Sandra
La moto seguía allí, sujeta a la buganvilla por la cadena. Aunque yo ahora tenía coche y no la necesitaba, me subí en ella. La puse en marcha con gusto, saboreando el momento y tiré hacia el Tosalet. Me sentí libre, ahora sí que me sentía completamente libre sabiendo que mi hijo ya había venido al mundo y que si me ocurría algo malo no le ocurriría también a él. Misión cumplida.
Al llegar a la altura de Villa Sol se lanzaron contra la puerta metálica unos niños con las toallas al hombro, detrás iba el padre. Les advertía que no fueran bestias.
Me acerqué a él y le pregunté si vivía en esta casa. Era desconfiado y me preguntó por qué quería saberlo. Le dije que por razones sentimentales, durante una temporada también yo había vivido aquí. Se me quedó mirando con incredulidad.
—¿Cómo son las habitaciones de arriba? —preguntó mientras les decía a los niños que tuvieran cuidado con los coches.
Se las describí.
—Pasa, si quieres —dijo—. Húndete en la nostalgia.
Eran las mismas hamacas, sólo que ahora llenas de toallas y descolocadas. La piscina era la misma, pero con algo diferente, la diferencia del ahora, y las puertas de la casa estaban abiertas de par en par y en la ventana de la cocina no aparecía la cara de Karin.
—La he alquilado para todo el mes. Ven cuando quieras. Te invitaremos a cenar.
Se le habían animado los ojos. Probablemente estaba divorciado y le tocaba estar con los hijos. Le di las gracias y volví a la moto. Seguro que ni siquiera sabría quiénes eran los dueños.
Pasé por la casa de Otto y Alice. Estaba muda y daba sensación de pesadez, de que de un momento a otro se hundiría en el suelo y arrastraría con ella las villas de alrededor, la comarca y el mundo entero. Me subí sobre el sillín como aquella lluviosa noche de la fiesta y vi el jardín hecho un desastre, con hierbajos por todas partes. Las columnas dóricas no sé por qué daban una gran sensación de abandono, como esos templos que el tiempo va desconchando y arrinconando en el pasado.
De vuelta pasé por el hotel Costa Azul. Entré y me di un paseo por el vestíbulo. Estaba el conserje de la peca grande. Me miró intentando recordarme. Me había quitado los piercings y llevaba el pelo más largo y de color castaño todo él como la última vez que me lo teñí con Karin. Había optado por la comodidad. Desde que tenía curro me centraba más en la ropa y en dar buena impresión a los clientes, sólo me importaba que a mi hijo no le faltara de nada y no me importaba lo que pensaran de mí, sino lo que pensaba yo de la vida. Ya no tenía sensación de peligro en este sitio. Volví a salir seguida por la mirada del recepcionista.
¿Y esto era todo? No, quedaba el Faro. Lo dejé para lo último. Lo peor era que nadie podía compartir esto conmigo. Parecía que la cabeza y el corazón me iban a estallar. Ahora en la heladería había un restaurante pequeño con una gran terraza bajo un emparrado, aprovechando parte de la explanada. Me temí que hubiesen quitado el banco entre las palmeras, pero no, allí seguía. Había una pareja sentada. No me importaba. Ante sus narices, levanté la piedra C.
Se me quedaron mirando sin saber qué pensar. Bajo ella asomaba el pico de un plástico. Retiré la tierra apelmazada y lo saqué. Era una bolsa de plástico donde ponía «Transilvania souvenirs» y dentro había una caja lacada del tamaño de media mano. Dentro no había nada, y había mucho. Jamás pensé que mi vida pudiera estar tan llena de emociones. Me senté en el banco junto a la pareja. Para mí eran invisibles. Yo a ellos les incomodaba, les había interrumpido su momento mágico y se marcharon.
Gracias, dije mentalmente a la pareja y al universo entero. Me toqué en el bolsillo el saquito de arena que un día me dio Julián, siempre lo llevaba conmigo. Lo saqué y lo metí bajo la piedra, quería que lo tuviese él y que volviera a darle suerte, yo ya había tenido mucha.
De vuelta, le puse gasolina a la moto entre gente despreocupada que vagaba con pereza de un lado a otro y regresé a la casita. Subí a mi cuarto. Janín dormía espatarrado en la cuna. Por la persiana medio bajada entraba la brisa. Puse la caja sobre la cómoda.