Carta de Liscano a Alberto Jiménez Ure sobre la Literatura Venezolana
[®, caducados] Publicada por el Diario Frontera, Mérida, Venezuela (Octubre 27 de 2004).
[Caracas, 11 de Marzo de 1979]
Querido Jiménez Ure.
Hace un par de años, más o menos, recibí una suerte de libro cuyo título me interesó: Acarigua, escenario de espectros[7]. Leí algunos cuentos y me dije: «este escritor está buscando salirse del molde narrativo venezolano acostumbrado, está bien». Y guardé la publicación. Cuando le llegó la misma obra dedicada a Elvira Orphée[8], establecí la relación con usted y me encantó.
Luego llegó Acertijos[9]. He releído su libro anterior y este nuevo, y voy a comentarlos en Zona Franca[10], con el seudónimo de Lorenzo Tiempo, que es el mío. Esta anunciada nota se demorará porque la revista, no lo olvide, es bimestral y, además, anda atrasada. Es lo que explica que su cuento no haya aparecido aún. Pero está ya tipeado y compuesto en uno de los dos próximos números, no sé si el 11 o el 12. Ya la nota no podrá aparecer sino el 13 o 14. La vida de una revista bimestral es lenta, en comparación con las páginas literarias.
Con respecto a sus libros, debo confesarle que me gusta más el primero. Umbral de otro mundo[11] es difícilmente igualable en «horror lírico» y establecimiento en el espanto espectral. Creo que el hallazgo, por su parte, de una forma de narrar diferente, le otorga a Acarigua… una frescura de inventiva que, en parte de los cuentos de Acertijos, resulta reiterativa. Sin embargo La fórmula, El recurso e Incisión[12] son sorprendentes. Pero La voluntad y El verdugo piadoso[13], de su libro anterior, cuyo denominador común es la muerte, resultan más logrados, más brotados en una realización como un gesto, como un dibujo hecho en un solo trazo, sin levantar la pluma.
La fuerza de los cuentos fantásticos breves de un Borges[14], por ejemplo, no estriba sólo en la sorpresa y el tema, sino en la perfección idiomática, que no constituye un obstáculo, sino una transparencia. Pero debo manifestarle que la escritura narrativa venezolana, desde Díaz Rodríguez, inclusive, peca por exceso de adjetivos, proliferación verbal o bien por desaliño, desacierto expresivo. Le hablo como amigo deseoso de que usted se logre y logre su propósito bien intuido por Calzadilla[15], en las breves palabras de exordio a Acertijos.
Leí en Últimas Noticias un trabajo suyo quejándose de que no se prestara atención crítica al relato fantástico. La verdad es que en Venezuela no se presta atención a la Literatura. No pasa nada con ella, salvo cuando un factor de escándalo, con repercusión en los medios de comunicación, alerta al público. Por ejemplo, el lío formado en torno al cuento de Garmendia [16], El inquieto anacobero, mediocre relato por lo demás, en comparación con lo mejor de este escritor.
Convénzase, Jiménez Ure, los venezolanos, en general, carecen de interés por la Literatura en si y gustan más bien del best-seller bien promovido y cinematografiado, de piezas de escándalo, de eso que llaman documento, sobre todo político o de historia vernácula (verbigracia: las ediciones de conversaciones de El Ateneo, las experiencias de hampones y guerrilleros, etc).
Venezuela es un país sin tradición creativa literaria. Gallegos, después de su gran trilogía Doña Bárbara, Cantaclaro y Canaima, se asustó de sus fantasmas interiores, y suplantó la creación literaria por la acción política. Fuera de esos tres libros, lo demás es malo, malo. La nombradía política le gusta más a un escritor que el trabajo auténtico creativo, porque este no retribuye en prestigio social. Pero eso sucede porque, a su vez, la gente es indiferente a la labor creativa literaria. Le repito, en literatura, aquí no pasa nada, salvo cuando factores extraños a la misma, entran en juego. Y esa es la tentación peligrosa para el joven deseoso de imponerse: buscar el escándalo para atraer la opinión, el público.
Muchos de los desplantes escriturales o públicos culturales se deben a ese deseo de llamar la atención. Pero eso es caer en el juego de inoperancia literaria, de bastardaje o de ignorancia. Hay que resignarse con voluntad pesimista de combate y estoicismo: los escritores y la literatura son minoría y para minorías. Si se quiere ser estrella, en un país como el nuestro, allí están las telenovelas y la política.
¿No le causa náusea la unilateralidad de los programas matutinos, donde cada mañana desfilan los mismos políticos rotados, contestando las mismas preguntas imbéciles?
¿Y qué decir del despliegue de información sobre los avatares de las estrellas de TV, la calvicie amenazadora de Amundaray y la irritación de su vista, el embarazo de la Primerísima y su divorcio, la operación estética de Miguel Ángel Landa, los acné por angustia de Marisela Berti[17].
Por mi parte acepto —y creo que esta circunstancia resulta favorable— el carácter minorista de la poesía, la poca recepción de la Literatura verdaderamente creativa o humanística, la marginalidad del verdadero creador, la ignorancia en torno a la vida secreta del creador. En mi propia vida conozco la indiferencia hacia el acto creativo, de los venezolanos. A mi, por ejemplo, se me conoce como nombre público, pero casi nadie sabe por qué sueno. A lo sumo recuerdan que actué en programas de TV, que han visto mi foto en la prensa —sin atinar a precisar por qué motivo—, que me han atacado políticamente.
Hace poco hice un mini-crucero y la chica venezolana de la oficina, al ver mi nombre y pasaporte, me dijo conocerme. Le agradecí, y me preguntó si yo no era una figura importante del deporte. Otras veces me saludan en reuniones porque les suena mi nombre y no saben que soy escritor (unas veinte obras y un monte de artículos, entrevistas y ensayos).
Por momentos me pongo cruel. Así, dos veces que me felicitaron sendas personas por lo publicado recientemente. Tuve la insistencia de preguntarles qué era lo publicado. Se embrollaron. Insistí aun más, preguntando si se trataba de poemas, artículos o entrevistas. Estaban desesperados y tartamudeaban. No sabían cómo zafarse de mi y yo los retuve lo más posible con mis preguntas. Pero generalmente me importa un bledo y simplemente confirmo el no saber leer de los venezolanos que están teóricamente alfabetizados.
Para terminar esta larga misiva: yo he señalado varias veces (vea el Panorama de la Literatura Venezolana Actual) la carencia de literatura fantástica y el carácter cansonamente realista, sociológico, de nuestra narrativa. Lo que pasa es que son muy pocos los que escriben dentro de otro ámbito. Usted y Quintero[18] son de los mejores, y hay algunos otros. Me voy a poner a buscar. Mientras tanto reciba, junto con un libro mío que quizá desconoce, un abrazo.
JUAN LISCANO.
[Con la firma ilegible].