín del Edén dista mucho de ser el Paraíso o Reino Terrenal ofrecido por Jesús. Yahvé quería procreación, superpoblación, dominio implacable del Hombre sobre los peces, las aves y todo lo que se mueve sobre la Tierra. Para el visionario Blake[70] Yahvé y Jehová eran demonios. En todo caso, quien invoca el Diablo debería amar a Yahvé: El Creador, a quien calificas —con razón— de arbitrario. Pero, su mejor aliado, desde el punto de vista del Mal, es Lucifer. Lucifer y en el mundo fétido, es un aire celeste y perfumando.
Por otra parte, la intervención de Lucifer no es la destrucción del envenenado mundo del Poder, en todos sus aspectos, sino su perpetuación porque es el Infierno. Así veo yo las cosas y lo que menos se me ocurriría sería pactar con la Tiniebla, verdadera expresión en aras de un supuesto Proyecto de Extinción[71] que el Diablo no adoptaría porque le interesa mantener el Infierno a perpetuidad sobre todo cuando de ese mundo pútrido salen fenómenos de irradiación luminosa: como Jesús, San Francisco de Asís, la Madre Teresa de Calcuta, José Gregorio Hernández. Esos iluminados componen poblaciones enteras, a la hora de contar malos y buenos.
El Diablo está condenado al fracaso, por más que la Humanidad sea una mierda, porque su Proyecto de Extinción lo dejarían sin almas a las que tentar. Tu libro, si fuera una voluntaria ficción literaria, resultaría un éxito. Pero, no es pura ficción, sino la expresión aciaga de tu psiquis, y ya tenía antecedentes. Por tu pasión escritural y por demoler un mundo con el cual no estás de acuerdo, alcanzaste el Nadir (lo opuesto); un presunto pacto con Satán, tan activo en una ciudad como Mérida, donde cuenta con grandes sacerdotes y monaguillos.
Satán no es sino la ficción de la rebeldía de nuestra mente ante un mundo que parece regido por aquél[72]. Pero cuando medito en Cristo, en San francisco, en la Madre Teresa de Calcuta, en José Gregorio Hernández, Satán desaparece y resplandece el Rey del Sufrimiento Humano en su cruz: donde le daban palos y lanzazos. Esa cruz crística me alumbrará. Lo espero. Hasta el final. Te abraza, tu amigo,
JUAN LISCANO.
[Con la firma ilegible].
P. D. Puedes hacer lo que quieras con esta carta.