Sandra
Volví a recaer. Cuando regresaba a Villa Sol en la moto con Alberto sentí varios escalofríos que achaqué a la emoción de estar cerca de él. Cuando se espera algo tanto tiempo y parece que no va a llegar nunca, cuando por fin llega te desborda. En el acantilado del Faro Alberto me desarmó, me dejó sin defensas en todos los sentidos. Se me abrieron todas las puertas del cuerpo de forma que podían entrar todos los virus y bacterias que quisieran que nadie los iba a echar.
Al llegar a la altura del coche cerca de la casa, vimos que ya estaba Martín esperando apoyado en el capó. Se notaba que esperar no le había hecho precisamente gracia, pero también se notaba que Alberto estaba un poco por encima de él en el mando y que no podía reprocharle nada.
No nos despedimos. Alberto no me dio ocasión, nada más bajar de la moto se fue hacia el coche sin mirarme. Se puso a hablar con Martín y yo arranqué hacia la casa. No tuvimos ese momento por mínimo que sea que siempre hay al final de todo y que sirve para estar recordándolo una y otra vez.
Al llegar a la puerta de Villa Sol me pareció que en el estado de agitación en que me encontraba no podría parar allí dentro y tiré hacia la playa. Necesitaba caminar deprisa, correr y gastar la energía que no me dejaba olvidarme de Alberto. No podía encerrarme con este pensamiento entre cuatro paredes porque me moriría.
Anduve por la orilla a paso rápido casi dos horas y cuando ya no pude más regresé con los noruegos. Las piernas me temblaban en la moto. Podría haber intentado ver a Julián, buscarle en el hotel o por el puerto, donde me había dicho que ahora pasaba bastante tiempo, pero no tenía ganas de hablar de nada que no fuese Alberto, ni que me obligaran a pensar en nada que no fuese Alberto.
No me fijé en qué estaban haciendo Fred y Karin cuando entré en la casa. Tampoco pude captar lo que me decían. Subí y me tumbé en la cama, estaba sudando, crucé las manos sobre el pecho y me concentré en el beso del Faro.