Acertijos y Jiménez Ure
[®, caducados] Publicado en el Diario El Nacional, «Papel Literario» (Caracas, Julio 19 de 1979. El mismo día en la Revista Dominical, p. 7, de Manizales, Colombia).
He señalado algunas veces los aspectos contrarios que tiene el trabajo literario de grupo, capilla, taller y es, principalmente, la de producir valoraciones de adoración y negación obligatorias; y un lenguaje comunal lleno de modos, maneras y adjetivaciones fijadas de antemano. Los mismos surrealistas no escaparon de ello[19].
La producción literaria venezolana de las últimas tres décadas, con haber revelado creadores dignos de respeto, padeció y padece aún en los que pudiéramos llamar «los acólitos de última hora», de esas debilidades. Por eso tiene particular importancia, en ese período, la producción de escritores marginados ceñidos a una búsqueda solitaria, fuera de los grupos, tales Ramón Bravo, Renato Rodríguez, Ramón Querales, Eugenio Montejo, Alfredo Silva Estrada, Oswaldo Trejo. Se puede haber pertenecido inicialmente a algún grupo, pero lo interesante es la evolución seguida después, la lenta liberación de los acuerdos comunales, el encuentro con la personalidad propia.
A este respecto viene al caso recordar lo que Pavese escribió, a los 30 años: «[…] Se deja de ser joven cuando se distingue entre si y los otros, es decir, cuando ya no se necesita de compañía […] La madurez es el aislamiento que se basta a si mismo […]».
Hay escritores que tienden, desde jóvenes, a la madurez. Jiménez Ure es uno de ellos. En una hermosa carta me decía: «Nunca he dado mayor importancia a cosa alguna más que a la escritura, razón por la cual he envejecido prematuramente. Soy un hombre triste, sin gusto por las diversiones ordinarias, sin pasión por lo mundano y me siento viejo»[20].
Lo cierto es que la obra de Jiménez Ure no sólo escapa por completo de los patrones narrativos establecidos en el país, como lo expresó Juan Calzadilla en un certero juicio sobre Acertijos[21], sino que aborda, desde una perspectiva fantástica, planteamientos filosóficos, existenciales, ontológicos, creando lo que el ya nombrado Calzadilla califica de «ficción conceptual».
Esas ficciones constituyen, a veces, diálogos mediante los cuales Jiménez Ure desarrolla, a la manera platónica, una argumentación especulativa, pero el procedimiento suyo más habitual es la elaboración de una suerte de relato en el que lo verosímil y lo fantástico parecen perseguir una otredad, una situación metafórica: es decir, puesta más allá, en el «umbral de otro mundo», como titula a una de sus mejores invenciones en su primer libro Acarigua, escenario de espectros[22], el cual recibí sin saber nada de su autor y me sorprendió porque se alejaba de lo habitual en narrativa nacional: lo hiperrealista o lo lírico, lo historicista o lo textual[23].
El ambiente espectral en el cual se desarrollaban las situaciones narradas creaba una suerte de horror patético, de espanto ideal. La muerte era el denominador común de aquellos escritos, como un dibujo hecho de un trazo, sin levantar la pluma. La toponimia no debe engañar. Ninguna de las acciones interiores y exteriores traducían el clima venezolano. Además, lo exterior constituía apenas el fondo de un suceso ontológico de develamiento de apariencias de la muerte, de su irrupción o lenta posesión.
Jiménez Ure, como él mismo lo ha dicho, se ha instalado en una literatura fantástica alimentada por el pensar filosófico y por una búsqueda, por una parte, en el orden formal y, por otra, en el orden conceptual de una penetración en lo que es el ser: hecho de tiempo, de muerte, de subjetividad, de desesperación, de rebeldía y de alienación.
En paisajes sin vida como los de las obras de Beckett[24] y Kafka[25], antros para una operación de metamorfosis, de desdoblamientos, de encuentros espectrales, crimen o de develamientos, sus personajes virtuales dialogan, se niegan, se afirman, se entrematan, viajan en el tiempo, se desdoblan, se confunden, se confiesan, en relatos tendientes todos a forzar la realidad hacia una proyección metafísica sin rumbo cierto, hacia huecos por donde emerger hacia otro mundo de horror sagrado de videncia, de integración o de disolución.
Estos acertijos, construidos por «acontecimientos diarios», como explica uno de sus personajes, el interlocutor del Arlequín[26] que viajó a los infiernos y regresó de ellos, pretenden descomponer el tiempo lineal, encarar a los protagonistas con la irrupción o advenimiento de la muerte, para ofrecer en el estallido de conciencia producido por el exceso, por la rareza, por lo insólito, una suerte de dilucidación al problema de ser y del ser. Alcanza, como en el relato titulado El refugio, uno de los más logrados de Acertijos, a confirmar el estado de plenitud que significa el anacronismo, cuando se percibe el pasado, el presente, el futuro, en una perspectiva única, totalizadora: «[…] Hija —dijo en voz baja— debes volver a tu tiempo. No es el momento para que te hagas luz. Es cierto que muchas cosas has aprendido, pero no tienes suficiente madurez. No existen el pasado, presente y futuro en sucesión. Hacerse luz es estar en todas partes en un mismo momento. Cuando lo aprendas, darás vida al igual que esta luz que hace visible nuestros cuerpos que nos mantienen vivos […]».
Rica en planteamientos especulativos como éste es su obra. Merece un estudio muy detenido. Nada es gratuito en lo que escribe. No se complace en el despliegue textual, sino en la traducción de su filosofar a las situaciones de ficción imaginadas. Es el peligro que corre, pero cuando acierta en esa inteligente condensación literaria, inaugura un estilo propio en el campo muy limitado de la Literatura Fantástica Venezolana, reducida a contadísimos cultores: un Ramos Sucre, un Julio Garmendia a medias, puesto que parte de su obra nada tiene que ver con Tienda de muñecos[27], a escarceos de Salvador Garmendia[28] y Pérez Perdomo, a experimentos más literarios que filosóficos de Ednodio Quintero[29]. Jiménez Ure, en cambio, hace de la escritura fantástica una razón de ser, y persigue a través de la realidad, de la cotidianidad, del hecho existencial, del absurdo, la ejecución de un mundo próximo a la Cuarta Dimensión, o bien instalado en ella, instalado en la especulación de la Antimateria, de la Divinidad y de lo Sagrado informulables en su esencia. Por eso Diálogo con Dios[30] oscila entre lo maravilloso y lo vulgar, la transmutación y la naturalidad hasta concluir en la metáfora del diamante traspasador. Mediante sus funciones fantásticas, surreales, patafísicas por momentos y cargadas de humor negro, feroces, cropofágicas, antropofágicas, metafísicas también, le da un sentido a su vida y pensamiento en la doble vertiente de la creación literaria de la creación ontológica.
El esfuerzo por crear una escritura extremadamente precisa y condensada, que no conceda nada al regusto textual, sino que constituya el esqueleto verbal de una formulación conceptual, lo lleva a veces a incurrir en errores de construcción, en mal uso de preposiciones y en anfibologías innecesarias. Pero constituye el precio de su tentativa tan personal y fundada en una pasión de creación y de existencia espiritual, de autenticidad y de ascetismo, poco usuales en nuestro país y en nuestras letras[31].